Feria del Libro y otros encuentros de primavera

26 04 2012

Son días ajetreados. Mientras la ciclogénesis explosiva y Cirstóbal Montoro arrasan con todo, ha comenzado una nueva edición de Factoría de Ficciones, continuamos con el Taller del Laboratorio Creativo Anroart y hay muchas visitas a centros: ayer tuve un encuentro con alumnos de Bachillerato del IES Cairasco de Figueroa (alumnos, por cierto, de esa cabecita tan bien amueblada que es el novelista y editor Guillermo Perdomo) sobre Tres funerales para Eladio Monroy; hoy, dentro de un rato, charlaré con alumnos del CEIP Tagoror acerca de La princesa cautiva y Las fauces de Amial, al mismo tiempo que intento escribir y me dedico a preparar los talleres que la semana próxima tendrán lugar en los IES de Arona dentro de la IV NNegra de Arona, con quienes trabajaremos, este año, sobre Harraga, la primera novela del compañero Antonio Lozano.

Pero antes de viajar a la isla hermana, he podido sacar un rato para una cita (la única) en la Feria del Libro de Las Palmas de Gran Canaria, que se inaugura este viernes: estaré firmando ejemplares (de la Serie de Eladio Monroy, pero también de La noche de piedra, de Los días de mercurio, de Las fauces de Amial y de…) en la caseta de la Librería Sueños de Papel, regentada por el escritor y sin embargo amigo Rayco Cruz.

Será este sábado, de 11:00 a 13:30. Si aún no tienes tu ejemplar firmado o si, simplemente, te apetece darte un paseo por allí (por tu cuenta o en compañía de tu consorte y/o tu progenie) y que nos conozcamos, seré el tipo calvo con zarcillo y gafas, que sonreirá con algo de fingida malignidad.

Ya sabes: Feria del Libro de Las Palmas de Gran Canaria, parque de San Telmo, sábado 28 de abril, de 11:00 a 13:30, caseta de Sueños de Papel. Como siempre, pero ahora, en estos tiempos de ciclogénesis explosiva, aún con más motivo: ni un lector sin su libro; ni un libro sin su firma.





Para un Sant Jordi de la era del e-book

22 04 2012

Homenaje a Gertrude Stein

An e-rose is an e-rose is an e-rose is an e-rose is an e-rose…





Bierce, la crueldad inteligente

21 04 2012

En La buena letra de esta semana tengo que recomendar algo realmente bueno, porque la semana pasada me salté la sección. La explicación oficial es que participé en el Congreso de Jóvenes lectores que finalizó el viernes pasado en Teror, pero tengo que confesar que en realidad estaba de viaje: me habían invitado a ir a cazar elefantes en Botsuana y, ya se sabe, como el camino es largo y las noches africanas no se distinguen por su animación, me llevé, para los ratos libres, un libro igual de macabro que esta actividad: El clan de los parricidas y otras historias macabras, un libro de un escritor genial del XIX norteamericano: Ambrose Gwinnett Bierce.

El clan de los parricidas y otras historias macabras, de Ambrose Gwinnett Bierce, Madrid, Valdemar, 202 páginas.

Bierce era un señor de Ohio, nacido en 1842 y que tras participar en la Guerra de Secesión y en las guerras contra los indios dejó el ejército (cabreado porque no lo ascendían) y comenzó a trabajar como periodista en San Francisco, donde pronto destacó como cronista y comentarista político. Su capacidad para la ironía y el sarcasmo y, sobre todo, su habilidad para jugar con el lenguaje y los conceptos lo convirtieron en una figura muy popular. Si eras político en ese momento, no te convenía que Bitter Bierce (el amargo Bierce) escribiera sobre ti y, de hecho, alguien llegó a decir de él que era “el hombre más perverso de San Francisco”.

