
Benedicto XVI: Nominado como Irresponsable del Mes
Lo nominaría como irresponsable del año, pero aún queda mucho año.
Los motivos, aparte de con otros muchos, tienen que ver, sobre todo, con sus más recientes declaraciones, justo antes de pisar suelo africano, donde crece día a día el número de católicos (es decir, de personas que creerán sus palabras) y se localizan algunos de los países con mayor índice de contagios y de mortalidad a causa del SIDA. Sus declaraciones sobre esta devastadora enfermedad no tienen desperdicio: decir que el uso de los condones agrava el problema, en ese contexto, es como repartir cigarrillos y cervezas en la puerta de un colegio. Tampoco es que sean especialmente sorprendentes. Es su lógico discurso. Pero decir estas palabras justo en este viaje es, como mínimo, una gravísima irresponsabilidad.
Me pregunto a qué perversa forma de humanismo cristiano se supone que obedece esa maniobra, equivalente, en la práctica, a jugar con la vida de millones de personas que atienden a sus palabras y necesitan (aparte de muchísimas cosas más) información.
Por eso, por jugar a la ruleta rusa con las cabezas ajenas, lo propongo como Irresponsable del Mes. Si resulta ganador, el premio podría ser un lote de cuchillas de afeitar y botellas de amoniaco etiquetadas como refresco, que podría regalar a los niños que le reciban con su mejor fe; o de hipodérmicas usadas, para que pueda obsequiarlas en los hospitales que visite; puede que los pacientes practiquen sus preceptos de abstinencia sexual y corran riesgo de quedarse sin su correspondiente ración de peligro.
Se me ocurren títulos más hirientes, pero en atención a su edad (en la España católica en la que me crié, no tan distinta a la actual como parece, me enseñaron a respetar a mis mayores) y a que es posible que sufra problemas de riego sanguíneo al cerebro, procuraré, por una vez, no decir lo que pienso.
Mírenlo bien. Si intenta dirigirle la palabra a sus hijos, evítenlo. Es un tipo peligroso. Tanto, que hasta las palomas parecen huir de él.