Vaya semanita que te espera

27 11 2012

«Luego me dirás que aquí nunca pasa nada», acabo de soltarle a Eladio Monroy. Él se ha quedado un momento mirándome de perfil, como los loros, y ha continuado leyendo esos folletos que acabo de pasarle. Supongo que intenta ordenar la información, organizarse la agenda, calcular cómo va a compaginar todos esas actividades, a las que le apetece ir, con las citas que tenía ya apalabradas para esta semana, porque le debe una cena al Chapi y al Dudú, que le acaban de preparar a Naranjito para pasar la ITV, y además había quedado en ir al Monopol con Gloria para ver una peli francesa. Ahora a la Gloria le ha dado por el cine francés y Monroy se deja arrastrar al cine, siempre que la peli no sea de Eric Rohmer, que para ver pelis de ese tío, prefiere el vídeo de la boda de la hija de Matías, que por lo menos siempre saca una birra y una lata de berberechos.

-A ver si me aclaro: lo de Pepa Aurora es mañana, ¿no?

Le digo que así es. Mañana miércoles, a las ocho de la tarde, en el Club La Provincia (antiguo Club Prensa Canaria), se presenta un libro que ya tengo yo en casa, porque se lo robé a Gloria en un despiste: Literatura infantil y juvenil en Canarias.

El libro lleva el subtítulo «Apuntes para una historia» y, precisamente, eso es lo que es: un repaso a la literatura destinada a los más menudos en las Islas, desde los romances y estrofas que recitaban en las escuelas de la posguerra hasta los autores que han surgido en la última década. Pero este repaso ha sido realizado nada menos que por Pepa Aurora, maestra, escritora y cuentacuentos que lleva toda la vida entregada a esos tres oficios y, por tanto, los conoce como las líneas de sus manos.

Eladio asiente y yo puedo leer en su rostro que ya está seguro de ir mañana al Club Prensa (como él lo sigue llamando). Además, solo tiene que bajar a la calle y doblar la esquina, así que trabajo no le costará. Pienso que piensa eso, pero en realidad ya está pensando en el jueves.

El jueves 29 de noviembre, esto es, pasado mañana, en el Museo Domingo Rivero, Rafael Franquelo presenta Amador Onuba en Valladolid.

A Monroy los ojos se le espantan: «Carajo, ¡Rafael Franquelo! Dieciocho los ojos…».
Y es que sí, yo también me llevé una sorpresa al enterarme, porque hacía mucho que no sabía de él. Sé que Monroy no va a perdérselo. Además, el Museo Domingo Rivero está en la mismísima calle Torres, en el número 10, y el acto es a las ocho de la tarde, como el de mañana. «Pasas a recoger a Gloria por la librería, te la llevas a la presentación y, cuando termine, puedes ir a la última sesión del cine», le digo, adivinándole el pensamiento.

-Inútil eres e inútil vas a seguir siendo toda la vida -me dice a modo de respuesta-, pero para organizarme la tarde te das maña. Ahora: con lo del viernes tenemos un problemón.

Y, es cierto: el viernes 30 de noviembre, tenemos un problemón, porque se nos mezclan dos cosas: la Noche Bohemia de Schamann y la presentación del nuevo libro de Santiago Gil.

Santiago Gil presenta su última novela en Ámbito Cultural, a las 19:30. Lo nuevo de Gil se titula Yo debería estar muerto.

«¿Es la autobiografía de algún directivo de Bankia?», me pregunta Monroy. No pienso ni contestarle, porque, además, sé que lo hace por joder, que no se pierde nada de lo que publica Santiago y que, seguramente, me pondrá los cuernos el viernes y se irá para Mesa y López después de pasarse por Schamann por cumplir, como en los velatorios. Lo sé porque, después de releer la información sobre el evento del viernes, dictamina:

-Chacho, lo de Schamann es un trifostio de nombres y de horarios.

Ahí no le puedo quitar la razón. En la Noche Bohemia de Schamann, el viernes, intervendremos muchos y hasta la medianoche.

