Ayer se celebró, como cada año, la Maratón de Cuentacuentos en la Plaza de Las Ranas y por eso, en estos días, la isla está llenita de narradores orales, que son esos hombres y mujeres que nos fascinan y nos hacen sentir como niños utilizando el poder de la palabra: Pep Bruno, Pablo Albo, Ana Griot, Bonaí Capote o Antonio López son algunos de ellos. Escuchando a estos hechiceros, yo recordé una joyita que conocí el año pasado. Se trata de un libro titulado Cuentos populares del Rif. Contiene, principalmente, historias contadas por mujeres cuentacuentos. Lo firma Zoubida Boughaba Maleem y supone un serio trabajo de investigación realizado en el año 2002 en la zona de Alhucemas por esta escritora marroquí afincada en España. Resulta que en esa zona concreta, en el Norte de Marruecos, son las mujeres las que mantienen viva la tradición oral. Cuentan cuentos al atardecer, en los hogares, utilizando, además, fórmulas fijas para el comienzo y el final. La fórmula final a mí me parece muy hermosa: “Y después de andar por aquí y por allí, me puse el calzado y se me rompió”.
Lo que ha hecho Zoubida Boughaba ha sido, nada más y nada menos, que un arduo trabajo de campo, buscando a estas contadoras, seleccionando a las más representativas, entrevistándolas, grabándolas y fijando textualmente los relatos que cuentan. En total, se recoge en el libro el trabajo de seis contadoras, pertenecientes a varias generaciones, en un arco de edad que abarca desde los veinte a los sesenta y cuatro años. Creo que es justo citar aquí sus nombres: Fadela Najah, Mahjouba, Rahma, Fatima y Fahrida Tahrawi (que son madre e hija) y Karima Alganmi. Son mujeres esforzadas y sencillas, humildes trabajadoras y, en algún caso, analfabetas, que, al atardecer, narran cuentos que han sido transmitidos oralmente a lo largo de los años de madre a hija, de abuela a nieta. Y así es como está organizado el libro: breves semblanzas biográficas de las seis mujeres cuyos cuentos se recogen, el texto de los cuentos y, posteriormente, una sección de entrevistas a cada una de ellas.
Cosas que me llaman la atención de este libro: el variado y completo acervo de esta zona, que reúne en su repertorio cuentos en los que se alternan los de objeto mágico, los de metamorfosis (hay, por ejemplo, una niña que se convierte en paloma), las fábulas protagonizadas por animales (donde el erizo suele destacar por su sabiduría), los cuentos de enseñanza a través del humor, o los cuentos maravillosos (o de hadas), donde suele aparecer un personaje femenino malvado (en algunos se llama Karima y en otros Nunya) que corresponde al arquetipo de la bruja malvada y suele salir escaldada gracias a la astucia de los protagonistas; la belleza que uno sospecha escondida en la intimidad de esos hogares humildes, en los que las mujeres se reúnen en torno a un té para contar y escuchar estas historias; y, por último, la constatación de que el cuento tradicional no tiene carné de identidad, porque en este libro, con otro nombre y otros personajes, con detalles que adaptan el cuento a las costumbres de la región, hay cuentos que hemos conocido en versiones alemanas, francesas o rusas. Por ejemplo, podemos leer aquí versiones de La Cenicienta o de algún cuento erótico de Afanásiev. Lo que probablemente nunca sabremos es quién inspiró a quién.
Por tanto, un libro para descubrir un universo cultural que parece muy lejano y en realidad está tan cerca; para deleitarnos con historias que nos hacen reír, nos asustan o nos emocionan y para prestar atención a estas mujeres que, humilde y anónimamente, hacen que continúe vivo el cuento. Y, también, por qué no, para contribuir a ello, aprendiendo alguno y contándolos a quienes tengamos cerca, especialmente a los más chicos. Porque, eso que quede claro, el cuento tradicional vive en su transmisión oral; cuando dejamos de contarlo, muere.
Así pues, para esta semana, Cuentos populares del Rif, de Zoubida Boughaba Malleem, en Miraguano Ediciones, 235 páginas. Un libro para leerlo, pero también para contarlo.
Y después de andar por aquí y por allí, me puse el calzado y se me rompió.