La crítica coincide en señalar El castillo de Otranto, de Horace Walpole, como la primera novela gótica (y, por tanto, la primera novela de terror) de la Historia. Pero no te asustes, porque ya no asusta. La capacidad del lector para asustarse va disminuyendo conforme evoluciona el racionalismo y, desde 1764, cuando se escribió, es tal la variedad de formas con las que nos han provocado el canguelo, que ya miedo, lo que es miedo, no da. Esto lo ha explicado en alguna ocasión Rafael Llopis (que viene a ser uno de los mayores expertos sobre esto en España). Y, sin embargo, sigue siendo un libro divertidísimo y resulta muy interesante averiguar de qué polvos vienen estos lodos del horror numinoso actual.
El argumento de El castillo de Otranto puede resultar hoy ingenuo y enrevesado y, a primera vista, podría parecer que no tiene ninguna relación con lo que entendemos por “novela de terror”. Narra la historia del malvado Manfred, príncipe de Otranto y de sus oscuras maquinaciones para librarse de una maldición. Al principio del libro, su hijo va a casarse con Isabella, la hija de un marqués. Pero, en la víspera de la boda, muere de una forma terrible y absurda: un yelmo gigantesco cae del cielo y lo aplasta. Lo terrible es que, sin haber enterrado a su hijo, Manfred empieza a mover hilos para que la iglesia le permita repudiar a Hippolita, su mujer, y casarse con Isabella. Aparece también un campesino que no es quien realmente parece, que ayuda a Isabella a escapar y acogerse a sagrado en el monasterio cercano y que, ya de paso, se enamora de Matilda, la otra hija del marqués. Cuando fray Jerónimo, un monje del monasterio, se implica también en la defensa de Matilda, ya tenemos completo el plantel de personajes que se van a perder en una trama ágil, llena de giros argumentales y de sorpresas (Walpole parecía saber que, como decía Thompson, solo hay un argumento: “las cosas no son lo que parecen”), con rápidos diálogos entre lo sentimental y lo humorístico.
Contado así, todo este culebrón parece más una historia romántica que una novela de terror. Pero es que precisamente la novela gótica tiene mucho que ver con la aparición del romanticismo y sus atmósferas, sus personajes atormentados (insomnes, depresivos, obsesivos) incidirán directamente tanto en los románticos como en los post-románticos (piensa en Byron, en Shelley, en Bécquer). En El castillo de Otranto tenemos ya todos los elementos que luego hemos visto tantas veces repetidos en la literatura y en el cine: malvados poderosos que persiguen a heroínas indefensas, viejos castillos y abadías, llenos de recovecos y de pasadizos secretos, erotismo larvado, estirpes marcadas por una maldición, espectros que aparecen repentinamente, tormentas inesperadas, ruidos extraños y personajes que salen de los cuadros. Y, además, pasados por el crisol del humor negro y de un psicologismo conductista avant-la-lettre que influye en la vigencia del texto.
Cuando se publicó, Walpole fingió que se trataba de un libro napolitano del siglo XVI que contaba una historia sucedida en la Alta Edad Media. Pero ya en la sgunda edición reconoció que lo había escrito él, de un tirón, después de una pesadilla. Walpole, conde de Orford, era un señor muy curioso. Político, escritor y arquitecto, su orientación sexual fue muy polémica. No se casó nunca, pero estuvo relacionado con varias mujeres, con quienes, al parecer, no llegó jamás a consumar. Eso, parece ser, era la comidilla en su entorno social (el de la alta aristocracia británica del siglo XVIII) y sus enemigos llegaron a utilizar esto para atacarlo. Como arquitecto, era también muy innovador. Su mansión de Strawberry Hill es un notable capricho neogótico.
Pero ha pasado a la Historia como escritor y, de entre sus obras, la que más sobrevive al tiempo, es esta, que fue elogiada tanto por los románticos como, posteriormente, por los surrealistas, quienes la reivindicaron junto con los Cantos de Maldoror, de Duccase.
El lector actual va a encontrar en El castillo de Otranto una novela rápida, divertidísima, con una trama laberíntica que le llevará de un lado a otro casi en volandas, mientras va encontrando continuas sorpresas sobrenaturales y no tan sobrenaturales. Así que como mínimo, la diversión está asegurada. Pero, aparte de esto, hay mucho más. Además, es de esos libros para época de crisis, ya que está editado en El Libro de Bolsillo de Alianza Editorial (a veces pienso qué hubiera sido de mí sin esta colección). Tú verás lo que haces, pero yo en tu lugar no me perdería estas 195 páginas de persecuciones, pasadizos secretos, doncellas perseguidas y fantasmas que se mueven alrededor del malvado Manfred y sus oscuras maquinaciones.