La buena letra de esta semana es El arte de las flores secas, poesía de la buena, firmada por una autora isleña que no deberías perderte: Alicia Llarena.
El arte de las flores secas apareció en 2009 en la colección El Mirador de Ediciones Idea. En cinco apartados, agrupa 26 poemas, en su mayoría de mediana extensión, en los que Llarena, como hacen los grandes, arroja una mirada nueva sobre el amor y la muerte a través de temas muy caros a la poesía. Uno de ellos, el más presente en el libro, el viaje (entendido como aventura vital, pero también como retorno a Ítaca, esto es, como nostalgia y, por tanto, como travesía por el centro del dolor en la búsqueda del hogar, del bienestar, de eso que algunos llaman la felicidad). Otro tema es la expulsión del Paraíso y, por tanto, la pérdida de la inocencia, la elección del propio camino, el erotismo, la sensualidad que impregna casi cada página.
Todo esto lo consigue Llarena utilizando como excusas, como pretextos poéticos, figuras como las de Neil Armstrong, Ulises, Rómulo y Remo o los protagonistas de la leyenda del Garoé, repensando las paradojas implícitas en sus peripecias, al mismo tiempo que establece un diálogo con clásicos como Garcilaso de la Vega o autores contemporáneos como Ernesto Sábato.
¿El resultado? Un libro delicioso, lleno de verdad y elegantemente escrito, que se lee y se relee con placer y en el que realizamos un viaje por el otro lado (el lado reflexivo y cierto) de la realidad, explorando los territorios más sombríos y encontrando, en ellos, la luz. Por ejemplo, en el poema que da título al libro se establece una metáfora de la memoria, que preserva la belleza de las vivencias más allá de la contingencia del tiempo. Así pues, a partir de un inicial (y lúcido) pesimismo, Alicia Llarena arroja un crisol de optimismo inteligente sobre la realidad.
Alicia Llarena es catedrática de Literatura Hispanoamericana de la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria y ha firmado un centenar de publicaciones académicas. Sus estudios sobre poesía cubana de los 80, sobre el realismo mágico y las relaciones entre espacio e identidad en la literatura hispanoamericana son esenciales e, igualmente, no se puede hablar de Mercedes Pinto sin antes haber leído Yo soy la novela, su libro sobre la autora de Él.
Sin embargo, y desgraciadamente, no se ha prodigado tanto en la publicación de sus textos literarios. Aunque figura en muchas antologías y volúmenes colectivos, solo podemos encontrar tres libros suyos: el libro de relatos cortos Impresiones de un arquero (que continúa haciéndome anhelar más narrativa escrita por esta autora), el poemario Fauna para el olvido (que fue Premio Internacional de Poesía Ciudad de Santa Cruz de La Palma 1995) y este que reseño hoy, El arte de las flores secas, que es de hace ya tres años. Quizá esto se deba a que se trata de una escritora muy inteligente, que madura mucho sus textos antes de darlos a la luz.
Alicia Llarena es uno de los mejores ejemplos de los grandes poetas que han surgido en las Islas desde los años ochenta del siglo pasado y que continúan produciendo gozo y asombro con cada nuevo título. Poetas profundos pero cercanos, con una voz propia y muy distinta a las de sus coetáneos de otros lugares, autores y autoras que son de lo mejor que podemos encontrar ahora mismo en castellano. Y esto, te lo aseguro, no es pasión de patria chica. Eso sí: el problema es que la calidad de estos poetas no va acompañada por una industria editorial firme y constante. Así pues, avisado queda el lector: si no encuentra estos libros a la primera en su librería, detrás del mostrador suele haber un ser humano que dispone de una extensión de sí mismo en forma de terminal informático y que, sin recargo ni compromiso alguno, le pedirá el libro al distribuidor. Conseguir best sellers y hamburguesas de Mc Donalds es la cosa más sencilla del mundo; los buenos libros y los guisos realmente buenos hay que solicitarlos previamente, pero todos sabemos que merece la pena.
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