La cosa será en el número 43 de la calle Pedro Infinito, y empezará a las 18:00, con un encuentro con Susy Alvarado y José Luis Correa. No se trata de la típica mesa redonda que al final resulta ser cuadrada, sino de una reunión informal y abierta con los lectores.

Luego, a las 20:30 será «Entorno a Galdós, en torno a Galdós», el taller, impartido por Carlos Álvarez, y que durará hasta las 22:30.

-¿Y a este taller puede ir cualquiera? -me pregunta Monroy.

Le respondo que hay una inscripción previa, que hay un cupo de 20 talleristas, que hay que apuntarse antes del jueves enviando un correo a tallerliterario@schamannbohemia.es.

Por último, después de este taller, habrá un último encuentro con lectores que durará hasta medianoche (y que, conociéndome como me conozco al personal, puede que se prolongue en algún bar que dé cerveza fresquita). Ahí estaremos Alicia Llarena (de quien Eladio opina que es una de las cabecitas mejor amuebladas que hay por estos pagos), Carlos Álvarez y yo mismo, reuniéndonos con los lectores que podrán preguntar, opinar o, incluso, llegado el caso, ponernos a parir, si les apetece.  Vamos, que, como diría Monroy, echaremos un ratito y unas parrafiadas y, si se tercia, unos enyesques, que no todo va a ser darle a la sinhueso.

Monroy hace sus cálculos.

-La verdad es que puedo bajar a lo de Santiago Gil y luego subir para oír a Alicia.

Ahora sí que le pongo morros. ¿De modo que no vale la pena subirse a Schamann para oírnos a Carlos y a mí?

-Carajo, Ravelo, no te me pongas prima donna, que te tengo muy catao. Al flaco Álvarez y a ti los tengo muy oídos: que si la novela negra, que si la corrupción, que si Chandler y que si Jim Thompson. Está bien, pero para un ratito. Además, ¿tú sobre qué carajo piensas hablar?

-¿Sobre qué va a ser? Sobre ti, melón. Pensaba hablar Sobre ti y sobre cómo ves la ciudad.

-Pues eso.

Monroy visto por Montecruz





Otro adelanto de Morir despacio

15 11 2012

Morir despacio ya tiene presentadores y lugar de presentación. Como aún quedan cosas por confirmar, me callo nombres y lugares por el momento. Pero te doy la fecha de la puesta de largo: 5 de diciembre de 2012. Hemos pensado en esa fecha para que puedas llevarte algo para leer durante el puente.

Para que te vayas entreteniendo, te dejo el inicio de un capítulo, titulado:

Portada diseñada por Montecruz, por supuesto.

Banderas de Soria

El apartamento de Ito estaba situado en el piso octavo de un edificio que miraba, de un lado, a la avenida Marítima y el mar y, del otro, a la plaza del Fuero Real de Gran Canaria, más conocida como plaza de la Fuente Luminosa. Como la vivienda hacía esquina, desde las ventanas de su salón se podía disfrutar de ambas vistas: o el mar, ahora azul claro y tranquilo, con el Muelle Exterior paralelo al horizonte, en medio de las plataformas y los grandes mercantes atracados o fondeados en la bahía; o la plaza, en cuyo extremo ondeaba la Bandera de Soria, una gigantesca enseña de Gran Canaria que el político de ese nombre había alzado allí cuando presidía el Cabildo y que había motivado chistes en todo el territorio nacional (la mayor parte provocados por sus exageradas dimensiones, sus costes rayanos en lo absurdo y su absoluta inutilidad).

Cuando Ito le hizo pasar al salón mientras él, todavía en albornoz, iba al dormitorio para cambiarse, Monroy se quedó mirando aquel horror azul y amarillo, que siempre había visto solo desde abajo. El anfitrión, a su regreso, lo encontró aún así, apoyado en la ventana.

