Miguel Hernández

30 10 2012

Hoy hace 102 años que nació Miguel Hernández. Como no es fecha redonda ni anda la cosa para celebraciones, el aniversario no ha hecho demasiado ruido. Por eso, aprovechando el silencio, escribo esta notita apresurada, sin hacer consultas, abusando de la memoria.

Cuando yo era niño uno descubría a Miguel Hernández casi sin querer, porque le saltaba a los ojos «El niño yuntero» desde el libro de Senda o a los oídos desde los discos de Víctor Jara o porque porque había algún profesor que hablaba de aquel poeta pastor que escribió una elegía a la muerte de su amigo Ramón Sijé. No sabíamos quién era Ramón Sijé, pero aquello de que Miguel quería ser llorando el hortelano se nos clavaba en el alma.

Después venía la adolescencia y el despertar a tantas cosas que quedaban justo entre el corazón y los genitales y nos enterábamos de que aquellas canciones de Serrat que usábamos para enamorar eran poemas de aquel sencillo luchador de Orihuela y comenzábamos a conseguir antologías que, poco a poco, nos irían llevando a El rayo que no cesa, a Viento del pueblo, a Perito en lunas o a los últimos poemas y los poemas sueltos, desde donde Miguel nos decía que la cebolla es escarcha cerrada y pobre y que pintada está la casa del color de las grandes pasiones y desgracias. Y luego llegó la edad adulta y ya no leíamos poesía para enamorar, sino por fruición, porque estamos locos, porque buscábamos hacernos preguntas e intentar hallar la verdad.

A mí, Miguel Hernández me llevó a Lorca, a Neruda, a Cernuda, a García Cabrera y a tantos y tantos otros, que leí y aún releo con la misma sorpresa y emoción con la que aquel niño yuntero me estrujó el alma a los diez años. Esos poetas me llevarían, a su vez, a otros muchos, acaso más intimistas o más sofisticados. Pero siempre ha seguido estando ahí el poeta de Orihuela, ese ruiseñor que canta encima de los fusiles y en medio de las batallas, con todo su erotismo, su dolor y su inasible optimismo, con su lúcida implicación, con su magisterio de luz.

Tú, que lees este blog, quizá seas una persona joven que aún no ha leído a Miguel Hernández. Para ti (a los de mi edad no les he dicho nada nuevo) he escrito esta entrada. Aprovecha la oportunidad para no dejar pasar ni un día más sin leer sus versos. Te aseguro que su palabra sencilla y cierta te acompañará siempre.





Gastronomías 2

30 10 2012

Como él era el más sibarita de los caníbales y la prensa decía que aquel filántropo millonario tenía buen corazón, no descansó hasta que pudo arrancárselo y devorarlo. La experiencia resultó decepcionante: como todos los corazones acaudalados, el corazón era pequeño, duro y reseco, y le dejó en el paladar un filoso sabor a hiel.





Gastronomías

28 10 2012

Cuando su hijo se ahogó, el viejo pescador prometió vengarse de la mar: “Acabaré contigo –juró–. Te beberé”.

Desde entonces, cada noche, mientras la pequeña aldea duerme, el anciano baja a la playa y da largos tragos de esa agua salada y abominable. Luego vuelve a casa y combate sus cólicos con la rabia y el aguardiente.

Por la mañana siempre regresa y observa a la luz del día la evolución de su revancha lenta, incesante, inexorable, mientras los otros viejos marineros comentan que es curioso que la línea de pleamar esté cada vez más lejana. Será el cambio climático, sugieren aquellos que leen la prensa.





Otra de premios

27 10 2012

Otro día habrá que hablar de Philip Roth, nuevo Premio Príncipe de Asturias.

