Creo que es la primera entrada sobre un asunto personal que inserto en este blog y creo, también, que será la última.
Ha fallecido Dolores Campos-Herrero. Para los cuatro que no la conozcan, Lola era, además de una estupenda periodista una de la mejores narradoras breves que he conocido, perteneciente a ese grupo de autores que se dio a conocer en los ochenta en Canarias con la colección Nuevas Escrituras. Todo esto (y mucho más sobre el sinfín de actividades que desarrolló) lo puede leer cualquiera en cualquier prólogo.
Son muchos los que tienen mucho que agradecer a Lola. Me incluyo entre ellos como de los primeros. Sabías que, en este mundo de la escritura, tan lleno de caínes y ególatras, la mano de Lola siempre estaba tendida, fueran cuales fuesen tus credenciales, tu trayectoria o la proyección de la actividad para la que solicitabas su ayuda.
Su labor como activista literaria ha dado ya frutos exquisitos y continuará dándolos. Son ya decenas los nuevos autores para quienes el contacto con Lola fue decisivo. Así que su labor de formación estará ahí y podremos disfrutar de sus resultados.
Sus textos también seguirán aquí, acompañándonos, provocando nuestra sonrisa y nuestra inquietud, nuestro interés y nuestra admiración. Así que sus textos no los echaremos de menos.
Pero a su presencia sí. Su presencia amable y sonriente. Su compleja sencillez. Su humanidad. Esa humanidad que refulgía con tal fuerza que eclipsaba su indiscutible talento como escritora.
Yo (dejemos plurales mayestáticos que intentan disimular lo indisimulable) echaré de menos a Lola, a quien en los últimos tiempos no conseguía frecuentar demasiado, pero cuyo contacto siempre me producía una paz indecible. Es difícil expresarlo. Tremendamente complicado explicar cómo confortaba y enriquecía estar a su lado. Todo lo que se aprendía. Todo lo que se recibía de ella. Porque estar con Lola era así: ser objeto constante de una generosidad sincera que prodigaba sin medida y casi hasta sin pretenderlo, porque ello formaba parte (sospeché siempre) de su misma personalidad.
Ahora mismo no sé qué más decir. Hace sólo tres horas que me he enterado de la triste noticia. El teléfono hoy ha sido imprescindible porque había que llamar a todas las personas que querían a Lola y no se me ocurre el nombre de nadie que, conociéndola, no la quisiera.
Podría decir que los dioses aman a los mejores y por eso los reclaman jóvenes. Podría decir que ahora ya es inmortal y que nunca la olvidaremos. Podría reproducir un montón de tópicos más, pero no servirían de consuelo. El único consuelo posible sería que esto no hubiese ocurrido. Lo demás es silencio.
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