Pues bien, durante esos años, mientras escribía para los periódicos de William Randolph Hearst (y se codeaba con gente como Mark Twain y el entonces joven Jack London) Bierce combinaba sus artículos con textos de ficción que hacían las delicias de los lectores y que han sido comparados, por su calidad, con los de Poe, Melville o Hawthorne. Y algunos de estos son los que recoge este libro, que lleva el título de una de sus series de relatos más famosas, El Clan de los parricidas. En ella, Bierce, haciendo gala de un humor negrísimo y de una eficiencia narrativa dignos de un Voltaire, nos cuenta las historias de personajes que son hijos de asesinos, ladrones, estafadores, envenenadoras y demás maleantes, demostrando que de tal palo, tal astilla, porque todos acaban indefectiblemente cargándose a sus progenitores. Son cuentos rápidos, muy malintencionados y muy inteligentes, entre los cuales hay algunos realmente antológicos, como «Aceite de perro», que se ha convertido en un clásico.

Valdemar completa el volumen con otros relatos de Bierce, la mayoría historias sobrenaturales, como «El engendro maldito», o la serie de cuentos que se titula Algunas casas encantadas, de los que hay que decir que alguno, todavía hoy, nos pone los pelos de punta si los leemos de noche y con la iluminación adecuada.

Cuentos macabros, cuentos sobrenaturales y cuentos de misterio escritos por un tipo pendenciero cuya misma muerte fue un misterio. Aquí viene el chisme:

A los 70 años y estando en Washington, en lo más alto de su carrera, parece ser que Bierce, que se había divorciado y cuyos hijos habían muerto (uno a causa del alcohol y el otro en una pelea), de pronto decidió coger su caballo y su revólver y marcharse al Sur a visitar los lugares en los que había luchado en la guerra. Parece ser que, después de esto, continuó hacia el Sur, cruzó la frontera y, en 1913, se unió en Ciudad Juárez a las tropas de Pancho Villa. En la última carta que escribió desde México, a un sobrino suyo, decía algo así como que seguramente acabarían fusilándolo, pero que prefería eso a morir de vejez o de enfermedad y, por último, agregaba: “Ser un gringo en México. ¡Ah, eso sí es eutanasia!”.

Esta desaparición de Bierce, este comportamiento legendario ha dado lugar a muchas especulaciones (de hecho, de vez en cuando aparece alguien que dice haber descubierto su tumba), y a una novela estupenda de Carlos Fuentes: Gringo viejo. Quizá recuerdes la película que inspiró, dirigida por Luis Puenzo, en la que Gregory Peck encarna a este personaje contradictorio y fascinante.

En fin, para acercarnos a Bierce, para pasarlo estupendamente, riendo con la risa de las hienas o pasando un poquito de repelús, al mismo tiempo que disfrutamos de una literatura excelente, El Clan de los parricidas, de Ambrose Bierce, en Valdemar, 202 páginas, porque divertirse leyendo es mucho mejor que divertirse matando animales y, sobre todo, mucho menos dañino.





Anders Breivik o el miedo

19 04 2012

Hace poco, con alguien a quien quiero, debatí sobre la siguiente cuestión: ¿es Anders Breivik un monstruo?

Creo que al fascismo, como al infierno, no se llega de pronto, que primero hay un caldo que se cuece lentamente. Y una democracia liberal (con su ideal de tolerancia) en cuyo seno predominan actitudes conservadoras carentes de sólidas bases éticas, y una época de gran coerción económica son ingredientes idóneos para la preparación de esa repugnante especialidad.

En un libro de 1987, El uso de las ideas políticas, la politóloga Barbara Goodwin hace un análisis del fascismo, etiquetándolo como una ideología radicalmente conservadora. Por supuesto, subraya que, pese a esa definición, fascismo y conservadurismo no son la misma cosa, pero sostiene que algunos de los supuestos básicos de ambas ideologías son coincidentes y que el conservadurismo, en el seno de sociedades liberales (especialmente las jóvenes) que pasan por unas determinadas condiciones críticas puede dar lugar a una peligrosa radicalización de esos valores básicos. En palabras de Goodwin:

La gran mayoría de los conservadores repudiaría la teoría y la práctica fascista. Pero la experiencia del siglo XX en materia de fascismo puede leerse como una severa y solemne advertencia a los conservadores: la política autoritaria y contraria al igualitarismo contiene, en potencia, la base de una ideología política inhumana, elitista y dictatorial a menos que esté inscrita dentro de una sólida ética religiosa o humanitaria, que afirme el derecho individual a ser tratado con igual respeto[1].