Ahora me preocupa cómo las hienas de la caverna mediática se están dedicando a cebarse con Javier Marías por su rechazo del Premio Nacional de Literatura. Los argumentos que leo en distintos medios de comunicación, desde aquellos que lo son a aquellos que lo parecen sin serlo (como Periodista Digital) han vuelto a sacar su arsenal de falacias para empañar el gesto de Marías: desde la demagógica opinión de que Marías, cual Amancio Ortega literario debería aceptar el premio y donarlo a la beneficencia (es curioso que nadie se pregunte por qué en este país supuestamente organizado son organizaciones como Cáritas y no el Estado las que asumen la tarea de atender a los colectivos en situaciones de precariedad) al recuerdo (su amnesia no es total, su memoria funciona cuando les conviene) de que ya obtuvo el Premio Nacional de Traducción por su versión en español de Tristram Shandy (en 1978, en tiempos de Adolfo Suárez). Todas ellas igualmente demagógicas, ignorantes de los datos que a los autores firmantes (cuando firman) les interesa ignorar, todas ellas disfrazadas de argumento inteligente cuando, en realidad, no son más que el balbuceo de alguien que se queda boquiabierto ante algo a lo que no está acostumbrado: la ética.

De entre todos, uno de los más divertidos es aquel que sugiere que Marías ha rechazado este premio por motivos comerciales; que las ventas de Los enamoramientos se dispararán, que Marías, con este puñetazo en la mesa, ingresará mucho más dinero en concepto de regalías que esos 20 000 euros. Por supuesto, quien eso piensa, probablemente no ha leído un contrato editorial en toda su vida, ni se para a pensar que el libro ya se ha vendido muchísimo y que podría haberse vendido aún más si en posteriores ediciones ostentará la consabida fajita: “Premio Nacional de Narrativa”.

No soy un seguidor incondicional de Javier Marías. De hecho, Los enamoramientos anda por mi biblioteca desde el año pasado sin que yo haya encontrado aún el momento de hincarle el diente, porque Marías no es de mis preferidos (en mi opinión, siempre le ha faltado sentido del humor y su repertorio es poco variado). Sin embargo, nunca he negado (carecería de argumentos para ello) la consistencia, la validez de su obra narrativa.

Ni siquiera la persona me produce simpatía, probablemente porque pertenecemos a mundos muy distintos. Pero nadie que carezca de motivos espurios, nadie que no esté guiado por la envidia o el rencor, nadie que no pertenezca a la prensa del Movimiento (sí, la he denominado así porque eso es lo que es, porque últimamente este país parece un NODO interminable) podría negar que su decisión de rechazar el Premio Nacional de Narrativa es perfectamente coherente con las convicciones que ya hace mucho había afirmado poseer.

Javier Marías ha antepuesto la ética al lucro. Y eso es tan raro en este país que los columnistas de la caverna deberían aceptar que Marías no es un ladino mercachifle, ni un personaje que se cree más allá del bien y del mal, ni un insolidario, sino, sencillamente, un hombre serio y coherente. Así pues, quizá ellos, por una vez, deberían cerrar sus bocazas y no buscarle tres pies al gato y dejar en paz a este señor, cuyo gesto demuestra que para los hombres de verdad hay cosas más importantes que el dinero.





El Nobel, el Planeta, la novela negra y la Benemérita

21 10 2012

Dejamos de hacer La buena letra una semana y el trabajo se acumula: le dan el premio Nobel de Literatura a Mo Yan y el Planeta a Lorenzo Silva. Sé que hay quien se ha cabreado porque el Nobel no le ha caído a Murakami, a Roth o a Munroe. Pero a mí me alegra mucho que el premio más prestigioso del oficio recaiga en un autor poco conocido aquí, editado por una editorial independiente. A Roth, a Munroe, a Murakami ya los conozco; a Mo Yan no y eso me va a dar la oportunidad de acercarme y leer a un autor nuevo. Ya me ocurrió el año pasado con Tomas Tranströmer (de quien te debo una reseña) y el resultado fue que me llevé una grata sorpresa. De Mo Yan, El Aleph editó El sorgo rojo, que dio pie a la película de Zhang Yimou. Lo demás lo edita Kailas, una editorial, como te dije, pequeña e independiente, que son las que editan a muchos autores interesantes que no conoce el gran público.

