No es que me odie a mí mismo. Sin embargo, tengo que reconocer que últimamente no me caigo muy simpático. Suelo quedar en verme en el centro y me dejo colgado. Me hago llamadas telefónicas a altas horas de la madrugada sólo para estorbarme el sueño y, cuando me cruzo conmigo mismo en el pasillo, tiendo a poner el codo o a intentar un traspiés. Me hago faenas de todo tipo, como contar en público lo de mis hemorroides o lo de aquel gato que atropellé sin compasión, con la excusa de evitar un accidente.
A veces la confrontación se hace inevitable, y me echo en cara las iniquidades de las que me sé culpable, haciéndome a bocajarro las preguntas más comprometedoras: ¿Es que te costaba mucho llamar a Beatriz aquel sábado del 98 en que sabías que se estaba rompiendo el alma de dolor? ¿Cuándo vas a devolverle a Luis los cincuenta euros que le debes desde el año pasado? ¿Por qué no dejas ya de acostarte con Lucía? ¿No ves que podría ser tu hija? Y, sobre todo, ¿cómo fuiste capaz, pedazo de imbécil, de dejar escapar a Marta, que es la única mujer que te ha querido y te querrá, la única que realmente ha valido la pena en esa mascarada tibia que tú denominas pomposamente “mi vida sentimental”?
En ocasiones, incluso, me robo el dinero que me queda para el taxi de vuelta a casa a las tres de la madrugada, cuando ya estoy completamente borracho, y me obligo a recorrer kilómetros y más kilómetros por la larga avenida que bordea la costa, entre el ruido del mar y el de los autos que pasan enfebrecidos. Es entonces cuando tengo las peores discusiones, porque me rebelo contra los ataques y entablo largas luchas que suelen acabar en episodios de violencia física y, cualquier noche de éstas, nos acabarán llevando, a mí y a mí mismo, a caer hacia el asfalto, justo cuando pase un camión.
Y no es que me odie a mí mismo. Pero la idea de continuar conviviendo conmigo hasta lo que se suele considerar una edad razonablemente longeva se me antoja en los últimos tiempos de una crueldad intolerable. Por eso escribo esto aquí y ahora, por si en una de éstas ocurre una desgracia. Para que todo quede en orden. Para que no se culpe a nadie.
“Ya no era él. Ya no era ella. Ya no eran los mismos. Su pasión compartida por la vida, por agotar cada segundo, por exprimir cada aliento había desaparecido u olvidado. Aquello que, miles de veces, los enamoró un lunes de junio.”
Otra que no se encuentra.
Quizá les faltó valor para afrontar las cosas juntos en los momentos duros. Si se ama al jardinero, hay que amarle siempre. No sólo en primavera.
“La muerte se alimenta de las entrañas de ella. La visita cada noche con un malestar distinto. Puñales que atraviesan su estómago. Sin alimento en sus senos para futuros hijos. En continua marejada. Innumerables neuronas tropezándose torpemente…
La muerte decide.”
“La soledad se alimenta del alma de él. No ve la mano de ella, ni sus ojos. Ya no huele su pelo, ya no la escucha, ya no la siente. Ni a ella ni a nadie. Camina cabizbajo, no alza la mirada, arrastra los pies. La soledad le absorbe, controla sus palabras. Sólo está él. Sólo….
Él decide.”
[…]
Males distintos.
Nos hay que quedarse sólo con las tempestades. No nos olvidemos de los rayos de luz. Alimenta la esperanza.
Joder Ravelo me pareces un artista que tiene miedo a la autopista y por eso sigue circulando en carreteras secundarias, ¿ te invito a un farias?, o dejarias las canarias por otras mas o menos ¿ temerarias?, limpiate el polvo de los zapatos y lanzate al estrella-to
Te lo digo con ebriedad de que otra forma puede haber sinceridad
pues a la niñez no puedo regresar
Gracias, Abogado. Te valoro la intención. Pero igual prefiero las secundarias. Me gusta el polvo que tengo bajo los pies. Además, hoy día ya no hace falta salir físicamente para que se te oiga fuera. Y, qué quieres que te diga, soy perezoso y eso del éxito… No sé yo.
Un abrazo y recuerda que lo que hace un abogado tomándose su quinta cerveza a las once de la mañana es perder el jucio. jejejejejejejejej
Si al menos supieramos el sentido de nuestra existencia aqui, quizás otro gallo cantaría o a lo mejor no…
“Si se ama al jardinero, hay que amarle siempre. No sólo en Primavera”
Hermoso pensamiento, Sr. Ravelo, pero la realidad de la experiencia nos dice que hay rosas hermosas, que portan unas espinas tan punzantes, que amarlas se convierte en un calvario.
Nadie dijo que el amor fuera fácil, Amalgama (señor o señora, que aún no lo sé). De hecho, el amor asume en muchas ocasiones la forma de un via crucis para quien lo padece. En Sacrificio, la última película de Tarkowski, un personaje dice, más o menos, lo siguiente: “En toda relación amorosa, siempre hay uno que sufre y depende del otro y otro que siempre sale ganando y disfruta de ese sacrificio”. Es un pensamiento inquietante. Un tema más para debate largo…
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