La primera: ESCRITORES QUE SE VOLVIERON LOCOS. Ahí podrían comenzar por ir, por ejemplo: Lucrecio, Pound, Hölderlin, Nietzsche. Pero ya surgían los primeros problemas de este nuevo método clasificatorio. De hecho, surgió una duda enorme al pensar en Paul Verlaine, porque no acababa de tener claro que lo de Verlaine con Rimbaud no hubiera sido una locura.
Aunque a Verlaine podría incluirlo en ESCRITORES QUE HUBIERAN TENIDO AL MENOS UNA EXPERIENCIA GAY-LÉSBICA-TRANSEXUAL-BISEXUAL. Me tocaba llevar allá a Pizarnik, a Marguerite Yourcenar, a Lorca, a Cernuda, a Mishima, a Safo (pero también al resto de los griegos clásicos, por si las moscas), a Kavafis, a Rimbaud. Pero, claro, ¿quién me decía a mí que otros no tan evidentes habían vivido experiencias no heterosexuales? Por ejemplo, Stefan Zweig, que me parece el autor más sospechosa y claramente femenino de la historia de la literatura. Y Melville (lee cómo describe a Billy Budd, lee el capítulo de Moby Dick en que Ismael y el corpulento Queequeg se conocen y pasan la noche y la mañana abrazaditos y dándose calor mutuo mientras se cuentan sus vidas). Decidí dejar esta categoría en suspenso. La siguiente fue: AUTORES QUE SE HAYAN ARRUINADO MÁS DE UNA VEZ. Me traje a Melville, por supuesto. A Balzac, Cervantes, Jack London…
Había empezado mal. Tenía que haber comenzado por donde iba encaminado a hacerlo con las dos autoras que focalizaron la atención en el hecho biográfico. Así que me apresuré a establecer una nueva categoría: SUICIDAS. Entonces vi que tenía que hurtar autores a otras categorías ya establecidas: Lucrecio, Mishima, Pizarnik (vuelve a tu sitio, maga de los silencios), Jack London (aunque ahora se dice que no, pero hasta que no sea oficial…), Zweig (me lo traje para acá). Luego tendrían que estar Virginia Woolf, Plath (por supuesto), Hemingway, Kennedy Toole, Sándor Márai… Cielo santo: Mishima. No había contado con los japoneses. Directamente, me traje a casi todos los japoneses, entre los que destacaban, por supuesto, Akutagawa y Kawabata. De hecho, me cuesta recordar a algún autor japonés que no se haya suicidado, mención aparte de Ishiguro, demasiado británico para ser considerado japonés. (Dejé a Murakami cerca, por si las moscas llega alguna mala noticia).
Luego surgieron otras categorías: ESCRITORES QUE, POR CASUALIDAD, NO HUBIERAN NACIDO EN SU PAÍS. (Cortázar, Ítalo Calvino). ESCRITORES QUE SE HUBIERAN REÍDO DE TODO (Oliverio Girondo, Alfred Jarry, Raymond Queneau y Boris Vian, Quevedo, Dürrenmatt, fueron los primeros, antes de traerme a Cortázar de la categoría precedente). ESCRITORES QUE HUBIERAN SIDO INCOMPRENDIDOS EN SU ÉPOCA. Llegados a este punto, me negué a desordenar los estantes de mis suicidas, y me limité a empezar por Cioran, Quevedo (a quien me traje de la categoría anterior), Kafka, Proust, Anthony Burguess y Jim Thompson. Aunque después cogí los libros de Thompson y lo llevé a la categoría de ESCRITORES QUE SE HAYAN ARRUINADO MÁS DE UNA VEZ.
Otra circunstancia bastante común: la cárcel, el exilio, el confinamiento. Así que se imponía una nueva categoría: ESCRITORES QUE HAYAN SUFRIDO MEDIDAS JUDICIALES O SE HAYAN EXILIADO, VOLUNTARIA O FORZOSAMENTE. Chester Himes, O’Henry, Virgilio, Quevedo (hubo que moverlo nuevamente), Cervantes, Unamuno, Pedro García Cabrera, Federico García Lorca (definitivamente, decidí suprimir la categoría que se refería a las opciones sexuales; al fin y al cabo, tiene para mí una importancia igual a cero lo que la gente haga o prefiera hacer en la cama y cualquiera que base su obra en esas preferencias, me interesa menos que la neurastenia en el escarabajo pelotero, dicho sea por individuos como Jaime Baily), Miguel Bonasso, la mayor parte de la Generación del 27, Solzchenisyn, Nabokov, Monterroso, Thomas Mann, Rilke, Pound (qué problema con Pound), la mitad del Boom Latinoamericano…
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