Desmedidas vidas imaginarias

29 11 2014

[Aquí, el podcast de La Buena Letra de la semana, a partir del minuto 14:00. Además de la recomendación de la semana, hay unas cuantas noticias.]

Tardé en leer a Roberto Bolaño, aunque buenos amigos llevaban años insistiendo en que debía hacerlo. Ahora entiendo que no era un buen consejo, porque la lectura del chileno crea adicción y puede llegar a ser obsesiva. Pero como no mata, supongo que vicios peores habrá.

La literatura nazi en América, de Roberto Bolaño, Anagrama, 256 páginas

La literatura nazi en América, de Roberto Bolaño, Anagrama, 256 páginas

Cuando Roberto Bolaño publicó en 1996 La literatura nazi en América comenzó a destacar en el panorama editorial, a visibilizar una obra cuyos primeros pasos se habían dado en voz baja, casi en susurros, desde la pobreza y el anonimato. Sorprendió a críticos, engañó a incautos y mostró a quienes buscan buena literatura entre las mesas de novedades que allí había una voz interesante que valía la pena seguir.

En palabras del propio Bolaño, el libro es «una antología (…) de la literatura filonazi producida en América desde 1930 a 2010, un contexto cultural que, a diferencia de Europa, no tiene conciencia de lo que es y donde se cae con frecuencia en la desmesura».

Efectivamente, La literatura nazi en América adopta la forma de un ensayo biográfico que cuenta las vidas y reseña las obras de treinta autoras y autores tanto de Latinoamérica como de Estados Unidos. Y podría engañar a algún despistado que le echara un vistazo rápido, por encima. La clave (la confesión de que todo es ficción), está en la biografía de Willy Schürholz, que aparece muy avanzado el libro, y cuya muerte está fechada en el año 2029. Entonces es cuando el lector ve claramente que está ante un texto narrativo que puede leerse como un libro de cuentos o como una novela.

El subgénero de las biografías imaginarias no es nuevo y a él pertenecen ilustres precedentes: en la tradición occidental tenemos las Vidas imaginarias de Marcel Schwob, los Retratos reales e imaginarios de Alfonso Reyes o la Historia general de la infamia de Jorge Luis Borges. Y hoy en día continúa siendo cultivado por autores como Gonçalo M. Tavares, con sus Historias falsas.

Lo original del libro de Bolaño es que tiende una imbricadísima red de conexiones semiocultas entre los personajes de su libro y que, cada una de las biografías, es la exposición de una o varias novelas potenciales, porque al repasar la bibliografía de alguno de uno de esos autores (todos locos, todos desmedidos) surgen argumentos para un montón de libros que uno desea hayan sido escritos. En otros casos ocurre lo contrario: la exposición de textos imposibles o tan inútiles como las tres cuartas partes de los libros que cada día se publican en el mundo.

Con humor, con fina inteligencia, La literatura nazi en América se convierte también en una reflexión sobre la radicalidad del hecho creativo y en una sátira sobre la intelectualidad hispanoamericana. Y la última de las biografías, protagonizada por el infame Carlos Ramírez Hoffman (y en la que el propio Bolaño aparece como personaje) será el germen de Estrella distante, su siguiente novela.

Esta imbricación que recorre su obra, los lazos argumentales o temáticos que unen sus diferentes novelas, las líneas de fuerza que a veces pasan inadvertidas en una primera lectura, son una de las constantes de Bolaño. Por poner un ejemplo, para entender el motivo del título de las cinco novelas que conforman el ciclo narrativo 2666 (publicado, como sabes, póstumamente) hay que ir a un libro anterior, Los detectives salvajes, el cual, a su vez, en una de sus partes, tiene formalmente mucho que ver con La literatura nazi en América. Y así dale que va. Por eso Bolaño es una trampa: una vez comienzas a leerlo, has caído en la tela de araña de la que ya no puedes salirte.

Sus habilidades de escritor que antes ha sido lector, sus irreverencias, sus trucos de magia con la apertura de los desenlaces, hasta su especial y muy personal manera de usar la puntuación, parecen estar todas puestas al único y exclusivo servicio de cautivar, conmover o, antes bien, conmocionar al lector que ya no puede olvidar su contacto con Bolaño. De Bolaño no se recuerdan solamente frases y páginas concretas, sino incluso los momentos y lugares en los que las leímos. Y ocurre, además, como con los clásicos (acaso él ya es uno de ellos): sus textos jamás acaban de comunicarnos su sentido; en cada relectura son un texto nuevo.





