
Salvador Dalí: Metamorfosis de Narciso
Hay otro que lee por encima de mi hombro cada palabra que escribo; cada una de esas palabras que él mismo me ha dictado.
Ese otro yo es más abyecto, más sucio, más cierto que este yo. Campa por sus respetos en los momentos más peligrosos: cuando llega la hora de tomar la arrancadilla y retirarse, cuando es mejor no ir tras esa cortina con esa mujer, cuando es más conveniente fingir que soy tu amigo y no nos deseamos. Me deja en evidencia, me causa graves problemas sociales, sentimentales e, incluso, jurídicos. Sin embargo, no puedo evitar su intervención, que tiene siempre los peores efectos posibles, porque prefiere las barricadas a las votaciones, los cigarrillos a los vasos de leche, las patadas en el culo a las sonrisas hipócritas, las agujetas a los almohadones, los salivazos en la cara a las concesiones a regañadientes.
El otro que no es yo, pero es más yo mismo que este yo, me impide escuchar con fingido interés las conferencias y tener compasión de mis enemigos. Ese mismo otro me hizo alguna vez jugarme el pellejo por quien jamás me correspondería, perder más de un empleo, pasar muchas noches en blanco aullando a la luna.
Ese otro yo es quien escribe ahora mismo y reniega de este yo, que también soy, pero que es más los otros que yo: el de las comidas de conveniencia, las bodas con arroz, las charlas eternas con mujeres que fingen ser mis amigas y hombres que simulan un aprecio inexistente. Este yo que ha cesado en la existencia por un rato y ha permitido que sea el yo dictador e impúdico quien escriba, quien vomite todo el tedio y la repugnancia que este yo le causa.
Después de este paréntesis, ese yo volverá a aletargarse, a serenarse, a ocultarse en este yo del hombre amable y conversador que ayuda a cruzar a las viejecitas y paga sus impuestos y acaricia las cabezas de los niños y no pregunta la edad a las señoras. Volverá a a ocultarse, pero sé que continuará ahí, dictando ocho de cada diez palabras, releyendo cada línea para burlarse de mis cobardías, preparado para despertarse y hacer de las suyas en cualquier conferencia, reunión o conversación. Dispuesto a las patadas, los salivazos, los insultos, aunque también y sobre todo a los besos lascivos, a las caricias furtivas, a las irreflexivas declaraciones de amor.