Algunas muestras

30 09 2010

Si te interesa hacer una cata en algunas  nuevas voces narrativas en el blog del Laboratorio puedes leer algunos textos escritos por los participantes de la temporada pasada. En estos días estoy aprovechando para colgar en ese mismo sitio algunos (sería imposible colgarlos todos) de los trabajos que surgieron a partir de las propuestas del taller. Intentaré colgar, al menos, dos o tres cada semana (no quiero aumentar la frecuencia para que el lector tenga tiempo de disfrutarlos). Estoy seguro de que sus autores agradecerán tus comentarios.





El Aaiún

30 09 2010

No paro de decirme a mí mismo que este es un blog literario, que quienes lo visitan lo hacen buscando un respiro en medio del día, un poco de ficción o noticias sobre la ficción. Sin embargo, la realidad sigue ahí, estorbándome el sueño y preguntándome si voy a seguir ignorándola.

Hoy ha saltado al resto de los medios, pero, hasta anoche, sólo Guinguinbali seguía el viaje de un grupo de activistas saharauis y simpatizantes españoles a una conferencia internacional en Argel y su retorno. Ese retorno que aún no se ha hecho efectivo, porque ahora mismo se encuentran en El Aaiún, tras las agresiones sufridas por agentes de la policía marroquí (iban de paisano, pero, como acaba de contar Willy Toledo en Canarias Ahora Radio, tenían chalecos que les identificaban como tales) en el mismo aeropuerto. En ese grupo están, además del actor, Carmelo Ramírez y la periodista Laura Gallego, que es quien, con su esfuerzo (y su valor, que todo hay que decirlo), ha conseguido que quien lo desee pueda disponer de una información directa y completa acerca de este viaje y de esta acción represiva. En los medios nacionales, la noticia es que Willy ha sido agredido o que «Activistas españoles se enfrentan a la Policía Marroquí». Lo primero es incompleto. Lo segundo es falso. Quien pese menos de cien kilos y haya estado alguna vez frente a un policía marroquí entenderá por qué.

Pero como este es un blog literario y quienes lo visitan buscan ficción, me limito a reseñar la noticia y a remitirte a Guinguinbali o a Canarias Ahora Radio, donde, ahora mismo, Juan García Luján entrevista a algunos de los testigos.  Y aunque este es un blog literario y de ficción, aprovecho para dar las gracias a Laura Gallego por arriesgarse físicamente para que podemos estar realmente informados sobre estos hechos.





Huelga

28 09 2010

Acerca de la huelga general convocada para mañana miércoles, llevo varios días escuchando o leyendo exageraciones de un lado y de otro en los medios de comunicación. Por ejemplo, ayer, un tertuliano radiofónico llegó a hablar de piquetes violentos que arrasarían con los pequeños negocios (habló del típico bazar de prensa y chucherías) que se atrevieran a abrir.

A mí me dejó perplejo tanta demagogia barata, porque cualquier persona informada sabrá que esta huelga general no representa una protesta contra los empresarios humildes, sino contra los otros (esos que están mucho más arriba y que tienen más influencia que la ciudadanía) y contra todo el aparato que, una vez más, ha vuelto a ponerse a su servicio (si alguna vez dejó de estarlo).

Creo que el hecho de que yo secunde este paro no aumenta en nada su eficacia (principalmente, porque yo produzco bien poco y no desempeño ninguna labor esencial para los demás), pero también pienso que es el momento de posicionarse. Y, cuando hay que posicionarse, nunca me posiciono del lado de las políticas liberales (o neoliberales). Hay una cosa que se llama «conciencia de clase» y que en mi caso adopta la forma de una vocecilla que me estorba el sueño cuando desoigo sus consejos.

Mañana, 29 de septiembre, este blog permanecerá inactivo. No será actualizado y los posibles comentarios no recibirán respuesta hasta el día 30. Igualmente, tampoco actualizaré ni responderé comentarios en http://laboratoriocreativoanroart.wordpress.com. Aunque sé que estamos a dos días del cierre de matrícula, sé que  los interesados me comprenderán y esperarán, pacientemente, hasta el jueves (advierto que ese blog tiene otros administradores y que ellos pueden elegir no secundar la huelga; aunque eso es poco probable, tienen todo el derecho a optar libremente).  Podría exponer mis motivos, pero creo que nadie podría hacerlo mejor que Luis García Montero en su post del 12 de septiembre.

Mañana, 29 de septiembre, tampoco responderé correos electrónicos de trabajo, ni actualizaré mi perfil de Facebook. Seguramente nos veremos en la calle, en alguna de las convocatorias.