La verdad y otras mentiras, Galveston: triunfadores, perdedores

24 11 2014

Te debía La Buena Letra de hace dos viernes, que, igual que la más reciente, era también un dos por uno. Son las cosas de que yo haya dejado la sección tan descuidada y de que otoño sea época de muchos lanzamientos.

Esta vez te hablaré de dos libros de parámetros similares: ambos son la primera novela de reputados guionistas y casi de la misma edad; y de ambos se prepara versión cinematográfica (esto lo añado de manera anecdótica, pues ya sabes que el hecho de que la novela sea adaptable tiene para mí una importancia literaria exactamente igual a cero). Me estoy refiriendo a La verdad y otras mentiras, de Sascha Arango y Galveston, de Nic Pizzolatto.

La verdad y otras mentiras, de Sascha Arango, Barcelona, Seix Barral, 309 páginas

La verdad y otras mentiras, de Sascha Arango, Barcelona, Seix Barral, 309 páginas

Vamos por partes: La verdad y otras mentiras, de Sascha Arango, un autor alemán de ascendencia colombiana que trabaja como guionista para Tatort. ¿Qué es Tatort? Pues una serie policiaca que lleva en antena desde ¡1970! Ahí trabaja este señor que ha escrito una primera novela que es interesante, ambigua y algo oscura. Y que le está dando un gran éxito comercial, porque se ha vendido a veinte países casi inmediatamente.

La verdad y otras mentiras cuenta la historia de Henry Hayden, el tipo que todos quisiéramos ser: un escritor de éxito joven, guapo, casado con una mujer interesante con quien vive en una casa de campo; conduce un deportivo, tiene fans a patadas y tiene que sacarse a las mujeres de encima a manotazos. Pero guarda unos cuantos secretos. El primero, que está liado con su editora, una chica que se llama Betty. Y por Betty van a comenzar los problemas, el día en que esta le diga que está embarazada. Porque el amigo Hayden no quiere dejar a su mujer (es más, no puede hacerlo, por causa de otro secreto que no voy a desvelarte) y va a tener que buscar una solución para sacarse a Betty (y al bombo de Betty) de encima. A partir de aquí, se despliega un argumento lleno de imposturas, malentendidos, errores fatales y continuos giros. El personaje de Hayden está muy cercano al desconcertante y escurridizo Tom Ripley de la gran Patricia Highsmith: un tipo ambiguo, de gustos más o menos refinados y pasado oscuro, capaz de lo mejor y de lo peor y, por supuesto, un maestro de la mentira. Hay otros personajes muy interesantes en la novela: Martha, la propia mujer de Hayden; un antiguo compañero de colegio que se la tiene jurada y Obradin, un pescador servio amigo de Hayden y que me parece un absoluto filón.

Arango cuenta las cosas limpia y rápidamente, maneja bien el humor y la intriga y nos mueve a reflexiones interesantes. Pero quizá se equivoca en una cosa: la novela tiene tantos giros argumentales, está tan empeñado en sorprendernos a cada momento, que a veces los personajes pierden entidad y echamos en falta que se profundice un poco más en sus personalidades. Aunque el cine y la televisión precisen de más, para una buena novela, con uno o dos giros argumentales es suficiente: no es necesario introducir seis o siete, pues se corre el riesgo de que, como es el caso, los personajes acaben algo desdibujados. Y es una pena, porque el planteamiento es muy interesante y tanto protagonistas como secundarios son verdaderos filones narrativos. No obstante, no es una mala primera novela, se deja leer bien y nos puede hacer pasar un fin de semana.

Galveston, de Nic Pizzolatto, Barcelona, Salamandra, 282 páginas

Galveston, de Nic Pizzolatto, Barcelona, Salamandra, 282 páginas

Y vamos con la segunda: Galveston, de Nic Pizzolatto. Pizzolatto es de Nueva Orleans, tiene 39 años y es muy conocido por ser el creador, guionista y productor ejecutivo de una serie deslumbrante que se llama True Detective, lo mejor que he visto en televisión desde The Wire, con permiso de Breaking Bad. Pues bien, Pizzolatto ya se había estrenado como cuentista en 2006 con un libro titulado Between Here and the Yellow Sea (Entre aquí y el mar Amarillo) y en 2010 sacó esta novela fascinante que solo ahora se publica en España y que no hay que perderse: Galveston.