A las personas de bien nos reconforta pensar que los criminales múltiples (solitarios o colectivos) son monstruos desnaturalizados, enfermos mentales, perturbados, individuos carentes de todo instinto humano. Así es fácil conservar la serenidad y la cordura cuando pensamos en gente como Karadzic, Hitler o José Stalin y sus correligionarios. Un ejemplo: hace unos años, Jonathan Littell levantó ampollas con su libro Las benévolas, una novela que cuenta las andanzas de un intelectual perteneciente al partido Nazi durante la Segunda Guerra Mundial. Entre otros, uno de los motivos de la polémica originada por el libro era la inteligencia y erudición de su personaje. Algunos críticos esgrimieron el argumento de que un hombre de formación humanística, inteligente y sensible no podía haber colaborado de buen grado con la maquinaria racista y totalitaria del III Reich. Igualmente, los psiquiatras norteamericanos que examinaron a los acusados en los Juicios de Nüremberg, consignaron en sus cuadernos de trabajo que estos exdirigentes nazis eran monstruosos psicópatas.

A mí me preocupa que situemos a estos individuos entre los asépticos paréntesis de la anormalidad y la patología. Me preocupa que pensemos en los fundamentalistas del racismo y la intolerancia como en tarados, simples “malas yerbas” que crecen espontáneamente en el seno de sociedades justas y democráticas. En el caso de Breivik, por ejemplo, no puede ser casualidad que este individuo tenga cientos de corresponsales (y, por tanto, de presuntos simpatizantes) repartidos por toda Europa.

Cualquiera que navegue un rato en Internet y en las redes sociales sabrá que estas (espejo de, al menos, una parte de la sociedad) están plagadas de individuos que sostienen argumentos y posturas similares a los mantenidos por Breivik. Solo en España, pululan por la red abundantes etnocentristas, homófobos, machistas y totalitarios de toda índole, haciendo ondear sus banderas, sus toros, sus esvásticas o sus yugos y flechas, falseando la historia y negando los descubrimientos de la ciencia (especialmente de la sociología y la antropología), hablando de pureza de raza, de amenazas islámicas o de invasiones bárbaras mientras reivindican a caudillos, dioses y patrias de los cuales, al parecer, son directos confidentes.

Los demás usuarios procuramos ver con indiferencia sus manifestaciones. Todo lo más, en ocasiones, caemos en la trampa de contestar a sus insultos y mantenemos breves y estériles polémicas (breves porque enseguida derivan en el insulto; estériles porque cualquier persona razonable polemiza solo con quien puede llegar a un acuerdo, con quien puede convencerle o dejarse convencer por los puntos de vista ajenos). Pero, en general, los toleramos, porque nos han educado (o hemos aprendido a educarnos) en la tolerancia que ellos niegan a los otros.

Me inquieta mucho pensar que hasta poco antes de cometer sus crímenes, Anders Breivik fue, en versión noruega, uno de estos individuos. Pero me inquieta mucho más preguntarme cuántos Anders Breivik esperan ahí, agazapados, cocinando su menú de intolerancia en el hornillo de la tolerancia que el resto de los ciudadanos encendemos y alimentamos cada día.

Son paradojas de la democracia, supongo. Puedo llegar a aceptar (aunque me cuesta) que toleremos a los intolerantes. Pero no creo que resulte sano para la sociedad maquillar estos comportamientos con simples etiquetas patológicas. Una sociedad que permite que existan individuos como Breivik (y no me refiero a la noruega, sino a la democracia liberal) debería abrir los ojos y reflexionar sobre el hecho de que las actitudes fundamentalistas de “sus tarados” son fruto de una determinada concepción del mundo alimentada en el seno de esa misma sociedad.

No: Anders Breivik no es un monstruo. Eso es lo que más me atemoriza.


[1] El uso de las ideas políticas, de Barbara Goodwin, Barcelona, Península, 1988, p. 202.





