Y llega el otoño con una lluvia lenta y sofocante y noches bochornosas y nostalgia de siestas veraniegas. En los medios de comunicación, los jefecillos locales se preparan para la primavera, desmarcándose de alianzas circunstanciales, sorprendiendo a la audiencia con incoherentes cambios de signo y yo les agradezco que me recuerden a 1984 (libro triste pero buena literatura al fin), donde los redireccionamientos ideológicos provocaban cribas sistemáticas que modificaban las hemerotecas, para poder así modificar la Historia. Pero el otoño tiene sus ventajas. Vuelven las exposiciones, el cine dirigido a una audiencia adulta, el retorno a los compañeros de trabajo o de estudio, las charlas, el teatro, los encuentros diarios en las calles, esos saludos breves a causa de la urgencia, pero igualmente afectuosos. Se puede aprovechar para leer a Anaïs Nin, para ver una película europea, para retomar proyectos olvidados o recordar que hay que crear otros nuevos, porque la vida es como una bicicleta: si pedaleas, avanza; si te paras, se cae. La frase no es mía pero siempre la juzgué acertada, sobre todo cuando llegan estos días de otoño, en los que todo parece tan cuesta arriba cuando, en realidad, es tan hermoso.