—A esta altura, parece una gilipollez todavía más enorme, ¿verdad? –dijo Diego Suárez, adivinando los pensamientos del recién llegado–. Un monumento al patrioterismo barato; como si tuviéramos complejo por tenerla pequeña.

—No hay mejor manera de describirlo.





Morir despacio

3 09 2012

Si eres parte del puñado de noveleros y noveleras (dicho sea en la mejor de sus acepciones) que siguen las andanzas de Eladio Monroy, ya sabrás que llevo intentando cargármelo desde 2006 y que no hay manera. El muy cabezudo vuelve siempre. Ahora le ha dado por reaparecer, en una última entrega cuya edición se encuentra ahora mismo en preparación y que aparecerá, impresores mediante, en octubre.

Esta cuarta novela se titula Morir despacio y arranca con el descubrimiento del fiambre de un aparente suicida. A petición del padre del finado, Monroy acepta echarle un vistazo al asunto. Y, por supuesto, cuando huele a podrido suele ser porque hay algo pudriéndose. En este caso, los cadáveres de un par de chanchullos.

Como siempre, mala leche, energúmenos que se arrastran por la ciudad y hostias como panes para intentar leer derechito en los torcidos renglones de la realidad más cercana.

Y como en Ceremonias la fidelidad se paga, aquí tienes una primicia solo para ti: dos paginitas iniciales para que las consumas, si te apetece, como aperitivo.

Eladio Monroy visto por Fernando ‘Montecruz’

 

La pátina caliginosa cubría Las Palmas de Gran Canaria. Con nocturnidad alevosa, los vientos africanos habían transportado la calima hasta la isla durante el domingo, depositándola sobre la ciudad de la luz y los despojos. El lunes, al amanecer, se había precipitado ya sobre el paisaje: una capa de polvo amarillento lo cubría todo, empobreciendo colores, deshaciendo en una nebulosa unánime los contornos de edificios, muebles urbanos, semáforos y automóviles. De haber tenido la posibilidad, los habitantes de la ciudad se hubieran quedado en casa, escondidos en un cuarto en penumbra, con un ventilador y una botella de limonada cerca, soñando con una lluvia mansa e incesante que limpiara el aire y se llevara el polvo hasta el mar. Pero no era posible: la descarga eléctrica de cada día había vuelto a sacudir el hormiguero y, con la resignación que confiere el hábito periódico, la gente arrastraba por las aceras la disnea y el empanamiento, dirigiéndose, como todos los lunes, a sus quehaceres, porque las calimas de cada año no eran justificación suficiente para no ir a trabajar, a la compra, al colegio, a las gestiones burocráticas. Los alérgicos, los asmáticos, los afectados de migrañas sufrirían un tormento bíblico que quizá (solo quizá) les concediera una tregua a la caída del sol.

Eladio Monroy no era alérgico. Tampoco asmático. No padecía migrañas. A él, la polvajera simplemente lo ponía de mala hostia, como a todo dios. La sensación de cansancio, la abulia impenitente, la sequedad de mucosas y un exponencial aumento de su ya proverbial mala baba, aplatanada y pachorrienta eran las consecuencias del periódico e indeseable fenómeno atmosférico, ese anticipo del infierno que volvía cada temporada, el pago regular que hay que satisfacer por ser inquilino de un supuesto paraíso. Así, malhumorado y ceñudo, entró en el Bar Casablanca, ocupó su mesa y abrió el periódico mientras el tuerto Casimiro le traía el cortado de siempre en la taza cascada de costumbre.

Monroy no había dejado de acudir al Casablanca, pero sus visitas eran más breves que antes. Por un lado, el periódico resultaba cada vez menos interesante (la realidad, en general, lo era cada vez menos); por otro, desde que ya no se podía fumar en el local, tenía que elegir entre el cigarrillo y el café, y a él (como a muchos) lo que le gustaba era combinar ambos vicios. O ambos placeres, como se decía antes de que todo diera cáncer.

