La mugre bajo la alfombra. Los timadores de Thompson

27 01 2012

Los timadores, de Jim Thompson, Barcelona, RBA, 176 páginas.

El libro de esta semana es de un viejo conocido nuestro, el maestro (maldito, alcohólico y sarcástico) Jim Thompson, que escribió en 1963 este libro recuperado por RBA en su Serie Negra: Los timadores.

Los timadores (hay versión cinematográfica, pero hablamos del libro) es lo que pide cualquier lector de Thompson: una novela rápida y tensa, con atmósferas opresivas, un argumento lleno de giros insertos en una trama aparentemente caótica pero, al fin, firme y personajes atormentados que se sumergen en sórdidos laberintos psicológicos. Esta vez no hay psicópata, pero sí que hay un personaje que vive al margen de la ley: el joven timador Roy Dillon.

Dillon tiene un problema con su madre, Lilly, una viuda que trabaja amañando apuestas en los hipódromos para la mafia de Baltimore. Lilly Dillon tuvo a Roy muy joven y no lo deseaba. Así que el chico no querido, en cuanto pudo, se fue de casa y acabó viviendo en Los Ángeles, donde, bajo la tapadera de su trabajo de vendedor a comisión, se especializó en dar lo que se llama el timo corto, pequeñas estafas en bares y comercios. Además, mantiene una relación con Moira Langtry, una mujer mayor que él y que resulta ser también una estafadora, pero de un nivel superior, cercano al de su madre. Cuando Lilly, siguiendo la temporada hípica, se traslada a Los Ángeles y vuelve a entrar en contacto con su hijo, se establecerá un triángulo tenso y complejo entre estos tres personajes cuyas relaciones van a ir enredándose en una trama que cada vez se complicará más, hasta que, finalmente todo estalle para demostrarnos que las cosas no son lo que parecen.

Ya comentamos en otra ocasión que las novelas de Thompson no son hard boiled al uso. Sus protagonistas no investigan crímenes: los cometen. En ocasiones, el crimen tiene raíz hedónica, es algo consustancial a la saciedad de los apetitos y los personajes no se detienen en ningún momento a sopesar la corrección de sus acciones. Otras veces, como en este caso, se debaten entre buscar un cierto orden en sus vidas o seguir el camino fácil. En cualquier caso, Thompson bucea en la psique humana y en las relaciones interpersonales como pocos lo han hecho, a través de textos aparentemente deslavazados pero, en realidad, cuidados al detalle, en los cuales, casi en cada página, ocurren cosas que sorprenden, divierten o atraen morbosamente al lector, haciéndole pensar seriamente sobre cosas que atañen a la moral, a la sociedad o, incluso, a la mística, porque siempre hay algo de fatalidad, de ausencia de Dios, de soledad primordial en todos y cada uno de sus personajes atormentados y crepusculares.

Junto con Chester Himes y David Goodis, Thompson es uno de los tres grandes malditos de la novela negra. Nada que ver con los fenómenos prefabricados y  aburguesados que nos traen en los últimos años las editoriales para explotar el filón negrocriminal. Más bien al contrario: son gente que escribe con las tripas textos sucios pero honestos, para que los leamos con el corazón en un puño mientras nos desvelan la mugre oculta bajo la alfombra de la realidad.





Garzón: ¿personaje de Almodóvar o de Ibsen?

18 01 2012

Escribo novela negra. El género da para muchos lugares comunes. Uno de ellos, que me parece particularmente atractivo, es la corrupción. Los que nos dedicamos habitual o puntualmente al género desde el neo-pólar francés de los años setenta, solemos aprovechar sus posibilidades para denunciar fenómenos sociales indeseables contra los cuales no podemos actuar de otro modo: la corrupción institucionaliazada, el tráfico de influencias, los negocios sucios sufragados a costa del erario público, el blanqueo de dinero, la forma en que el sistema crea mecanismos que permitan que los delincuentes de cuello blanco salgan bien parados o, incluso, el terrorismo de estado, la impunidad de los asesinos y los torturadores. Siempre he pensado que en este mundo injusto que permite estos y otros males, la literatura nos permite, al menos, señalarlos y confraternizarnos con el lector, seguramente también asqueado ante esos crímenes e indignado por el hecho de que nadie haga nada por acabar con ellos o de que, cosa aún más lamentable, quien intente hacerlo tenga mucho tiempo y muchos motivos para arrepentirse.