Se trata de una historia que tiene algo de novela itinerante y de historia de amistad entre contrarios: a Roy Cody, un matón de Nueva Orleans, le acaban de diagnosticar un cáncer de pulmón. Y justo ese día, intentan matarlo unos armenios por orden, sospecha él, de su jefe, el mafioso Stan Ptitko. No le queda otra que huir, y se va a Galveston, en Texas, un lugar que le trae recuerdos de un antiguo amor; pero lo hace acompañado por Rocky, una prostituta de dieciocho años que se ha cruzado en su camino, una de esas chicas huidas de casa que se han acostumbrado a vender su cuerpo porque carecen de otra cosa que ofrecer, una flor de arrabal, carne tierna para el cañón del patriarcado. Pero este sicario condenado a muerte dos veces se impone una última tarea: arreglarle la vida a Rocky y buscar un buen futuro para ella.

Dura y tierna, violenta y sentimental, Galveston es una novela de esas que no se olvidan, con personajes que pertenecen al canon clásico de la novela negra pero se salen absolutamente de él y, sobre todo, con un aliento poético que la recorren desde la primera palabra hasta la última. Novela de perdedores y novela de esperanza, es una de esas joyas que no hay que perderse. Inicia, además, la colección Salamandra Black, dirigida por Anik Lapointe, que anteriormente dirigió la Serie Negra de RBA. Lapointe y Salamandra son un maridaje que, seguro, nos va a traer muchas cosas interesantes. De hecho las está trayendo ya: este libro de Nic Pizzolatto y un Dennis Lehane. Un Lehane siempre huele bien, pero, por ahora, ya tenemos este primer título que, sinceramente, para mí ha sido una absoluta delicia.





Dos poetas, dos

22 11 2014

[Si quieres escuchar La Buena Letra y La Butaca, solo has de hacer clic aquí]

La Buena Letra de esta semana es un dos por uno, porque me han llegado casi al mismo tiempo a las manos dos libros de dos poetas, canarios, publicados ambos en editoriales independientes. Sí, señor: hoy te traigo Trasmallos, de Santiago Gil, publicado en Madrid por La Discreta y El hombre que bebió con Dylan Thomas, de Pedro Flores, editado por El ángel caído y que viene con regalito.

Empiezo con Trasmallos, de Santiago Gil, que, por cierto, ahora mismo debe de estar llegando a México, donde participa junto con otros escritores canarios en la Feria Internacional del Libro en Guadalajara.

trasmallos

Trasmallos es, creo, el cuarto libro de poesía de Santiago Gil, muy conocido por su actividad como narrador y su trabajo como periodista. Es autor de un buen puñado de novelas y libros de relatos, como Los años baldíos, Por si amanece y no me encuentras, El Parque, Cómo ganarse la vida con la literatura o Un hombre solo y sin sombra, y ha publicado volúmenes de aforismos y microrrelatos, como Equipaje de mano o Tierra de Nadie. Imparte, además, uno de los talleres literarios con más solera, aquel que comenzó impartiendo nada menos que Dolores Campos-Herrero.

Trasmallos recoge, como él mismo ha confesado en alguna entrevista, su poesía más madura. Se trata de una poemas de verso libre y con formas aparentemente muy sencillas y breves, con temas clásicos y aposentada por el tiempo y una visión intimista y emocional de la actividad poética. Una de las ideas que presiden el libro es aquella de que la palabra es aquello que te queda cuando ya no te queda nada, y así muchos de los versos ofrecen interesantes reflexiones acerca, no solo del oficio del poeta, sino de la relación de los seres humanos con el lenguaje. Así, el poeta recorre temas clásicos (el amor y la muerte, la relación entre ser humano y paisaje, el paso del tiempo, la nostalgia o el extrañamiento frente a la sociedad) haciendo siempre esas preguntas y reflexiones y estableciendo un sutil diálogo con el lector acerca del sentido de la existencia.

Un libro para celebrarlo, como celebro yo poder recomendar algo de La Discreta, una editorial que hace honor a su nombre y que lleva diez años trayéndonos incesantemente buena literatura en muy buenas ediciones.

 978849406811

Y vamos con El hombre que bebió con Dylan Thomas.

