Edgar Allan Poe nació el 19 de enero de 1809. Murió cuarenta años después. Utilizó bien ese tiempo: revolucionó la literatura.
Uno se encuentra con Poe casi siempre en la adolescencia. Si tiene suerte, en la espléndida traducción de Julio Cortázar, prologada con su Vida de Edgar Allan Poe. Los de mi generación y las inmediatamente anteriores, tuvimos acaso noticia primera de él por las películas de Roger Corman, que le homenajeaba constantemente. Pero, en cualquier caso, el encuentro con las Narraciones extraordinarias es crucial en la vida de todo lector. Después uno se va enterando de la fascinación que ejerció sobre Baudelaire, Rubén Darío, Horacio Quiroga y Borges, o de que aquella canción que cantaba Radio Futura, y que utilizó para enamorar a cierta joven, estaba basada en su poema Anabell Lee. Y se dice: “ya decía yo”, y se explica por qué no puede separarse de sus libros de Poe y por qué no puede olvidar algunos (o muchos) de sus cuentos: William Wilson, Ligeia, Berenice, La caída de la casa Usher, El misterio de Marie Roget, El entierro prematuro, El corazón delator, El gato negro, El tonel de amontillado, El extraño caso del señor Valdemar... Añade tu favorito.
Casi sin darse cuenta, Poe fue haciendo cosas que, tomada cada una independientemente, le harían ya fundamental para entender toda la literatura posterior, pero que, juntas, le confirman como un referente imprescindible: refundó el cuento gótico de horror, inventó el cuento de detectives y abrió la puerta para la escisión entre éste y la literatura negra, acabó de fijar la poesía trascendentalista norteamericana, reflexionó ampliamente sobre su labor narrativa. Y, por si fuera poco, dio a luz cuentos que, formalmente, estaban mucho más allá de su tiempo, que eran el germen de lo que hoy llamamos cuento literario contemporáneo.
Imposible escribir hoy sin su ironía, sin sus atmósferas opresivas, sin sus amores que van más allá de la muerte en una vaga necrofilia, sin sus personajes atormentados, sus asesinos verosímiles, sin sus pesadillas hechas realidad, al menos sobre el papel.
El 7 de octubre de 1849, Poe moría, delirante y solo, entre desconocidos, tras una agonía de varios días, en la que todos los suyos ignoraban que se encontrase. La desgracia le sobrevivió varios años, porque uno de sus enemigos vino a convertirse en su albacea literario, cubriendo su memoria con la mancha de la infamia.
Hoy hace doscientos años que comenzó su andadura sobre la faz de la tierra. Curiosamente, yo llevaba varios días recordando, insistentemente, un cuento suyo, El hombre de la multitud. No sabía por qué. Ahora, al reparar en la fecha, lo he descubierto. Mañana buscaré un rato durante el día para releerlo. Propongo a los poéticos del mundo que hagamos todos lo mismo: leamos un cuento de Poe. Ya no es 19, sino 20. Pero cualquier día es bueno para hacerlo.
Hola, Alexis. Gracias por tu recuerdo. A mi me viene rondando hace unas semanas la atmósfera de algún cuento de Miguel Sarmiento Salom perdido en la prensa de la época muy de Allan Poe, incluso con su originalidad modernista. Aquí en las islas, a finales del XIX, algún periódico publicó los cuentos de Poe. Y el poeta Diego Navarro tradujo la selección de cuentos de Plaza y Janés, allá por los 70.
No sabía que la prensa insular se hubiera interesado por Poe. Eso es para mí un descubrimiento. Ni que hubiera sido Diego Navarro quien tradujo esa selección, que llegué a tener en las manos, creo recordar. Gracias por esas informaciones. A veces olvidamos lo importante que fue la labor de ciertas personas para la recepción en nuestro ámbito de muchas cosas importantes. Si no fuera gracias al trabajo de personas como tú, lo ignoraríamos casi todo. Un abrazo y las mañas no pierdas.
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Gracias por el post, por recordarnos a todos la fecha y por la cita.
Juan Ramírez Guedes
Tienes razón Alexis, cualquier día es bueno para conmemorar a los grandes, hermosa labor la tuya de recordarnóslo a quienes no estamos tan inmersos en el medio.
Abrazos…
Vale, lo buscaré opara releerlo, sea el día que sea.