Este último es el caso de Baltasar Garzón, que se sienta en el banquillo, acusado por el abogado de un implicado en una trama que apesta. Y lo hace porque intentó evitar, junto a policías y fiscales, que los acusados en esta trama continuaran blanqueando dinero con ayuda de sus abogados.

Por supuesto, a nadie que sepa cómo va el mundo le extrañará que algunos delincuentes estén yendo a por Garzón. Ni que los poderes fácticos hagan piña con ellos para acabar con un juez que les resulta molesto porque, entre otras cosas, tiene sentido de la ética y de la Historia y, además, no es sobornable, lo cual le convierte en un individuo peligroso.

No pensaba escribir nada sobre este asunto, porque ya ocupa las portadas de todos los periódicos y, al fin, es el pan nuestro de cada día: los injustos ganan; los justos pierden. Pero hoy (18 de enero de 2012) he leído algo que me ha llamado la atención: desde las páginas de Canarias 7, Manuel Mederos, hace una comparación: opone a la figura de Baltasar Garzón la de Eduardo Domínguez, el juez-transformista de la película Tacones lejanos, aludiendo al supuesto afán de notoriedad de Garzón durante su paso por la Audiencia Nacional, notoriedad que, efectivamente, tuvo, por investigar asuntos como el GAL, el narcotráfico en Galicia, el entramado civil de ETA, los delitos de lesa humanidad perpetrados durante el régimen de Pinochet y los crímenes, aún hoy silenciados, del franquismo.

Alude Mederos a esta condición de juez estrella y hace, a partir de la comparación, lo que a mí me parece una caricatura. Eso sí, sin preguntarse si ese juez estrella era justo, si luchaba contra la ilegalidad y la ignominia al perseguir esos delitos, obrando en contra de sus propios intereses personales, anteponiendo el deber a sus conveniencias (precisamente al contrario de lo que suele ocurrir). Estas cuestiones no parecen interesarle. Parece ser que a Mederos le preocupa más la notoriedad de Garzón que su rectitud y llega a apuntar que quizá estaba en el subconsciente de Almodóvar cuando creó a Eduardo Domínguez, el “juez estrella y travestido”.

Mis gustos cinematográficos son muy distintos a los de Mederos. Garzón no me parece cercano en absoluto al universo almodovariano. Me parece más bien sacado de Z o alguna otra de las películas de denuncia de Costa Gavras o de Sidney Pollack. Si pasamos al género narrativo, me recuerda a los personajes de Dürrenmatt o de Sciascia, empeñados inútilmente en seguir los dictados de la ética en un mundo corrupto. Incluso, si quisiéramos alguna referencia teatral, nos podría recordar al doctor Stockmann, protagonista de Un enemigo del pueblo, de Ibsen, a quien los poderes fácticos (comenzando por la prensa) exponen en la picota pública por comportarse honestamente y enfrentarse a ellos con la verdad en la mano.





Muerte de los tiranos

16 01 2012

A veces se suicidan para no caer en manos de la justicia. Otras veces son envenenados por sus competidores en la ignominia, convirtiéndose en mártires. En otras ocasiones son linchados por masas enfurecidas. Casos ha habido (los menos) en que han conocido la prisión y la cloaca, antes de expirar en el olvido.

Pero, en general, mueren en la cama. Mueren en la cama muchísimos años después de cuando deberían haberlo hecho. Mueren de muerte natural (y cuando esto ocurre llevan ya mucho tiempo oliendo a muerte, esa fragancia hedionda a orín, desinfectante y sangre coagulada), pero mueren de muerte natural, en hospitales donde no se ha escatimado en medios para prolongar sus cochambrosas vidas. O en sus propios domicilios, donde tampoco les falta de nada hasta el momento de recibir los Santos Sacramentos y la Bendición Apostólica (Dios está de su parte; Dios está siempre de su parte. Han matado tanto en Su nombre que sería injusto que no lo estuviera).

