
El llano en llamas, de Juan Rulfo, Cátedra, 181 páginas.
[Te debía La Buena Letra correspondiente al 20 de septiembre, justo la semana pasada. Aquí está. Y si quieres escuchar el podcast, solo has de hacer clic aquí]
El 18 de septiembre de 1953, en México DF, Fondo de Cultura Económica publicó en su colección Letras Mexicanas El Llano en llamas, primer libro de Juan Nepomuceno Carlos Pérez Rulfo Vizcaíno, más conocido como Juan Rulfo, un funcionario de migración, natural de una aldea cercana a Sayula, en Jalisco, que desde 1945 había estado publicando algunos de esos 16 cuentos en algunas revistas literarias.
Con El Llano en llamas (y luego con su novela, la claustrofóbica y onírica Pedro Páramo), Rulfo, casi sin querer, daría un giro completo a la literatura hispanoamericana. Parece exagerado, pero es verdad: después de Rulfo ya nada fue lo mismo.
Los cuentos de Rulfo, ambientados en su mayoría en el ámbito rural, nos cuentan historias de hombres y mujeres humildes, acuciados por el hambre, desilusionados por una revolución que no cambió su miseria y enfrentados a la violencia, la injusticia y las consecuencias de sus propias acciones. Pero hacen algo más: con su estilo seco, descarnado, extrañamente poético, con su léxico del México rural, nos mostró que la universalidad de la literatura está en sus temas y en el adecuado tratamiento de estos, no en que las historias se localicen en la Cosmópolis. Los personajes de Rulfo viven, así, las mismas grandes pasiones de los personajes de Shakespeare: el deseo, el amor, la muerte, la traición, los conflictos paterno–filiales, la lucha contra el destino… Todos esos temas están ahí, leídos desde ese hermoso y raro español del México profundo, en los diálogos escritos con brillantez inimitable; en las descripciones rápidas, precisas e inolvidables; en la voz del narrador, que recoge las de sus personajes, huyendo de lirismos y artefactos.
Lo que hace Rulfo como narrador es ponerse humildemente al servicio de sus personajes y mostrarnos que en un buen relato no es tan importante lo que se dice, sino cómo se dice y, sobre todo, lo que no se dice.
Rulfo se quedó huérfano en la infancia y vivió con su abuela y después en orfanatos en diferentes lugares de México, hasta que en 1946 se estableció en México DF. El Llano en llamas y luego Pedro Páramo lo convertirían en una figura importantísima. Luego trabajaría en cine, escribiendo para El Indio Fernández. De esa colaboración surgiría El gallo de oro, una novela corta que daría origen a una película con guion, nada menos, que de García Márquez y Carlos Fuentes. Pero, aparte de esto, cuando murió en 1986 no había vuelto a escribir más.
Sobre los motivos de este silencio hay muchas explicaciones. Una vez, él mismo dijo que los argumentos de sus cuentos se los contaba su tío Celerino. Y que su tío se había muerto.
En fin, Rulfo ha influido tanto en la literatura posterior que necesitaríamos veinte Buenas Letras para empezar a hacer una lista más o menos seria.
Esta semana he vuelto a revisitar estos cuentos: «Macario», «La cuesta de las comadres», «Es que somos muy pobres», «Talpa» o «Diles que no me maten». Y cada vez que los leo, encuentro algo nuevo y vuelvo a disfrutarlos como el primer día.
Así que, si aún no conocen a Rulfo, buena es la oportunidad de este aniversario para buscarlo y disfrutarlo. El Llano en llamas, de Juan Rulfo, en muchísimas ediciones entre las que puede estar, por ejemplo, la de Cátedra, 181 paginitas que marcan un hito en la Historia de la Literatura pero que son, sobre todo, 16 cuentos inolvidables.
Gracias. Me lo apunto para la proxima
«Diles que no me maten» es ya un clásico de tus talleres. Con entonación incluida. 😉
Ni comparación con cómo lo lee Rulfo. jejejejeje.