Envidiar a Pedro Flores

3 12 2016
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Salir rana, de Pedro Flores. Selección y prólogo de Vicente Gallego. Sevilla, Renacimiento, 136 páginas.

Renacimiento publica Salir rana, una antología poética realizada por Vicente Gallego sobre la obra poética de Pedro Flores desde 1998.

Durante años pensé que había conocido a Pedro Flores en la primera mitad de los años noventa. Entre el año noventa y tres y el noventa y cinco, comenzamos a encontrarnos en aquella experiencia pública, común e interdisciplinar que era el Centro Insular de Cultura, que hoy es un aparcamiento. Allí, un grupo de “escritores clandestinos”, como nos llamaba Carlos Álvarez, coordinador de Debates y Literatura por aquel entonces, y quien nos había abierto las puertas del Centro, nos empezamos a reunir y a tomar contacto con autores de la generación precedente en torno a un espacio de debate en el que fue germinando una revista. Ambos (espacio y revista) se llamaron La Plazuela de las Letras y aprendieron a suplir con el invento de la fotocopiadora láser y mucha imaginación la carencia de un mundo editorial que no existía ya y de un medio digital que no existía aún. En La Plazuela, la institución editaba cuadernillos numerados a mano que recogían las intervenciones de los poetas, narradores, ensayistas y filósofos que dictaban conferencias en el CIC. Pero también nos permitía a los jóvenes disponer de un ordenador de los de la época en el que tecleábamos los textos que nos iban llegando en papel y que daba luego lugar a una revista que se imprimía humilde pero más o menos dignamente. Fue allí, en aquel tabernáculo que era para nosotros el CIC, pero sobre todo en las tabernas a las que íbamos luego, donde se fue fraguando mi relación con Pedro Flores (un tipo melenudo y larguirucho), mientras iba asistiendo a sus recitales, individuales o colectivos, mientras iba leyendo los poemas que publicaba en la revista. Y debo confesar que esta relación estaba presidida por la envidia. No una envidia sana. La envidia nunca es sana. Yo siempre envidié (todavía envidio) la capacidad de Pedro para encontrar poesía en lo cotidiano, para hablar de cosas muy complejas, usando palabras comunes a las que hace recobrar aquellos sentidos que habían perdido. También envidié siempre (todavía envidio) su sentido del humor, la aparente sencillez con la que nos desvela las paradojas, con las que descubre la cara B del disco de la Historia (así, con mayúsculas) y la memoria chica de generaciones y generaciones en unas manos que lavan ropa o sirven la comida familiar. Envidié (y todavía envidio) su habilidad para desvelar las paradojas, para atacar a la injusticia sin parecer agresivo, sin aspavientos ni signos de exclamación, poniendo con sencillez ante el lector las más puras y duras verdades de los desheredados. Lo hechos de la vida, pero también los de la muerte, que, en el fondo, son los mismos.

Decía más arriba que yo pensaba que había conocido a Pedro Flores en los años noventa. Pero no era cierto. Un día, después de bastante tiempo tratándonos, descubrimos que su madre y mi madre eran amigas desde hacía mucho, que en la infancia él y yo debimos de vernos en muchas ocasiones, en las visitas que ellas se hacían. Descubrí así una cosa más que me unía a Pedro: ambos procedíamos de familias humildes, nos habíamos criado en barrios humildes de Canarias durante el tardofranquismo y la transición, y habíamos encontrado en la literatura una forma de huir de nuestras realidades para poder comprenderlas mejor. Y ambos debíamos, también, abrirnos paso entre quienes partían desde mejores posiciones socioeconómicas si queríamos que se oyeran nuestras voces.

Yo me reconozco en la poesía de Pedro. Reconozco a mi familia en la suya. Reconozco en su barrio el mío. Su pobreza material y la mía son la misma. Así como lo son las riquezas espirituales de las personas sencillas de las que ambos hablamos.

He seguido a Pedro Flores desde aquellos poemas primeros. He seguido envidiándolo como escritor en la misma medida en que lo gozaba como lector: constatando, a cada libro, casi a cada poema, que Pedro iba convirtiéndose en uno de nuestros mejores poetas (lo cual es mucho decir, porque su generación es, para mí, la mejor generación de poetas que hemos tenido desde hace mucho), que su voz iba madurando, afirmándose, buscando nuevos caminos y nuevos modos de transitarlos, pero sin perder ni un ápice de su frescura y de aquellas cualidades que me habían deslumbrado a mí en sus primeros textos.

