Puedes decir que no va a servir de nada, que va a dar igual. Puedes decir que los funcionarios no funcionan, que los sindicatos solo miran por los intereses de los suyos o preguntar dónde estaban cuando tú estabas en las barricadas, corriendo delante de los grises o los marrón. Puedes decir que es cosa de perroflautas, que siempre es lo mismo, que alguien sacará rédito de los esfuerzos de los ilusos que vayan hoy; hacer preguntas capciosas (¿Y después, qué?), llamar desinformados e ignorantes a quienes apoyen esta movilización o pensar que se trata de unos pobres infelices.
Puedes pensar (hay muchos que aún lo piensan) que la culpa es solo de Zapatero, que los anteriores gobiernos dejaron llenas las arcas, saneada la economía, el Estado en perfecto orden; también puedes pensar que la culpa es solo de Merkel, de los mercados, del inmenso Leviathán del sistema, que por su culpa nos hacen esta trastada, sin preguntarte quién le permite que nos la haga.
Puedes escribir (mañana, pasado, hoy mismo) tu columna, dándotelas de entendido en politología, en economía o en historia, desenvolviendo un discurso que combine la Realpolitik con la falacia, defendiendo la le-ga-li-dad, la de-mo-cra-cia, cuidándote mucho de mencionar que las leyes siempre van por detrás de la sociedad y que lo que tú llamas democracia no es más que la democracia liberal, una de sus modalidades (hay otras, pero mejor ignorarlo), y que ese adjetivo tiene más que ver con el capitalismo que con el libertarismo. De hecho, en esa misma columna, podrás adoptar esa actitud de pirrónico desencantado, de progresista convertido en escéptico, de lúcido analista certero y apolítico que te ha hecho célebre entre los lectores de tu periódico.
Puedes hacer todas esas cosas y algunas más: burlarte del rojerío, soltar, poniendo cara de entendido, que «el caso de España no es el de Islandia» (en estos asuntos, creo, el tamaño no es tan importante como la identidad de los depredadores), argumentar que «hemos vivido por encima de nuestras posibilidades» (aunque yo diría que nos han estafado por encima de nuestras posibilidades), que el partido gobernante está legitimado para tomar medidas (aunque estas supongan vender el Estado que deben gobernar y hacer desaparecer los derechos, que no privilegios, de aquellos en quienes reside realmente la soberanía), o actualizar ciertos mitos: el parado vago, el funcionario que se pasa la vida tomando café, los intelectuales y artistas que viven de subvenciones, los estudiantes incompetentes que este país no se puede permitir o el gasto excesivo que supone «mantener» a todos esos que, por lo visto, viven de la sopa boba.
Puedes hacer todo esto. Tienes todo el derecho del mundo a hacerlo. Puede que hasta tengas la obligación, porque hay que ganarse el sueldo, los parabienes, las invitaciones a cenas y todas las demás prebendas que, si eres listo, obtienes. El amo, ya se sabe, es poderoso y puede ofenderse si no le sirves bien.
Lo que no puedes impedir es que hoy, 19 de julio de 2012, gran parte de la ciudadanía de este país salga a la calle para protestar por unas medidas injustas, por el saqueo de este país y el desmoronamiento de un Estado (tú dirás «del bienestar», porque para eso sí tienes adjetivos; yo lo llamo Estado) que varias generaciones se esforzaron por construir y defender y el cual desean que puedan disfrutar también sus hijos.
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