Casimiro, cuando endurecieron la normativa, pensó en instalar una mesa de terraza, pero tuvo que enfrentarse al escollo infranqueable de la estrechez de la acera de León y Castillo en la zona en la que el bar se hallaba enclavado. Acabó contentándose con poner un cenicero alto en la entrada. Por supuesto, hubo de soportar las quejas de los clientes y las tropelías de la muchachada, que se hacía un simpa (apócope de “me piro sin pagar”) con la excusa de salir a fumar un cigarrito. Los simpas los combatió cobrando al servir a todo aquel que no fuera cliente habitual (piñita asáa, piñita mamáa, solía decir Casimiro para describir el procedimiento). De las quejas lo libró el tiempo, la costumbre, esa habilidad incomparable de los canarios para habituarse a convivir con el absurdo.

Con todo, a Monroy también le quedaron pocas opciones: leer el periódico tomándose el cortado pero sin fumar o bien tomarse el cortado en la calle, en un vaso de papel, fumando su cigarrillo pero sin leer el periódico, lo cual no solo le restaba gracia al asunto, sino que le hacía pensar que era una gilipollez recorrerse media León y Castillo para pagar un cortado que tendría que tomarse en la puta calle como un paria, en lugar de quedarse tranquilamente en su casa y consumirlo como le saliera de las ingles.

Pero dejar de tomar allí sus cortados matinales, así como sus menos frecuentes cervezas vespertinas, hubiera sido lo más parecido a una deslealtad hacia Casimiro, cuyo negocio ya iba bastante mal antes de la Ley Anti-Tabaco, la crisis y la madre-que-parió-a-to-esto, expresión con la cual el tuerto solía referirse al estado de cosas originado cuando los efectos de la situación socioeconómica nacional llegaban hasta su pequeño mundo de vasos turbios, pan bizcochado y tapas de ropavieja.





Línea de crédito o puesta de largo: un rescate es un rescate

11 06 2012

Tengo a Monroy muy mal acostumbrado. O quizá se cobra con intereses el partido que le saco. Me explico: como últimamente lo llamo para que me cuente sus últimas batallitas (qué le voy a hacer, me he quedado sin historias suyas, necesito que me renueve el repertorio para escribir otra novela sobre las cosas que le pasan), se cree con derecho a presentarse en mi casa cuando le viene en gana y arrasar con todo. Supongo que, en el fondo, su temperamento es similar al de la troika comunitaria.

Monroy visto por Montecruz.

Ayer domingo, sin ir más lejos, llegó sin avisar, a la hora torera. Traía, eso sí, un pack de seis cervezas, una bolsa de papas fritas y un ejemplar de La civilización del espectáculo de Mario Vargas Llosa (que sabe que mi bolsillo no me permite comprar). Sin embargo, cuando se fue, se llevó dos difíciles de conseguir y que sé que no volveré a ver: La hija del aparcero de Bruno Rodríguez y Entre amorosos desamores de Patricia Rojas de Leunda. El primero lo guardó en cuanto lo vio. Del segundo no le gustó el título pero, mientras charlábamos, leyó algunos de los micorrelatos que contiene y, cuando me quise dar cuenta, ya lo había deslizado hacia el interior de su bolso bandolera.

Preguntado por los motivos de su visita, la respuesta fue vaga como guardián de obra: Gloria había ido a ver a su madre; él se había quedado sin libros; en el Casablanca se habían juntado para ver la Eurocopa y, sabido es, a él el fútbol le resbala.

No esperó a la segunda cerveza para preguntarme qué opinaba yo sobre el rescate. Me apresuré a aclararle que no se trata de un rescate, sino de la apertura de una línea de crédito por parte del eurogrupo, que lo había dicho el presidente.

—Mira, mi hijo –me dijo con ese tonito molesto y rencilloso que gasta con gente como yo–, el presidente lo puede llamar “línea de crédito”, “puesta de largo” o “la larga sombra de mis huevos al amanecer”, pero es un rescate en toda regla. Y estos del eurogrupo son como las ratas: primero meten el rabo; si cabe el rabo, se cuelan ellos detrás. Y te digo otra cosa: cuando uno pide un crédito, lo primero que tiene que aclarar son las condiciones. Escuché la comparecencia de Rajoy de esta mañana: no dijo absolutamente nada sobre eso. Lo que sí dijo fue que se iba al fútbol.

