Esta es una entrada indignada y requiere de ciertas explicaciones previas. Por eso será algo más larga de lo habitual. Quedan avisados navegantes y personas que llevan prisa.
Puede que se refiera a algo aparentemente poco importante, pero que es un peligroso síntoma de una forma de entender la cultura que me parece no solo obsoleta, sino injusta.
Si vives en Canarias, ya lo sabes: la semana pasada comenzó el XIX Festival Internacional Canarias Jazz & Más Heineken, o, como lo denominamos por acá, el Festival de Jazz (menos exacto, pero más corto).
Para los desinformados, o los olvidadizos: es un festival que nació de forma bastante humilde y que ha ido creciendo hasta estar incluido en los circuitos internacionales. Por él (gracias a él), han pasado por las Islas figuras señeras como Stanley Jordan, Eliane Elías, Joe Zawinnull, Bill Evans, Tete Montoliú, Kurt Elling, Danilo Pérez y Herbie Hancock o los más jóvenes Brad Mehldau, Claudia Acuña y Joshua Redman, por nombrar únicamente a unos cuantos al azar y de memoria, pues diecinueve años dan para mucho. Además, y esto es importante, durante esos días las actuaciones de los foráneos se combinan con las de estupendos músicos de aquí. Sí, las Islas serán pequeñitas, pero tienen una casta de intérpretes que ya la quisieran otros: Polo Ortí, José Carlos Machado, Kike Perdomo, David Quevedo, José Carlos Cejudo o tres de los más jóvenes, que conocieron el jazz precisamente gracias a esta cita anual: Charlie Moreno (un bajista sencillamente espectacular), Yul Ballesteros (guitarrista excelente, cuyo primer disco contaba ya con la colaboración de Joe Magnarelli y Dave Santoro, además de la aparición de Dave Samuels y Josh Dion) y Ricardo Curto (un pianista que, por cierto, ayer compartía escenario con Christian Scott Quintet y dio un impecable concierto con Javier Presa y Eduardo Fernández-Villamil).
Por si precisas más información: la mayor parte de las actuaciones del Festival son al aire libre o a precios bastante razonables y se complementan con seminarios impartidos por algunos de los músicos que nos visitan, contacto del cual nuestros intérpretes jóvenes salen muy beneficiados.
Año a año, festival a festival, concierto a concierto, los canarios nos hemos aficionado al jazz, hemos afianzado nuestros conocimientos acerca de él, nos hemos cultivado en este tipo de música (y eso supone, me atrevería a decir, cultivarnos en uno de los grandes legados culturales del Siglo XX).
A todo esto hay que añadir algo que posiblemente le interese a los políticos locales: este festival nos pasea por todo el mundo, ya que nos sitúa en la agenda de los grandes intérpretes internacionales.
Personalmente, me enorgullezco de que este encuentro se celebre aquí y presumo de él cuando amigos de fuera me preguntan por la vida cultural de mi ciudad, igual que presumo del Festival de Música de Canarias, el Festival de Ópera, el Festival de Teatro y Danza o las pasadas representaciones del Don Juan Tenorio en Vegueta. A otras muchas personas les ocurre lo mismo: están contentas y orgullosas de que en Las Palmas de Gran Canaria la cultura se encuentre en constante ebullición. El propio Ayuntamiento ostenta en sus campañas de promoción el estandarte de “Ciudad de Festivales”. Sin embargo, ayer comprobé que no todos los festivales que se celebran en la ciudad parecen enorgullecer igualmente a esta institución. Lo comprobé cuando asistí al concierto en la plaza Tenor Stagno. Ahora mismo, aunque seas de Las Palmas de Gran Canaria, puede que te estés preguntando dónde queda exactamente eso. Te lo explico rápidamente: es la explanada (en estos días circundada de obras) resultante de la ampliación del Teatro Pérez Galdós, esto es, el patio de atrás.