Puede que pasado mañana parezca no haber cambiado nada. Puede que pasado mañana, cuando comiencen los bailes de cifras entre partidos, sindicatos y representantes de la patronal, alguien pueda pensar que sus acciones individuales no han servido para nada. Creo que quien piense así, se engañará.





Poética de la carne, 1

27 09 2010

Al principio pensó que se trataba de un grano. Como estaba situado sobre el bíceps izquierdo y él tendía al sedentarismo, no le molestaba demasiado. No obstante, no le dolía. Era como un quiste sebáceo que no aporta incomodidad alguna allende la estética. Sin embargo, al observar su rápida evolución, comenzó a inquietarse: mientras que el lunes no abultaba más de unos milímetros y sólo lo notó al rascarse descuidadamente, el jueves por la noche, en cambio, había alcanzado las proporciones y la forma de una almendra. Además, presentaba un color violáceo que no indicaba nada bueno. Su mujer, igualmente preocupada, anunció que al día siguiente, por la mañana, irían al médico. Él, en contra de su costumbre, asintió.

De madrugada, le despertó un escozor insoportable. En la oscuridad, pudo palpar algo viscoso que cubría el forúnculo, ahora algo menos voluminoso. Supuso que era pus, que, en efecto, se trataba de un grano y que había reventado. Se levantó, cuidando de no despertar a su mujer, y fue al baño, agradeciéndose no tener que perder la mañana en la consulta del médico. Cuando encendió la luz, se enfrentó al horror: el fino hilo de sangre que recorría el antebrazo, el trozo de carne que se abría y cerraba en el inconfundible reflejo de un parpadeo, el ojo azul (ese ojo azul que no era suyo, que no pertenecía a su cuerpo y que formaba parte irremediable de él) devolviéndole una mirada de asombro.





La primera novela gótica

25 09 2010

La crítica coincide en señalar El castillo de Otranto, de Horace Walpole, como la primera novela gótica (y, por tanto, la primera novela de terror) de la Historia. Pero no te asustes, porque ya no asusta. La capacidad del lector para asustarse va disminuyendo conforme evoluciona el racionalismo y, desde 1764, cuando se escribió, es tal la variedad de formas con las que nos han provocado el canguelo, que ya miedo, lo que es miedo, no da. Esto lo ha explicado en alguna ocasión Rafael Llopis (que viene a ser uno de los mayores expertos sobre esto en España). Y, sin embargo, sigue siendo un libro divertidísimo y resulta muy interesante averiguar de qué polvos vienen estos lodos del horror numinoso actual.

El argumento de El castillo de Otranto puede resultar hoy ingenuo y enrevesado y, a primera vista, podría parecer que no tiene ninguna relación con lo que entendemos por “novela de terror”. Narra la historia del malvado Manfred, príncipe de Otranto y de sus oscuras maquinaciones para librarse de una maldición. Al principio del libro, su hijo va a casarse con Isabella, la hija de un marqués. Pero, en la víspera de la boda, muere de una forma terrible y absurda: un yelmo gigantesco cae del cielo y lo aplasta. Lo terrible es que, sin haber enterrado a su hijo, Manfred empieza a mover hilos para que la iglesia le permita repudiar a Hippolita, su mujer, y casarse con Isabella. Aparece también un campesino que no es quien realmente parece, que ayuda a Isabella a escapar y acogerse a sagrado en el monasterio cercano y que, ya de paso, se enamora de Matilda, la otra hija del marqués. Cuando fray Jerónimo, un monje del monasterio, se implica también en la defensa de Matilda, ya tenemos completo el plantel de personajes que se van a perder en una trama ágil, llena de giros argumentales y de sorpresas (Walpole parecía saber que, como decía Thompson, solo hay un argumento: “las cosas no son lo que parecen”), con rápidos diálogos entre lo sentimental y lo humorístico.

Contado así, todo este culebrón parece más una historia romántica que una novela de terror. Pero es que precisamente la novela gótica tiene mucho que ver con la aparición del romanticismo y sus atmósferas, sus personajes atormentados (insomnes, depresivos, obsesivos) incidirán directamente tanto en los románticos como en los post-románticos (piensa en Byron, en Shelley, en Bécquer). En El castillo de Otranto tenemos ya todos los elementos que luego hemos visto tantas veces repetidos en la literatura y en el cine: malvados poderosos que persiguen a heroínas indefensas, viejos castillos y abadías, llenos de recovecos y de pasadizos secretos, erotismo larvado, estirpes marcadas por una maldición, espectros que aparecen repentinamente, tormentas inesperadas, ruidos extraños y personajes que salen de los cuadros. Y, además, pasados por el crisol del humor negro y de un psicologismo conductista avant-la-lettre que influye en la vigencia del texto.