Le dije que no sabía qué quería decir.

—Pues está facilito: tú les aceptas el préstamo ahora y, cuando menos te lo esperas, ya están aquí diciéndote lo que tienes que hacer con el empleo, con la seguridad social y las pensiones.

—Bueno, este país sigue siendo soberano –argüí.

—Mientras haga lo que le diga la troika.

—No hay troika.

—Espérate a la semana que viene. A lo mejor mañana mismo. Y, una vez venga la troika, se acabó la soberanía. Si hacemos algo que no les guste, nos castigan. Si nos ponemos chulitos, nos castigan.  Y, si nos pasamos mucho, nos dirán hasta quién tiene que gobernar. Aunque, en este caso, no creo que encuentren en este país tecnócratas mayores que estos.

Intenté cortarle el rollo diciéndole que ni él ni yo entendíamos de macroeconomía y que estas cosas hay que dejarlas en manos de quienes entienden; que los ministros y el presidente saben, seguramente, lo que hacen; que la solución a estos asuntos es siempre difícil; que no acababa de creerme lo de la troika; que esto no es Grecia y, como dice Mariano Rajoy, no es Uganda.

—No. No es Uganda, seguro. De hecho, entre los bantúes, a majaderos como estos les hubieran ya dado una patada en el culo y los hubieran expulsado de la tribu.

Preguntándome a mí mismo por qué estaba cayendo en la trampa de Eladio (a quien lo que le apetecía era discutir, como siempre) y si la escritura de una novelucha merecía perder el ocio de un domingo por la tarde de aquella manera, puse la tele para ahuyentarlo.

Justo en ese momento, España marcaba un gol y Mariano Rajoy, Jorge Moragas y los príncipes lo celebraban como si lo de la tarde anterior no hubiera ocurrido.

—Ahí los tienes: los jefes de la tribu, celebrando la Danza de las Cosechas -dijo mientras se levantaba y se apoderaba, con disimulo, de lo último de Miguel Aguerralde, Última parada: la casa de muñecas. Él creyó que no me daba cuenta, pero me la di.

Cuando se marchó me dejó como casi siempre: con la palabra en la boca y una incipiente cefalea.

Hoy, al levantarme, he leído las declaraciones de Schäuble y he llamado a Eladio para preguntarle dónde carajo guarda su bola de cristal.

—No me hace maldita falta. Mientras tú ves el fútbol, yo leo los periódicos.





Ictioterapias y sodomías

17 02 2012

Desde que está convaleciente (aún tiene que usar la muleta) Eladio Monroy para demasiado con Manolo, el de la Librería Ei2 y se me está volviendo cada vez más rojo e indignado. Hoy me vuelve del Bar Casablanca esgrimiendo un periódico en el que se cuenta que Grecia endurece los recortes, una vez más. 325 millones de euracos. A continuación, me hace una pregunta que me deja pensando: «¿Te has fijado en que desde el lunes ningún medio informa en España de lo que está pasando en las calles de Grecia? En cuanto se empezó a analizar de verdad en qué va a consistir la reforma laboral del PP se han puesto todos a mirar al techo silbando una de Nino Bravo, como si alguien de arriba les hubiera dicho a los jefes de redacción que tuvieran agüíta con ese tema, que no dieran ideas».

Manolis Glezos, héroe griego de la Segunda Guerra Mundial agredido por la policía

Repaso mentalmente los noticiarios que he visto esta semana y me quedo sin poder llevarle la contraria. El lunes Grecia ardía en las portadas y los sumarios. El martes desapareció de los titulares. De hecho, ese día pude ver en el Telediario un  reportaje sobre ictioterapia (un minuto y pico, que en un Telediario es bastante tiempo) y otro sobre San Valentín, San Cirilo y San Metodio (no calculé el tiempo, pero se me hizo interminable). No obstante, ni una sola noticia sobre el país que estaba asolado por las revueltas tan solo 24 horas antes. Luego, a lo largo de la semana, ha habido más noticias sobre lo que ocurre en las altas esferas, pero no sobre si los griegos están protestando o no.