Después, cuando el ronquido de su respiración cesa, cuando sus vesículas dejan de una vez por todas de segregar bilis, no falta alguien que les llore, una vecina que declare que eran personas campechanas y amables, esbirros o pupilos que se lanzan a limpiar su pasado declarando que, en medio de las dictaduras, ellos se las ingeniaron para introducir las libertades de las cuales gozamos hoy, que la Historia los absolverá de lo que en realidad eran medidas dictadas por las circunstancias (y no horribles violaciones de todo aquello que es digno de respeto), que sus figuras firmes y valerosas salvaron a la patria de la barbarie, el comunismo, la anarquía y unos cuantos demonios menores más. Tampoco faltan los bienintencionados, aquellos que declaran que no está bien hablar de los muertos, que hay que respetar el dolor de las familias de quienes no respetaron el dolor de las familias de tantos. Ni periodistas objetivos que mastiquen los terruños de la falacia para poder meter algo masticable en su frigorífico.

Y se les entierra con honores de padres de la democracia, cuando en realidad son hijos de las dictaduras; y se depositan sus restos en fastuosos panteones o en los cementerios de sus patrias chicas o sus cenizas son aventadas en el mar en actos más o menos íntimos, más o menos solemnes, no como los restos de sus víctimas, diseminados por los pozos, cunetas, barrancos, tapias de cementerios y demás fosas comunes de la patria salvada, cuando no en el vientre de los mares que la rodean.

Y sus nombres se escriben con letras de oro o de bronce o de mármol en placas conmemorativas, en fachadas de colegios, en bustos que serán cubiertos con el guano de las palomas (las palomas, ya se sabe, siempre tan ateas, tan comunistas, tan guarras, esas ratas con alas que no respetan nada y viven de las sobras de lo ajeno, como los perroflautas, gente baja) o en placas azules que darán nombre a calles y plazas.

Y hay quien les perdona pero no les olvida. Y quien les olvida, pero no les perdona. Y hay quien ni les olvida ni les perdona, pero a esos, los rencorosos, es fácil expulsarlos del discurso.

Algún historiador, algún descamisado, algún rojo irredento habrá que alce su voz para vindicar el pasado. Pero quién hará caso a los historiadores tan aburridos, a los descamisados a quienes siempre se puede poner su camisa de fuerza, a los rojos que están rabiando tanto ahora que los de-mó-cra-tas los estamos poniendo en su sitio con la Constitución en una mano y su hipoteca en la otra.

Y allá quedan sus nombres, imperecederos hasta la anécdota, a quienes, como mucho, se les asocian palabras como polémica, controversia o claroscuro, mientras sus discípulos continúan propagando el fuego de su antorcha, que cada vez ilumina menos, pero quema más que nunca.





2666: para un cementerio futuro

13 01 2012

2666, de Roberto Bolaño, Barcelona, Anagrama, 1125 páginas

Esta semana te traigo una novelaza, un novela total, de las que nos llenan muchas horas de placer, nos graban imágenes y personajes inolvidables y nos proporcionan material para pensar sobre el mundo y, acaso, para entenderlo un poco mejor.

Te hablo de 2666, la novela póstuma de Roberto Bolaño. Bolaño, fallecido en 2003, ya acariciaba el proyecto desde los años noventa, pero se lanzó a escribirla cuando supo que estaba muy enfermo y que, probablemente, no sobreviviría. En sus últimos tiempos, obsesionado con dejar algún medio de sustento a su familia, insistió en que las cinco partes que conforman la novela fueran editadas independientemente, a razón de una por año, tras su fallecimiento. Por fortuna (en esta ocasión), la familia, el editor Jorge Herralde, y su albacea literario, Ignacio Echevarría, decidieron que lo mejor sería ofrecer el texto tal y como había sido concebido inicialmente, como una única novela formada por cinco partes íntimamente relacionadas.

