Tardé en leer a Roberto Bolaño, aunque buenos amigos llevaban años insistiendo en que debía hacerlo. Ahora entiendo que no era un buen consejo, porque la lectura del chileno crea adicción y puede llegar a ser obsesiva. Pero como no mata, supongo que vicios peores habrá.
Cuando Roberto Bolaño publicó en 1996 La literatura nazi en América comenzó a destacar en el panorama editorial, a visibilizar una obra cuyos primeros pasos se habían dado en voz baja, casi en susurros, desde la pobreza y el anonimato. Sorprendió a críticos, engañó a incautos y mostró a quienes buscan buena literatura entre las mesas de novedades que allí había una voz interesante que valía la pena seguir.
En palabras del propio Bolaño, el libro es «una antología (…) de la literatura filonazi producida en América desde 1930 a 2010, un contexto cultural que, a diferencia de Europa, no tiene conciencia de lo que es y donde se cae con frecuencia en la desmesura».
Efectivamente, La literatura nazi en América adopta la forma de un ensayo biográfico que cuenta las vidas y reseña las obras de treinta autoras y autores tanto de Latinoamérica como de Estados Unidos. Y podría engañar a algún despistado que le echara un vistazo rápido, por encima. La clave (la confesión de que todo es ficción), está en la biografía de Willy Schürholz, que aparece muy avanzado el libro, y cuya muerte está fechada en el año 2029. Entonces es cuando el lector ve claramente que está ante un texto narrativo que puede leerse como un libro de cuentos o como una novela.
El subgénero de las biografías imaginarias no es nuevo y a él pertenecen ilustres precedentes: en la tradición occidental tenemos las Vidas imaginarias de Marcel Schwob, los Retratos reales e imaginarios de Alfonso Reyes o la Historia general de la infamia de Jorge Luis Borges. Y hoy en día continúa siendo cultivado por autores como Gonçalo M. Tavares, con sus Historias falsas.
Lo original del libro de Bolaño es que tiende una imbricadísima red de conexiones semiocultas entre los personajes de su libro y que, cada una de las biografías, es la exposición de una o varias novelas potenciales, porque al repasar la bibliografía de alguno de uno de esos autores (todos locos, todos desmedidos) surgen argumentos para un montón de libros que uno desea hayan sido escritos. En otros casos ocurre lo contrario: la exposición de textos imposibles o tan inútiles como las tres cuartas partes de los libros que cada día se publican en el mundo.
Con humor, con fina inteligencia, La literatura nazi en América se convierte también en una reflexión sobre la radicalidad del hecho creativo y en una sátira sobre la intelectualidad hispanoamericana. Y la última de las biografías, protagonizada por el infame Carlos Ramírez Hoffman (y en la que el propio Bolaño aparece como personaje) será el germen de Estrella distante, su siguiente novela.
Esta imbricación que recorre su obra, los lazos argumentales o temáticos que unen sus diferentes novelas, las líneas de fuerza que a veces pasan inadvertidas en una primera lectura, son una de las constantes de Bolaño. Por poner un ejemplo, para entender el motivo del título de las cinco novelas que conforman el ciclo narrativo 2666 (publicado, como sabes, póstumamente) hay que ir a un libro anterior, Los detectives salvajes, el cual, a su vez, en una de sus partes, tiene formalmente mucho que ver con La literatura nazi en América. Y así dale que va. Por eso Bolaño es una trampa: una vez comienzas a leerlo, has caído en la tela de araña de la que ya no puedes salirte.
Sus habilidades de escritor que antes ha sido lector, sus irreverencias, sus trucos de magia con la apertura de los desenlaces, hasta su especial y muy personal manera de usar la puntuación, parecen estar todas puestas al único y exclusivo servicio de cautivar, conmover o, antes bien, conmocionar al lector que ya no puede olvidar su contacto con Bolaño. De Bolaño no se recuerdan solamente frases y páginas concretas, sino incluso los momentos y lugares en los que las leímos. Y ocurre, además, como con los clásicos (acaso él ya es uno de ellos): sus textos jamás acaban de comunicarnos su sentido; en cada relectura son un texto nuevo.