«Yo también vi el reportaje de los pescados de marras: unos longorones jediondos que se te comen la mierda de los pies», dice Monroy con su proverbial diplomacia. «Parece que son turcos, pero caros, y los chinos ya tienen su versión de baratillo. Pero ¿sabes qué? Que me resbala lo de los pescados comemierda; yo quiero saber qué carajo pasa en Grecia y, sobre todo, qué carajo va a pasar aquí».

Yo, que llevo un par de días pensando en la reforma laboral que se nos viene encima, le digo poco más o menos lo que le escuché a Soraya Sáenz de Santamaría: favorecerá la contratación, para lo cual es necesaria la flexibilización del mercado laboral. Es entonces cuando Eladio se me calienta:

«Pero, vamos a ver, melón: lo único que se está flexibilizando aquí es la espalda del obrero, que se la están doblando hasta ver adónde llega sin partirse. Y en cuanto a la contratación, ¿cómo coño va a favorecer la contratación un Gobierno que se está dedicando a echar a la calle, directa o indirectamente, a un montón de trabajadores?». Vale, puede que ahí tenga razón. Pero yo soy de los que continúan confiando en los agentes sociales. Le digo que los sindicatos ya preparan movilizaciones, que la sociedad no permitirá que ocurra aquí lo mismo que en Grecia.

«Sí, ya me he enterado: hay convocada una manifestación este domingo. Fítetú: ¡un domingo! Mientras Joan Rosell, Arturo Fernández, Fátima Báñez y Rajoy se echan la partida de dominó en el chalecito. De hecho, la están convocando a las 12:00, para que el personal pueda ir primero a misa». Pues también ahí va a tener razón mi cojo y malhablado amigo. Pienso en la tibieza de los líderes sindicales, en su tradicional costumbre de transigir, en el entusiasmo de sus bases, que no les merecen. Parece que hoy mismo hay gente que se va a movilizar de otra manera, pero me he enterado a última hora y no sé si podré ir. Eladio sí, Eladio afirma que sí que piensa ir, vaya si lo piensa. «Qué carajo, allí pienso estar, a las doce en punto, en San Telmo, con el mechero preparado. La gasolina la pone el Gobierno. A ver si le prendemos fuego de paso a toda la mierda esta».

Ahora sí que está realmente cabreado. Como me lo conozco y sé que de un momento a otro se marchará, enfofernado como un cochino, aprovecho su último momento comunicativo para recomendarle un libro de Márkaris que acabo de leerme y que está ambientado en Grecia en el verano de 2010, cuando Grecia estaba tomando medidas similares a las que ahora toma España. En él se habla de las movilizaciones ante las imposiciones de la troika comunitaria, pero también del Mundial de Fútbol. «¿Ves? Eso es lo que jode: ahora empieza la Liga de Champiñones y todo el mundo a hacer el gilipollas delante de la tele. Si es que siempre somos los mismos: nos la meten doblada y todos tan contentos», me grita, encaminándose hacia la puerta (eso sí, después de cambiarme por su periódico manoseado el libro de Márkaris, que sé que jamás volveré a ver). Yo le digo que a su edad ya debería estar acostumbrado a que los de arriba lo jodieran. Como todo el mundo. Justo antes de salir da una última muestra de su verbo elegante:

«A mí no me molesta que me den por el culo. Lo que me jode es que me echen el aliento en la espalda».

Cuando Eladio ya se ha ido, me pongo a pensar en la ausencia de noticias sobre lo que pasa en las calles griegas y, de pronto, caigo en la cuenta de que hace mucho que en televisión no dan noticias sobre Islandia. Fítetú, que diría Eladio.








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