Demasiado para Gálvez; lo demás es propaganda

21 02 2014

[Si te apetece escuchar el podcast y averiguar cómo celebramos este año el Día de las Letras Canarias, dedicado a Agustín Millares, concurso con Junior como participante incluido, solo has de hacer clic aquí]

La buena letra de hoy es una novela de sexo, violencia, política, periodismo y mucho humor: Demasiado para Gálvez, la que fue la primera novela de Jorge Martínez Reverte y la primera de la serie Gálvez, que los aficionados al género negro y los que quieran mirar a la realidad sociopolítica española de los últimos cuarenta años.

Demasiado para Gálvez, de Jorge Martínez Reverte, Madrid, Booket, 272 páginas.

Demasiado para Gálvez, de Jorge Martínez Reverte, Madrid, Booket, 272 páginas.

Demasiado para Gálvez fue publicada en 1979, aunque transcurre algunos años antes, en los últimos años del franquismo, y dio pie a una película protagonizada por Teddy Bautista e Isabel Mestres.

Pero corramos un tupido velo sobre la peli y centrémonos en la novela, que, acabo de comprobar, es buena literatura, de esa que se mantiene vigente por más que pasen los años.

El argumento es el siguiente: Julio Gálvez es un periodista que trabaja para el semanario Novedades. Es, más bien, un plumilla, un don nadie, a quien acaba de dejar su mujer y que tiene una vida bastante desastrada. Un día, el semanario le encarga que investigue a Serfico, un holding inmobiliario que se dedica a construir, vender y realquilar viviendas en zonas turísticas. Todo huele a podrido en Dinamarca y, cuando Gálvez se mete de lleno en el asunto, uno de sus contactos es asesinado y a él también intentan matarle. Pero cuando intenta publicar la noticia, resulta que su revista silencia los hechos a cambio de un gran contrato publicitario con la propia empresa investigada, y él es despedido. A partir de ahí, con los jefazos de la prensa en contra y con unos matones persiguiéndolo por todo Madrid, Gálvez se tendrá que buscar la vida por sus propios medios para sacar la verdad a la luz. No te estropeo nada más del argumento, pero te aviso: el final es explosivo.

En realidad, cualquiera que tenga memoria sabrá que el tema de Demasiado para Gálvez guarda gran similitud con un caso real que, igual que Matesa, había puesto al descubierto los negocios turbios en torno al poder en los últimos años del franquismo y fue juzgado, con poco éxito, en 1987: el caso Sofico, una empresa en cuyo consejo de administración había altos cargos de las cúpulas política y militar de la época.

Pero, más allá de sus parecidos con la realidad, con este argumento (que recuerda a otras grandes novelas, como Los sudarios no tienen bolsillos, de Horace McCoy), Martínez Reverte construye una historia divertida que se va oscureciendo poco a poco mientras se adentra en una intriga criminal en la que hay delitos económicos y de los otros, una radiografía de cómo funcionaba la sociedad española de aquella época (en el fondo, no tan distinta de esta) y de cómo la ética personal del periodista debe mantenerse inviolable frente a los poderes fácticos, haciendo honor a lo que luego dijera Horacio Verbitsky: “periodismo es difundir aquello que alguien no quiere que se sepa; el resto es propaganda”. Tema sobre el que toca pensar más que nunca hoy.

Demasiado para Gálvez tuvo mucho éxito en el momento de su aparición y dio pie a una serie de seis novelas divertidísimas que, a veces con una periodicidad de diez años, nos han ido contando lo que iba sucediendo en este país a través de las aventuras de este periodista golfo, sarcástico, mujeriego y honesto. La más reciente es Gálvez contra los leones (2013), pero tampoco hay que perderse Gálvez en Euskadi (1981) o Gálvez y el cambio del cambio (1995).

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Jorge Martínez Reverte (que es hermano del también escritor Javier Reverte) nació en Madrid en 1948 y abandonó la carrera de Ciencias Físicas para dedicarse al periodismo. Ha trabajado en muchos medios: la Agencia Pyresa, Cambio 16, El Sol, El País y El Periódico de Cataluña. Fue Premio Ortega y Gasset de periodismo en 2009 al mejor reportaje periodístico. Y, aparte de por sus novelas, destaca por sus ensayos históricos, principalmente dedicados a la Guerra Civil.

Pero, para comenzar a leerle, yo recomendaría comenzar por el principio, por esta novela divertida y sincera: Demasiado para Gálvez, de Jorge Martínez Reverte, en varias ediciones como, por ejemplo, la de Booket, 272 páginas de novela negra para leer rápido, pensar despacio y mirarnos de frente en el espejo de la ficción.





