Hace tiempo que amo a la violinista del parque de Los Besos Robados. Paso el día contemplándola mientras interpreta una y otra vez las piezas que le procuran las monedas justas para sobrevivir. Como un Diógenes desocupado, deambulo a su alrededor, o me tumbo frente a ella, pero, de un modo u otro, siempre ella, siempre su música, siempre sus aromas. Su pelo negro recogido para que la barbilla pueda sostener la caja del instrumento contra ese cuello y ese hombro de piel bronceada pero tersa. Su sonrisa de diosa dormida, ampliándose unos segundos si alguien deposita una moneda en el terciopelo rojo del estuche del violín. Sus ojos negros y aindiados, entrecerrados cuando ejecuta los pasajes más difíciles, al mismo tiempo que muerde su labio inferior, ese belfo carnoso que es metáfora de otros que sueño.
Ella también me ama, aunque de otro modo. Me saluda siempre con afecto, llamándome por el nombre con que me he dejado bautizar y me acaricia. A veces hasta juega a hacerme cosquillas en el vientre. Yo me abro entonces a ella y le brindo mi sexo, pero ella nunca desciende más en sus caricias.
Otras veces soy yo quien va hasta ella. Le huelo los pies y las piernas y la hago sentirse algo turbada cuando mi nariz se sitúa entre sus muslos y aspiro el aroma de su sexo, en el que adivino sus temporadas de fertilidad, de menstruaciones, de deseo. En ese momento siempre me aparta, reprendiéndome con más sonrojo que severidad, como si comprendiera que aunque ella no me dará más de lo que me da, yo no puedo evitar desear más, que es algo superior a mis fuerzas y que mi misma naturaleza me impide dominarme. De cualquier modo, mis escarceos, por supuesto, llegan justo hasta ahí. Nunca me ha dejado aventurarme más allá en el contacto. Y sé que nunca lo hará.
Todo lo más, en sus descansos, cuando se sienta en el banco a comer su sándwich, me permite tumbarme a sus pies y me regala un trozo de una loncha de mortadela, que yo trago con avidez.
Luego, mientras aún engullo, me da palmaditas en la cabeza o el lomo. Yo la miro con dulzura y doy un suspiro, apoyando el hocico en su rodilla.
Aunque nuestra forma de amar sea distinta, creo que ninguno de los dos ha sentido nunca algo que se parezca más a la felicidad.
Lo dudas, Faycán?
Tienes un blog muy chulo, y además escribes bien, besos
Gracias, Cerillera. Uno de mis cuentos tradicionales favoritos, por cierto, es el que te da nombre.
Maldini: Dudo, luego existo.
Alexis:
Como siempre sigues asombrando con esos finales. Muy bueno. Cariños.
Muchas gracias, Sandra. Besos desde este lado del mar.
ummmmmmmm el parque de los besos robados…¡que recuerdos! acabo de llegar como de otro mundo… donde había un paseo de los enamorados…sin internet sin móviles… es como si acabara de salir de un coma( comerrrrrrr nooo voy a reventar) de un coma etílico por supuesto jajajajajaja.
Alex no dudes, existes y el parque también…
Dos besos, robados claro
Sí, ese final que se deja adivinar pero que sorprende con dulzura…
Bestiario estás, amigo Alexis. Un besito.
Hola, Me ha gustado mucho esta historia…con sorpresa final.Había leido la entrevista que diste a la Provincia y me dije…»vamos a conocer a este chiquillo a ver que escribe por ahí». Y sí, me he llevado una grata sorpresa. Los he leido todos y supongo que debería decirte más o menos los que me han gustado más…Onírico…es tal vez uno con el que más me identifico y Otro viejo cuento con palabras nuevas también…me atraen bastante las expliraciones en las intimidades del alma…
Bueno, ya leere más cositas tuyas. Tal vez un día quieras leer algunas mías. La escritura se ha convertido en mi hobbie últimamente…espero que no cambie, porque ya se sabe como son estas cosas…
Saludos,
Aran