Intentemos contar de qué trata este libro de 1125 páginas en un solo post y procurando, además, no destriparlo:

Hay dos líneas principales en 2666: por un lado, la búsqueda de Benno Von Archimboldi, un enigmático y fascinante escritor alemán cuyo prestigio crece año tras año y a quien, sin embargo, nadie parece capaz de encontrar en persona; por otro, una larga y misteriosa serie de asesinatos de mujeres en Santa Teresa, una ciudad norteña de México, trasunto de la tristemente célebre Ciudad Juárez, donde los feminicidios se cuentan por centenares aún hoy en día.

La parte de los críticos, con la que se inicia la novela, comienza como un chiste: hay un francés, una inglesa, un español y un italiano. Ahí acaba la semejanza con el chiste, porque estos cuatro personajes son traductores de Archimboldi a sus respectivas lenguas. El estudio de la obra de este autor marca la vida de estas cuatro personas y las relaciones entre ellas (con un francés, un italiano, un español y una inglesa, ya te imaginarás que habrá bastante tomate sentimental y sexual). Y, un día, por casualidad, oyen decir que Archimboldi ha sido visto en Santa Teresa y hacia allá que se irán, buscándolo. En Santa Teresa se enterarán de los asesinatos de mujeres y conocerán a Amalfitano, un profesor de literatura chileno, protagonista de la parte siguiente, centrada en él, en su hija y en Lola, su mujer, que, años atrás, en Barcelona los ha abandonado para ir a buscar a un poeta loco que vive en el manicomio de Mondragón, personaje a quien uno no puede evitar ponerle el rostro y los modos de Leopoldo María Panero.

La tercera parte está protagonizada por Fate, un periodista afroamericano que viene a Santa Teresa para cubrir un combate de boxeo y que, en una noche de confusión y violencia, traba relación con la hija de Amalfitano. La cuarta parte es una novela coral, en la que se profundizará en la sociedad mexicana a través de los feminicidios. Estos se nos van presentando uno por uno, de manera forense y fría, como si el autor quisiera recordarnos que, aunque la frecuencia de las noticias sobre el mal acabe anestesiándonos, el horror sigue estando ahí y cada violación, cada asesinato, es una puerta al infierno. Por último, tenemos la parte de Archimboldi, la novela que cuenta la vida del escritor, nacido en una aldea prusiana y que vaga por toda Europa a través de la Segunda Guerra Mundial, la posguerra y la Guerra Fría, hasta que nos enteramos, finalmente, de por qué va a Santa Teresa en el año 2000, con ochenta años.

Como ves, una novela compuesta por cinco novelas, íntimamente relacionadas. Pero, también, en cada una de ellas, muchas otras novelas, porque en la buena docena de personajes que la protagonizan coralmente, cada uno de ellos tiene su propia novela.

Un continuo juego de voces que se mezclan en duetos o en tríos, pero que de repente cantan largos y estupendos solos, en muñecas rusas que nos cuentan las vidas de un ghost writer soviético, una vidente mexicana o un editor de Hamburgo.

Con una prosa aparentemente desmañada pero en realidad perfectamente medida, evocadora de la oralidad, formalmente heterodoxa y de una ejemplar incorrección política Bolaño bucea en todos los estilos y subgéneros posibles: el erotismo y lo bélico, lo negrocriminal y lo psicológico, lo existencial y lo social, lo metaliterario y lo realista conviven en esta obra portentosa que va a encantar a los verdaderos lectores de novela, esos que buscan que un libro cree un universo especular verosímil en el que los personajes amen, sufran, gocen, se encuentren, vaguen, se reencuentren y exploren, al fin, todas las posibilidades de lo que existe entre el bien y el mal y entre la vida y la muerte.

