Una confesión: amo los textos de Eduardo Galeano. Sí, ese señor de quien alguien te envía textos sin haberlo leído y a quien la gente cita aún sin saber que esas citas son suyas –porque es breve y citable y sus microtextos mueven al espíritu y al intelecto en pocas y muy bien escogidas palabras–. Ese señor nació en Montevideo en 1940 y tiene una obra ingente en la que la minificción convive con el ensayo, con el testimonio y el libro de entrevistas. Galeano –a través de libros como Las venas abiertas de América Latina, Memoria del fuego, El Libro de los Abrazos, Vagamundo y Patas arriba, la escuela del mundo al revés– apela a la sabiduría arcana de pueblos que perecieron, a la denominada memoria chica y a la anécdota, el envés de la Historia (esa que se escribe con mayúsculas) para pergeñar sus historias que convocan la ternura, el asombro, la ironía, la sonrisa (esa sonrisa pesimista y sabia de la hiena, que sabe perfectamente quiénes son los depredadores y los depredados) o la risa (esa risa franca de los justos, que saben de qué lado está la razón). Leyendo a Galeano no es difícil descubrir que la ignominia y la opresión no tienen por qué ser ley de vida; que otro mundo es realmente posible si comenzamos por descubrir dónde están aquellas, cuáles son los sutiles mecanismos que las hacen actuar con eficacia diaria y aún con la inconsciente colaboración del oprimido.
Los detractores de Galeano sostienen que siempre apela a un mismo esquema formal, que siempre hace lo mismo. Nadie lo niega. Siempre hace lo mismo. Pero siempre lo hace de manera distinta, convirtiendo cada uno de sus libros en un caudal de ideas y emociones que se mueven en torno a un mismo y preciso asunto: el ser humano.
Por eso sus seguidores no se sentirán defraudados con su obra más reciente, Los hijos de los días, un libro almanaque formado por 366 textos, cada uno de ellos correspondiente a un día de un año bisiesto, efemérides que cuentan historias sobre la Historia o sobre esa memoria chica, esos episodios pequeños y olvidados, pero reveladores de las desigualdades, de la injusticia y de la posibilidad de revertir ese orden de cosas.
Se trata de textos brevísimos -ninguno tiene más de una página- que se beben como agua y que están escritos con la elegancia, la sencillez, la ironía y la inteligencia a los que Galeano nos tiene acostumbrados.
Ejemplo:
Abril
21
El indignado
Ocurrió en España, en un pueblo de La Rioja, en el anochecer de hoy del año 2011, durante la procesión de la Semana Santa.
Una multitud acompañaba, callada, el paso de Jesucristo y los soldados romanos que lo iban castigando a latigazos.
Y una voz rompió el silencio.
Montado en los hombros de su padre, Marcos Rabasco gritó al azotado:
—¡Defiéndete! ¡Defiéndete!
Marcos tenía dos años, cuatro meses y veintiún días de edad.
Otro:
Mayo
23
La fabricación del poder
En 1937 murió John D. Rockefeller, dueño del mundo, rey del petróleo, fundador de la Standard Oil Company.
Había vivido casi un siglo.
En la autopsia no se encontró ningún escrúpulo.
Esto, más o menos, es lo que encontrarás en este libro que responde a esas marcas de fábrica habituales de Galeano: concisión, paradoja, desacralización, lucidez y humor (a veces bastante negro) y, sobre todo, denuncia y confianza en que otro mundo es posible. Y es que, quizá, Los hijos de los días es un libro escrito para estos días, precisamente para estos, tú ya sabes por qué.
Qué bueno verte de nuevo.
Tenía las Ceremonias muertas de sed, en estado de letargo veraniego. 😉
Gracias por este homenaje a Eduardo Galeano. D verdad, me has tocado la fibra. Un párrafo de Patas Arriba: «La economía mundial es la más eficiente expresión del crimen organizado. Los organismos internacionales que controlan la moneda, el comercio y el crédito practican el terrorismo contra los países pobres, y contra los pobres de todos los países, con una frialdad profesional y una impunidad que humillan al mejor de los tira-bombas». ¡Cierto, absolutamente cierto!. Por supuesto, no lo he escrito de memoria, sino directamente copiado del libro (pág 6, yo sí me leo los textos que digo que me leo) ,que además acabé de leer hace poco por segunda vez. Suelo subrayar y anotar todas las citas en frases o párrafos que me parecen interesantes cuando leo, porque me gusta comentar luego con mi pareja lo leído. Es muy interesante, ameno y reconfortante, y a veces, acabas satisfecho y todo, porque en pleno debate sofista, (a veces también un poco «psicotrofista» 😉 ), nacen unas ideas tan geniales, que por un momento te sientes un poquito más eficiente social y humanamente, y bueno, a veces logras que esas utopías en las que nadie cree, se vayan dibujando nítidamente sobre el contorno real, y lleguen, con algo de tiempo y mucha paciencia, a convertirse en Derechos Humanos.
Un abrazo, y deseando que las letras de Galeano sean una de esas utopías, salud, y buenos sentimientos.
[…] nuestras vergüenzas, nuestros olvidos, nuestras más bajas incomodidades: Günter Grass y Eduardo Galeano —y las baldas de la letra g de mi biblioteca alfabéticamente desordenada vuelven a sufrir un […]