Pepe Rubianes hasta la última coma

19 02 2014
Después de despedirme, de Pepe Rubianes (Edición a cargo de Josep Forment), Barcelona, Alrevés, 189 páginas.

Después de despedirme, de Pepe Rubianes (Edición a cargo de Josep Forment), Barcelona, Alrevés, 189 páginas.

Ya ha salido en la Península (y pronto llegará a las librerías canarias) Después de despedirme, el Pepe Rubianes inédito que Josep Forment y Alrevés llevaban tanto tiempo preparando. Son 189 páginas, más de ochenta textos firmados por el actor y humorista a lo largo de tres décadas, recopilados por Forment de entre el sinfín de cuadernos cuyas páginas frecuentaba cada día.

Constituyen una miscelánea de artículos, aforismos, textos teatrales, apuntes para stand up, cartas, poemas y apuntes de viaje realizados en algunas de las muchas ciudades que recorrió, viajero incesante, a lo largo y ancho del mundo, agrupadas por el editor por géneros, pero también por temáticas y líneas de fuerza. Es el de Forment un trabajo que adivino esforzado y, en mi opinión, digno de elogio.

Por supuesto, en este libro está el Rubianes polémico, el que no tenía pelos en la lengua y se mojaba por todos llamando hijos de puta a los hijos de puta aunque ello le granjeara odios y le cerrara puertas. El Rubianes de un humorismo salvaje y una lucidez entre lo canalla y el dandismo (entre Juan Madrid y Oscar Wilde, para entendernos) capaz de sacar los colores a cualquier defensor del correctismo. Pero también se descubre (sobre todo en sus poemas y sus cartas) al hombre sensible, el pesimista amante de la vida, el que escribía poemas de amor a ciudades exóticas y expresaba su pasión a amantes sin nombre.

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Tú ya sabías quién era Rubianes. El actor que comenzó en Dagoll Dagom y luego se convirtió en un francotirador que daba patadas en la cabeza del burgués en espectáculos como Pay–Pay, La pasión de Cristo o Solamente Rubianes, haciéndonos gozar en televisión con su encarnación de Makinavaja (hubo en cine otro Maki, pero para mí, el único Maki era Rubianes) y formando parte de esa película bella y triste que fue El crimen del Cine Oriente. El tipo valiente que se enfrentó a una tormenta mediática cuando dijo que España se la sudaba por delante y por detrás (pensamiento que todos callamos pero a más de uno se le ocurre cuando quienes contribuyen a que su pueblo pase hambre y frío esgrimen esa “unidad de España” agitando la bandera, esos patriotas que lo darían todo por España menos el pastizal que esconden en Suiza), y que expuso así a la picota su Lorca eran todos. El mismo que, por defender la memoria histórica, fue acusado en un tribunal de vulnerar el derecho al honor de Julián Lanzarote, alcalde de Salamanca, acusación que le siguió más allá de la muerte.

Ahora sabrás quién era el otro Rubianes, el que había detrás de esa imagen pública, el que formaba parte de esta y acaso la sustentaba y llenaba de contenido.

Uno y otro nos dejaron hace cinco años. Hoy, cuando tanta falta nos hacen tíos tan deslenguados y tan justos y tan valerosos como él, regresa en estos textos que no pudo publicar en vida, para continuar incomodando a la España más rancia, la que es fea, católica y sentimental; para hacernos recapacitar sobre lo que consideramos valioso en esta sociedad cada vez más anestesiada; para denunciar a los fachas, a los necios, a los siervos del poder fáctico, a los injustos, a aquellos que no gastan tacos en su vocabulario porque ya nos insultan a todos cada día con sus acciones.

Entre esos textos, los dedicados a los dirigentes de entonces (tan poco diferentes de los actuales), son de esos que no tienen desperdicio, de los que se leen con una carcajada y un asentimiento, que continúan, por desgracia, teniendo vigencia. Hoy, cuando se ha sabido que un senador (otro más) tenía un pastizal sin declarar en un banco suizo, y la noticia comparte portadas con la polémica sobre la absurda muerte de quince inmigrantes en Ceuta, la tienen más que nunca. Hasta la última coma.





Pesimismos flaubertianos, cruzadas contra la estupidez

15 02 2014

[Puede que esta tarde invernal sea la perfecta para ofrecerte esa entrada prometida sobre Bouvard y Pécuchet. Tras la ventana aúlla el viento. Aquí, en el interior, todo es literatura].

Gustave Flaubert jamás te deja indiferente. Si has leído Las tentaciones de San Antonio, Salambó, La educación sentimental, Madame Bovary o, al menos, cuentos como Un corazón sencillo, sabrás a qué me refiero. Podrá parecerte tedioso, exigente, brumoso o incomprensible. También profundo, lúcido, apasionante, inaprensiblemente plástico. Pero jamás inofensivo.