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Los nuevos lectores tienen la oportunidad de observar esa evolución en Salir rana. Gozarán de una estupenda muestra del trabajo de Pedro durante todos estos años y sabrán que vale la pena acercarse a todos y cada uno de esos libros. Quienes como yo, han admirado (o envidiado) a Pedro desde hace años, quienes no se han perdido ni uno de los libros que iban apareciendo (al mismo tiempo, por cierto, que iba publicando interesantes libros de relatos o incluso libros para niños), se verán premiados con una muestra de su trabajo más reciente: doce poemas pertenecientes a El don de la pobreza, inéditos hasta la fecha. En ellos encontrarán a un señor de cuarenta y tantos, a ese Pedro Flores maduro, sin melena, pero con sus cualidades de juventud intactas, con el mismo talento de cuando era un “escritor clandestino”, acrecentado por la experiencia. Un Pedro Flores que nos habla de gentes sencillas y dolores complejos, que encuentra poesía en un anciano que se entretiene viendo obras públicas, en una anciana planchando o bajo la almohada de una prostituta, en una serie de poemas en los que hay humor, dolor y verdad, como los ha habido en todos y cada uno de los libros de Pedro que, al menos yo, he disfrutado y envidiado a lo largo de todos estos años.





El otro derbi. O derbis

4 03 2015

El viernes 6 de marzo (pasado mañana), jugamos en Gran Canaria un nuevo derbi. Pero este de los buenos, porque es literario y por tanto da igual quién gane y quién pierda. O, para ser exactos, en este ganamos todos. Y además, nadie piensa pegarle a nadie.

Todo esto viene a que nos visita Javier Hernández Velázquez (papá literario de Mat Fernández) con su novela más reciente: Los ojos del puente (Premio Wilkie Collins de Novela Negra).

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Javier estará en la Librería Sinopsis, a partir de las 18:30, acompañado por Mayte Martín y Jovanka Vaccari, para presentar esta novela, que edita MAR Ediciones.

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Solo media hora después, a las 19:00, en el Museo Poeta Domingo Rivero, José Miguel Junco acompañará a Pedro Flores en la presentación de Como pasa el aire sobre lomo de una bestia, su último libro hasta el momento, que obtuvo el XXVI Premio Internacional de Poesía «Antonio Oliver Belmás».

Y a las 20:00, estaré yo mismo, sentándome en el Sillón de Canaima. Estaré solo. Bueno, no del todo: habrá vino. Si eres de los que se quedaron fuera en la primera presentación de Las flores no sangran, esta es la oportunidad. Leeré algunos fragmentos de la nueva criatura y, como propina, de El viento y la sangre. Sí, creo que ya es hora de que Ravelo y West se enfrenten en un duelo.

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Y, además, si eres de esos privilegiados que viven al sur de la capital y no te apetece llegar tan al norte, tampoco te quedas sin presentaciones, porque a las 19:00, Belkys Rodríguez presenta en la Biblioteca Arnao de Telde su Relatos en minifalda

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Así que, este viernes, derbi. Pero del bueno: Tenerife versus Gran Canaria. Las Palmas de Gran Canaria versus Telde. Poesía versus narrativa. Novela versus cuento. Escritor calvo versus escritor inexistente. Un derbi múltiple que, en el fondo, es solo uno: palabra versus silencio. ¿Te lo vas a perder?





Dos poetas, dos

22 11 2014

[Si quieres escuchar La Buena Letra y La Butaca, solo has de hacer clic aquí]

La Buena Letra de esta semana es un dos por uno, porque me han llegado casi al mismo tiempo a las manos dos libros de dos poetas, canarios, publicados ambos en editoriales independientes. Sí, señor: hoy te traigo Trasmallos, de Santiago Gil, publicado en Madrid por La Discreta y El hombre que bebió con Dylan Thomas, de Pedro Flores, editado por El ángel caído y que viene con regalito.

Empiezo con Trasmallos, de Santiago Gil, que, por cierto, ahora mismo debe de estar llegando a México, donde participa junto con otros escritores canarios en la Feria Internacional del Libro en Guadalajara.

trasmallos

Trasmallos es, creo, el cuarto libro de poesía de Santiago Gil, muy conocido por su actividad como narrador y su trabajo como periodista. Es autor de un buen puñado de novelas y libros de relatos, como Los años baldíos, Por si amanece y no me encuentras, El Parque, Cómo ganarse la vida con la literatura o Un hombre solo y sin sombra, y ha publicado volúmenes de aforismos y microrrelatos, como Equipaje de mano o Tierra de Nadie. Imparte, además, uno de los talleres literarios con más solera, aquel que comenzó impartiendo nada menos que Dolores Campos-Herrero.

Trasmallos recoge, como él mismo ha confesado en alguna entrevista, su poesía más madura. Se trata de una poemas de verso libre y con formas aparentemente muy sencillas y breves, con temas clásicos y aposentada por el tiempo y una visión intimista y emocional de la actividad poética. Una de las ideas que presiden el libro es aquella de que la palabra es aquello que te queda cuando ya no te queda nada, y así muchos de los versos ofrecen interesantes reflexiones acerca, no solo del oficio del poeta, sino de la relación de los seres humanos con el lenguaje. Así, el poeta recorre temas clásicos (el amor y la muerte, la relación entre ser humano y paisaje, el paso del tiempo, la nostalgia o el extrañamiento frente a la sociedad) haciendo siempre esas preguntas y reflexiones y estableciendo un sutil diálogo con el lector acerca del sentido de la existencia.