El Estado amenazado

17 04 2012

Ayer, 16 de abril de 2012, una amenaza exterior asestó un mazazo, no por esperado, menos duro, al futuro de este país, y sus consecuencias afectarán, muy posiblemente, a toda una generación. No me refiero a la nacionalización de YPF (aquel que piense que REPSOL es una empresa exclusivamente española o que representa los intereses de un amplio grupo de pequeños inversores o que cuenta con una gran participación del Estado, puede averiguar aquí cómo se distribuye su accionariado y luego preguntarse a qué viene tanto escándalo, tanta amenaza y tanta preocupación). No, no es de la decisión de Fernández Kirchner de lo que hablo, sino del recorte de 3000 millones que sufrirá la Enseñanza Pública (sobre los 3400 ya recortados) anunciado ayer a los Consejeros de Educación de las Comunidades Autónomas por José Ignacio Wert. Entre otras medidas, se aumenta el número de horas semanales que imparte cada docente; se aumenta la ratio en la Enseñanza Secundaria Obligatoria, esto es, el número de alumnos por aula; no serán cubiertas las bajas laborales inferiores a dos semanas; y se elimina la obligación de los centros de ofrecer, al menos, las dos opciones (ciencias y letras) para el alumnado de Bachillerato.

Estas cosas solo puede explicarlas el gran Forges

El ministro Wert comenzó esa comparecencia sectorial a la manera de Franco, es decir, pidiendo a los consejeros «que no hablaran de política». Y prosiguió, al parecer, justificando sus medidas como una imposición de los mercados (esa entidad ya casi mítica que sirve para justificar cualquier cosa, por absurda, irrazonable o moralmente repugnante que sea). Supongo (porque le he seguido de cerca últimamente) que habrá hablado también de excelencia, de niveles de exigencia y habrá llamado a los recortes «modificaciones» o «reformas», mientras citaba, para parecer dialogante y moderado, a autores de izquierda en todos los idiomas en que tuvo oportunidad de hacerlo.

Yo, que amanezco a este día gris leyendo las noticias que llegan de la metrópoli hasta esta ciudad pequeñita de un archipiélago pequeñito, veo en las portadas la comparecencia urgente de los representantes de varios gabinetes, tratando como un asunto de Estado la defensa de los intereses de una empresa privada, comprobando cómo ocupan el espacio que nuestros medios acaso podrían haber dedicado a informar sobre este ataque a la Educación Pública,  y me pregunto por qué nuestro Gobierno no defiende con el mismo énfasis, con igual denuedo, los intereses de la ciudadanía a la que representa, cuyo futuro queda hipotecado con estas medidas que la deidad mercantil impone a España.





Novela negra africana en Crímenes Ejemplares 2012

10 04 2012

Acaba esta semana Crímenes Ejemplares 2012, el ciclo de conferencias que comenzó el 8 de marzo y en el que, cada jueves, algunos sospechosos habituales de dedicarnos al género hemos intentado acercarte a diferentes aspectos de la novela negra.

Esta semana, para poner un broche de lujo a la actividad, tendrá lugar el encuentro inicialmente previsto para el 29 de marzo pasado y que arroja luz sobre un fenómeno geográficamente cercano y, sin embargo, muy poco conocido en nuestro ámbito: la novela negra africana.

Tú conoces autores de novela negra griegos, italianos, alemanes, suecos (sobre todo suecos) y, sin embargo, ¿a cuántos escritores senegaleses, argelinos o marroquíes podrías mencionar? Y, sin embargo, África no es una excepción en el hecho de que la novela negra, convertida en la novela social de nuestro tiempo, haya conquistado el mundo. De hecho, allí la novela negra nace directamente como crónica política crítica, aunque hay que diferenciar entre dos caminos: el del Magreb y el del África Negra, los cuales, no obstante, nos ayudan a entender igualmente la realidad social y política del continente.

El escritor que nos ilustrará sobre la novela negra africana es, precisamente, quien mejor conoce el fenómeno entre nosotros: nada menos que Antonio Lozano, siempre atento a la cultura de estos países que tenemos tan cerca y de los cuales, en realidad, sabemos tan poco.

Antonio Lozano nació en Tánger en 1956. Licenciado en Traducción e Interpretación, reside en Agüimes (Gran Canaria), municipio del que fue concejal de Cultura entre 1987 y 2003. Es director del Festival del Sur-Encuentro Teatral Tres Continentes y del Festival Internacional de Narración Oral «Cuenta con Agüimes». Su primera novela, Harraga (Zoela, 2002), fue elogiada por escritores como Manuel Vázquez Montalbán, Dulce Chacón y Fernando Marías. Ganadora del I Premio Novelpol a la mejor novela negra publicada en España, obtuvo una mención especial del Jurado del Premio Memorial Silverio Cañada 2003 a la mejor primera novela negra, convocado por la Semana Negra de Gijón. Su novela El caso Sankara (Almuzara, 2006), fue ganadora del I Premio Internacional de Novela Negra Ciudad de Carmona. También ha publicado Preludio para una muerte (Ediciones B, 2006), Donde mueren los ríos, fue finalista del I Premio Brigada 21 y Las cenizas de Bagdad (Premio Benito Pérez Armas, 2006). Su novela más reciente es La sombra del minotauro (Editorial Almuzara).

