Trelkovsky, un tímido oficinista parisino de origen polaco, alquila un pequeño apartamento en un antiguo edificio, cuya anterior inquilina se ha suicidado arrojándose por la ventana. En cuanto Trelkovsky ocupa el inmueble, comienzan a suceder hechos aparentemente sin importancia, pero asombrosamente inimaginables. El protagonista no tardará en sentir que los vecinos le controlan, empujándole a asumir la personalidad de la suicida.
Este es el punto de partida de El quimérico inquilino, de Roland Topor, publicada en 1964. No cuento más sobre el argumento para no destriparla, pero a Trelkovsky le ocurren cosas que, te aseguro, no te gustaría que te ocurrieran a ti. Es una novela inclasificable, en la que hay humor negro e intriga, pero, sobre todo, un angustioso terror psicológico. No es un libro de casas encantadas y fantasmas al uso. Aquí el horror proviene de la influencia de los vecinos, personas de carne y hueso, correctas y hasta educadas, cuya casi invisible presencia va, poco a poco, torturando al protagonista, hasta que su identidad y cordura se van resquebrajando. Después de leer El quimérico inquilino, cada vez que un vecino golpee el techo para quejarse porque haces ruido, te acordarás de este libro, ejecutado con precisión de cirujano y frialdad despiadada de verdugo. Un libro para intrigarse y extrañarse, pero también para preguntarse quién eres realmente, qué es lo que hace que tú seas tú.
El quimérico inquilino fue la primera novela de Topor, hasta entonces dibujante e ilustrador, que formó, junto con Fernando Arrabal y Alejandro Jodorowski, el grupo Pánico. Además de escribir otros libros singulares (como La cocina caníbal), hizo sus pinitos como actor (encarna a Renfield en el Nosferatu de Werner Herzog, por ejemplo).
Último dato: en 1976, Roman Polansky hizo una estupenda adaptación cinematográfica, The Tenant (en España se estrenó con el mismo título que el libro), con una puesta en escena inmejorable y un reparto de auténtico lujo. Una película inolvidable que es muy recomendable ver después de haber leído la novela.
El quimérico inquilino, de Roland Topor, Madrid, Valdemar, 202 páginas.