Él, para quien la escritura de cada una de sus obras fue una inmersión completa en los asuntos que trataba, un replanteamiento del estilo y un combate contra sus propios prejuicios, emprendió cuando le quedaban ya pocos años de vida un proyecto que acariciaba desde la adolescencia . Se trata de la más rara, desconcertante y, en mi opinión, deliciosa de sus novelas: una historia que trataría acerca de la necedad humana.

Bouvard y Pécuchet, de Gustave Flaubert, Madrid, Cátedra, 366 páginas.

Bouvard y Pécuchet, de Gustave Flaubert, Madrid, Cátedra, 366 páginas.

Para ello recurrió al humor y al enciclopedismo, siguiendo el recorrido de dos escribientes, Bouvard y Pécuchet, que deciden abandonar París y retirarse a una finca cercana a una pequeña ciudad de provincias. Allí, el miedo al hastío, el ansia de recuperar los años perdidos, o acaso el simple esnobismo, les irán llevando de una a otra rama del conocimiento humano, desde las artes de la tierra a la arqueología; desde los estudios históricos a los teológicos; desde la química a la medicina, sin dejarse atrás disciplinas pseudocientíficas como el espiritismo y el magnetismo. Así, de materia en materia (de fracaso en fracaso), Bouvard y Pécuchet son los clowns que nos divierten en esa despiadada sátira flaubertiana que tanto tiene que ver con su pesimismo acerca de la excesiva confianza romántica en los saberes. Pero no menos ridículos que los dos solterones son los burgueses que les rodean, tipos humanos que ya encontramos en Madame Bovary y que representan la mediocridad del common sense tan odiada por el autor.

Cuando uno navega por las páginas de esta novela inacabada, cruel y desternillante, mientras asiste a los sucesivos fracasos de los dos aprendices de todo, piensa inevitablemente qué hubiera pensado Flaubert hoy, cuando la constatación de la necedad humana se ha amplificado gracias a Internet. Porque en la época de Flaubert las idioteces se decían en los libros o en el entorno social inmediato, pero en la actualidad no hay por qué ceñirse a esos ámbitos: el burgués, ahora, puede ser idiota globalmente. Puedes constatarlo escuchando tertulias televisivas, leyendo debates telemáticos, siguiendo hilos de comentarios en cualquier periódico o, simplemente, repasando intervenciones parlamentarias: los sofismas, las falacias argumentales, los prejuicios emitidos como si se tratara de verdades universales, están ahí, al alcance de la mano (o la pantalla) para constatar que Flaubert no se equivocaba; que la verdad que expone continúa teniendo validez; que hoy, como en sus tiempos, es más fácil ser un cretino.

Cuando preparaba Bouvard y Pécuchet Flaubert dedicó varios años a consultar más de dos mil libros, que darían como fruto el que debía ser lógica secuela del libro: el Diccionario de prejuicios (este se publicó, como la novela, póstumamente, al cuidado de su discípulo Guy de Maupassant. Podemos leerlo en castellano en la edición de Valdemar bajo el título Estupidario. Diccionario de prejuicios). Quizá en estos tiempos Flaubert no hubiera consultado tantos libros, quizá se hubiese abierto una cuenta en cada red social, se hubiese suscrito a las ediciones digitales de los medios de comunicación, para tener, así, la estupidez a un golpe de clic.

Lee a Flaubert. Lee Bouvard y Pécuchet. No serás más feliz. Seguramente, te ocurrirá todo lo contrario. Pero, al menos, sabrás, como Bartleby, el de Melville, dónde estás.





BCNegra 2014. Crónica íntima

10 02 2014

Lo sé: soy un absoluto impresentable. He dejado abandonado este blog durante muchos días. Te debo varias entradas, entre otras, una que quiero que sea muy especial, sobre Bouvard y Pécuchet y el Estupidario de Flaubert. Para esta aparente desidia, para esta pereza también aparente, solo tengo una excusa: es que estaba trabajando. En los últimos tiempos, Ceremonias es para mí más un descanso que una obligación y entre talleres, lecturas, charlas y la escritura de una novela en la que trabajo desde el año pasado, he tenido poco tiempo para dedicártelo a ti, que siempre te pasas por este rinconcito para ver si hay algo nuevo.

