Feliz cumpleaños, Borges

24 08 2011

Aniversario del nacimiento de Borges. Necesidad de recordarlo o, más bien, excusa para recordarlo, para hablar de él y, sobre todo, de su obra.

Quizá, lo más apropiado, sería remitir al lector a Movimiento perpetuo, de Augusto Monterroso, al texto «Beneficios y maleficios de Jorge Luis Borges», que allí figura. Siempre me ha parecido la mejor introducción al universo borgeano. De hecho, esa fue la primera referencia interesante sobre el argentino a la cual tuve acceso. Ocurrió cuando leí ese libro a los catorce años. Así que, poco después, cuando me cayó en las manos el ejemplar de  Ficciones que aún conservo, creía saber a lo que me enfrentaba. Pero no lo sabía. Por eficaz (y eficiente) que fuera aquel artículo de Monterroso, se quedaba corto, como se quedará esta entrada, como se quedará todo aquello que intente contar lo que es Borges y, sobre todo, lo que implica su obra.

Cuando comencé a leer a Borges, estaba de moda criticarlo por su postura ante la Junta Militar, por su conservadurismo. Nadie recordaba su solitario activismo en la época de Perón, que lo hizo caer en desgracia, con amenazas de muerte y cargos ridiculizadores incluidos. Sin embargo, no me costó olvidar su figura pública, su tendencia a lo burgués, como tampoco me cuesta hacerlo cuando leo a Sándor Márai, a Delibes o a Flaubert, porque cuando un autor es realmente grande, el lector olvida todo lo que no es libro.

Borges es un ensayista capaz de intrigarnos como un narrador, un narrador con el ritmo de un poeta, un poeta con la capacidad para atisbar lo trascendental en lo cotidiano que solo puede tener el mejor de los ensayistas.

Ese autor, lector voraz de enciclopedias, a quien le fueron concedidos a un tiempo los libros y la noche, que dijo asombro donde otros dicen solamente costumbre (máxima que me impongo a mí mismo cada vez que me siento a escribir ficción), que no había leído a Vargas Llosa y que, al parecer, opinaba de Cien años de soledad que con cincuenta hubiera bastado, figura siempre entre aquellos a quienes no puedo leer sin fascinación. Y entre aquellos a cuya relectura recurro, cuando la actualidad del panorama editorial me hace temer que eso que denominamos «buena literatura» no exista. Borges (Ficciones, El Aleph, Historia de la eternidad, Historia universal de la infamia, El hacedor o Luna de enfrente, da igual el libro siempre que sea de Borges) me reconcilia indefectiblemente con la literatura.  Por varios motivos. El primero es, simplemente, técnico: la sencillez de su sintaxis, la elegante exactitud de su prosa, su morosidad para adjetivos y adverbios, o su habilidad para incluir siempre los más asombrosos («nadie lo vio venir en la unánime noche»). El segundo, su habilidad para construir argumentos perfectos, maravillosos edificios cuya estructura solo se ve muy a posteriori, expurgando de ellas todo aquello que no sea esencial a la trama e internándose en lo fantástico con verosimilitud pasmosa. En tercer lugar, su talento para convocar los temas más caros al humán moderno: el tiempo y la eternidad, los límites del conocimiento y la imposibilidad de aprehender el Absoluto, la contraposición entre azar y destino, la identidad y su relación con lo colectivo.

Y, todo esto, a través de (o sumido en un universo de) palabra escrita. Igual que Monterroso me acercó a Borges, Borges me acercó Buzzati y a Homero, a Stevenson y a Melville, a los Presocráticos y a Chesterton, a Kafka y a Las mil y una noches. Autores y libros a los que se (y me) acercaba reivindicando en ellos la pura fruición, el mero placer, el simple y casi indescriptible gozo de la literatura.

 

 





Abono de temporada

22 08 2011

A Sandra no le interesa la música culta. A Germán tampoco. Ana y yo, en cambio, estamos abonados a la temporada. Pero, en los últimos años, hemos escuchado muy poca música. Nada más empezar el Stockhausen, el Stravinsky o el Bartók de la velada, abandonamos nuestros asientos y nos encontramos en el baño de caballeros del auditorio municipal. Allí hacemos el amor durante todo el concierto. Gozamos de este hábito desde hace varias temporadas. Siempre así, siempre igual: los primeros acordes, la huida furtiva, el encuentro en el cuarto de baño, el sexo lúbrico y silencioso, la infidelidad asumida como una costumbre natural, casi sobrevenida. Después volvemos al foro con tiempo suficiente para sumarnos al aplauso, al bis, al fervor unánime.

De ordinario, nos reunimos más tarde con Sandra y Germán. Suelen esperarnos en alguna cafetería, porque ellos aprovechan esas tardes de concierto para ir al cine y ver alguna película china o iraní, de esas que a nosotros no nos interesan. Por eso, porque saben que a nosotros no nos interesa ese tipo de cine, no nos extraña que jamás cuenten nada acerca del argumento de la película.





Verano laborioso

19 08 2011

No: no he estado de vacaciones. Precisamente por eso es por lo que no he podido actualizar este blog en las últimas semanas.

En el Laboratorio Creativo Anroart hemos estado celebrando un Taller de Introducción al Cuento Literario y ahora, antes de abrir la matrícula del Taller de Introducción a la Narrativa (ya sabes, talleres estables), tendrá lugar un Taller de Textículos. Claro, microrrelatos (teoría y, sobre todo, práctica), ese tipo de textos tan aparentemente popular y tan radicalmente desconocido.

Toda la información está en laboratoriocreativoanroart.wordpress.com. Hay muy pocas plazas, así que, como siempre, las solicitudes se atenderán por estricto orden de llegada.





Cristianismo radical

19 08 2011

 

 

                          Es un hecho. Y un hecho es la cosa más convincente de este mundo.

Mijaíl Bulgákov: El maestro y Margarita.

Cuando el Diablo volvió para sembrar la iniquidad y el caos, no eligió Moscú, sino Madrid. Caía la tarde el jueves 18 de agosto del Año de Nuestro Señor de dos mil y once y el viejo Voland vio desfilar las huestes de jóvenes cristianos de todas las nacionalidades, arengados por decrépitos hombres de iglesia, que les animaban a provocar a quienes se sentían pisoteados. Curiosamente, las más agresivas eran las chicas. Voland nunca entendió por qué estaban tan empeñadas en pertenecer a un club que jamás las admitiría en su junta directiva. También vio a siniestros hombres de azul, que propinaban los golpes que aquellos no se atrevían a repartir. Finalmente, en el televisor de un viejo bar (donde no le permitieron fumar), entendió el motivo de todo aquello: allí estaba aquel hombre de blanco, intentando que resultara amable su rostro de sonrisa siniestra, mientras pedía a sus cachorros que retornaran a lo que él denominaba un «cristianismo radical».

Entonces comprendió que allí él no tenía nada que hacer: ya se encargaban los católicos de llevar a cabo su tarea. Pero se moría de aburrimiento, a causa de sus noventa años de inactividad. Pensó en otro destino. ¿Cuánto tiempo hacía que no se pasaba por Wall Street?

 








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