Sí, 21 de febrero, martes. Martes de Carnaval, si vives en mi ciudad. Pero también, por aquellas cosas de la efeméride, Día de las Letras Canarias, aunque casi nadie se esté acordando. Yo sí, porque soy terco como una mula y hace ya casi un año que, junto con otros igualmente tercos, nos negábamos a que este día fuera utilizado para homenajear a un autor no literario.
Al final, hemos tenido suerte: hubo quien rectificó, hubo quien hizo lo que debía hacer y por fin, en este 21 de febrero (aunque en voz baja, porque el Carnaval y la crisis hacen más ruido), aprovechamos la excusa para vindicar nuestra literatura (la literatura canaria, literatura insular y, por ende, la literatura panatlántica) en la figura y la obra de una firma eminente de la tradición que la conforma. En este caso, la figura y la obra de un poeta de los grandes: Pedro García Cabrera.
Quizá, como yo, tuviste una primera noticia de Pedro García Cabrera casi sin darte cuenta, a través de la militancia y las canciones. Eso no sería raro: hubo quien descubrió a Miguel Hernández y a Antonio Machado gracias a Serrat. Quizá te ocurrió que escuchabas discos del Taller Canario de la Canción y te llamaban la atención temas como “A voz en cuello” o “Parientes ontológicos” y te preguntaste a quién se le había ocurrido, por ejemplo, la idea de que un perro de la calle y un hombre sin fronteras son cuentagotas de la eternidad o la no menos paradójica de que la libertad se ama entre el frío y la nieve, con un puñal clavado entre el pecho y la espalda. Quizá miraste los créditos del disco (aún comprábamos discos) y viste que la letra era de Pedro García Cabrera y buscaste algo suyo y descubriste que te habías encontrado con un poeta de esos que no se olvidan.
Aquellos libros de finales de los setenta (Ojos que no ven, Amo la libertad) hacían poesía excelente (ah, la excelencia, eso que tanto le gusta al ministro Wert, aunque uno intuya que en realidad este señor ignora en qué consiste) a partir de las palabras sencillas, del lenguaje con el que tus padres te hablaban cuando eras niño.
Tal vez eso es lo que hace que uno se sienta como en casa cuando está inmerso entre las tapas de un libro de Pedro García Cabrera.
En mi caso, continué leyéndolo y un buen día di con su obra completa, además de con un ensayo imprescindible de Nilo Palenzuela titulado El primer Pedro García Cabrera. Entonces supe que aquellos libros directos no eran más que el final de un camino sinuoso, lleno de diferentes paisajes que conformaban un crisol delicioso, desde sus primeros libros (Líquenes, Transparencias fugadas, La rodilla en el agua, Los senos de tinta, Dársena con despertadores, Entre la guerra y tú, Romancero cautivo y La arena y la intimidad), a los Poemas del cuaderno verde, y que, en medio, existían libros imprescindibles, como La esperanza me mantiene o Elegías muertas de hambre y también otros considerados menores por la crítica (un libro menor de Pedro García Cabrera es lo que siempre ha soñado llegar a escribir un poeta mediocre). Descubrí, también, que se podía hacer poesía de una silla, de un frijol o de las facturas de la electricidad que llegan a nombre del anterior inquilino de la casa en la que habito. Descubrí que la poesía te ayuda a entender el mundo, a aprehender eso que se nos escapa siempre y que, por eso, salva al hombre incluso en los momentos más críticos, cuando es encarcelado en una prisión flotante o es deportado a un campo de concentración o se juega la vida junto a otros hombres para lograr la libertad y proseguir la lucha por lo que cree justo. Descubrí que se puede escribir un libro en papelillos de fumar y que se puede continuar escribiendo pese a que el paisaje que le inspira a uno cambie continuamente del mar al desierto, de los muros de la prisión a una mísera casucha alquilada. Descubrí, en fin, que todos creamos en función del paisaje que habitamos y que, cosa curiosa, el aire viaja sin equipaje y sin carné de identidad.
Por eso, pese a que existan asuntos más urgentes y globales, pese a que existan también otros temas bastante más frívolos, pero que parecen acaparar más interés incluso que los primeros, no quiero dejar pasar este 21 de febrero de 2012 sin recordar que es el Día de las Letras Canarias, que este año se homenajea (con menos medios, pero con igual cariño, espero) a Pedro García Cabrera y que, por azar o destino, la obra del homenajeado de este año tiene más vigencia que nunca, ahora que, por ejemplo, los poderes fácticos están consiguiendo desmontar el endeble edificio del Estado, ahora que planean imponernos una ley de huelgas igual que se nos está imponiendo una reforma laboral, ahora que, sin ir más lejos, en Valencia, un grupo de chicos y chicas se despierta apaleado por rebelarse ante la injusticia.