Lozano (ya lo sabrás si has tenido la suerte de escucharle o leerle) es una persona culta e inteligente pero muy cercana, que sabe transmitir sus muchos conocimientos con una sencillez que ya quisieran otros oradores que se dan más pisto y tienen la cabeza peor amueblada. Así pues, no solo el tema resulta interesante y poco tratado entre nosotros, sino que, además, vale la pena acercarse ya, simplemente, por pasar un rato escuchando hablar a este autor que nos ha llevado a través de sus libros  a lugares como Bagdad, Burkina Fasso o el norte de Marruecos, en estupendas ficciones hermanas de la realidad.

Así pues, cierre de lujo para los Crímenes Ejemplares de este año: Antonio Lozano, Novela Negra Africana, este jueves 12 de abril, a las 19:30 en la Sala de Actos Manuel Padorno de la Biblioteca Pública del Estado en Las Palmas (sí, la de la Avenida Marítima, junto a la Estación de Guaguas). Entrada libre. Aforo limitado.





IV Factoría de Ficciones en la Biblioteca Pública del Estado

9 04 2012

Vuelve Factoría de Ficciones a la Biblioteca Pública del Estado. Este taller de escritura creativa, especialmente dedicado al cuento literario, tendrá lugar, como cada año, los lunes, de 18:30 a 20:30 en la Sala Polivalente de esa biblioteca y, aunque en esta ocasión no sean 13 sino 8 las sesiones, continuaremos intentando acercarnos a ese caracol del lenguaje (Julio Cortázar dixit) e intentar entender sus recursos y estrategias, para hacernos así a la ilusión de podremos llegar a dominarlo.

La inscripción es gratuita, pero las plazas están limitadas. Si tienes más de 16 años, inquietudes literarias y no has participado en ninguna de las ediciones anteriores, dispones de más información en el propio blog del taller, o en el sitio web de la biblioteca, desde donde podrás acceder, además, a los formularios de inscripción.





1984 o la dictadura del eufemismo

2 04 2012

Te debía La buena letra de la semana pasada. Aquí está. Con algo de retraso, pero con el mismo cariño.

La semana pasada, en La buena letra, tendría que haber recomendado algo de Antonio Tabucchi, a quien perdimos hace poco y que nos deja libros inolvidables, como Sostiene Pereira o el menos conocido, Réquiem, un triste y hermoso triángulo amoroso ambientado en Lisboa.

Sin embargo, el jueves pasado hubo en este país una huelga general (contra las medidas adoptadas por un ejecutivo que parece haber agotado antes la paciencia de la ciudadanía que sus cien primeros días de gobierno) y, viendo el tratamiento que algunos medios  han hecho de las noticias relacionadas con esta, yo he venido a acordarme de un libro que, en mi opinión, viene muy a cuento y, además, es uno de esos libros imprescindibles que siempre vale la pena recordar. Así que aprovecho la actualidad para hablar del clasicazo del mes: 1984, de George Orwell.

1984, de George Orwell, Barcelona, Destino, 305 páginas.

Es una historia de política ficción, concebida por Orwell como una sátira y forma, con Fahrenheit 451 (Bradbury) y Un mundo feliz (Huxley), una de las tres grandes distopías canónicas (en la medida en que podemos aplicar el adjetivo a este caso). Pero se trata, al margen de clasificaciones, de una de las novelas fundamentales del Siglo XX, y muy influyente en la cultura pop: de hecho, gente que ni siquiera sabe que existe la cita al usar el concepto de Gran Hermano, ese omnipresente e invisible ojo que lo controla todo en la sociedad de la vigilancia.

