Te debía La buena letra de la semana pasada. Aquí está. Con algo de retraso, pero con el mismo cariño.
La semana pasada, en La buena letra, tendría que haber recomendado algo de Antonio Tabucchi, a quien perdimos hace poco y que nos deja libros inolvidables, como Sostiene Pereira o el menos conocido, Réquiem, un triste y hermoso triángulo amoroso ambientado en Lisboa.
Sin embargo, el jueves pasado hubo en este país una huelga general (contra las medidas adoptadas por un ejecutivo que parece haber agotado antes la paciencia de la ciudadanía que sus cien primeros días de gobierno) y, viendo el tratamiento que algunos medios han hecho de las noticias relacionadas con esta, yo he venido a acordarme de un libro que, en mi opinión, viene muy a cuento y, además, es uno de esos libros imprescindibles que siempre vale la pena recordar. Así que aprovecho la actualidad para hablar del clasicazo del mes: 1984, de George Orwell.

1984, de George Orwell, Barcelona, Destino, 305 páginas.
Es una historia de política ficción, concebida por Orwell como una sátira y forma, con Fahrenheit 451 (Bradbury) y Un mundo feliz (Huxley), una de las tres grandes distopías canónicas (en la medida en que podemos aplicar el adjetivo a este caso). Pero se trata, al margen de clasificaciones, de una de las novelas fundamentales del Siglo XX, y muy influyente en la cultura pop: de hecho, gente que ni siquiera sabe que existe la cita al usar el concepto de Gran Hermano, ese omnipresente e invisible ojo que lo controla todo en la sociedad de la vigilancia.
En 1984 Orwell nos presenta un mundo escindido geopolíticamente en tres grandes territorios. Uno de ellos es Oceanía, una sociedad totalitaria donde gobierna el Gran Hermano y donde el individuo es absolutamente controlado por el sistema mediante la propaganda. Por ejemplo, cada ciudadano tiene en una telepantalla que emite continuamente programas de propaganda del Partido. Esta pantalla, que no se apaga jamás, no solo emite, sino que dispone de una cámara y de micrófonos al servicio de una oscura fuerza gubernamental llamada Policía del Pensamiento.
Los tres lemas de esta sociedad se repiten incesantemente: LA GUERRA ES LA PAZ. LA LIBERTAD ES LA ESCLAVITUD. LA IGNORANCIA ES LA FUERZA.

Fotograma de la versión cinematográfica dirigida por Michael Radford.
Y aquí es donde vive nuestro protagonista, Winston Smith, un gris funcionario del Ministerio de la Verdad. El trabajo de Smith en ese ministerio consiste, principalmente, en controlar las noticias, los productos culturales y hasta los libros de Historia y modificar sus contenidos, esto es, modificar la verdad para que se adapte al discurso oficial. A Smith le repugna su trabajo y un buen día de primavera comenzará a hacer algo que está prohibido: comprará un cuaderno y una pluma y emprenderá la escritura de un diario. Así es como arranca esta novela que habla sobre la libertad individual, sobre el amor (porque Smith va a enamorarse y eso traerá consecuencias), sobre la represión (los pasajes más duros sobre interrogatorios y torturas que he leído probablemente sean los de este libro) y sobre las siempre problemáticas relaciones entre individuo y Estado.
Esta novela, publicada en 1949, dirigida, en principio, contra el estalinismo (igual que la no menos célebre Rebelión en la granja), se le ocurrió, al parecer, a Orwell como una reflexión sobre el uso de la propaganda como instrumento de control de las masas, mucho más eficaz, a largo plazo, que la mera fuerza. Si te interesa ese tema, hay muchos ensayos que tratan el tema. Dos de mis preferidos: “La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica”, de Walter Benjamin y “Fascinante fascismo”, de Susan Sontag. Pero la sola lectura de Orwell ya proporciona abundante material para la reflexión.

Orwell (1903-1950) fue trotskista y, como tal, participó en la Guerra Civil Española como miliciano del POUM (es decir, fue de quienes entendieron esta guerra como una oportunidad para hacer una verdadera revolución, alejada de los postulados soviéticos). Como tal, fue testigo de los Sucesos de Mayo, en la Barcelona de 1937. Cuenta esta época de su vida en Homenaje a Cataluña. Preguntado por el origen de 1984 (que, por cierto, tenía el título inicial de El último hombre en Europa), Orwell declaró en varias ocasiones que, en aquellos días, se había percatado del poder de la propaganda y de cómo eran capaces de deformar la realidad los medios de comunicación tendenciosos. (Un recuerdo personal: José Luis Ibáñez Ridao conduciéndome por Barcelona y mostrándome los lugares en los que Orwell vivió y amó por esa época).

El miliciano Orwell, tan alto que parece que una nube le oculta el rostro
Cuando llegó el año 1984 resultó que el mundo no estaba dividido, al menos aparentemente, en tres regímenes. No llevábamos monos grises ni parecíamos estar controlados. Por eso, acaso, la gente que lee superficialmente pensó que Orwell se había equivocado en sus predicciones. Sin embargo, quizá nos haya bastado a algunos con ver las portadas de ciertos periódicos, con escuchar ciertos informativos en la mañana del viernes pasado, para constatar cómo Orwell no andaba tan errado, para comprobar que la propaganda y la dictadura del eufemismo campean a sus anchas en un mundo globalizado.
Así pues, para esta semana, clasicazo del mes: 1984, de George Orwell, incesantemente editado desde 1979 en Barcelona por Destino, 305 páginas para viajar a Oceanía con Winston Smith y visitar ese mundo tan distinto al nuestro y que, sin embargo, en algunos aspectos, se le parece tanto.
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