En los últimos años, las veladas al aire libre del Festival venían celebrándose en la plaza de Santa Ana. ¿Inconvenientes? La verdad, no se me ocurre ninguno. Ni siquiera puede alegarse aquello de los desórdenes públicos y los “juerguistas meones”, ya que en estos eventos del Festival, normalmente se reúne un público abundante, pero bastante cívico y razonable. ¿Ventajas? Un espacio abierto, estéticamente inmejorable (la Catedral al fondo, iluminada, el barrio colombino rodeando el lugar), alejamiento de los chiringuitos con respecto de la zona de audición (en el Festival se sirven bebidas no alcohólicas o de baja graduación a precios moderados), gran capacidad, pocas molestias para los vecinos (porque, sencillamente, hay pocos vecinos y los conciertos comienzan y, sobre todo, acaban a horas razonables).
No obstante, al parecer, se ha decidido que el lugar idóneo para las actuaciones es ese patio de atrás, esa explanada que me resisto a denominar “plaza”. ¿Inconvenientes? Poca capacidad, molestias para los vecinos (que aquí son bastantes), tráfico cercano, enclaustramiento, confusión entre el espacio destinado al consumo de bebidas (repito, de baja graduación) y los asientos para el público. A todo esto, hay que añadir que los conciertos en esta ubicación comienzan a las 22:00, esto es, las diez de la noche, y no a las nueve, como sucede habitualmente en otros municipios y supongo (no puedo suponer otra cosa) que esto se debe a la obligación de respetar los horarios del Teatro Pérez Galdós (que en estos días ofrece El Holandés Errante). Si estoy en lo cierto, esto supone una humillación más a los aficionados al jazz. Me encanta Wagner (que me guste el jazz no excluye la posibilidad de que también ame la denominada “música culta”) y me llena de satisfacción vivir en una isla cuya filarmónica es capaz de hacer frente a esa partitura concreta. Pero también deseaba escuchar a Christian Scott Quintet, porque anoche era miércoles y los aficionados al jazz (como los aficionados a la ópera) también trabajamos y no podemos permitirnos trasnochar. Me queda hablar de las ventajas de la plaza de Stagno. Haré un esfuerzo y aportaré alguna: está cerca de las paradas de guagua y de taxi, de los cajeros automáticos y de una tienda de ropa.
Ahora en serio: soy hombre de izquierdas. De mucho más a la izquierda que el PSOE. Sin embargo, voté por don Jerónimo Saavedra para que fuera alcalde de esta ciudad. Lo hice porque siempre me había parecido un hombre inteligente, culto, progresista, democrático, razonable (esto es: enemigo de arbitrariedades). Pensé, en su momento, que eso le vendría bien a esta ciudad, en la que observo cada día cómo la sociedad civil responde y se implica en cada actividad cultural que se convoca con una participación digna de un ágora ateniense (sé que alguien podría intentar negarme esto, pero suelo tener confianza en lo que veo con mis propios ojos). Cuando el Festival de Jazz (relegado durante años al parque Santa Catalina) volvió a trasladarse a la plaza de Santa Ana, pensé que se trataba, sencillamente, de un acto de justicia. Sin embargo, observo con tristeza (con franca desilusión) que, ahora que han finalizado la mayor parte de las obras de nuestra plaza más emblemática, ahora que la mayor parte de sus accesos están despejados y las Casas Consistoriales lucen con todo su esplendor, el ayuntamiento decide desterrar el jazz “al patio de atrás”. Cualquier alcalde progresista se enorgullecería (creo) de tener un espectáculo de esta envergadura ante sus Casas Consistoriales, de permitir que se celebre con todo el fasto posible un evento que no solo divierte, sino que interesa y forma a jóvenes músicos que luego pasearán el nombre de su ciudad por el mundo entero, como ahora lo hacen Moreno, Ballesteros y Curto.
No acabo de entender los motivos de este traslado del Festival Internacional Canarias Jazz & Más Heineken al patio trasero de nuestro templo de la ópera. Absurdos, se me ocurren unos cuantos. Por ejemplo, que se pretenda que Vegueta esté vetada a los eventos laicos o que la Sociedad Protectora de Animales haya denunciado al Festival porque los perros de la plaza de Santa Ana prefieren la música folklórica y no quieren que se les obligue a escuchar música contemporánea. Plausibles (que no razonables), solamente se me ocurre uno, pero me resisto a creerlo, porque me entristece y me decepciona: que esta Ciudad de Festivales entiende que no todos tienen la misma categoría.