Aún no han entrado en los grandes mercados y gozan, por tanto, de la sinceridad y la frescura que sus autores algún día podrían perder. Circulan en ediciones en rústica de tirada corta que puedes conseguir solo en unas pocas librerías o en sus sucesivas presentaciones, a no ser que ya hayas dado el salto tecnológico y puedas adquirirlas en sus versiones digitales. La crítica los ignora y pocos lectores, más allá del ámbito familiar, laboral o amistoso, saben que existen. Pero ellos, nuevos autores, se visibilizan, se atreven a arriesgarse económicamente costeando y difundiendo ediciones dignas de su trabajo en solitario o a través de iniciativas en las que cooperan para difundir sus textos.
En Canarias son legión y sus esfuerzos editoriales recuerdan a las colecciones que durante la posguerra o la transición recogieron las obras de aquellos a quienes ahora mencionamos cuando hay que citar a los maestros. Esta analogía constata que quizá sea un error menospreciar su talento, pensar que, porque aún no han accedido al gran mercado, no tienen nada que decirnos.
Son francotiradores, guerrilleros de la palabra, escritoras y escritores clandestinos, una red de resistentes contra el silencio. Entre todos, forman una especie de suelo, ya regado y fertilizado, en cuyo seno están germinando semillas de raras y hermosas plantas cuyos frutos llegarán más pronto que tarde. Y es que, entre obras mejores o peores, se ve brillar el talento, se encuentran pequeñas perlas que es necesario tener en cuenta, o incluso páginas que muchos escritores profesionales hubieran deseado haber escrito.

Sobre mi mesa hay, ahora mismo, unos cuantos libros publicados recientemente en mi ciudad en estas condiciones (autoediciones o ediciones realizadas gracias a pequeños esfuerzos colectivos), que, sin agotar la lista, pueden servir de ejemplo de la cantidad y variedad de textos que ofrece esta red de resistentes. Hay, por ejemplo, dos novelas: Chat, de Moisés Morán Vega y Tentar el destino, de Elena Villares Castellano. Ambas plantean argumentos policiales desde distintas perspectivas; si la segunda trata sobre la desaparición en Alemania de una joven y su búsqueda por parte de una abogada penalista, la primera es un violento thriller. Por diferentes caminos, se adentran en lo criminal con clara raíz insular. No todo es novela negra. También hay una breve y bien hilada novela corta de Bruno Rodríguez Romero, La hija del aparcero, sobre una familia conejera que, a principios del Siglo XX, cambia el Lanzarote (empobrecido por el cese del cultivo de la cochinilla) por los tomateros del sur de Gran Canaria.

Además, hay sobre mi mesa poesía, mucha poesía. De entre tantos libros, mencionaré Hotel Madrid, Poemas, no solo porque es el más reciente, sino porque en él aparecen textos de muchos de las y los poetas que firman los otros. Surgido del Taller de Poesía Espejo de Paciencia, un laboratorio que ha sabido instigar sabiamente Juan Francisco González Díaz, recoge versos de sus 13 componentes, de diferentes edades y tendencias: algunos de ellos atesoran ya premios literarios y forman parte volúmenes colectivos anteriores. Incluso han publicado libros en solitario, como Sara Godoy, que editó en 2010 Lifting de letras con Cam-PDS (un libro de poemas que ahondan en la sencillez de lo cotidiano) o Isabel Santervaz, quien, este mismo año, firmó El bosque de Luisa, un curioso libro infantil publicado en edición bilingüe. De Hotel Madrid, Poemas (si insisto tanto en el subtítulo es porque existe una novela titulada Hotel Madrid, escrita nada menos que por Emilio González Déniz), me gustaría destacar, eso sí, por mera arbitrariedad sentimental, dos voces: las de Máximo González Guardia, de quien he leído algunas prosas que me indican que lo mejor de su obra está por llegar, y Desirée Jiménez Sosa, la más joven del volumen, talentosa todoterreno que muestra como poeta la misma destreza que ya he identificado en sus cuentos.

En Hotel Madrid, Poemas, también participa Helio Ayala Díaz. Ayala Díaz no solo es poeta: también publicó recientemente Brevedades, un libro de microrrelatos que desde su aparición, hace unos meses, me ha deparado algunos momentos de grata lectura.

Y hablando de microrrelatos: lo más reciente es Esquivando negruras, de Patricia Rojas de Leunda. Natural de Cali (Colombia), pero canaria de adopción, esta restauradora y conservadora de arte ofrece con este libro, editado por Naka, una segunda entrega de esos textículos que tan bien se le dan. La primera, Entre amorosos desamores, apareció en 2012, como Brevedades, La hija del aparcero y Chat, en NACE, un proyecto editorial autogestionado por un grupo de autores que se ha unido para visibilizarse.
Por supuesto, faltan muchos nombres y títulos en este post (que solo es un post y por eso ha nacido sabiendo que será breve). Esto es solo un pequeño recorrido por lo que hay ahora mismo sobre mi mesa. De hecho, el espectro de escritoras y escritores que ahora mismo están pariendo textos desde la soledad, desde casi el anonimato, obteniendo pequeños premios, dando a la luz humildes ediciones de libros que acaso merecerían el espacio en el escaparate del que disponen algunos autores que de él disfrutan sin merecerlo tanto, enfrentándose al silencio en una batalla que no saben si ganarán, pero que no dan por perdida.
Algunos desistirán. A otros, la fuerza de lo cotidiano y el ruido de fondo acabará por acallarlos. Pero algunas, algunos, acabarán triunfando, no por suerte ni por azar, sino por méritos propios, porque la batalla contra el silencio es también una batalla contra el tiempo y solo él, finalmente, decide quién merecía estar entre los buenos y quién no.
Pero tú, que buscas siempre la buena letra en medio de tanto bullicio, no les quites el ojo de encima: entre ellos, entre los guerrilleros, entre la resistencia, está el futuro y, acaso, el presente.
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