En cuanto a la concesión del Premio Planeta a Lorenzo Silva, es algo que también me alegra, porque no solo ha recaído en uno de los nuestros, sino en un tipo agradable, cercano y generoso que, además, no ha ingresado en la literatura por ser presentador de televisión ni famosete habitual, sino por la vía del trabajo duro, constante y riguroso.  La marca del meridiano será el séptimo libro (y sexta novela) protagonizado por Bevilacqua y Chamorro, que van por segunda vez a Barcelona. Por cierto, estos dos guardias civiles se han paseado medio país, incluidas Tenerife y la Gomera, en la cuarta novela de la serie: La niebla y la doncella.

Y, como esta es la actualidad, yo me estuve devanando los sesos y pensando a ver qué podía traerte hoy que fuera de un Premio Nobel, novela negra y, a poder ser, que saliera la Guardia Civil. Y créeme que la cosa está complicada, porque, por ejemplo, en Camilo José Cela sale la Benemérita pero nunca escribió novela negra.

Después de mucho pensar, descubrí que siempre hay un rinconcito en el que el azar dejar de serlo. El rincón, en este caso, es una novela de Mario Vargas Llosa, titulada ¿Quién mató a Palomino Molero?, una novela negra escrita en los años ochenta por el Premio Nobel 2010, y protagonizada por Lituma, un guardia civil. Eso sí, no hablo de la Guardia Civil española sino de su homónima peruana, un cuerpo que ya no existe pero que también era denominado calificado de benemérito.

¿Quién mató a Palomino Molero?, de Mario Vargas Llosa, Madrid, Punto de Lectura, 166 páginas.

La historia transcurre en Talara, una localidad del departamento del Piura, al noroeste de Perú, una región semidesértica donde la actividad económica se movía en los años cincuenta en torno a los pozos petrolíferos y donde había bases militares. Vargas Llosa construye la novela a partir del brutal asesinato de un joven avionero, que aparece torturado, empalado y semicapado. (No busques “avionero” en el diccionario porque no viene: el término se refiere a los soldados rasos del ejército del aire peruano). A partir de ahí, Lituma y su jefe, el teniente Silva, con muy poquitos medios y muy poca colaboración por parte del ejército, comenzarán a escarbar en la biografía de la víctima, Palomino Molero, que era un muchacho que, cual Orfeo rural, alelaba a todo el mundo dando serenatas con su guitarra. Lo primero que descubren es que Palomino era de origen humilde, parecía ser muy buena persona y se había metido en el ejército voluntario, aunque estaba exento de hacer la mili por ser hijo de viuda. Como suele ocurrir en este tipo de novelas, el teniente Silva y Lituma pronto se encontrarán con una conspiración de silencio que apunta bastante alto, en este caso, dentro de la jerarquía militar.

Vargas Llosa nos introduce en el centro de la novela con dos capítulos muy breves, después de los cuales ya no podemos dejar de seguirle. Portentoso es su manejo del ritmo y la manera en que lleva la indagación en el léxico hasta las últimas consecuencias, haciendo alta literatura con el habla popular, como hacen los grandes (Rulfo, Fuentes, Onetti), en diálogos rápidos y chispeantes. En ¿Quién mató a Palomino Molero? los acontecimientos se suceden al ritmo al mismo tiempo denso y vertiginoso de una pesadilla, y las imágenes que van salpicando el relato, los juegos con el tiempo y el punto de vista hacen que sea de vital importancia el fuera de plano, aquello que no se cuenta.

Esta no es la única novela en la que aparece Lituma. De hecho, aparecía ya como uno de los personajes importantes de La casa verde, uno de sus primeros grandes éxitos, de 1966. Pero no fue hasta veinte años más tarde, para descansar, según él mismo sugiere, de La guerra del fin del mundo, cuando Vargas volvió a retomar a Lituma, uno de los inconquistables del Piura, personajes de La casa verde que aparecen aquí, igual que otros, como La Chunga, que también les sonará a los seguidores del maestro de Arequipa. Aún escribiría otra novela más, inmediata continuación de esta, Lituma en los Andes, que, por cierto, obtuvo el Premio Planeta en 1993. (Así que ya ves, el círculo se cierra).