Un libro para celebrarlo, como celebro yo poder recomendar algo de La Discreta, una editorial que hace honor a su nombre y que lleva diez años trayéndonos incesantemente buena literatura en muy buenas ediciones.

 978849406811

Y vamos con El hombre que bebió con Dylan Thomas.

Edita, repito, El Ángel Caído, que tiene una estupenda colección de poesía que incluye libros de Ángel Petisme o Leopoldo María Panero. Y es de Pedro Flores. Flores es, probablemente, nuestro poeta más premiado y uno de los más populares. Hace una poesía cercana, que hermana la cita culta y el lenguaje coloquial y está dotado de un fino sentido del humor. El resultado es un combinado muy interesante, que llega al lector de forma inmediata con juegos y guiños constantes a la cultura Pop y con temáticas y formas muy atrevidas. Por poner el ejemplo más reciente: en 2012 publicó un libro que comentamos aquí, El último gancho de Kid Fracaso, un libro que tomaba como tema el mundo del boxeo, cosa poco frecuente en poesía. Y ahora, después de un largo recorrido por la transgresión formal, nos ofrece una sorpresa: un libro de sonetos que alternan la ternura y la sonrisa. Pero te dije que este libro (que es ya en sí mismo el regalo perfecto) venía con regalo. Yo diría más bien «regalos», porque incluye un cedé y un deuvedé, dando cuenta del trabajo de Andrés Molina, quien musicalizó veinte de los treinta y seis sonetos que forman e este libro, editado por viene con cedé y con deuvedé. Tanto el cedé como el deuvedé dan cuenta de la sesión del año pasado en el Teatro Leal de La Laguna en la que Flores y Molina ofrecieron un espectáculo acompañados del pianista Samuel Labrador (no hago crítica musical, pero el trabajo de Labrador merece mención aparte).

Así pues, esta semana, poesía por partida doble y poesía canaria, de la buena y editada por editoriales independientes: Trasmallos, de Santiago Gil, Madrid, Ediciones de La Discreta, 90 páginas y El hombre que bebió con Dylan Thomas, de Pedro Flores (libro–disco con Andrés Molina y Samuel Labrador), El Ángel Caído Ediciones, 38 páginas, que además trae disco y deuvedé.





Poemas para el cuadrilátero

5 02 2012

El libro más reciente de Pedro Flores se titula El último gancho de Kid Fracaso y consta de 27 poemas que toman como excusa uno de los deportes más literarios que existen: el boxeo.


Se trata de un tema muy recurrente en literatura y por él han transitado autores como Jack London, Aldecoa, Cortázar o Roberto Bolaño, de quien hablamos hace poco. Dejando a un lado Young Sánchez o Por un bistec (uno de cuyos pasajes se cita al comienzo de El último gancho de Kid Fracaso), solo Cortázar ya tiene cuentos pugilísticos realmente antológicos, como Torito o La noche de Mantequilla. Pero lo más habitual es que se aborde el asunto desde la narrativa. En este caso (y eso lo convierte en un libro singular) Flores ha elegido la poesía; se ha metido en la piel de un boxeador y ha utilizado el pugilismo como metáfora de la vida, con toda la tópica habitual: la ética del perdedor, el tema del boxeador viejo y fracasado, la rabia de los golpes o el sabor de la caída, la fatalidad de la derrota o el aprendizaje de la vida. A partir de ahí nos encontraremos con un verdadero y completo paseo por el amor y la muerte, que, al fin, según dicen los que saben de esto, son los dos únicos temas que realmente vale la pena tratar.
Del estilo de Pedro Flores ya hemos hablado en alguna ocasión: suele trabajar el poema breve, en un lenguaje muy sencillo que convoca igualmente a la ironía, las paradojas de lo cotidiano y un erotismo muy acentuado, estableciendo un código muy claro con el lector a partir de la remisión a la frases de uso frecuente, el imaginario pop y también a la alta cultura, la política y la Historia. Por utilizar el lenguaje pugilístico, en El último gancho de Kid Fracaso nos encontramos a Flores en plena forma, aunque no busca el Knock Out, sino una victoria a los puntos, con un ágil juego de pies, mucho fondo y combinaciones limpias y elegantes. El resultado es un libro de los que nos gustan: para leerlo, en principio, de un tirón y volver luego de vez en cuando a él, y volver a disfrutarlo, paladeándolo.
Por cierto, y a propósito de disfrutes, debo decir que me encanta la edición, que es de El ángel caído, una editorial que ha sacado pocos, pero muy bien escogidos libros de Ángel Petisme y de Leopoldo María Panero. En este caso, el volumen aparece con unas llamativas ilustraciones de la zaragozana Agnes Daroca y es de esos que apetece tener entre las manos, porque, además, huele muy bien (algo que, dicho sea de paso, echo de menos en los libros digitales).
Así pues, para esta semana, dos cosas que a mí me gustan mucho: boxeo y poesía con El último gancho de Kid Fracaso, de Pedro Flores, en El ángel caído ediciones, 45 páginas a golpe de versos con los que vale la pena subirse al ring.








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