60 años de El Llano en llamas

29 09 2013
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El llano en llamas, de Juan Rulfo, Cátedra, 181 páginas.

 

 [Te debía La Buena Letra correspondiente al 20 de septiembre, justo la semana pasada. Aquí está. Y si quieres escuchar el podcast, solo has de hacer clic aquí]

El 18 de septiembre de 1953, en México DF, Fondo de Cultura Económica publicó en su colección Letras Mexicanas El Llano en llamas, primer libro de Juan Nepomuceno Carlos Pérez Rulfo Vizcaíno, más conocido como Juan Rulfo, un funcionario de migración, natural de una aldea cercana a Sayula, en Jalisco, que desde 1945 había estado publicando algunos de esos 16 cuentos en algunas revistas literarias.

Con El Llano en llamas (y luego con su novela, la claustrofóbica y onírica Pedro Páramo), Rulfo, casi sin querer, daría un giro completo a la literatura hispanoamericana. Parece exagerado, pero es verdad: después de Rulfo ya nada fue lo mismo.

Los cuentos de Rulfo, ambientados en su mayoría en el ámbito rural, nos cuentan historias de hombres y mujeres humildes, acuciados por el hambre, desilusionados por una revolución que no cambió su miseria y enfrentados a la violencia, la injusticia y las consecuencias de sus propias acciones. Pero hacen algo más: con su estilo seco, descarnado, extrañamente poético, con su léxico del México rural, nos mostró que la universalidad de la literatura está en sus temas y en el adecuado tratamiento de estos, no en que las historias se localicen en la Cosmópolis. Los personajes de Rulfo viven, así, las mismas grandes pasiones de los personajes de Shakespeare: el deseo, el amor, la muerte, la traición, los conflictos paterno–filiales, la lucha contra el destino… Todos esos temas están ahí, leídos desde ese hermoso y raro español del México profundo, en los diálogos escritos con brillantez inimitable; en las descripciones rápidas, precisas e inolvidables; en la voz del narrador, que recoge las de sus personajes, huyendo de lirismos y artefactos.

Lo que hace Rulfo como narrador es ponerse humildemente al servicio de sus personajes y mostrarnos que en un buen relato no es tan importante lo que se dice, sino cómo se dice y, sobre todo, lo que no se dice.

Rulfo se quedó huérfano en la infancia y vivió con su abuela y después en orfanatos en diferentes lugares de México, hasta que en 1946 se estableció en México DF. El Llano en llamas y luego Pedro Páramo lo convertirían en una figura importantísima. Luego trabajaría en cine, escribiendo para El Indio Fernández. De esa colaboración surgiría El gallo de oro, una novela corta que daría origen a una película con guion, nada menos, que de García Márquez y Carlos Fuentes. Pero, aparte de esto, cuando murió en 1986 no había vuelto a escribir más.

Sobre los motivos de este silencio hay muchas explicaciones. Una vez, él mismo dijo que los argumentos de sus cuentos se los contaba su tío Celerino. Y que su tío se había muerto.

En fin, Rulfo ha influido tanto en la literatura posterior que necesitaríamos veinte  Buenas Letras para empezar a hacer una lista más o menos seria.

Esta semana he vuelto a revisitar estos cuentos: «Macario», «La cuesta de las comadres», «Es que somos muy pobres», «Talpa» o «Diles que no me maten». Y cada vez que los leo, encuentro algo nuevo y vuelvo a disfrutarlos como el primer día.

Así que, si aún no conocen a Rulfo, buena es la oportunidad de este aniversario para buscarlo y disfrutarlo. El Llano en llamas, de Juan Rulfo, en muchísimas ediciones entre las que puede estar, por ejemplo, la de Cátedra, 181 paginitas que marcan un hito en la Historia de la Literatura pero que son, sobre todo, 16 cuentos inolvidables.





La tradición y el toro

18 09 2013

Como cada año por estas fechas, el Toro de la Vega que tiene lugar en Tordesillas vuelve a ocupar espacio mediático, a encender polémicas, a airear las creencias y convicciones de cada cual.