Cuando se publicó, Walpole fingió que se trataba de un libro napolitano del siglo XVI que contaba una historia sucedida en la Alta Edad Media. Pero ya en la sgunda edición reconoció que lo había escrito él, de un tirón, después de una pesadilla. Walpole, conde de Orford, era un señor muy curioso. Político, escritor y arquitecto, su orientación sexual fue muy polémica. No se casó nunca, pero estuvo relacionado con varias mujeres, con quienes, al parecer, no llegó jamás a consumar. Eso, parece ser, era la comidilla en su entorno social (el de la alta aristocracia británica del siglo XVIII) y sus enemigos llegaron a utilizar esto para atacarlo. Como arquitecto, era también muy innovador. Su mansión de Strawberry Hill es un notable capricho neogótico.

Pero ha pasado a la Historia como escritor y, de entre sus obras, la que más sobrevive al tiempo, es esta, que fue elogiada tanto por los románticos como, posteriormente, por los surrealistas, quienes la reivindicaron junto con los Cantos de Maldoror, de Duccase.

El lector actual va a encontrar en El castillo de Otranto una novela rápida, divertidísima, con una trama laberíntica que le llevará de un lado a otro casi en volandas, mientras va encontrando continuas sorpresas sobrenaturales y no tan sobrenaturales. Así que como mínimo, la diversión está asegurada. Pero, aparte de esto, hay mucho más. Además, es de esos libros para época de crisis, ya que está editado en El Libro de Bolsillo de Alianza Editorial (a veces pienso qué hubiera sido de mí sin esta colección). Tú verás lo que haces, pero yo en tu lugar no me perdería estas 195 páginas de persecuciones, pasadizos secretos, doncellas perseguidas y fantasmas que se mueven alrededor del malvado Manfred y sus oscuras maquinaciones.





Otoño en bicicleta

23 09 2010

Y llega el otoño con una lluvia lenta y sofocante y noches bochornosas y nostalgia de siestas veraniegas. En los medios de comunicación, los jefecillos locales se preparan para la primavera, desmarcándose de alianzas circunstanciales, sorprendiendo a la audiencia con incoherentes cambios de signo y yo les agradezco que me recuerden a 1984 (libro triste pero buena literatura al fin), donde los redireccionamientos ideológicos provocaban cribas sistemáticas que modificaban las hemerotecas, para poder así modificar la Historia. Pero el otoño tiene sus ventajas. Vuelven las exposiciones, el cine dirigido a una audiencia adulta, el retorno a los compañeros de trabajo o de estudio, las charlas, el teatro, los encuentros diarios en las calles, esos saludos breves a causa de la urgencia, pero igualmente afectuosos. Se puede aprovechar para leer a Anaïs Nin, para ver una película europea, para retomar proyectos olvidados o recordar que hay que crear otros nuevos, porque la vida es como una bicicleta: si pedaleas, avanza; si te paras, se cae. La frase no es mía pero siempre la juzgué acertada, sobre todo cuando llegan estos días de otoño, en los que todo parece tan cuesta arriba cuando, en realidad, es tan hermoso.





Donde no habite el olvido

21 09 2010

Estos días de septiembre se me están llenando de cosas extrañas. Sobre mi mesa de trabajo se mezclan la programación de los talleres del LCA, una historia corta de violencia, estudios sobre la Guerra Civil y el  Diccionario Jázaro, mientras me pregunto si participaré o no en la huelga general (lo cual resultará, en todo caso, de poca utilidad, ya que nadie controla mi horario laboral y al mundo le es indiferente si dejo de escribir durante 24 horas o incluso definitivamente) y consumo viejos documentales de CNT, cine de la Transición y películas del Régimen.

Estos días (y noches) de septiembre se me están llenando de proyectos, de viejas lecturas olvidadas y de ideas inquietantes que serán, mucho me temo, el germen de un nuevo trabajo, probablemente incómodo y difícilmente comercializable, pero que habré de emprender porque cada línea que uno escribe (cada ladrillo que cada albañil pone, cada zanja que cada obrero abre) es un uppercut que se le propina a la Muerte.

Y, todo esto, con mala conciencia, pues sé que allá afuera (o allá abajo) hay mineros encerrados (no hablo de los de Chile) y empleados de la limpieza que se han quedado en la calle por causa de la mala gestión de sus patronos (los que se dedican a echarle mierda encima de oídas al funcionariado deberían  preguntarse por qué los mismos medios que los critican son partidarios de las privatizaciones, las subcontratas y las sub-subcontratas) y porque solo 27 ó 28 votos no interesan a nadie.

