octavio paz prefiere
«la injusticia al desorden»
yo el desorden a la paz de octavio
Federico J. Silva: Sea de quien la mar no teme airada.
La estabilidad. La estabilidad política. La estabilidad económica. La estabilidad social. En los últimos tiempos he escuchado y leído tanto acerca de la estabilidad, he escuchado ponderar sus ventajas a tantas mentes privilegiadas que he decidido abrazar el credo de la estabilidad, unirme a las legiones de los estables. Qué estado tan deseable. Qué situación tan buena y tan positiva para todos. Sí, estoy decidido: voy a hacerme estable.
En la estabilidad no hay gritos, no hay aspavientos, no hay agresiones. La gente que habita en la estabilidad es educada, respeta los reglamentos, no hace nada que no esté previsto y, por tanto, nada debemos temer de ella. Ese es el único objetivo de nuestro sistema: la estabilidad.
Preciso es reconocerlo: la estabilidad no garantiza el cumplimiento de las normas, ni evita la arbitrariedad, ni siquiera impide el abuso. Puede que, en ocasiones, la moralidad se vea sacudida de cuando en cuando por nuestra necesidad de estabilidad, que nos veamos obligados a transigir, de vez en vez, con alguna vulneración de nuestros códigos éticos. Pero esto es un mal menor: vale la pena hacer la vista gorda ante alguna pequeña injusticia si con ello conseguimos ese estado de placidez, de serenidad, de estable estabilidad.
Por supuesto, sabemos que siempre hay díscolos que antepondrán lo que ellos llaman progreso a la estabilidad; que dirán que las sociedades avanzan precisamente cuando se antepone esa moralidad a la estabilidad. No hay que hacerles caso. Sus protestas son flor de un día. Pecadillos de juventud que, en el mejor de los casos, la madurez borra cuando la experiencia les acaba atrayendo hacia la estabilidad, la inevitable estabilidad, que atrae a los excéntricos como un Maelstrom. En el peor, cuando los díscolos se niegan a madurar e insisten en la desestabilización, existen mecanismos para evitar la amenaza que suponen.
Así pues, a partir de hoy, abrazaré la estabilidad. Qué cosa tan estética, tan segura, tan apropiada para el desarrollo del orden. Cambiaré mis helechos y mis crotos por flores de plástico. A mi perro de verdad por un perro de felpa o, mejor, por uno de porcelana. ¿Por qué arriesgarse a convivir con organismos vivos (que siempre albergan potenciales cambios de estado) cuando uno puede hacerlo con objetos inanimados, siempre iguales a sí mismos, siempre inmóviles y previsibles? Asimismo, he decidido establecer horarios y modos estables para todo aquello que haga, diga o incluso piense. Con las comidas lo hago ya desde hace tiempo. En este sentido, mis posibilidades son tan escasas que no resulta difícil alternar entre el arroz y la pasta. Pero llevaré la estabilidad a otros aspectos importantes de mi vida. Programaré, para empezar, mis sueños y pesadillas, para que consistan en el típico estado de flotación en el mar, la caída al vacío y las pérdidas de dientes de toda la vida. Nada de incómodas situaciones homosexuales o recuerdos infantiles vergonzantes. Se acabó lo de las necesidades físicas imprevistas: a partir de hoy, cada micción, cada viaje al retrete, tendrán su momento establecido. Las erecciones también. Una al día. A las 22: 37. Las playas y el monte dejarán de ser mis lugares de paseo favoritos. A partir de hoy, pasearé por los cementerios. Nada hay tan estable como un cementerio.
Si alcanzo la estabilidad (ese estado ideal), sé que seré feliz. Porque así está previsto.
Claro está, habré de hacer algunos cambios en mi modo de pensar, hasta ahora tan caótico e inestable. Tendré que revisar, por supuesto, mi sistema de creencias. Me haré cristiano, sin duda. Supongo que católico, apostólico y romano (ya tengo el cursillo hecho desde niño), aunque el calvinismo también presenta sus atractivos. Y habré de reflexionar y corregir, también, mi visión de la sociedad y la historia, ya que, si lo pienso bien, regímenes como el de Franco, sin ir más lejos, presentan como primera y gran cualidad la de una imperturbable estabilidad. Sí, habrá que pensar en las virtudes de ciertas dictaduras, de los regímenes monárquicos, de los sistemas clasistas en general y las oligarquías en particular. Puede que lleguen a resultar injustos pero suelen ser indefectiblemente estables.
Se acabaron las dudas, las incertidumbres, la improvisación, los experimentos, el hambre. A partir de hoy, seré estable. A partir de hoy, formo parte, ya para siempre, del establo.