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Mi opinión sobre la tauromaquia en general ya la dejé clara en una vieja entrada de este blog, así que no voy a aburrirte con ella. El motivo de esta de hoy es que uno de los argumentos de quienes defienden la mencionada fiesta me ha dado que pensar. Por supuesto, no es el único y hay  para todos los gustos: desde el seudo-ecológico (el toro se extinguirá si se suprime la fiesta, que parece sostenerse sobre la intuitiva premisa de que el toro solo existe para ser lanceado) hasta el socio-antropológico (la fiesta da cohesión popular, que obvia que los papagüevos también), pasando por el seudotolerante (tengo derecho a hacer lo que quiera y no hago mal a ninguna persona; si no te gusta, no mires). Pero el más extendido y, además, muy interesante es el de la tradición.

Más o menos, el argumento que apela a la tradición viene a decir que el Toro de la Vega es una tradición cultural que se practicaba ya hace muchísimo tiempo (los más versados en Historia apuntan al Siglo XVI; a alguna presentadora de magazine matinal se le llegó a escapar eso de «miles de años, por lo menos, cientos«) y que, por tanto, como siempre se ha hecho es bueno que continúe haciéndose.

Como uno polemiza para convencer o ser convencido y no es más importante lo primero que lo segundo, me he parado a pensar en la posibilidad de que quienes así opinan, basándose en un argumento ad antiquitatum, pudiesen acaso tener razón y ser yo el equivocado. No lo he pensado demasiado (quizá un día o día y medio), pero me ha dado, al menos, para pensar en cómo los horrores de la modernidad han hecho desaparecer tradiciones que nuestros ancestros practicaron durante años y más años, en los tiempos en que el mundo era mejor y Dios se encontraba más cercano a los hombres.

Así, sin pensar demasiado, se me ha ocurrido la siguiente lista:

  • Lapidación: mencionada ya en las Sagradas Escrituras, prácticamente ha desaparecido, aunque aún algunos pueblos cercanos a la Divinidad continúan practicándolo (para regocijo de ONG, feministas y demás perroflautas, que así tienen algo por lo que indignarse fuera de la temporada taurina). Esto viene muy bien, por cierto, cuando hay que invadir los países a los que pertenecen esos pueblos y convencer a los melenudos de que los invadimos para acabar con eso y no para controlar sus recursos. En cualquier caso, ya se ha perdido esta estupenda manera de extirpar de la comunidad a los adúlteros de ambos sexos, sobre todo del segundo, aprovechando, además, solares vacíos para estas ejecuciones-espectáculo de índole participativa que fomentan, además, el ejercicio físico.
  • Auto de fe: su vida coincide con el apogeo de la Santa Inquisición. Entre el Siglo XV y 1826 amenizaron más de una Pascua. Tanto por su variedad como por las diversas actividades que se realizaban en ellos, es una pena que los autos de fe hayan desaparecido de nuestras tradiciones. Una buena procesión con sus capirotes y sambenitos, acompañada de escarnio público, enriquecida con el martirio de la rueda o finalizada con un buen ahorcamiento y su pira final… Sí: la hoguera. Ah, la hoguera… Qué tiempos aquellos.
  • Derecho de pernada: típica del medievo, pero en algunos lugares subsistió hasta casi la Edad Moderna. ¿Por qué permitir que las torpes y callosas manos de los labriegos se posen sobre hermosas doncellas, pudiendo el señor de estos disfrutar de esas turgentes mocedades en una prima notte que, por otro lado, podría reportar un vástago directamente hijo del amo?
  • Esclavitud: una de las más antiguas tradiciones de la Historia de la humanidad. Desde que el mundo es mundo, se sabe de esta lucrativa y práctica actividad. En tiempos de crisis económica deberíamos, más que nunca, plantearnos recuperarla. Sí, ya sé, ya sé: la izquierda recalcitrante y los gualdrapas del otro-mundo-es-posible no dejan de decir que continúa existiendo, en las fábricas de Asia, en las maquiladoras, en los prostíbulos de todo el planeta. Pero no hablo de esa esclavitud, sino de la otra, de la buena. Abriría un interesante nicho de mercado, eliminaría huelgas y protestas (habría que volver a otras tradiciones relacionadas, como los barcos negreros, la fusta, el látigo o la deformación de pies de esclavos díscolos) y, como ya no somos racistas, los esclavos no tendrían que ser necesariamente de ninguna etnia concreta. Podríamos, sencillamente, sustituir las oficinas de empleo por mercados de esclavos donde los empresarios acudirían a adquirir mano de obra barata y eficaz. Poco a poco, los empleados actuales podrían ir siendo sustituidos por esclavos, y pasarían, de paso, a formar parte de la masa esclavizable, garantizando así el flujo constante de trabajadores. ¿A que alguna vez han soñado con esto, señores de la CEOE?
  • Canibalismo: aún hay pocos, poquísimos lugares donde los pueblos cercanos a los dioses festejan así sus victorias. Pero, en general, la extensión de las religiones semíticas terminó con esa bella tradición guerrera de acabar con el enemigo de una vez y para siempre devorando su carne hasta el tuétano, para así apropiarse de su valor. Una hermosa muestra de respeto, una forma de evitar las fosas comunes (molestas y comprometedoras) y mucho más estética que ponerle un mono de color naranja y hacerle barbaridades que, cada dos por tres, melenudos indocumentados se dedican a airear.