Esta vez no hablaré de la vida del escritor, pues su figura (que evoca el malditismo y la contracultura) daría para otra entrada completa. Si quieres saber algo más, puedes ver este estupendo documental (en el que, sin embargo, quizá te moleste, como a mí, el paternalismo de Mario Vargas Llosa)

Jorge Herralde dijo que este libro era el sueño de cualquier editor: un libro unánimemente aplaudido por la crítica (hubo quien comparó su aparición con la de Cien años de soledad) y que, solo en España, se vende por docenas de miles de ejemplares. Se ha convertido, casi desde su aparición en 2004, en un libro de culto y sus admiradores crecen año tras año. Yo, por una vez, estoy de acuerdo con todo el mundo: 2666 es un prodigio, y, sin abusar del término, me parece una obra maestra, una novela imperecedera de esas que te reconcilian con la literatura y te hacen recordar que, en medio de tanta mediocridad, de tantas novelas nuevas con historias que ya has leído mil veces, de tanto “fenómeno editorial” elaborado por el marketing y tantas tonterías sobrevaloradas sin recato (por críticos que escriben para los mismos grupos editoriales que las publican), de vez en cuando todavía puede surgir una voz original y sorprendente que salve a la literatura.





Soluciones radicales

9 01 2012

El partido ganó las elecciones repitiendo una y otra vez que acabaría con el desempleo y su líder, ahora Presidente del Gobierno, siempre se ha jactado de cumplir con su palabra. Por tanto, nada más formar gabinete, dio órdenes precisas a sus ministros. Una semana más tarde, los desempleados comenzaron a ser convocados, por orden de antigüedad, en las oficinas de empleo. “Me han citado en la oficina de empleo”, anunciaban a sus allegados. “Es posible que al fin me den un trabajo”, comentaban a sus amigos. Así, entre la sorpresa y la ilusión, partían hacia su oficina correspondiente. Y de igual forma entraban en las dependencias, extrañados de no toparse con la sempiterna cola interminable. Cuando se les hacía pasar a uno de los despachos del fondo y un funcionario comprobaba su identidad y la antigüedad de su demanda, aún conservaban una especie de sonrisa en la mirada. Finalmente, se les pedía que cruzaran sin llamar la puerta que había tras el funcionario. Al abrirla, la sonrisa de sus ojos acababa por enfriarse del todo: allá, al otro lado, estaba oscuro. Sin embargo, pocos desempleados hubo que debieran ser empujados hacia el interior; la mayor parte entraron por propia voluntad.

Jamás ha vuelto a saberse de ninguno de ellos. Las familias han ido agrupándose en asociaciones, apoyadas públicamente por algunos colectivos y partidos minoritarios. Y, desde hace algún tiempo, la prensa ha comenzado a hacerse eco (eso sí, tímidamente) de la noticia. Por supuesto, hay teorías para todos los gustos, y el Gobierno, como es natural, respeta la libertad de expresión. De hecho, en las últimas semanas se ha hecho eco de las voces críticas y ha abierto un negociado para investigar estas extrañas desapariciones. Pero se niega a tratarlas colectivamente o por medio de intermediarios interesados en politizar la desgracia. Tratará con cada una de las familias afectadas, a quienes citará individualmente en dependencias oficiales.





Para imaginar cómo será

8 01 2012

Para imaginar cómo será tendría usted que sentarse en su sillón favorito, fijar cuidadosamente las plantas de los pies en el suelo, posar las palmas de las manos sobre los muslos, cerrar los ojos, respirar hondo, y soltar el aire lenta, muy lentamente. Y, cuando ya los pulmones se hayan vaciado y no quede aire que soltar, negarse a inspirar nuevamente y aguantar, aguantar la hondura de plomo en el pecho, la quemazón de la ausencia. Entonces, abrir los oídos y sentir el tictac del reloj, los recuerdos de infancia que vuelven (esa cicatriz del tobillo, aquella bicicleta roja de timbre metálico, los polvos de talco, las bolas de alcanfor del armario sentenciado a muerte por la carcoma), los recuerdos de adulto que se van, un gato que maúlla en algún rincón del barrio, la tos del vecino, las formas que se forman tras sus párpados: manchas verdes como esperanzas dormidas, manchas violetas como cardenales, manchas rojas como el jugo de una daga y azules como la muerte, porque la muerte es azul, finalmente, es azul, la muerte es azul. Y todo eso se irá alejando para siempre y dejará de existir porque usted habrá dejado de pensarlo y acaso de usted solo quede la ternura. Cuando vuelva a tomar aire y regrese al mundo, el mundo volverá a existir y usted sentirá consuelo, aunque habrá conseguido hacerse una idea, tener una representación a la que aferrarse si es usted de esas personas a quienes les gusta adelantar acontecimientos, porque será así, créame, así es como será.