En 1984 Orwell nos presenta un mundo escindido geopolíticamente en tres grandes territorios. Uno de ellos es Oceanía, una sociedad totalitaria donde gobierna el Gran Hermano y donde el individuo es absolutamente controlado por el sistema mediante la propaganda. Por ejemplo, cada ciudadano tiene en una telepantalla que emite continuamente programas de propaganda del Partido. Esta pantalla, que no se apaga jamás, no solo emite, sino que dispone de una cámara y de micrófonos al servicio de una oscura fuerza gubernamental llamada Policía del Pensamiento.

Los tres lemas de esta sociedad se repiten incesantemente: LA GUERRA ES LA PAZ. LA LIBERTAD ES LA ESCLAVITUD. LA IGNORANCIA ES LA FUERZA.

Fotograma de la versión cinematográfica dirigida por Michael Radford.

Y aquí es donde vive nuestro protagonista, Winston Smith, un gris funcionario del Ministerio de la Verdad. El trabajo de Smith en ese ministerio consiste, principalmente, en controlar las noticias, los productos culturales y hasta los libros de Historia y modificar sus contenidos, esto es, modificar la verdad para que se adapte al discurso oficial. A Smith le repugna su trabajo y un buen día de primavera comenzará a hacer algo que está prohibido: comprará un cuaderno y una pluma y emprenderá la escritura de un diario. Así es como arranca esta novela que habla sobre la libertad individual, sobre el amor (porque Smith va a enamorarse y eso traerá consecuencias), sobre la represión (los pasajes más duros sobre interrogatorios y torturas que he leído probablemente sean los de este libro)  y sobre las siempre problemáticas relaciones entre individuo y Estado.

Esta novela, publicada en 1949, dirigida, en principio, contra el estalinismo (igual que la no menos célebre Rebelión en la granja), se le ocurrió, al parecer, a Orwell como una reflexión sobre el uso de la propaganda como instrumento de control de las masas, mucho más eficaz, a largo plazo, que la mera fuerza. Si te interesa ese tema, hay muchos ensayos que tratan el tema. Dos de mis preferidos: “La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica”, de Walter Benjamin y “Fascinante fascismo”, de Susan Sontag. Pero la sola lectura de Orwell ya proporciona abundante material para la reflexión.

Orwell (1903-1950) fue trotskista y, como tal, participó en la Guerra Civil Española como miliciano del POUM (es decir, fue de quienes entendieron esta guerra como una oportunidad para hacer una verdadera revolución, alejada de los postulados soviéticos). Como tal, fue testigo de los Sucesos de Mayo, en la Barcelona de 1937. Cuenta esta época de su vida en Homenaje a Cataluña. Preguntado por el origen de 1984 (que, por cierto, tenía el título inicial de El último hombre en Europa), Orwell declaró en varias ocasiones que, en aquellos días, se había percatado del poder de la propaganda y de cómo eran capaces de deformar la realidad los medios de comunicación tendenciosos. (Un recuerdo personal: José Luis Ibáñez Ridao conduciéndome por Barcelona y mostrándome los lugares en los que Orwell vivió y amó por esa época).

El miliciano Orwell, tan alto que parece que una nube le oculta el rostro

Cuando llegó el año 1984 resultó que el mundo no estaba dividido, al menos aparentemente, en tres regímenes. No llevábamos monos grises ni parecíamos estar controlados. Por eso, acaso, la gente que lee superficialmente pensó que Orwell se había equivocado en sus predicciones. Sin embargo, quizá nos haya bastado a algunos con ver las portadas de ciertos periódicos, con escuchar ciertos informativos en la mañana del viernes pasado, para constatar cómo Orwell no andaba tan errado, para comprobar que la propaganda y la dictadura del eufemismo campean a sus anchas en un mundo globalizado.

Así pues, para esta semana, clasicazo del mes: 1984, de George Orwell, incesantemente editado desde 1979 en Barcelona por Destino, 305 páginas para viajar a Oceanía con Winston Smith y visitar ese mundo tan distinto al nuestro y que, sin embargo, en algunos aspectos, se le parece tanto.





A la manera de Campos-Herrero

2 04 2012

Soñó que se tatuaba en la espalda el mapa de una ciudad donde jamás había estado. Al despertar, se hallaba en un dédalo de callejuelas desconocidas.








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