En fin, estas son solo algunas de las prácticas útiles y potenciadoras de la cohesión social que el argumento que apela a la tradición (durante siglos se hizo así) podría permitirnos recuperar.

Se me quedan atrás otras muchas tradiciones menores: las sangrías con sanguijuelas, las peleas de bobos, las purgas con aceite de ricino, el cilicio y el sufragio exclusivamente masculino (ya he tocado el tema de soslayo, pero afrontémoslo ya sin más miramientos, atacando el tema de frente y sin pudores correctistas: sabemos que nuestros mayores dictan que «la mujer en la cocina, con la pata quebrada y, si hace falta, apaleada». ¿Qué es eso de que vayan por ahí metiéndose en cosas de hombres o presidiendo comunidades autónomas?).

Así pues, si es la tradición el argumento que justifica que en Tordesillas unos señores lleven al campo un toro y lo maten a lanzadas (o, para el caso es lo mismo, que en cualquier otro lugar lo metan en una plaza y lo torturen hasta el último estertor), quizá quienes lo esgrimen deberían administrarlo con cuidado, porque es una puerta que no deberíamos abrir, ni siquiera entornar, pues conduce a estancias en las que hay mobiliario bastante desagradable. Un último ejemplo: la guillotina. Seguro que la familia real y a los últimos grandes de España que quedan no les haría ninguna gracia que la recuperáramos.

 (He obviado, claro está, que al argumento ad antiquitatum es una forma de falacia, porque esto me hubiese impedido escribir este post).





Salinger contra los buitres

14 09 2013

[Si te perdiste La Buena Letra del pasado viernes y quieres escucharla, solo tienes que hacer clic aquí]

No hay nada mejor que tener a personas cuyo trabajo admirar. Pero el culto a la personalidad es nocivo: se empieza a confundir al obrero con la obra y se acaba diciendo, por ejemplo, que La familia de Pascual Duarte es un truño porque su autor era un hombre desagradable. Y la versión más radical, la del fenómeno fan, es insoportablemente asfixiante y despoja las obras de los ídolos del seguro o dudoso valor que hubiesen podido tener: los chicos y chicas que centran toda su felicidad en el culto a canchanchanes que se convierten (más por arte de mercadotecnia que de magia) en modernos chamanes de la caducidad, los aficionados al deporte que abrazarían la camiseta sudada de sus jugadores de fútbol o tenistas favoritos (y aun su ropa interior), los seguidores de las novelas de Fulanito que, como decía Manolo Morán en Balarrasa, firman, rubrican y le romperían la cara al que diga lo contrario de lo que Fulanito ha dicho en Twitter sobre el precio de las acelgas, parecen salidos de una de esas distopías de Orwell o Huxley, en las que masas idiotizadas son incapaces de pensar con un mínimo de independencia, ecuanimidad y criterio.

Y aún resulta más enervante cuando ese fanatismo se derrama sobre creadores admirables, desviando hacia lo personal la atención que merecerían sus obras, dando un paso de gigante con ellas hacia la banalidad de la que estas intentaban, precisamente, huir.

