No es fácil convertirse en un hombre digno. Pero aún más difícil es continuar siéndolo. Siempre se consideró una persona razonable y cabal. Civilizada. Poco a poco, gracias a años de lecturas y de intercambio de ideas con personas inteligentes e informadas, había logrado dejar atrás su educación machista y patriarcal, convirtiéndose en un individuo tolerante, amigo del diálogo y amante de la justicia y la igualdad. Humanista convencido, detestaba las banderas, los uniformes, los nacionalismos, la violencia, la xenofobia, el conservadurismo, las reacciones manejadas por el mercantilismo deshumanizado. Pero aquel domingo, dos semanas después de haber cumplido los cuarenta y tres años, se dejó llevar por medios de comunicación, amigos y familiares, incluida su mujer, aficionada al fútbol, y se sentó ante el televisor, acompañado de sus íntimos y armado con cervezas y paquetes de papas fritas, para ver el partido de la final. Jugada a jugada, falta a falta, tarjeta amarilla a tarjeta amarilla, se fue contagiando de toda aquella euforia futbolística que acompañaba a la selección nacional en esa jornada histórica. Aquel domingo no había crisis, no había diferencias políticas, no había interpretaciones de la realidad social o geopolítica. Había simplemente, un sentimiento único (él jamás lo hubiera llamado “pensamiento”) hermanando a todos en una ola exultante que llegó a su punto álgido cuando el equipo de su país (ahora, de repente, se había convertido en ciudadano de aquel país del cual, racionalmente, se sentía únicamente súbdito) marcó el gol de la victoria. Cuando, afónicos y ebrios, su mujer y él se retiraron a casa, sentía en su interior que algo había cambiado, pero no sabía de qué se trataba exactamente. Era como si hubiera crecido físicamente, como si fuera más alto, más ancho, más pesado. Tardaron en dormirse, comentando en la cama los momentos principales del encuentro, elogiando la deportividad de los jugadores, discutiendo la oportunidad perdida de algún delantero, la ambigüedad de alguna de las sanciones arbitrales.
Se despertó a las ocho de la mañana de un lunes en el que los informativos no hablaban de otra cosa que del triunfo. Su mujer, como acostumbraba, ya se había ido al trabajo. Él disponía de algunas horas más. Sin embargo, no volvió a dormirse. Se quedó en la cama sintiéndose grande y pesado (más grande y pesado aun que la noche anterior) y, sintiendo picor en el pecho, se llevó la mano allí para rascárselo. Entonces fue cuando vio que su mano ya no era su mano, sino una zarpa. Incluso en la semipenumbra del dormitorio, velado por la persiana, vio aquel miembro descomunal e hirsuto, con grandes y negrísimas uñas. De un salto, se levantó y observó en el espejo de la alcoba su cara en la que los rasgos originales se habían deformado hasta componer aquella terrible máscara de ojos sanguinolentos y labios groseros enmarcando unos temibles dientes amarillos. Percibió, al mismo tiempo, un hedor nauseabundo que emanaba (reconoció con terror) de su propio cuerpo. Se quedó allí parado unos momentos más, observando fijamente a esa bestia abominable que era él mismo. Finalmente, comprendió, tantos años de esfuerzo no habían servido de nada; había bastado con dejarse arrastrar una sola vez para que todo se fuera al garete. Había ocurrido y se trataba, probablemente, de algo irremediable: se había convertido en un ogro. Renunció a decir algo en voz alta para comprobar si podría reconocer su propia voz. Simplemente, eructó.
Maravilloso. Ha sido un placer comprobar que no hesido yo la única que me sentí eufórica ayer, cuando no me gusta el fútbol. ¿Cómo controlar al monstruoque llevamos dentro?. Gracias Alexis ha sido mejestuoso.
Jjajajja…muy bueno lo del eructo.
A veces mejor no mirarse al espejo….
o «érase el hombre a un balón pegado»
muy bueno! gracias, valiente
Somos lo que somos, por mucho que queramos y tardemos en disfrazarnos. Unos son ogros, otros niños, unos predadores, otros presas…
De vez en cuando viene bien conocer al vecino… cuando no a nosotros mismos.
Bonito homenaje al señor Samsa 😉
Como decirte, como contarte, si a mí me ha costado entenderlo años de estudio en Psicología. Va más allá del «cerebro reptil». Así, que…………..seguiré sirviéndote de inspiración.
Muy buena esta crónica histórica. ¿Qué pensaría este «ogro» el día después cuando encienda la TV o la radio o mire el periódico… ?
🙂
El amor nos transforma, el fútbol también, el eructo nos acerca a nuestro pasado o a nuestro presente, mejor fuera que dentro, cosa que no pasa con los goles, mejor dentro que fuera…