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Una buena ración de sexo y violencia, que sabe a Thompson y a Westlake, sabores tradicionales fusionados en alta cocina de nueva creación: Cien años de perdón, del chef Claudio Cerdán, novela negrísima de alto voltaje con poli corrupto y crímenes de todo color .
La acción transcurre en diez días de octubre en los que vamos a acompañar al inspector Antonio Ramos, más conocido como Mierda de Perro, en sus andanzas por todo Alicante resolviendo crímenes o, sencillamente, provocándolos él mismo, hastiado de ganarse el sobresueldo a pequeños sablazos y seducido por la posibilidad de dar un buen palo que le permita retirarse y abandonar la vida gris que lleva junto a una familia que se le ha ido de las manos.
De ordinario, Ramos consigue extras haciendo volcados a pequeños camellos, escamoteando pruebas o chantajeando a gente adinerada con la ayuda de Roger Escudero, un paparazzi y de Marc Fons, su joven y atlético compañero, que se mete (o se deja meter) en los asuntos que son demasiado grandes para Ramos. Y aun así, pese a que metan la mano en la caja, Ramos y Fons son buenos policías de homicidios que investigan e intentan resolver crímenes. Pero no siempre pueden. Esto no es CSI Miami, ni una novela de Agatha Christie, sino Alicante y una crook story, de esas que te dan un puñetazo en el estómago y te enseñan los que hay debajo de la alfombra.
Contada en primera persona por su protagonista, Cien años de perdón sigue a Ramos a lo largo de esos diez días que le van a cambiar la vida. La novela se inicia con algo habitual en su quehacer diario: en una zona de prostitución, Ramos amedrenta a un camello y le roba la mercancía. Cuando el camello aparezca flotando en el puerto, Mierda de Perro se enfrentará al primero de sus problemas. Pero no al único. Un río de sangre recorre esta novela, en la que hay extorsiones, asesinatos múltiples, atracos a furgones blindados, bandas de rusos que no conocen la piedad, y al menos un asesino en serie. Y Ramos se mueve como pez en el agua en el lúmpen: desde los más bajos estratos de la prostitución y el menudeo de drogas hasta los garitos de las bandas organizadas. Es un canalla, pero no el peor: no es más que un canalla entre canallas y, en todo caso, es nuestro canalla, pues uno acaba sintiendo una inevitable empatía por este sinvergüenza que, en el fondo, no es más que un pobre diablo que se ha equivocado de caminos y se ha metido en un callejón sin salida del que le va a resultar muy difícil salir.
El estilo de Cerdán, como debe ser, es rápido y turbio, con gran tendencia al expresionismo y un talento singular para las imágenes. Construye muy bien sus personajes y ha sabido diseñar y desplegar un argumento que, con al menos tres subtramas y varios giros funciona como un perfecto mecanismo de relojería, en el que todo se coloca donde debe para ofrecer una historia consistente que atrapa desde el principio y te hace preguntarte, cuando estás a mitad de novela, cómo va a terminar todo esto.
Pero, más allá de la peripecia, late el discurso de la sospecha en torno a una sociedad que, bajo los fastos y la estampa turística, está llena de basura, en la que no hay pecado capital que no presida las acciones de seres humanos que están indefectiblemente solos, intentando sobrevivir en un mundo sucio que solo está esperando un momento de debilidad para devorarlos.
Sorprende en Claudio Cerdán la juventud combinada con su escritura dura, eficaz e inteligente, así como la consistencia del universo negrocriminal que ha sabido plasmar en esta novela y en la anterior, El país de los ciegos (ambas novelas se prestan personajes que alternan protagonismo, aunque pueden leerse independientemente), edificando ficciones tan verosímiles como amenas. Comenzó aun más joven, con novelas de corte fantástico (El Dios de los mutilados y Cicatrices), pero parece haberse instalado, por el momento, en la novela negra. De hecho, acaba de aparecer, también en Versátil, Un mundo peor, que huele tan bien como las anteriores.
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