Todo eso viene a cuento porque acaban de estrenar en EEUU un documental sobre Salinger y la cosa viene acompañada por una biografía de 600 páginas. Los autores de ambas cosas son Shane Salerno y David Shield. Salinger (1919–2010) es, como sabemos, muy célebre por El guardián entre el centeno, esa novela conocida por estar en la biblioteca de asesinos de personas famosas (el que más, el asesino de Lennon). Hace más de cuatro décadas, cansado de que le hicieran faenas y de recibir atención no deseada, Salinger decidió retirarse del mundanal ruido, dejó de conceder entrevistas, prohibió que en las solapas y contraportadas de sus libros se publicara comentario alguno, y se retiró a Cornish (New Hampshire) para ver si sus fans y quienes intentaban sacar dinero de él gracias a la estupidez de sus fans (no hay nada tan estúpido como un fan) le dejaban de una buena vez en paz.

Tres ejemplos de la clase de faenas que le hicieron a Salinger: Ian Hamilton publicó una biografía sobre él contando sus relaciones con jóvenes aspirantes a escritoras, incluyendo el parafraseo de su correspondencia privada. Una de esas jovenzuelas, Joyce Maynard, llegó a subastar esas cartas. Su propia hija, Margaret Salinger (distanciada del padre desde la juventud), publicó en 1998 un libro en el que lo ponía a parir, afirmando que era controlador y que bebía su propia orina. Todos estos golpes (y alguno más) logró pararlos Salinger legalmente hasta 2010.

Pero ya se sabe cómo son los buitres: esperan a que la presa muera para abalanzarse sobre ella. Y ahora se ha abierto la veda.

Documental y biografía ya han comenzado a recibir críticas negativas en EEUU. Y supongo que con razón, porque, ya lo que me ha llegado, me produce repugnancia, como una historieta que se han montado con que Salinger era aficionado a las jovencitas porque solo tenía un testículo.

Personalmente, me interesa un ídem, porque lo importante en un autor no es su vida privada, sobre todo si él ha querido vivir de una forma no pública, sino su obra.

Y la obra de Salinger, que a causa de esta noticia he vuelto a frecuentar en las últimas semanas (algo bueno tenía que tener), es de esas que no hay que perderse.

Lo más célebre de Salinger es, por supuesto, El guardián entre el centeno. La han leído (o al menos la han comprado) 60 millones de personas desde 1945. Es una bildungsroman (una novela de crecimiento personal) y en ella el autor se mete perfectamente en la piel de Holden Caulfield, un adolescente que, como todo buen adolescente de libro, anda más perdido en la vida que Ana Botella en una facultad de Filología Inglesa (lo siento, chiste malo, pero es lo que toca). La cuestión es que, aunque esta novela es estupenda, su celebridad se debe a que, como decía arriba, varios tarados habían andado frecuentándola antes de atentar contra la vida de personas famosas. Así que ahí, de nuevo, el morbo, los fans y toda la asquerosa superficialidad que recorre como un río de estiércol la Edad Contemporánea. Y sí, El guardián entre el centeno es muy recomendable, sobre todo si uno es un adolescente, pero está un poco sobrevalorada y por motivos extraliterarios.

Lo que me parece magistral (y lo que ha sido más olvidado porque no está relacionado con ningún escándalo) son sus cuentos y novelas cortas.

Nueve cuentos, de J. D. Salinger, Madrid, Alianza Editorial, 189 páginas

Nueve cuentos, de J. D. Salinger, Madrid, Alianza Editorial, 189 páginas

Tres años después de El guardián entre el centeno, J. D. Salinger publicó Nueve cuentos, una joya en la que brilla (yo diría que deslumbra) su indudable talento narrativo. Ahí están, además, todos sus temas habituales: la devastación de la guerra, la sabiduría oriental (especialmente el vedanta y el budismo zen), la incomunicación, la dificultad de los individuos para hallar un equilibrio sus emociones y lo que la sociedad espera de ellos, la inocencia de los niños, con cuyo contacto sus personajes encuentran con frecuencia la salvación espiritual. Estos y otros asuntos literariamente jugosos motivan muchos de estos cuentos, como “Un buen día para el pez plátano”, “Teddy”, o “Para Esmé, con amor y sordidez”. Sin embargo, de entre esos nueve cuentos excelentes, hay uno que siempre he incluido en esa Antología de Cuentos Inolvidables que cada amante de los cuentos tiene, ocupando un lugar relevante: “Linda boquita y verdes mis ojos”, magistralmente construido en torno a una simple llamada telefónica.