Edita, repito, El Ángel Caído, que tiene una estupenda colección de poesía que incluye libros de Ángel Petisme o Leopoldo María Panero. Y es de Pedro Flores. Flores es, probablemente, nuestro poeta más premiado y uno de los más populares. Hace una poesía cercana, que hermana la cita culta y el lenguaje coloquial y está dotado de un fino sentido del humor. El resultado es un combinado muy interesante, que llega al lector de forma inmediata con juegos y guiños constantes a la cultura Pop y con temáticas y formas muy atrevidas. Por poner el ejemplo más reciente: en 2012 publicó un libro que comentamos aquí, El último gancho de Kid Fracaso, un libro que tomaba como tema el mundo del boxeo, cosa poco frecuente en poesía. Y ahora, después de un largo recorrido por la transgresión formal, nos ofrece una sorpresa: un libro de sonetos que alternan la ternura y la sonrisa. Pero te dije que este libro (que es ya en sí mismo el regalo perfecto) venía con regalo. Yo diría más bien «regalos», porque incluye un cedé y un deuvedé, dando cuenta del trabajo de Andrés Molina, quien musicalizó veinte de los treinta y seis sonetos que forman e este libro, editado por viene con cedé y con deuvedé. Tanto el cedé como el deuvedé dan cuenta de la sesión del año pasado en el Teatro Leal de La Laguna en la que Flores y Molina ofrecieron un espectáculo acompañados del pianista Samuel Labrador (no hago crítica musical, pero el trabajo de Labrador merece mención aparte).

Así pues, esta semana, poesía por partida doble y poesía canaria, de la buena y editada por editoriales independientes: Trasmallos, de Santiago Gil, Madrid, Ediciones de La Discreta, 90 páginas y El hombre que bebió con Dylan Thomas, de Pedro Flores (libro–disco con Andrés Molina y Samuel Labrador), El Ángel Caído Ediciones, 38 páginas, que además trae disco y deuvedé.





Un gesto

19 11 2014

Si vives fuera de Canarias es muy posible que el asunto te haya llegado algo distorsionado o, incluso, que te haya llegado poco, entre noticias enterradas y publirreportajes de Repsol disfrazados de información. Como decía en una entradita de agosto, la tergiversación, los múltiples modos de la falacia y hasta la directa mentira han presidido el debate mediático en torno a los sondeos y prospecciones de Repsol entre 50 y 60 kilómetros de las costas canarias y a unos 3000 metros de profundidad, en una zona cuyo equilibrio ambiental es importante no solo para Canarias sino para este lado del Atlántico.

Hay muchas formas de lucha: hay quienes deciden luchar como consumidores, hay (muchos) que han salido a la calle, sobre todo en las Islas, hay quien ha podido subirse a un barco y arriesgar su vida (quizá suene algo dramático, pero si has visto este vídeo sabrás que no resulta tan exagerado) para estorbar las tareas de prospección.

Estas son formas de retratarse que no se excluyen entre sí. Además hay otra, la más tradicional. Desde este domingo, escritores, blogueros, críticos, periodistas, actores, editores y otras gentes de mal vivir, pero que tienen la cabeza amueblada y el corazón en su sitio, difunden en las redes el texto «Yo también digo #NoAlasProspeccionesenCanarias desde…», su lugar de residencia. Lo hacen desde lugares de Canarias, pero también desde Ecuador o Madrid, desde el Maresme o Suecia, desde Frankfurt del Meno o Ciudad Real, desde Chiloé o León. Lo hacen sin foto, como los escritores Rafa Melero, Marible Lacave, Helio Ayala o Judith Bosch, el narrador oral Félix Albo, la periodista Laura Mas o la bloguera Dsdmona. O lo hacen con foto, como quienes están en la galería que figura al final de este texto.

En cualquier caso, ellas y ellos se mojan por Canarias y se retratan por el medio ambiente, en contra de unas acciones temerarias (impuestas por la connivencia entre una multinacional petrolera y un Gobierno que ha desplegado ante ella una alfombra roja) y que tienen que ver con espurios intereses crematísticos antes que con el bien común.

Si te apetece unirte, habrás comprobado ya que es muy sencillo: solo has de retratarte con ese texto «Yo también digo #NoAlasProspeccionesenCanarias desde…» y difundirlo en tus redes sociales favoritas, etiquetándote con ese mismo hastag. Habrá quien diga que no servirá de nada; posible es que tenga razón. Pero puede que mueva a las personas a quienes conoces a informarse bien sobre el tema, a entender que no es solo Canarias la que está en peligro. Y, si no, al menos, por una vez, podrás observar la línea roja trazada en el suelo y dejar claro de qué lado estás.

