Un verdugo, en conversación informal, justifica el desempeño de su oficio arguyendo que es una labor social, que alguien debe acabar con el mal social que supone el crimen y que, al mismo tiempo, alguien debe finiquitar con eficacia los sufrimientos del reo. Al preguntar a su interlocutor, a la sazón un simple empleado de funeraria, lo que piensa sobre el asunto, aquél contesta: «Hombre, yo lo que pienso es que la gente debe morir en su cama. Como todo el mundo».
El autor de este sencillo y genial diálogo, en plena dictadura y con la pena de muerte tristemente de moda, falleció entre el domingo y el lunes. Se llamaba Rafael Azcona y era, sin lugar a dudas, un genio. Creó las peripecias de un transportista perdido en el laberinto de circunstancias que rodeaban en cierta navidad la campaña «Siente a un pobre en su mesa»; nos llevó a las preocupaciones de un joven que decidió casarse con una anciana para conseguir en heredad un piso y vio, tras la boda, como la salud de ella se fortalecía; nos mostró a un anciano Pepe Isbert que estaba empeñado en tener un cochecito. Sus personajes hablaban como habla la gente en la calle, con normalidad y hasta vulgaridad. Las cosas que decían eran las cosas que dicen los filósofos, los psicólogos y los sociólogos sin que, normalmente, nadie les comprenda.
En una época de grises y blanco y negro, Azcona lograba burlar con su humor inteligente las garras de la censura y mostrar las diferencias de clase, las contradicciones internas de un sistema absurdo como absurda es toda dictadura y toda legitimación del poder oligárquico que ha dominado el plano político en la historia de España en el siglo XX. La España de los curas, del señorito, de la señora marquesa, de la autoridad, pero también la del nuevo rico, la del burócrata, la del tiburón financiero, fue el blanco de su mordazidad implacable.
En tiempos de dictadura, pero también en tiempos de ese hipogrifo que se llamó «Transición», Azcona representó la lucidez que constata los absurdos, la inteligencia que antepone la fuerza de la razón a la razón de la fuerza, la mirada a los seres humildes que los sistemas trituran.
El más grande de los guionistas españoles ha fallecido y ahora sólo nos queda recordar y volver a ver aquellas películas y asombrarnos de cómo siguen vigentes aquellas historias, porque hoy, como siempre, la legitimación ficticia del poder y el enmascaramiento de las contradicciones de clase siguen estando ahí y la inteligencia y el humor son, en ocasiones, las únicas armas con las que pueden ser desenmascaradas.
Escribir con normalidad, que el contenido del mensaje llegue al lector… I
Seguir el ejemplo del Sr. Azcona sería lo aconsejable, ¿verdad?.
Algunos textos son verdaderos galimatías, ininteligibles para la mayoría. Y , ante ellos, me pregunto: ¿Piensa el autor, detrás de su pluma, en el lector?, ¿se esfuerza en escribir «para que lo entienda la gente de la calle»?, o simplemente da lustre a su ego, aunque ni él mismo entienda lo que escribe?
Acabas de poner el dedo en la llaga, Amalgama. Azcona tenía esa virtud: una cabeza bien amueblada y el don de la palabra.
Y creo que ahí se reconoce el oficio. Fíjate en que la mayoría de los grandes (salvo contadas y notables excepciones) de la literatura, son gente cuyos textos tienen una artesanía tal que basta con conocer el idioma para acceder a su discurso. En literatura hispana contemporánea, pienso En Cortázar, en Borges, en García Márquez, en Delibes, en Aldecoa… Borges decía, en sus últimos años, que su ideal era una literatura en la que sólo se utilizaran palabras que, a su vez, pudieran emplearse en cualquier conversación.
Cuando, como lector, me enfrento a textos abstrusos o herméticos, no veo mis deficiencias como lector (que las tengo) sino las deficiencias del autor, que no ha sabido ejercer con eficacia su oficio al no conseguir exponer con claridad su discurso o enamorarme para que yo le permita hacerlo.
Sé que todos hemos leído las «Cartas a un joven poeta», de Rilke, pero cuando oigo decir a algún escritor de mi entorno que él o ella «escribe para sí y no para los demás», sé que, con toda probabilidad, no leeré su libro. Me queda demasiado Víctor Hugo por leer para perder tiempo con solipsistas.
Perdona que me extendiera tanto. Pero el tema lo merece. Quizá, incluso, merece un debate largo, porque sé que hay muchos matices en el asunto.
… Pues propiciemos ese debate y que salgan los matices a la palestra!
Los lectores nos lo merecemos y el ideal de Borges también.
Una vez leí que el » humor es una forma superada de la inteligencia». Humor usó Cervantes. Humor usó Borges. Humor usaron siempre los grandes, que sabían de lo » relativo que es casi todo». Pessoa decía que alejaran de su vista a esa gente que habla con tantas certezas. La erudicción no es sinónimo de inteligencia, pero el humor sí. Gracias Azcona por acercarnos la profunda complejidad de todo desde la máxima sencillez mientras nos reímos y pensamos, pensamos, pensamos…
…Me voy a arriesgar a la lapidación, yo humilde escriba de entretiempo.
Perdona Ale, pero has citado precisamente autores muy cultos y que en mi opinion necesitan lectores con algo más que dominio del idioma. Añado que me encantan. Pero consigo perderme menos por Rayuela, por haber estado en Paris y por la buena edicción que tengo…
Creo que hay escritores insoportables, como hay personas intragables, solipsistas o de muchas pajas…para romper el nivel tan culto del discurso.
Quien escreibe quiere ser leido,creo, en el fondo, aunque recondito.
El hermetismo, en cambio es un don, si se entiende con eso, decir con pocas palabras mucho o dejarlo a la libre imaginación del lector buscarle los matices.
Otras veces el hermétismo esconde un sencillo VACIO.
Añado solo, que sin desvirtuarse, amo los escritores que tranquilamente podrían estar sentados contigo a la barra de un bar y no te darías cuenta, sino fuera por alguna mania más o menos evidente…
Te podría citar Pasolini, Pavese, Montalban, Ammaniti, Horacio cambiando de epoca y otros que no están en papel todavía, pero andan por allí…
También para gustos colores