Albert Camus inicia El mito de Sísifo afirmando que solo hay un pensamiento filosófico verdaderamente serio: el suicidio; que antes de decidir sobre los grandes temas del espíritu y el ser, está la pregunta sobre si la vida vale la pena o no de ser vivida. Un planteamiento provocador que obliga al lector seguir sus evoluciones a lo largo de ese ensayo magistral que tiene un sentido indudablemente vitalista. Y es que Camus no es nada tonto y sabe que la muerte por mano propia es un asunto que nos atrae como el abismo.
Aunque es problema que ha ocupado a muchos pensadores —desde Durkheim a Castilla del Pino—, entre nosotros, el suicidio continúa, lógicamente, siendo un tabú. Probablemente porque lo entendemos como un fracaso de la sociedad, porque nos sentimos culpables, porque siempre pensamos que podríamos haber hecho algo para evitar el suicidio de nuestro familiar o amigo. De ahí ese frecuente travestir la muerte autolítica con ropajes de accidente fatal o enfermedad repentina.
Larga es la nómina de poetas que pusieron fin a sus días. Amén de motivaciones ligadas a estados patológicos —los más frecuentes— o circunstancias sociopolíticas —que también las hubo—, abunda entre los casos más célebres una sensación —explícita o implícita en sus últimos actos o declaraciones—, de haber dicho todo lo que creían que debían o podían decir, de haber agotado ya el pozo del cual surgía su poesía, como si la actividad poética abarcara la existencia entera, y el final del poeta supusiese inevitablemente el final del ser humano.
Reflexiono sobre esto porque durante un viaje reciente he podido leer un libro estupendo que aborda el asunto: Fin de poema, de Juan Tallón. De entre la larga nómina de poetas autolíticos —en la que figuran voces tan diversas como las de Lucrecio, Sylvia Plath o Mário de Sá Carneiro—, Tallón escoge a Cesare Pavese, Anne Sexton, Alejandra Pizarnik y Gabriel Ferrater para contarnos el último día de cada uno de ellos, indagando en las coordenadas de sus muertes pero también, y sobre todo, en las de sus vidas y poéticas.
Hermanando el ensayo biográfico y la narrativa, Fin de poema combina anécdotas que sabemos ciertas con momentos y acciones surgidas desde la ficción pero absolutamente plausibles teniendo en cuenta aquello que sabemos sobre sus protagonistas. Pavese, en sus últimos momentos, escribiendo una nota a sus amantes, deseándoles un cáncer, antes de prenderle fuego; Anne Sexton intentando escuchar la voz de su vagina; Alejandra proyectando sin éxito escribir a Julio Cortázar una nota de agradecimiento por los últimos libros que le envió —uno de Gil de Biedma, otro de Ferrater—; o una pesadilla del propio Ferrater, digna de un Escher diabólico. Estos momentos se alternan con otros en los que asistimos a las largas conversaciones entre Anne Sexton y Maxine Kumin; a la aventura etílica de Gabriel Ferrater en el Túnez de 1967; a la célebre pérdida durante semanas del manuscrito de Rayuela por parte de Alejandra Pizarnik y a su encuentro con Oliverio Girondo; a los desamores de Cesare Pavese, sus gozos en su trabajo con los Einaudi, su camino hacia la absoluta soledad paralelo al de la gloria literaria.
Con sobriedad, con inteligencia, con un fino olfato para las elecciones compositivas, Juan Tallón —de quien no había leído nada antes, pero a quien pienso continuar leyendo—, se adentra en la intimidad de estos cuatro poetas cuyas obras se orientan hacia el silencio. Y lo hace sin aspavientos, sin morbo, indagando en los motivos de sus últimas elecciones estéticas y vitales, regalándonos 158 páginas de literatura sobre literatura, no exentas de humor, pero germinadoras de profundas reflexiones acerca de la vida, la palabra y las relaciones entre ambas, tomando como excusa narrativa los suicidios —esos «homicidios tímidos», como los llamó el propio Pavese en El oficio de vivir— de cuatro poetas diversos y absolutamente peculiares unidos, sin embargo, por mucho más que por el hecho de haber muerto por propia mano. Un libro exquisito, en fin, que se lee estupendamente como novela, pero que supone una estupenda introducción para los neófitos en las obras respectivas de Pavese, Sexton, Pizarnik y Ferrater y que, por supuesto, disfrutarán mucho aquellos lectores que ya aman su poesía.