Y aquí, en Canarias, donde tan pocas cosas nos van quedando que solo nos va quedando paisaje, te lo agradeceremos mucho.

No sé a ti, pero a mí me ayudan a s





Las flores no sangran

10 11 2014

De nuevo dos semanas sin aparecer por aquí ni hacer La Buena Letra, ese gustazo semanal que me doy cada viernes. La culpa es de los viajes y el trabajo.

Finalicé octubre en Fuerteventura, adonde el Cabildo Insular me invitó a participar en el ciclo El escritor y tú, una inteligente estrategia de animación lectora en la que tiene mucho de activista Eloy Vera Sosa. Allí tuve la suerte de encontrarme con el alumnado de varios centros de enseñanza secundaria y de compartir una muy agradable velada con participantes en clubes de lectura y lectores en general, en un debate coordinado por Juan Carlos Galindo, ese otro guerrillero.

Y comencé noviembre en Córdoba, hablando sobre novela negra con el maestro Mariano Sánchez Soler y esa enciclopedia andante que es Jesús Lens, en el encuentro Un otoño de novela, parido por el compañero Francisco José Jurado.

Y entre tanto viaje y tantos ratitos agradables compartidos con lectores, ha habido talleres, proyectos, escritura, lectura.

Y la corrección de pruebas de la nueva criatura, que aparecerá en enero, publicada por Alrevés y que comparte título con esta entrada: Las flores no sangran.

Ya se sabía que trataba sobre un secuestro exprés en Gran Canaria, el plan criminal más estúpido del mundo. Y que sería una novela coral, como atestigua esta foto que le he sacado al cuaderno donde fui anotando personajes y relaciones entre ellos.

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Lo que no había dicho es el título, por la mera razón de que aún no había pasado por el registro. Y el título es ese, el que fue desde un principio: Las flores no sangran. Si quieres saber por qué se titula así, habrás de esperar a leerla, porque cada vez tengo más claro que los textos se explican por sí mismos.

Atrás quedan muchos meses de trabajo, ocho versiones de un mismo texto que iba menguando un poco más a cada nueva corrección, dos galeradas y muchas dudas sobre cómo había que contar esa historia, cómo continuar contando historias de violencia a lectores cuya capacidad de asombro va desapareciendo titular de prensa a titular de prensa.

Diferentes borradores impresos de Las flores no sangran.

Diferentes borradores impresos de Las flores no sangran.

Pero, finalmente, decidí que había que contarla. Y que había que contarla en clave de novela negra (una vez más), porque (una vez más) es en el crimen donde encuentro la excepción a ese supuesto orden que oculta los verdaderos motivos de lo que está pasando, de lo que nos está pasando. Como sociedad, pero también como individuos.

Soy de los que piensan que un escritor no es un artista, sino un artesano, que su oficio consiste en contar historias y contarlas bien, construyendo con las palabras puentes entre ellos y el lector. Lo que su obra tenga de imperecedera, de absoluta, de universal, no han de decidirlo ni él ni sus contemporáneos, sino aquellos que aún no han nacido y que cruzarán ese puente que es el texto desde el otro lado del tiempo.

La novela negra no es, por supuesto, el único camino para acercarse a la realidad desde la ficción. Hay otros y muy atractivos. Pero yo le encuentro a lo criminal sus ventajas para hablar de determinadas cosas y de una determinada manera. Otras historias las cuento de otro modo (aunque, cosa curiosa, esas no las lee casi nadie). Sé que habrá quien piense en las novelas de género como novelas menores; en las novelas populares como novelas «no literarias»; en el género negro como en un mero género comercial. Quien así opina suele obviar la dificultad estilística de ceñirse a un paradigma, el origen eminentemente popular del género novelístico y la paradoja de que el éxito comercial de un texto no lo exime de calidad, así como la difusión minoritaria no es prueba alguna de talento.

Cada uno es dueño de sus genitales y de sus prejuicios. Mi experiencia de lector (de lector de Dürrenmatt, de Thompson, de Highsmith, de Goodis y tantos otros, entre los que están Ibargüengoitia, Vargas Llosa y Carlos Fuentes) me dice que pensar que la novela negra y la literatura se excluyen mutuamente es lo más parecido a confundir lo epatante con lo hepático. Hay, en fin, muchas clases de tontos y, como dice un buen amigo, el más tonto de los tontos es siempre el tonto culto.

Así que sí, en enero, Las flores no sangran. Y sí, novela negra. Y sí, novela.

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