Estos días de septiembre se me están llenando de cosas extrañas. Sobre mi mesa de trabajo se mezclan la programación de los talleres del LCA, una historia corta de violencia, estudios sobre la Guerra Civil y el Diccionario Jázaro, mientras me pregunto si participaré o no en la huelga general (lo cual resultará, en todo caso, de poca utilidad, ya que nadie controla mi horario laboral y al mundo le es indiferente si dejo de escribir durante 24 horas o incluso definitivamente) y consumo viejos documentales de CNT, cine de la Transición y películas del Régimen.
Estos días (y noches) de septiembre se me están llenando de proyectos, de viejas lecturas olvidadas y de ideas inquietantes que serán, mucho me temo, el germen de un nuevo trabajo, probablemente incómodo y difícilmente comercializable, pero que habré de emprender porque cada línea que uno escribe (cada ladrillo que cada albañil pone, cada zanja que cada obrero abre) es un uppercut que se le propina a la Muerte.
Y, todo esto, con mala conciencia, pues sé que allá afuera (o allá abajo) hay mineros encerrados (no hablo de los de Chile) y empleados de la limpieza que se han quedado en la calle por causa de la mala gestión de sus patronos (los que se dedican a echarle mierda encima de oídas al funcionariado deberían preguntarse por qué los mismos medios que los critican son partidarios de las privatizaciones, las subcontratas y las sub-subcontratas) y porque solo 27 ó 28 votos no interesan a nadie.
Justo en estos días, cuando intento contar la historia de unos hombres a los que la Historia olvidó, de algunos poetas y obreros (o ambas cosas) a quienes se elidió porque pensaban y hacían pensar, alguien a quien amo me recuerda que hoy, precisamente hoy, 21 de septiembre, coinciden dos celebraciones: el Día Mundial del Alzheimer y el aniversario de Luis Cernuda. Quizá se trate de una mera casualidad; o quizá Jung tenía razón y en ocasiones todas las cosas encajan; o, sencillamente, acaso mi mente esté empeñada en hacerlas encajar. No obstante, resulta ser demasiada coincidencia para mí, que trabajo en la vindicación de poetas olvidados. En cualquier caso, todo esto me da la oportunidad de manosear una de las antologías de Cernuda que andan por casa y copiar unos versos para ti, que, como yo, formas parte de esta sociedad enferma de amnesia:
Quiero, con afán soñoliento, Gozar de la muerte más leve Entre bosques y mares de escarcha, Hecho aire que pasa y no sabe. Quiero la muerte entre mis manos, Fruto tan ceniciento y rápido, Igual al cuerno frágil De la luz cuando nace en el invierno. Quiero beber al fin su lejana amargura; Quiero escuchar su sueño con rumor de arpa Mientras siento las venas que se enfrían, Porque la frialdad tan solo me consuela. Voy a morir de un deseo, Si un deseo sutil vale la muerte; A vivir sin mí mismo de un deseo, Sin despertar, sin acordarme, Allá en la luna perdido entre su frío.De Donde habite el olvido.