Justo en estos días, cuando intento contar la historia de unos hombres a los que la Historia olvidó, de algunos poetas y obreros (o ambas cosas) a quienes se elidió porque pensaban y hacían pensar, alguien a quien amo me recuerda que hoy, precisamente hoy, 21 de septiembre, coinciden dos celebraciones: el Día Mundial del Alzheimer y el aniversario de Luis Cernuda. Quizá se trate de una mera casualidad; o quizá  Jung tenía razón y en ocasiones todas las cosas encajan; o, sencillamente, acaso mi mente esté empeñada en hacerlas encajar. No obstante, resulta ser demasiada coincidencia para mí, que trabajo en la vindicación de poetas olvidados. En cualquier caso, todo esto me da la oportunidad de manosear una de las antologías de Cernuda que andan por casa y copiar unos versos para ti, que, como yo, formas parte de esta sociedad enferma de amnesia:

Quiero, con afán soñoliento,
Gozar de la muerte más leve
Entre bosques y mares de escarcha,
Hecho aire que pasa y no sabe.
Quiero la muerte entre mis manos,
Fruto tan ceniciento y rápido,
Igual al cuerno frágil
De la luz cuando nace en el invierno.
Quiero beber al fin su lejana amargura;
Quiero escuchar su sueño con rumor de arpa
Mientras siento las venas que se enfrían,
Porque la frialdad tan solo me consuela.
Voy a morir de un deseo,
Si un deseo sutil vale la muerte;
A vivir sin mí mismo de un deseo,
Sin despertar, sin acordarme,
Allá en la luna perdido entre su frío.

De Donde habite el olvido.





Un hombre grande

19 09 2010

En la adolescencia, en un cancionero elaborado por algún colectivo juvenil cercano a las izquierdas (no recuerdo cuál: eran muchos los colectivos y muchas las izquierdas aunque para nosotros la Izquierda era una sola) descubrí una canción que destrocé más de una vez, en reuniones con amigos, en asaderos y excursiones, entre otras muchas de Silvio Rodríguez, de Joan Manuel Serrat, de Atahualpa Yupanqui, de Luis Eduardo Aute o Pablo Milanés.  Aquella canción olía a revolución y a esperanza, a perseverancia en los ideales que creemos justos, a larga paciencia en épocas oscuras. Más tarde descubriría que el autor de aquella canción era un señor campechano y serio tras unos ojos redondos que, sin embargo, parecían sonreír. Le vi recorrer pueblo tras pueblo, ir a visitar al rey con la boina puesta, cosa que el rey aceptó con campechanía (ya se sabe, el rey es campechano, como si eso resultara ser en él una virtud) y enfrentarse a solas a un centenar de individuos que pretendían impedirle hablar. En esa ocasión dio a entender, creo, algo importante: quienes han estado toda la vida impidiendo que hable el pueblo, debería callar ahora y dejar que se escuchen otras voces que no sean las suyas.

Ahora ese señor grandote (no sé qué altura tenía realmente, pero yo siempre lo imaginaba como a alguien grande,  quizá porque su talla moral contagiaba, en mi mente, a la física), ha fallecido tras una enfermedad larga y yo echaré de menos su mochila, su boina y su guitarra, igual que echaba de menos durante  las retransmisiones desde el Congreso escuchar hablar a alguien que me cayera realmente bien.

Un amigo me dijo en cierta ocasión: «Si todos los políticos fueran como José Antonio Labordeta, este país sería menos absurdo». Siempre sospeché que tenía razón. Pero esas cosas nunca se comprueban hoy: siempre mañana.





Última Orozco

18 09 2010

Ahora empiezan a salir los libros del otoño. Novelas con tapa dura, carísimas, de 500 ó 600 páginas (eso no tendría nada de malo, si no fuera porque generalmente, suelen sobrarles 400). Y a mí, qué quieres que te diga, cuando veo en los escaparates estos ladrillos que las editoriales y los críticos a sueldo de éstas quieren obligarme a leer, lo que se me pone, es cuerpo de poesía.

De entre los últimos descubrimientos que he hecho (agradezco mi ignorancia, que me permite hacer un descubrimiento casi cada día), te traigo uno que debo agradecer a una buena amiga y que lamento no haber hecho antes. Se trata de una poeta descomunal, muy poco publicada (o, más bien, descatalogada) en España y por la que hay auténtica devoción en el resto del mundo hispano. Te hablo de la argentina Olga Orozco, de quien el año pasado editó Bruguera, en su colección de poesía, Últimos poemas. ¿Qué vas a encontrar entre las tapas de ese libro? Pues precisamente sus últimos doce poemas, que Orozco dejó sobre su mesa de trabajo, ordenados en dos carpetas, antes de ingresar en el hospital para una operación a la que no sobrevivió y que fueron preparados para la edición por su amiga íntima, la poeta y traductora Ana Becciú.

