Cuando era niño, el mundo llegaba a la isla donde habito a través de tres periódicos que en realidad eran dos (uno de ellos tenía una edición vespertina, con otro nombre), un solo canal de televisión y algunas emisoras de radio (aunque en mi casa solo se escuchaban la estatal y Radio Popular).
En mi casa (una casa proletaria, bastante sencilla), existían algunos ritos: el diario a diario, el almuerzo frente al televisor viendo las noticias, los partes horarios radiofónicos, especialmente el primero de la mañana y el que daban por la tarde, antes de El Ángelus. Por supuesto, yo era un niño e ignoraba que todos aquellos medios proporcionaban más o menos la misma versión de la misma noticia y que quienes redactaban la información tenían un estrecho margen en cuanto a los contenidos que podían suministrar o no al público.
Después, cuando yo era aún muy niño, la televisión mostró un día una larga comitiva de motoristas vestidos de gris con guantes blancos, precediendo a unos jinetes con capas igualmente blancas que rodeaban a un coche fúnebre. En su interior, iba el féretro de un señor muy importante y, de pronto, todo fue cambiando.
Mientras yo crecía (mientras crecías tú) fueron surgiendo la FM, los periódicos de diversas tendencias (algunos duraron poco, otros aún permanecen), la televisión privada. Y me fui enterando de que la gris uniformidad de las noticias que me mostraban el mundo era solo aparente; de que lo que ocurrió durante años fue que aquel señor importante evitaba, a veces hasta por la fuerza de las armas, que los medios informativos nos mostraran la policromía del mundo.
Fui aprendiendo (como fuiste aprendiendo tú) que cada medio de comunicación tiene unos propietarios (en ocasiones vinculados a determinadas empresas, a determinadas tendencias políticas) y una línea editorial; que, por lo tanto, no era posible consumir las noticias de uno solo de ellos sin someterme al adoctrinamiento en uno u otro sentido; que, si quería saber (o al menos adivinar) lo que ocurría realmente, debía conocer todas las visiones de la realidad que hubiera a mi alcance.
Así pues, qué le vamos a hacer, uno se acostumbró a la pluralidad, esto es, se acostumbró a ver los informativos televisivos haciendo zapping, a escuchar unas emisoras de radio por la mañana y otras por la tarde, a leer diferentes periódicos para contrastar sus noticias y separar la ideología de la verdad. Y esto no por nada, sino porque con la muerte de aquel señor tan importante, descubrimos que teníamos algunas libertades, algunos derechos. Entre ellos, uno muy importante, el de elegir a quién me gobernase. Pero yo (procedente de una familia proletaria, sencilla), no podía participar en eso que se llama democracia sin informarme adecuadamente acerca de las cosas del mundo, que ahora llegaban hasta la isla donde habito de forma menos monocromática, llenas de colores y matices que la univocidad esencial de los partes y los boletines de antaño no había podido ofrecerme.
Y sí, me acostumbré (como tú) a hacer zapping a la hora del informativo, y escuchaba varias emisoras de radio y leía varios periódicos, si me era posible (alguno lo compraba; otros los buitreaba en el bar). Así que cuando llegaron la TDT e Internet (y los periódicos digitales, y la radio on line) aproveché esa oportunidad de beneficiarme de la amplificación de la oferta informativa.
Sigo haciendo zapping (y ahora puedo hacerlo a cualquier hora del día) y leyendo varios periódicos (incluso algunos que no llegan en papel a esta isla en la que habito) y escuchando radio (pero ahora puedo alcanzar emisoras sin repetidor en mi ciudad).
Sin embargo, en los últimos tiempos, muchas voces se van apagando o amenazando con apagarse. En las islas a las que pertenece mi isla, por ejemplo, las autoridades han limitado el número de licencias de radio (sometiéndolasa un concurso en el que, por cierto, deben satisfacer unas duras condiciones económicas). Hace no demasiado desapareció de la TDT (bien es verdad que por motivos económicos, achacados a la mala gestión de sus directivos) uno de los canales informativos que yo veía y en el que de vez en cuando (no siempre) se podían escuchar voces progresistas. Y ahora, en los últimos días, me entero de que los recortes gubernamentales ponen en serios apuros a la radio-televisión estatal (cuyos servicios informativos, dicho sea de paso, me parecen ejemplares) y que otros medios escritos pasan también por momentos críticos por causas económicas que podrían hacerlos desaparecer.
Lo que más me llama la atención de todo esto es que, casualmente, los medios más afines al poder no parecen estar corriendo ningún peligro. Sus cuentas son equilibradas; no porque les sobren anunciantes, sino porque no les faltan apoyos económicos en esta época en que casi nadie los tiene.
Y, mientras, yo sigo haciendo zapping. Pero ahora la imagen del mundo va volviendo progresivamente a perder color, al tiempo que se desdibujan paulatinamente sus formas. Puedo hacer zapping pero la escala cromática disminuye. Y me pregunto (como acaso te preguntes tú) si el fantasma de aquel señor tan importante sigue por ahí haciendo de las suyas o si sus herederos han descubierto que la fuerza de las armas no es tan eficaz como la fuerza de la asfixia económica a la hora de silenciar a quien intenta mostrar los colores de la realidad.
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