Sobre mi mesa de noche ha estado hasta hace unos días una novela con bellas mujeres que se hacen el amor entre sí y seducen en equipo a los caballeros solitarios. Y con hermosos jóvenes alados destinados a hacer lo mismo con una joven maga judía. Esa misma novela contiene desapariciones, vampiros, posadas encantadas, transfiguraciones, apariciones y endemoniados. Y también magos cabalistas, asesinos a sueldo, bandoleros, duelistas, contrabandistas y piratas. Además, aparecen en ella caballeros errantes, jefes gitanos, viajes y castillos protegidos por fosos inmensos, altas almenas y muros inexpugnables; y también con mansiones subterráneas llenas de tesoros inimaginables.
Pensarás que hablo inventos recientes, del último pastiche de alguna editorial de novelas de consumo. Pero no, porque, además de todo eso, se trata de una de esas rarezas que abundan entre los clásicos, un texto que ha fascinado a legiones de lectores a lo largo de generaciones y que aún continúa comunicándonos sus sentidos. El conde polaco Jan Potocki (1761-1815) comenzó a publicarla (lo hizo en francés y en dos entregas) en 1804, y la tituló Manuscrito hallado en Zaragoza. Constituye un fantástico juego de espejos, de narradores dentro de la narración (narradores intradiegéticos, para los narratólogos), que ningún amante de la literatura fantástica debería perderse.
Como reza el título, la novela finge ser un manuscrito encontrado en Zaragoza por un oficial napoleónico. El asunto es el viaje por la Sierra Morena del joven e ingenuo caballero Alfonso van Worden, para incorporarse a su regimiento. Y desde el comienzo, comenzarán a sucederle sucesos imprevistos. Como botón de muestra, los hechos de su primera jornada: sus criados irán desapareciendo, se perderá e irá a parar a una misteriosa posada donde se encontrará con dos hermanas, Emina y Zibedea, que crecieron absolutamente aisladas del mundo, aprendieron, ellas solas, los misterios del amor, y buscan ahora un marido que puedan compartir, un marido que, por motivos de sangre, solo puede ser Alfonso. Tras una noche con esas dos bellezas, Alfonso se despierta lejos de la posada, entre los cadáveres putrefactos de los hermanos Zoto, ahorcados ya hace tiempo. Esta es solo la primera de las Catorce jornadas de la vida de Alfonso van Worden de que consta la primera parte Manuscrito encontrado en Zaragoza. El resto es una sucesión de aventuras y encuentros con personajes singulares, cada uno de los cuales cuenta su historia. Y dentro de algunas de esas historias, aparecerán personajes que cuentan otras, en las cuales se entremezclarán nuevos personajes que narran otros cuentos.
Por sus temas y estilo, por su profusión de lugares encantados y sucesos sobrenaturales, su tendencia al arabesco, la miscelánea y el exotismo, no es de extrañar que se la relacione con Las mil y una noches, El Decamerón o los cuentos de Chaucer; que marcara la literatura gótica posterior; que autores como Washington Irving o Gérard de Nerval llevaran su influencia hasta el plagio y que se la considere hoy un clásico de la literatura fantástica. Incluso la adaptación cinematográfica de Wojciech J. Has (1965) contó con admiradores como Luis Buñuel, Martin Scorsese y Francis Ford Coppola. Estos dos últimos restauraron y relanzaron la película de Has en 2001.
Obra extensa, compleja y caleidoscópica, pero de lectura amena y sorprendente, se edita en España en diferentes versiones y traducciones: desde las más completas de Acantilado, Pre-Textos y Valdemar a la de Alianza Editorial, que sigue la realizada por Gallimard en 1958, omitiendo en su práctica totalidad las historias de naturaleza picaresca que ocupan la segunda parte (Avadoro, historia española).
Uno puede leer primero esta última, o lanzarse directamente a la obra completa. En cualquier caso, no hay que perderse el escalofriante placer de vagar por Sierra Morena con el ingenuo y vanidoso Alfonso van Worden, en esta rara y magnética joya del XIX.
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