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No hay nada mejor que tener a personas cuyo trabajo admirar. Pero el culto a la personalidad es nocivo: se empieza a confundir al obrero con la obra y se acaba diciendo, por ejemplo, que La familia de Pascual Duarte es un truño porque su autor era un hombre desagradable. Y la versión más radical, la del fenómeno fan, es insoportablemente asfixiante y despoja las obras de los ídolos del seguro o dudoso valor que hubiesen podido tener: los chicos y chicas que centran toda su felicidad en el culto a canchanchanes que se convierten (más por arte de mercadotecnia que de magia) en modernos chamanes de la caducidad, los aficionados al deporte que abrazarían la camiseta sudada de sus jugadores de fútbol o tenistas favoritos (y aun su ropa interior), los seguidores de las novelas de Fulanito que, como decía Manolo Morán en Balarrasa, firman, rubrican y le romperían la cara al que diga lo contrario de lo que Fulanito ha dicho en Twitter sobre el precio de las acelgas, parecen salidos de una de esas distopías de Orwell o Huxley, en las que masas idiotizadas son incapaces de pensar con un mínimo de independencia, ecuanimidad y criterio.
Y aún resulta más enervante cuando ese fanatismo se derrama sobre creadores admirables, desviando hacia lo personal la atención que merecerían sus obras, dando un paso de gigante con ellas hacia la banalidad de la que estas intentaban, precisamente, huir.
Todo eso viene a cuento porque acaban de estrenar en EEUU un documental sobre Salinger y la cosa viene acompañada por una biografía de 600 páginas. Los autores de ambas cosas son Shane Salerno y David Shield. Salinger (1919–2010) es, como sabemos, muy célebre por El guardián entre el centeno, esa novela conocida por estar en la biblioteca de asesinos de personas famosas (el que más, el asesino de Lennon). Hace más de cuatro décadas, cansado de que le hicieran faenas y de recibir atención no deseada, Salinger decidió retirarse del mundanal ruido, dejó de conceder entrevistas, prohibió que en las solapas y contraportadas de sus libros se publicara comentario alguno, y se retiró a Cornish (New Hampshire) para ver si sus fans y quienes intentaban sacar dinero de él gracias a la estupidez de sus fans (no hay nada tan estúpido como un fan) le dejaban de una buena vez en paz.
Tres ejemplos de la clase de faenas que le hicieron a Salinger: Ian Hamilton publicó una biografía sobre él contando sus relaciones con jóvenes aspirantes a escritoras, incluyendo el parafraseo de su correspondencia privada. Una de esas jovenzuelas, Joyce Maynard, llegó a subastar esas cartas. Su propia hija, Margaret Salinger (distanciada del padre desde la juventud), publicó en 1998 un libro en el que lo ponía a parir, afirmando que era controlador y que bebía su propia orina. Todos estos golpes (y alguno más) logró pararlos Salinger legalmente hasta 2010.
Pero ya se sabe cómo son los buitres: esperan a que la presa muera para abalanzarse sobre ella. Y ahora se ha abierto la veda.
Documental y biografía ya han comenzado a recibir críticas negativas en EEUU. Y supongo que con razón, porque, ya lo que me ha llegado, me produce repugnancia, como una historieta que se han montado con que Salinger era aficionado a las jovencitas porque solo tenía un testículo.
Personalmente, me interesa un ídem, porque lo importante en un autor no es su vida privada, sobre todo si él ha querido vivir de una forma no pública, sino su obra.
Y la obra de Salinger, que a causa de esta noticia he vuelto a frecuentar en las últimas semanas (algo bueno tenía que tener), es de esas que no hay que perderse.
Lo más célebre de Salinger es, por supuesto, El guardián entre el centeno. La han leído (o al menos la han comprado) 60 millones de personas desde 1945. Es una bildungsroman (una novela de crecimiento personal) y en ella el autor se mete perfectamente en la piel de Holden Caulfield, un adolescente que, como todo buen adolescente de libro, anda más perdido en la vida que Ana Botella en una facultad de Filología Inglesa (lo siento, chiste malo, pero es lo que toca). La cuestión es que, aunque esta novela es estupenda, su celebridad se debe a que, como decía arriba, varios tarados habían andado frecuentándola antes de atentar contra la vida de personas famosas. Así que ahí, de nuevo, el morbo, los fans y toda la asquerosa superficialidad que recorre como un río de estiércol la Edad Contemporánea. Y sí, El guardián entre el centeno es muy recomendable, sobre todo si uno es un adolescente, pero está un poco sobrevalorada y por motivos extraliterarios.