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Pero no quiero que se enfríe esto tan lindo que me traigo de BCNegra 2014, donde, junto con el compañero José Luis Correa, he pasado unos días con otros sesenta autores entre editores, libreros y, sobre todo lectores. Llevábamos bajo el brazo nuestros últimos libros: El verano que miró Chabela y La última tumba. Íbamos, como en otras ocasiones, a la mesa Islas Negras, en la que hablamos sobre novela negra canaria. En otras ocasiones, la moderaba el padre del detective Ferrer, nuestro querido José Luis Ibáñez a quien hemos declarado canario de adopción. Esta vez no pudo ser y tomó el testigo Cristina Manresa i Llop, comisaria (creo que la primer mujer comisaria) de los mossos d’esquadra. A mí (ya sabes que, como Hitchcock, tengo fobia a los uniformes policiales), me intimidaba un poco, pero Cristina no solo resultó ser una lectora estupenda y una hábil interrogadora (eso va con su oficio, supongo), sino una persona muy cálida, por lo cual Correa y yo hemos decidido comenzar los trámites para adoptarla también.

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De esta BCNegra me traigo, como suele ocurrirme cuando voy, momentos muy hermosos. De entrada, el encuentro con viejos amigos que siempre están ahí para aguantarlo a uno y darle calorcito en esos febreros tan fríos de allá. Pero también la oportunidad de apreciar en carne y hueso a personas que ya apreciaba en la distancia, como Leo Coyote, Guillermo Orsi, David C. Hall, Carlos Zanón, Willy Uribe, Luis García Jambrina y, sobre todo, la gran Rosa Ribas, a quien llevo tres años persiguiendo de festival en festival. Y echar buenos ratos y largas parrafadas con ellos y ellas, con unos y otros (los nuevos y los viejos amigos), en tertulias adorablemente interminables.

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Momentos especiales hubo muchos. Estar comiendo con Andreu Martín a un lado, Luis Gutiérrez Maluenda al otro, frente a José Luis Ibáñez, Gloria Blanco, Claudio Cerdán y Pepe Correa (aprovechando que este último estaba afónico para darle caña); el almuerzo de bienvenida con Ella y Amaiur; las charlas sobre literatura con Atram Sin Prisa y Rubén (ir a festivales sin ellos ya no sería lo mismo), Juan Carlos Galindo (que sabe más que el que más sabe sobre esto), Esther Herranz (que también ama Rayuela), Ana María Villalonga y el comando valenciano, con quienes debatimos a altas temperatura etílicas sobre géneros literarios y género sociológico; los ratitos fugaces pero fecundos con la familia de Alrevés, a quienes robé el primer ejemplar de Después de despedirme, la antología de inéditos de Pepe Rubianes que ha editado Josep Forment, y de quienes recibí tres regalos muy especiales: libros de Mario Bellatin, cuya literatura Claudia Calva tuvo el detalle de recordar que yo amo; el recibimiento de Paco Camarasa, Montse Clavé y el resto de las personas que se rompen la crisma cada año para que BCNegra salga adelante; el barullo tumultuoso de la firma del sábado ante Negra y Criminal, en el que de pronto aparecen canarios, hijos o suegros de canarios, o canarios de espíritu, que alguna vez pasaron por las Islas y se dejaron en ellas un cachito de corazón; la simpatía de Mariano Sánchez Soler y de Anik Lapointe y de Dsdmona y de Jokin Ibáñez y José Andrés Espelt y de Rosa y de Rosa María y de Aramys Romero y de Anna Portnoy y de Esther Hernández Martín y de Ricard y de tantas y tantas otras personas que ahora no caben en una entrada o de quienes olvidé anotar nombres y apellidos, pero cuyas imágenes están ahí, tras esta cabeza cansada y feliz.

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La primera vez que fui a BCNegra fue hace seis años. Iba para allá con ilusión y miedo, un casi debutante que viaja adonde se reúnen los buenos, amedrentado y expectante. Ahora (lo comprobé este año), cuando voy a Barcelona, a ese encuentro de la reflexión y la palabra, lo hago sabiendo que voy a casa.

Y cada vez que voy me traigo momentos y recuerdos como esos, los que no pesan en la maleta y que puedes llevarte ya siempre contigo, de viaje en viaje, de mudanza en mudanza. Pero no todo es intangible: también hay otras cosas con las que tienes que regatear el peso cuando te facturan el equipaje. En este caso, mi botín bibliográfico de BCNegra 2014 es este:

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Hasta aquí esta crónica más sentimental que intelectual, más cansada que lúcida, más resacada que beoda. En breve, ese post flaubertiano que te debo. Hoy tocaba dar las gracias por las plegarias atendidas.

[Como esta vez no llevé cámara, las fotos que ilustran esta entrada han sido robadas descaradamente de las redes sociales a personas amigas: Marta de Leer Sin Prisa, Montse y Ana Rosa Durán Albareda, con cuya generosidad cuento]








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