Si leídos estos cuentos, queremos seguir con la ficción breve de Salinger, solo hay dos libros más, que recogen en total cuatro relatos en torno a la familia del protagonista de “Un buen día para el pez plátano”, la extensa y curiosa familia Glass, compuesta por chicos y chicas que fueron niños–prodigio de la radio en los años treinta. El narrador de ambos libros es Buddy Glass, uno de los hermanos. El primer libro contiene “Levantad, carpinteros, la viga del tejado” y “Seymour, una introducción” (maravilloso texto autorreferencial y muy recomendable para aquellos quienes se enfrentan cada día a la página en blanco). El segundo libro es Franny y Zooey, dos novelas cortas que forman una sola, en torno a los dos hermanos menores de la familia.

Y esta es toda la obra publicada de Jerome David Salinger: una novela, un libro de cuentos y dos libros que forman un ciclo de cuatro novelas cortas. No se me dan bien las matemáticas, pero no sumarán más de setecientas páginas y se editan habitualmente en colecciones de bolsillo, muy económicas. Podemos leerlas, disfrutarlas y pensarlas sin violar la intimidad de su autor.

Así que no tiene mucho sentido leer esa biografía de 600 páginas en la que unos caníbales despedazan la vida personal de un maestro que lo único que había pedido era que le dejaran tranquilo.





Taller Creativo Domingo Rivero: ‘Solo mi sombra’ y algunas cosas más

10 09 2013

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Si Ceremonias a veces se queda un poco abandonado, es porque quien lo firma está, para variar, trabajando un poco. De hecho, mi particular vuelta al cole está resultando algo frenética.

En esta ocasión, entre otras cosas, he pasado unos días programando el nuevo Taller Creativo Domingo Rivero, que comienza la próxima semana (el miércoles, 18 de septiembre) y cuyo periodo de inscripción se abre hoy.

El programa del Módulo I, titulado Cómo contar una historia, es el siguiente:

1.      Puntos de partida: el extrañamiento y la magia de lo cotidiano: la ficción en germen.

2.      Líneas de fuerza del relato. Objetos, estribillo, postergación. Comienzos y desenlaces.

3.      Diálogos y monólogos. Construcción y estilos.

4.      La palabra exacta. Escrituras mínimas.

La formalización de la matrícula tendrá lugar en el propio Museo Poeta Domingo Rivero (c/ Torres, 10,1º) los días 11, 12, 13,16 y 17 de septiembre, de 10:00 a 13:00 horas. Si estás interesado/a en inscribirte o necesitas más información, puedes telefonear al museo (928 370221) o enviarme un email solicitándola (alexisravelo@gmail.com). Recuerda que el número de plazas está limitado a quince.

Lo cierto es que retomo este taller con mucha ilusión, sobre todo después de constatar el resultado de la primera edición: una novela corta colectiva (escrita nada menos que a treinta manos. Lleva por título Solo mi sombra y puedes descargar gratuitamente de la red en el siguiente enlace: http://es.scribd.com/doc/166845200/Solo-Mi-Sombra-Taller-Creativo-Domingo-Rivero.

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Inspirada en un suceso real, el argumento es el siguiente: tras la aparición de un cadáver que ha permanecido oculto durante más de una década, un periodista se interroga sobre la vida del difunto y las circunstancias que le llevaron a vivir y morir en soledad, olvidado por todos.

Solo mi sombra es el resultado de muchas semanas de trabajo en el taller, la suma de muchos esfuerzos individuales de quienes, con camaradería y generosidad, han puesto su talento al servicio de la causa común de contar la historia de personaje singular que, sin embargo, podría haber sido cualquiera de nosotros, incluido tú.

Personalmente, estoy muy orgulloso del trabajo de todos estos autores y autoras que han sabido contar esta historia con destreza y eficiencia que podrían servir un ejemplo para más de un autor «consagrado».

Así pues, ya sabes (que luego me dices que no te lo dije): se abre la inscripción para el nuevo Taller Creativo Domingo Rivero, pero, antes, puedes leer gratis Solo mi sombra. ¿Qué más se puede pedir por un golpe de ratón?








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