Yo estoy contento por todas estas casualidades, porque me han servido de excusa para hablar de Vargas Llosa, de quien todavía no habíamos recomendado nada. Aclaro, para sus fans (sé que son muchos): por supuesto que Vargas Llosa ha escrito novelas seguramente más grandes y mejores: Conversación en la catedral, La tía Julia y el escribidor, Pantaleón y las visitadoras, La casa verde o La guerra del fin del mundo, sin ir más lejos. Yo, en concreto, si tuviera que quedarme con una, me quedaría con su primera y deslumbrante novela, La ciudad y los perros, que, por cierto, la Real Academia de la Lengua ha lanzado este año en una edición conmemorativa de las bodas de oro.

No obstante, ¿Quién mató a Palomino Molero? presenta un par de ventajas. La primera, que se trata de un texto muy breve y asequible, lo cual puede contribuir a hacer una cata en la obra de Vargas a alguna de esas personas (también sé que son muchas) que no lo han leído, por falta de oportunidad o porque, sencillamente, no les caiga bien el personaje. Una segunda ventaja es que en este novela aparecen, en mi opinión, muchas de las constantes que podemos encontrar en su narrativa: los ambientes rurales y prostibularios, la naturaleza desolada como expresión del mundo interior de los personajes, la ironía y el erotismo conviviendo en una prosa firme y consistente como una estatua de mármol. Todo eso está aquí, en esta novela del Premio Nobel 2010, novela negra y novela de guardias civiles: ¿Quién mató a Palomino Molero?, de Mario Vargas Llosa, Madrid, Punto de Lectura, 166 páginas de literatura excelente de esa que no podemos perdernos, porque viene de la mano de un maestro.

(Con la desrecomendación de esta semana intento demostrar dos cosas que no se excluyen mutuamente: que mi salud mental se está viendo seriamente afectada y que hasta los más grandes autores han firmado algún libro, pues el libro que desrecomendamos y destruimos esta semana fue La civilización del espectáculo, firmado, precisamente, por ya sabes quién).





Guerra avisada: La estrategia del pequinés en Alrevés

6 10 2012

Hace unas semanas anuncié aquí que ya estaba lista la cuarta entrega de la Serie Eladio Monroy, Morir despacio, que estará en el mercado, muy probablemente, el mes que viene, editada por Mercurio Ediciones, pero siempre con edición cuidada por Jorge Liria, que creyó en Eladio Monroy antes que nadie y en este novelista que soy yo antes incluso de que lo fuera.

Ahora ya puedo compartir, porque la editorial ya lo ha hecho público, que en febrero aparecerá La estrategia del pequinés en Alrevés Editorial.

Como comprenderás, siento la misma ilusión que un niño chico a mediados de diciembre, cuando piensa en vacaciones, dulces  y Reyes Magos, porque Alrevés tiene un catálogo interesante e independiente, en el que hay títulos de Víctor del Árbol, Susana Hernández, Gonzalo Garrido, Luis Gutiérrez Maluenda, Leo Coyote o el MAESTRO (sí, con mayúsculas y con todas las letras) Andreu Martín, al cual va a incorporarse ahora nada menos que Carlos Quílez.

La estrategia del pequinés es una novela dura, violenta y crítica. En ella aparecen pocos policías y, de estos, la mitad son corruptos. Es una historia sobre perdedores protagonizada por traficantes, parados de larga duración y prostitutas ambientada principalmente en Gran Canaria, cuya imagen no me canso de mancillar, con la misma fruición con que mancillan sus cuerpos los amantes. No va de resolver misterio alguno. Va, más bien, de saber quién será el próximo en estirar la pata.

Por ahora no cuento más. En febrero, cuando aparezca en el mercado, ya daré algunos detalles más acerca de este título, pero me apetecía compartir contigo, que sigues este blog y sé que a veces lees mis libros, esta noticia, más que nada porque me apetecía, aunque también para que luego no puedas decirme que no te lo dije.





¿Acaso no matan a los caballos?

6 10 2012
 —Siempre mañana –dijo ella–. La gran oportunidad siempre es mañana.