Hacia la monocromía informativa

4 01 2012

Cuando era niño, el mundo llegaba a la isla donde habito a través de tres periódicos que en realidad eran dos (uno de ellos tenía una edición vespertina, con otro nombre), un solo canal de televisión y algunas emisoras de radio (aunque en mi casa solo se escuchaban la estatal y Radio Popular).

En mi casa (una casa proletaria, bastante sencilla), existían algunos ritos: el diario a diario, el almuerzo frente al televisor viendo  las noticias, los partes horarios radiofónicos, especialmente el primero de la mañana y el que daban por la tarde, antes de El Ángelus. Por supuesto, yo era un niño e ignoraba que todos aquellos medios proporcionaban más o menos la misma versión de la misma noticia y que quienes redactaban la información tenían un estrecho margen en cuanto a los contenidos que podían suministrar o no al público.

Después, cuando yo era aún muy niño, la televisión mostró un día una larga comitiva de motoristas vestidos de gris con guantes blancos, precediendo a unos jinetes con capas igualmente blancas que rodeaban a un coche fúnebre. En su interior, iba el féretro de un señor muy importante y, de pronto, todo fue cambiando.

Mientras yo crecía (mientras crecías tú) fueron surgiendo la FM, los periódicos de diversas tendencias (algunos duraron poco, otros aún permanecen), la televisión privada. Y me fui enterando de que la gris uniformidad de las noticias que me mostraban el mundo era solo aparente; de que lo que ocurrió durante años fue que aquel señor importante evitaba, a veces hasta por la fuerza de las armas, que los medios informativos nos mostraran la policromía del mundo.

Fui aprendiendo (como fuiste aprendiendo tú) que cada medio de comunicación tiene unos propietarios (en ocasiones vinculados a determinadas empresas, a determinadas tendencias políticas) y una línea editorial; que, por lo tanto, no era posible consumir las noticias de uno solo de ellos sin someterme al adoctrinamiento en uno u otro sentido; que, si quería saber (o al menos adivinar) lo que ocurría realmente, debía conocer todas las visiones de la realidad que hubiera a mi alcance.

Así pues, qué le vamos a hacer, uno se acostumbró a la pluralidad, esto es, se acostumbró a ver los informativos televisivos haciendo zapping, a escuchar unas emisoras de radio por la mañana y otras por la tarde, a leer diferentes periódicos para contrastar sus noticias y separar la ideología de la verdad. Y esto no por nada, sino porque con la muerte de aquel señor tan importante, descubrimos que teníamos algunas libertades, algunos derechos. Entre ellos, uno muy importante, el de elegir a quién me gobernase. Pero yo (procedente de una familia proletaria, sencilla), no podía participar en eso que se llama democracia sin informarme adecuadamente acerca de las cosas del mundo, que ahora llegaban hasta la isla donde habito de forma menos monocromática, llenas de colores y matices que la univocidad esencial de los partes y los boletines de antaño no había podido ofrecerme.

Y sí, me acostumbré (como tú) a hacer zapping a la hora del informativo, y escuchaba varias emisoras de radio y leía varios periódicos, si me era posible (alguno lo compraba; otros los buitreaba en el bar). Así que cuando llegaron la TDT e Internet (y los periódicos digitales, y la radio on line) aproveché esa oportunidad de beneficiarme de la amplificación de la oferta informativa.

Sigo haciendo zapping (y ahora puedo hacerlo a cualquier hora del día) y leyendo varios periódicos (incluso algunos que no llegan en papel a esta isla en la que habito) y escuchando radio (pero ahora puedo alcanzar emisoras sin repetidor en mi ciudad).