Lo que me parece magistral (y lo que ha sido más olvidado porque no está relacionado con ningún escándalo) son sus cuentos y novelas cortas.

Nueve cuentos, de J. D. Salinger, Madrid, Alianza Editorial, 189 páginas
Tres años después de El guardián entre el centeno, J. D. Salinger publicó Nueve cuentos, una joya en la que brilla (yo diría que deslumbra) su indudable talento narrativo. Ahí están, además, todos sus temas habituales: la devastación de la guerra, la sabiduría oriental (especialmente el vedanta y el budismo zen), la incomunicación, la dificultad de los individuos para hallar un equilibrio sus emociones y lo que la sociedad espera de ellos, la inocencia de los niños, con cuyo contacto sus personajes encuentran con frecuencia la salvación espiritual. Estos y otros asuntos literariamente jugosos motivan muchos de estos cuentos, como “Un buen día para el pez plátano”, “Teddy”, o “Para Esmé, con amor y sordidez”. Sin embargo, de entre esos nueve cuentos excelentes, hay uno que siempre he incluido en esa Antología de Cuentos Inolvidables que cada amante de los cuentos tiene, ocupando un lugar relevante: “Linda boquita y verdes mis ojos”, magistralmente construido en torno a una simple llamada telefónica.
Si leídos estos cuentos, queremos seguir con la ficción breve de Salinger, solo hay dos libros más, que recogen en total cuatro relatos en torno a la familia del protagonista de “Un buen día para el pez plátano”, la extensa y curiosa familia Glass, compuesta por chicos y chicas que fueron niños–prodigio de la radio en los años treinta. El narrador de ambos libros es Buddy Glass, uno de los hermanos. El primer libro contiene “Levantad, carpinteros, la viga del tejado” y “Seymour, una introducción” (maravilloso texto autorreferencial y muy recomendable para aquellos quienes se enfrentan cada día a la página en blanco). El segundo libro es Franny y Zooey, dos novelas cortas que forman una sola, en torno a los dos hermanos menores de la familia.
Y esta es toda la obra publicada de Jerome David Salinger: una novela, un libro de cuentos y dos libros que forman un ciclo de cuatro novelas cortas. No se me dan bien las matemáticas, pero no sumarán más de setecientas páginas y se editan habitualmente en colecciones de bolsillo, muy económicas. Podemos leerlas, disfrutarlas y pensarlas sin violar la intimidad de su autor.
Así que no tiene mucho sentido leer esa biografía de 600 páginas en la que unos caníbales despedazan la vida personal de un maestro que lo único que había pedido era que le dejaran tranquilo.
Cuando digo que «La familia de Pascual Duarte» es una gran novela, que algunos libros de viaje o recopilaciones de artículos y muchos de los juegos que hace Cela con sus relatos cortos, me gustan mucho, me suelen decir que Cela era un impresentable, que cómo me puede gustar. Eso de que la vida privada, o el personaje que cada uno se crea para afrontar esa vida privada, descalifique una obra es absurdo, pero generalizado.
Un saludo.
Absolutamente de acuerdo, Miguel. Cuando llamas a un fontanero para que te haga una instalación, lo que cuenta es su pericia, no que te caiga bien o mal. ¿Por qué le damos importancia a la simpatía o antipatía personal en los oficios creativos? Y coincido contigo: «La familia de Pascual Duarte» es una novelaza.
Cuando tenía unos 18 años anduve fascinada por el Guardián entre el centeno, como la mayoría de los adolescentes interesados en la literatura….supongo, Era un libro muy famoso en Polonia,soy de allí, todavía me acuerdo de algunas frases del libro….Gracias por recomendar sus relatos cortos, mis preferidos.
Me alegra habértelo recordado, mar.