Lo que me dio Saramago

20 06 2010

Ahora que ya no está quizá es el momento de pensar en él. No le conocí en persona, así que no puedo hablar de la persona (no soy de esos que se permiten llamar Tito a Agusto Monterroso o Gabo a Gabriel García Márquez; pienso, o siento, que ese privilegio debe estar reservado a su círculo más íntimo; que aunque uno llegue a amar a un escritor nadie tiene derecho a arrogarse una intimidad que no le pertenece). Pero sí que tengo una larga relación con él como lector suyo y no paro de pensar en estos días en cómo llegó José Saramago a mi biblioteca, para quedarse en ella ocupando uno de los anaqueles más respetables.

La culpa de que yo leyera a Saramago (como de que leyera a tantos otros) la tiene Antonio Becerra, quien regresó de un semestre de estudios en Portugal con un ejemplar de la edición portuguesa de El evangelio según Jesucristo e insistió en que debía leerlo. Entonces Saramago aún no vivía en Canarias y sólo unos pocos (cultos, inteligentes, con buen olfato, como Becerra) le habían leído. Por supuesto, según mi amigo, mi total desconocimiento de la lengua de Sa Carneiro no constituiría un inconveniente. En eso se equivocaba. Yo leería ese libro más tarde. Pero primero caerían en mis manos otros libros, conforme Saramago iba siendo publicado por Alfaguara y su obra se iba popularizando en nuestro ámbito cultural. Mientras aparecían nuevos títulos, yo iba haciéndome con algunos anteriores y, así, leí El año de la muerte de Ricardo Reis después de Todos los nombres, El Hombre duplicado antes que La balsa de Piedra, El ensayo sobre la ceguera inmediatamente tras Historia del cerco de Lisboa.  Y, al mismo tiempo, iba conociendo al hombre público que era Saramago, ese sereno crítico del poder, luchador contra el dogmatismo, contra el terrorismo ecológico, contra todo aquello que oliera lejanamente a injusticia.

Fue fácil acostumbrarse al Saramago escritor, a aquel novelista que imponía un estilo propio y personalísimo, en el que me sorprendía la fluidez y consistencia de su prosa, la transcripción de los diálogos directos insertándolos en los párrafos narrativos sin más marca que las mayúsculas iniciales y construidos de tal forma que nunca permitían confusión alguna, a los rincones de sus páginas en los que se escondían máximas inolvidables; fue fácil acostumbrarse a su relectura de temas clásicos que cobraban nueva vida o presentaban perspectivas inéditas al pasar por su crisol; también lo fue acostumbrarse a su labor incesante, a sus escasas pausas.

Como otros grandes, Saramago demostró que el gran público puede disfrutar de la “alta literatura”, sin necesidad de que el autor haga eso que los pedantes denominan “bajar el listón”. Confiaba en el lector, en su capacidad estética y crítica. Y el lector no le defraudó. Conozco a personas que son incapaces de imaginar la literatura sin Saramago, que tienen con sus libros una relación más sentimental que estética en la que cada título es como un regalo de un amigo íntimo (he visto cómo sucede lo mismo con Benedetti, con García Márquez, con Cortázar).

En cualquier caso, de todo cuanto me enseñó, de tanto cuanto a mí me regalaron sus libros, hay algo extraliterario, pero más importante que la literatura; una idea sencilla y hermosa que había sospechado en Orwell pero que no percibí con claridad hasta que Saramago me la regaló; una idea que es ahora ya mía para siempre y que, en esta época en que parece que las utopías ya han muerto, en que parece imposible vivir éticamente me reconforta y me da fuerzas para seguir adelante, frente a los horrores a los que nos enfrenta cotidianamente la realidad. Esa idea es la siguiente: basta con que un solo individuo diga “no”, para que los cimientos del edificio del totalitarismo se tambaleen.

Ese regalo era ya suficiente para que el encuentro con su literatura valiera la pena.


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3 responses

22 06 2010
Francis

Gracias Alexis por expresar tus pensamientos y sentimientos sobre este importante escritor que ha sido José Saramago. Aplaudo la parte final del comentario tan sensible y esperanzadora, por lo menos para mí, porque necesito creer que todo esto tiene que cambiar. Un abrazo

29 06 2010
VALK

¡Ah, qué antipático eres! (con todo mi cariño), pero a Saramago te dije yo que lo leyeras. Corría el año 98, y tomábamos unas cervecitas frente al hotel Madrid, con unos cuantos amigos, y me dijiste que como había sido premio Nobel ese mismo año, no debía de ser muy bueno, en tanto en cuanto, siempre detrás de los premios huele un tanto pútrido, (espero que las cosas hayan cambiado a ese respecto).
…..ggggrrrrr, si me hubieras escuchado, ggggrrrrr.
Jaajaa. Un Abrazo.

29 06 2010
VALK

Por cierto, me uno al aplauso de Francis. Opto, al igual que tú, creo, por creer que esta sociedad aún tiene arreglo.

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