Sin embargo, en los últimos tiempos, muchas voces se van apagando o amenazando con apagarse. En las islas a las que pertenece mi isla, por ejemplo, las autoridades han limitado el número de licencias de radio (sometiéndolasa un concurso en el que, por cierto, deben satisfacer unas duras condiciones económicas). Hace no demasiado desapareció de  la TDT (bien es verdad que por motivos económicos, achacados a la mala gestión de sus directivos) uno de los canales informativos que yo veía y en el que de vez en cuando (no siempre) se podían escuchar voces progresistas. Y ahora, en los últimos días, me entero de que los recortes gubernamentales ponen en serios apuros a la radio-televisión estatal (cuyos servicios informativos, dicho sea de paso, me parecen ejemplares) y que otros medios escritos pasan también por momentos críticos por causas económicas que podrían hacerlos desaparecer.

Lo que más me llama la atención de todo esto es que, casualmente, los medios más afines al poder no parecen estar corriendo ningún peligro. Sus cuentas son equilibradas; no porque les sobren anunciantes, sino porque no les faltan apoyos económicos en esta época en que casi nadie los tiene.

Y, mientras, yo sigo haciendo zapping. Pero ahora la imagen del mundo va volviendo progresivamente a perder color, al tiempo que se desdibujan paulatinamente sus formas. Puedo hacer zapping pero la escala cromática disminuye. Y me pregunto (como acaso te preguntes tú) si el fantasma de aquel señor tan importante sigue por ahí haciendo de las suyas o si sus herederos han descubierto que la fuerza de las armas no es tan eficaz como la fuerza de la asfixia económica a la hora de silenciar a quien intenta mostrar los colores de la realidad.





Un poco de lógica

2 01 2012

Queridos Reyes Magos:

Este año (como el anterior) tampoco he sido demasiado bueno. Bebí, fumé, me di a la fornicación, a la blasfemia y a la herejía. Pero ustedes saben que, en el fondo, no soy mal chico y que puedo reformarme. Así que les firmo desde ahora esa letra a noventa días del «pero les prometo que este año sí que me voy a portar bien», a cambio de que me traigan lo que pido en lugar del acostumbrado carbón.

Sé que no puedo pedir pelo para este cráneo desierto; el cabello es como el amor: una vez se pierde, perdido está, irremisiblemente. También sé que no puedo pedir juventud ni una vida más larga, porque eso depende solo de mi corazón y del Padre Tiempo.

Solo pido un poco de lógica. Y ni siquiera la pido para mí.

Pido lógica para el Gobierno de este país, que, al parecer, se propone reactivar la economía y acabar con el paro empobreciendo a las clases medias, congelando salarios y destruyendo o precarizando empleos.

Pido lógica para los votantes de ese Gobierno que al parecer andan contentos con su subida de las pensiones, sin percatarse de que las medidas fiscales adoptadas casi al mismo tiempo la harán inútil.

Pido lógica también para el principal partido de la oposición, que dice defender el Estado del Bienestar que contribuyó a socavar en sus sucesivos gobiernos.

Y pido algo de lógica, last but not least, para aquellos que están contentísimos con las actuaciones de una Casa Real que desde 2006 sospechaba que uno de los suyos (que ahora parece no ser de los suyos) andaba presuntamente metido en asuntos «irregulares» y, sin embargo, no lo denunció; y para quienes piensan que esta monarquía nos sale rentable a quienes no la votamos pero contribuimos a pagarla, porque, en resumidas cuentas, tener una familia real hace bonito, pero quizá sea eso lo único que hace.

Con eso me conformaría, con un poco de lógica. Tan solo eso. Un poco de lógica para que el día 7 de enero este país esté un poco más lleno de sentido; para que los títulares de los medios sean un poco menos contradictorios; para que el mundo resulte un lugar un poco menos absurdo. Me conformo con ese poquito de lógica.

Y eso ya será regalo suficiente. Porque, como decía al principio, sé que no me he portado demasiado bien y, por tanto, pedir lo que quiero realmente, esto es, que un mal rayo los parta a todos por la mitad 26 veces, es pedir demasiado.

Nada más. Repito: les prometo que este año sí que me voy a portar bien.

Firmado:

Un atónito lector de periódicos.