Horace McCoy. ¿Acaso no matan a los caballos?

Cuando en algún debate surge la pregunta sobre qué es la novela negra, por qué se dice de este tipo de libros que para ser buenos deben estar escritos con las tripas, amigos escritores, aficionados al género y yo mismo acabamos siempre mencionando algunos títulos que ejemplifican esta forma de entender el género y, al mismo tiempo, demuestran que el género pulp no tiene nada que envidiar a la supuesta literatura de peso, que las novelas de crímenes pueden ser alta literatura. Entre esos títulos están Cosecha roja, 1280 almas, El cartero siempre llama dos veces y la devastadora novela que te traigo esta semana: ¿Acaso no matan a los caballos?, de Horace McCoy.

¿Acaso no matan a los caballos?, de Horace McCoy, Punto de Lectura, 160 páginas.

They Shoot Horses, Don’t They? (publicada originalmente en 1935 y que en España conocemos por la aún vigente traducción de Josep Rovira Sánchez) es la historia de Robert y Gloria, dos chicos que se conocen por casualidad en Los Ángeles, adonde ambos han ido para intentar trabajar en el cine. Por supuesto, no han tenido suerte (los personajes de estas historias nunca la tienen) y sobreviven a salto de mata, con más hambre que ilusión y más agotamiento que esperanza.

Gloria ha oído hablar de un concurso de resistencia de baile: el premio son mil dólares, pero, lo que más les atrae es la perspectiva de comer gratis mientras dure el concurso y la remota posibilidad de que algún productor los descubra.

Por supuesto, la realidad es más dura. En pocas páginas, ambos personajes, junto con otros concursantes, van a iniciar un descenso al infierno: deben bailar sin cesar, duermen sin dormir más de quince minutos seguidos, comiendo sin dejar de moverse, enfrentándose a pruebas sorpresa brutales para satisfacer a un público ávido de asistir al espectáculo del dolor ajeno para olvidar el propio.

La estructura de la novela es la de una sentencia dictada contra Robert, a lo largo de la cual una analepsis (esto es, un flash-back) nos mostrará cómo ha llegado hasta ahí, cómo vivió esos días junto a Gloria, esa muchacha que, antes de conocerle, ya había renunciado a la esperanza, pero también a la hipocresía.

Esta una novela dura, lacerante, contada de manera muy concisa y rápida se inserta perfectamente en la cultura de la sospecha y en la más genuina crítica a la sociedad capitalista: esos bailarines forman parte de una metáfora de un sistema que cosifica a los seres humanos, despojándoles de lo mejor que pueden dar como personas y apelando a sus más bajas pasiones.

 

Este concurso de resistencia de baile es ficción, pero está inspirado en algunos que fueron muy populares durante la Gran Depresión. Tras la muerte de un concursante en plena pista de baile, la presión de las ligas reformistas (también duramente criticadas por McCoy) haría que las autoridades acabaran prohibiéndolas.

 

Horace McCoy nació en 1897 y, como muchos grandes de la novela negra de esa época, ejerció diversos oficios oficios: vendedor de periódicos, aviador, cronista deportivo y guionista de cine. Comenzó a escribir novelas pulp en los años veinte, y aparte de esta, es muy de destacar Los sudarios no tienen bolsillos.

 

La versión cinematográfica de esta novela la firmó Sidney Pollack en 1969 con un reparto encabezado por Jane Fonda, Michael Sarrazin y Susannah York, en el cual había grandes secundarios del cine norteamericano, como Gig Young, que obtuvo el Oscar por su interpretación de Rocky, el maestro de ceremonias. La cinta, que compartía título con la novela, fue llamada en España Danzad, danzad, malditos y aunque modifica algunos detalles del argumento, capta perfectamente el espíritu y el mensaje de esta novela que no puede faltar en ninguna buena biblioteca, una joya breve, lacerante e inolvidable.

 (Si quieres escuchar La buena letra de esta semana, así como La butaca, la sección de cine de Francisco Melo Junior, y, de paso, saber cómo y por qué desrecomendamos La noche es virgen de Jaime Bayly, pincha aquí).








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