El horror no es eso que habitaba en las viejas abadías, en los castillos abandonados. Por explorado que haya sido el mundo, por avanzados que estén los adelantos tecnológicos, siempre hay un territorio inexplorado para el posible escalofrío. Eso lo descubrió cuando, en plena madrugada, sonó su teléfono móvil y, al mirar la pantalla, vio que los guarismos que rasgaban la oscuridad del dormitorio formaban su propio número. Al descolgar, sobre un fondo de miles de gritos que formaban un todo continuo, escuchó una voz de hombre que, hubo de reconocer con asombro, era la suya:
-El fin no dolerá. Pero después comenzará la eternidad. Será la eternidad. Y la eternidad es dolor.
Apenas tuvo tiempo de colgar el teléfono.