Un pequeño adelanto de Los tipos duros no leen poesía.
Sí, ahí estaba la ciudad, esa gandula pachorruda y despistada que intentaba asimilar un ritmo y un modo de vida que no le eran propios, como un orangután con esmoquin obligado a usar correctamente los cubiertos. Estaba ahí, tras la puerta acristalada del Bar Casablanca, tosiendo, asfixiándose y sudando en los motores de los vehículos que parecían empujarse unos a otros por la calle León y Castillo. Eladio Monroy, desde su mesa habitual, la vigilaba a rápidos vistazos, mientras exploraba su ejemplar de El País y tomaba su cortado de cada día en la misma taza cascada de siempre.
Iba en sandalias, pantalón corto y camiseta (una camiseta gris en la que había una caricatura de un tipo barbudo y larguirucho jugando al tejo), pero el sudor le perlaba la enorme cabezota afeitada, obligándole a llevarse la mano a la frente cada pocos minutos para sacudirse las gotas, emitiendo, simultáneamente, malhumorados resoplidos.
De vez en cuando llegaba o se marchaba algún cliente que le palmeaba el hombro o, simplemente, alzaba una mano a modo de saludo. Monroy respondía con un meneo de cabeza, procurando no perder la concentración. Cuando no lo conseguía, cuando se veía obligado a esforzarse para poder retomar el hilo de la lectura, se pellizcaba el mentón, tal y como quienes le conocían bien sabían que solía hacer cuando pensaba.
El hombre que entró en el Casablanca esa mañana de septiembre no era un conocido. Delgado, de mediana edad, vestía un traje de chaqueta en color crudo, probablemente de lino, camisa de mil rayas y unos mocasines de charol blanco y gris dignos de Fred Astaire. Lucía un casquete de cabello cano peinado hacia atrás sin una sola sospecha de alopecia, enmarcando un rostro ovalado de rasgos distinguidos en el que brillaban dos profundos ojos azules y se movía con una soltura excesiva. En resumen: tenía la espalda muy recta, la cabeza muy alta y un contoneo de hombros muy antipático.
Si te apetece saber más, nos vemos esta tarde, a las 19:30, en el salón de actos Manuel Padorno, de la Biblioteca Pública del Estado en Las Palmas (en la avenida Marítima).
Mucha «mierda» con el nuevo hijo. ¡Chapeau!!!
Felicidades
Estoy segura que Eladio Monroy es un tipo duro que lee poesía. . Ya lo sabremos.
¡Claro que me apetece saber más!, pero los deberes del día a día, no me dejan mucho tiempo para mí.
De todas formas, que sepas que ¡eso no se hace!, ¡oooh!, ahora la deja a una con el intringulis en la punta de la curiosidad, jejjej. Lo leeré, seguro, pero, que vuelvas a saber que eres un Capullito de alelí, de Papá, de Mamá y de Tití………
¡Touché!
Me encantó el buen rollito que se respiró ayer en la presentación. Mastro Juan, demostró sus conocimientos de la psicología del canario, al menos de uno como Eladio. Rivalizó en socarronería con el prota de la novela. Además regaló en forma de alusiones indirectas, un reconocimiento a un familiar. Ginés… pues, su verborrea delata al gran comunicador que es, además de coñón, guasón y humilde en sus confesiones respecto de sus inquietudes literarias. Años ha que nos conocemos. En fin, que uno se siente siempre a gusto en el Universo Schamanero, al menos el de nuestra época. Y cuando digo Schamanero aludo al Imperio que extiende sus dominios sobre lo que antiguamente se llamaba Ciudad Alta y que abarcaba desde Cuatro Cañones hasta la Central Lechera en la frontera de lo que luego sería La Feria y que engloba los «condados» de este lado del Guniguada llamados Escaleritas, Arapiles, Las Rehoyas, Las Chumberas y cuyo eje dinamizador, mal que les pueda pesar a los insignes habitantes de las colonias mencionadas, fue Schamann. Me dejo atrás los barrios de La Feria y Cruz de Piedra por advenedizos y falta de solera. Sin acritud, que en socaron hablamos .
¿Socaron?… ¿Socabrón?… ¿Se habrá entendido?