Posdata: El carbón, en sacos de 5 kilos, por favor. Mi barbacoa es de las pequeñas.





Paisaje antes de la batalla

1 01 2012

El desierto de los tártaros, de Dino Buzzti, Madrid, Alianza Editorial, 256 páginas.

Para comenzar el 2012 te traigo un libro imprescindible, de esos que deberíamos haber leído ya: El desierto de los tártaros, de Dino Buzzati. De Buzzati te hablé en la primavera de 2010 para recomendar sus cuentos. Ahora te traigo la que es, según la opinión de muchos, su obra maestra.

El desierto de los tártaros arranca cuando el joven Giovanni Drogo se gradúa en la academia militar y es destinado a la fortaleza Bastiani, un puesto avanzado en la frontera de su país con el desierto del norte. Ese desierto, hace años, fue cruzado por los tártaros, quienes sembraron el terror. Ahora la fortaleza Bastiani se encarga de prevenir una nueva invasión, siempre inminente, de las legendarias, casi fantasmales, hordas tártaras.

De hecho, poco después de que Drogo se incorpore a la guarnición un vigía atisba en la lejanía la presencia del enemigo. Pero pasan los días (y con ellos las semanas, los meses y los años) y los bárbaros no atacan. Drogo y todos los demás oficiales de la fortaleza, van madurando, ascendiendo, envejeciendo o siendo relevados, abrazándose a la disciplina y los hábitos militares, mientras temen (pero, al mismo tiempo, esperan) ese ataque de los tártaros, que, de algún modo, justificaría su existencia.

Con un ritmo denso pero con una intriga constante, mantenida gracias a la inminencia de ese ataque que siempre está a punto de comenzar, Buzzati nos lleva desde la primera hasta la última página, contándonos la vida en la fortaleza, marcada por la rutina castrense y por los distintos caracteres de sus oficiales, los cuales representan diversos tipos humanos, diferentes formas de enfrentarse a la vida.

Este, poco más o menos, es el argumento principal de esta alegoría acerca del flujo del tiempo, esta novela existencial que trata en primer término sobre la condición humana, la relación del ser humano con el tiempo, ese eterno aprendizaje que es la vida, en la que a veces parece que nos pasamos la existencia preparándonos para una batalla que nunca tendrá lugar.

Buzzati ya había tratado el tema de la eterna postergación en su primera novela, Bárnabo de las montañas. Allí los soldados son guardas forestales; los tártaros, una banda de forajidos. Pero, sin desmerecer de Bárnabo…, El desierto de los tártaros, su tercer libro, es una obra más madura, consistente y redonda.

De El desierto de los tártaros hay adaptación cinematográfica: una del año 1976 dirigida por Valerio Zurlini. Vista ahora, se ha quedado un poco plana, pero vale la pena por su magnífica puesta en escena y por las interpretaciones de muchos de los grandes del cine europeo de esa época: Vittorio Gassman, Philippe Noiret, Max Von Sidow, Fernando Rey, Giulliano Gemma y Paco Rabal.

En Buzzati (1906-1972) se suele identificar la influencia de Kafka, de Poe y lo gótico y, por supuesto, del existencialismo francés. Lo marca también la Guerra Fría, la escisión entre individuo y sociedad, las relaciones entre los mitos y la razón, entre el hombre y la tecnología, entre el azar y el destino. Su obra, extensa y variada, incluye novelas, al menos un centenar de cuentos y varios libros juveniles. Y aunque él mismo presumía más de su trabajo como periodista que de sus libros de ficción, nos ha quedado como uno de los más interesantes y originales narradores europeos de la segunda mitad del Siglo XX.

Un narrador que no hay que perderse, porque habla sobre el miedo y la esperanza, sobre el tiempo y sobre el amor, sobre temas, en fin, universales y que, por tanto, jamás pasan de moda.

Para comenzar el 2012 con buena literatura: El desierto de los tártaros, de Dino Buzzati. Se encuentra disponible en varias ediciones. Una económicas: la de Alianza Editorial: 256 páginas que ya deberías haber leído.








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