A Juan Alberto Hernández, defensor de este cuento frente a las huestes de la correción política.
Antes de que se fuera, le dijo que lo amaba, como tantas otras veces había hecho a lo largo de todo aquel tiempo que llevaban juntos. Fueron las últimas palabras que se cruzaron. Él fue atropellado nada más salir a la calle. Sobrevivió hasta el hospital y ella recibió la noticia de que ya no había nada que hacer de labios de un joven médico que hacía turno en urgencias. Tras acompañarla a ver lo que quedaba de él, el médico le preguntó amablemente si podía hacer algo por ella. Lo miró a los ojos y, sintiendo que la eternidad de su amor se diluía en el aire, le dijo que quizá le viniera bien su compañía y que, si tenía un rato libre, podrían ir a tomar un helado. El médico dijo que no saldría hasta dos horas más tarde.
-No importa –contestó, jugando con su flequillo-. Tengo todo el tiempo del mundo.