Desde que está convaleciente (aún tiene que usar la muleta) Eladio Monroy para demasiado con Manolo, el de la Librería Ei2 y se me está volviendo cada vez más rojo e indignado. Hoy me vuelve del Bar Casablanca esgrimiendo un periódico en el que se cuenta que Grecia endurece los recortes, una vez más. 325 millones de euracos. A continuación, me hace una pregunta que me deja pensando: «¿Te has fijado en que desde el lunes ningún medio informa en España de lo que está pasando en las calles de Grecia? En cuanto se empezó a analizar de verdad en qué va a consistir la reforma laboral del PP se han puesto todos a mirar al techo silbando una de Nino Bravo, como si alguien de arriba les hubiera dicho a los jefes de redacción que tuvieran agüíta con ese tema, que no dieran ideas».
Repaso mentalmente los noticiarios que he visto esta semana y me quedo sin poder llevarle la contraria. El lunes Grecia ardía en las portadas y los sumarios. El martes desapareció de los titulares. De hecho, ese día pude ver en el Telediario un reportaje sobre ictioterapia (un minuto y pico, que en un Telediario es bastante tiempo) y otro sobre San Valentín, San Cirilo y San Metodio (no calculé el tiempo, pero se me hizo interminable). No obstante, ni una sola noticia sobre el país que estaba asolado por las revueltas tan solo 24 horas antes. Luego, a lo largo de la semana, ha habido más noticias sobre lo que ocurre en las altas esferas, pero no sobre si los griegos están protestando o no.
«Yo también vi el reportaje de los pescados de marras: unos longorones jediondos que se te comen la mierda de los pies», dice Monroy con su proverbial diplomacia. «Parece que son turcos, pero caros, y los chinos ya tienen su versión de baratillo. Pero ¿sabes qué? Que me resbala lo de los pescados comemierda; yo quiero saber qué carajo pasa en Grecia y, sobre todo, qué carajo va a pasar aquí».
Yo, que llevo un par de días pensando en la reforma laboral que se nos viene encima, le digo poco más o menos lo que le escuché a Soraya Sáenz de Santamaría: favorecerá la contratación, para lo cual es necesaria la flexibilización del mercado laboral. Es entonces cuando Eladio se me calienta:
«Pero, vamos a ver, melón: lo único que se está flexibilizando aquí es la espalda del obrero, que se la están doblando hasta ver adónde llega sin partirse. Y en cuanto a la contratación, ¿cómo coño va a favorecer la contratación un Gobierno que se está dedicando a echar a la calle, directa o indirectamente, a un montón de trabajadores?». Vale, puede que ahí tenga razón. Pero yo soy de los que continúan confiando en los agentes sociales. Le digo que los sindicatos ya preparan movilizaciones, que la sociedad no permitirá que ocurra aquí lo mismo que en Grecia.
«Sí, ya me he enterado: hay convocada una manifestación este domingo. Fítetú: ¡un domingo! Mientras Joan Rosell, Arturo Fernández, Fátima Báñez y Rajoy se echan la partida de dominó en el chalecito. De hecho, la están convocando a las 12:00, para que el personal pueda ir primero a misa». Pues también ahí va a tener razón mi cojo y malhablado amigo. Pienso en la tibieza de los líderes sindicales, en su tradicional costumbre de transigir, en el entusiasmo de sus bases, que no les merecen. Parece que hoy mismo hay gente que se va a movilizar de otra manera, pero me he enterado a última hora y no sé si podré ir. Eladio sí, Eladio afirma que sí que piensa ir, vaya si lo piensa. «Qué carajo, allí pienso estar, a las doce en punto, en San Telmo, con el mechero preparado. La gasolina la pone el Gobierno. A ver si le prendemos fuego de paso a toda la mierda esta».
Ahora sí que está realmente cabreado. Como me lo conozco y sé que de un momento a otro se marchará, enfofernado como un cochino, aprovecho su último momento comunicativo para recomendarle un libro de Márkaris que acabo de leerme y que está ambientado en Grecia en el verano de 2010, cuando Grecia estaba tomando medidas similares a las que ahora toma España. En él se habla de las movilizaciones ante las imposiciones de la troika comunitaria, pero también del Mundial de Fútbol. «¿Ves? Eso es lo que jode: ahora empieza la Liga de Champiñones y todo el mundo a hacer el gilipollas delante de la tele. Si es que siempre somos los mismos: nos la meten doblada y todos tan contentos», me grita, encaminándose hacia la puerta (eso sí, después de cambiarme por su periódico manoseado el libro de Márkaris, que sé que jamás volveré a ver). Yo le digo que a su edad ya debería estar acostumbrado a que los de arriba lo jodieran. Como todo el mundo. Justo antes de salir da una última muestra de su verbo elegante:
«A mí no me molesta que me den por el culo. Lo que me jode es que me echen el aliento en la espalda».
Cuando Eladio ya se ha ido, me pongo a pensar en la ausencia de noticias sobre lo que pasa en las calles griegas y, de pronto, caigo en la cuenta de que hace mucho que en televisión no dan noticias sobre Islandia. Fítetú, que diría Eladio.