La poesía de Olga Orozco es una poesía aparentemente sencilla, de verso libre que no abusa de los grandes alardes técnicos, pero oculta una elaboración muy precisa. El resultado es puro ritmo, pura hipnosis. Tiene tendencia al verso largo, empleado como un versículo de indagación metafísica, de verdad inasible encontrada en el propio yo y en las cosas cotidianas. Porque, más allá de lo formal, como dice Ana Becciú, la de Orozco es una poesía esencialmente autobiográfica y lírica, esto es, donde la poeta escribe no sobre su propia persona real, sino sobre una subjetividad del poeta que se nombra como otro, eso que se denomina el “yo poético” (y que nos ha dado tantos poemas memorables de, por ejemplo, Sá-Carneiro).

Y, pese a ser tan personal, cualquiera puede reconocerse en estos versos que nos hablan de la vida, del tiempo, de la nostalgia y de Dios, desde la perspectiva tremendamente vitalista de una persona de 79 años que mira, tanto al pasado como al futuro, con una sonrisa de inteligencia. Me gustan los poetas maduros, que miran con la lúcida sencillez de quien ya está casi del otro lado y, sin embargo, continúa haciéndose preguntas esenciales (pienso en los últimos libros de Ángel González, de José Hierro, de José María Millares).

Orozco, como te decía, es muy popular en Argentina. Nació en Toay, La Pampa, en 1920, pero vivió su juventud en Buenos Aires, donde frecuentó “malas compañías”, formando parte del grupo Tercera Vanguardia, encabezado por Oliverio Girondo, de quien ya te he hablado en alguna otra ocasión y se desempeñó principalmente en el periodismo, donde se dedicó, incluso, a redactar los horóscopos de la revista Clarín. Y aquí te cuento la anécdota (yo sé que a ti te gusta que te cuente curiosidades): le gustaba echar las cartas. Era muy aficionada al Tarot le inspiró más de un poema. Pero, al margen de la anécdota, las influencias de las que bebe Orozco son bastante más ilustres y muy variadas, porque en ella se escuchan los ecos de San Juan de la Cruz, Luis Cernuda, Czeslaw Milosz o Rilke. Por otra parte, fue amiga íntima de otra poeta enorme: Alejandra Pizarnik.

Últimos poemas, de Olga Orozco, 77 páginas en Bruguera Poesía (colección muy interesante donde está editado también Lugares que fueron tu rostro, del cronopio José Carlos Cataño). Como te decía, ahora salen a la calle todos esos tochos larguísimos que las editoriales nos venden para el otoño, pero podemos curarnos de tanta página que sobra leyendo alguna imprescindible: un poco de esta poesía tan personal, tan bella, pero, sobre todo, tan humana.





Mundo real

17 09 2010

Aquel domingo de octubre, Marcos soñó que Ana desaparecía. No le abandonaba. No se marchaba. No era raptada. Simplemente, desaparecía. Se iba tornando más ligera, más lánguida. Finalmente, se volvía translúcida, como si fuera de gasa, para finalmente, esfumarse sin dejar más rastro que su recuerdo en un cuerpo que, sin embargo, era tan  material y tangible como siempre. Eso era lo más extraño: en el sueño, el cuerpo de Ana continuaba comiendo, paseando, durmiendo, yendo al cine con él, haciéndole el amor y colándose antes que él en el baño. Y, sin embargo, Marcos sabía que Ana no habitaba ya allí; que aunque no hubiera ningún cambio físicamente perceptible, Ana había desaparecido, pese a que nadie (salvo el propio Marcos) se hubiera dado cuenta. Al despertar, alargó la mano y comprobó que Ana estaba en la cama, durmiendo a su lado. Recorrió su perfil con la palma de la mano en una caricia que dibujó su tibia solidez bajo las sábanas.

Aliviado, fue a la cocina. Cuando volvió al dormitorio con el café (el ritual de casi cada domingo desde hacía quince años) y la despertó, ella le saludó con un beso que aún sabía a sueño. Mientras encendía el primer cigarrillo, Marcos se enfrentó a sus ojos y la buscó en ellos. Sintió entonces el horror, el abismo a sus pies, la pérdida irremediable, la ineluctable herida de la ausencia ante aquel cuerpo en el que Ana ya no estaba.








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