Un brindis por Josep Forment

9 07 2015

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Nos tratamos poco tiempo (apenas un año y medio), pero me influyó mucho. Como los grandes personajes del teatro, apareció en mi vida después de anunciarse a través de la admiración que provocaba en los demás (Gori, Ilya, Roger, Claudia, Angels), y cuando lo hizo superó con creces las expectativas que los comentarios sobre él habían despertado.

En persona, al principio, me pareció una especie de Woody Allen catalán. No por su físico ni por su forma de vestir, sino por su inteligencia. Y no el Allen de los escándalos y las frivolidades, sino el que yo adoraba en los años noventa, el de los aforismos mordaces y la mirada a la cultura desde los márgenes del discurso. Culto, irónico, sutil, pero capaz de vestirse de inocencia para mirar con curiosidad a las personas más allá de los prejuicios (eso que solo hacen los sabios), se convirtió para mí en un referente. Recuerdo agradables charlas en torno a la mesa de Gori Dolz; largas conversaciones telefónicas que tenían como excusa los textos sobre los que trabajábamos pero acababan derivando en debates sobre las contradicciones entre el mundo editorial y el mundo de la literatura (tú ya sabes que no son el mismo; nosotros lo sabíamos también y eso nos preocupaba); un Sant Jordi en el que él estaba abrumado por el éxito de su edición de los textos de Pepe Rubianes, pero aun así se aseguró de que no me perdiera nada de la magia de ese día y en el que le mostré, con orgullo de canario, un libro de poemas de Federico J. Silva, cuyos juegos supo entender. Recuerdo también mi primera Semana Negra de Gijón (la del año 2013), que vivimos juntos, y los no menos largos debates sobre ese mismo tema, su idea de poner las cosas claras acerca de esa escisión entre precio y valor de la obra, mi empeño en que escribiera un ensayo sobre ello. Y después recuerdo también sus traducciones de Rimbaud (tradujo toda la obra de Arthur Rimbaud, en formatos muy originales) y sus libros sobre él, que los lectores inteligentes buscarán y que yo no tuve tiempo de decirle que me parecían un antes y un después en el conocimiento en castellano de este poeta que, según él señaló, era también un filósofo. La última vez que hablamos fue, si no recuerdo mal, el sábado 5 de julio de 2014. Esa conversación fue crucial para mí: discutimos cosas que ni a él ni a mí nos gustaban del libro que yo estaba terminando; también cosas que a ambos nos parecían filones a explotar. Por último, le pregunté si iría ese año a la Semana Negra, si repetiríamos nuestros paseos y nuestras charletas. Me dijo que ese año no acudiría, que ya habría otras ocasiones, que volveríamos a vernos, que volveríamos a hablar. Eso jamás ocurrió. El día 9 de julio, cuando yo hacía las maletas para ir a Asturias, Roger Clanchet me llamó para darme la noticia increíble de que había fallecido repentinamente.

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Pocas personas a las que haya tratado tan poco tiempo han dejado tanta huella en mí. Así que comprendo perfectamente la huella que Josep Forment (autor, editor, pensador) ha dejado en quienes le trataron más estrechamente y durante mucho más tiempo. Y mi dolor chico de amigo es incapaz de hacerse una idea de la amplitud del dolor grande que dejó en su familia.

Hoy, a la siete y media de la tarde, hora peninsular, algunas de esas personas se reunirán en la librería Negra y Criminal de Barcelona (ese foco de activismo cultural que Montse Clavé y Paco Camarasa mantienen encendido en Barceloneta) para recordarle y brindar por él. Por lo que fue. Y por lo que es, eso que sigue vivo en sus libros (los que escribió y los que editó, haciéndolos posible y, sin duda, haciéndolos mejor de lo que podrían haber sido) y, sobre todo, eso que sigue vivo en la memoria de quienes le conocimos y le quisimos, que viene a ser lo mismo, porque no se me ocurre que alguien pueda haberle conocido sin quererle.

Desde este cachito de África, este autor calvo también brinda por ti, Josep Forment, con infinito agradecimiento por haberte conocido, aunque fuera por tan poco tiempo.





Pepe Rubianes hasta la última coma

19 02 2014
Después de despedirme, de Pepe Rubianes (Edición a cargo de Josep Forment), Barcelona, Alrevés, 189 páginas.

Después de despedirme, de Pepe Rubianes (Edición a cargo de Josep Forment), Barcelona, Alrevés, 189 páginas.

Ya ha salido en la Península (y pronto llegará a las librerías canarias) Después de despedirme, el Pepe Rubianes inédito que Josep Forment y Alrevés llevaban tanto tiempo preparando. Son 189 páginas, más de ochenta textos firmados por el actor y humorista a lo largo de tres décadas, recopilados por Forment de entre el sinfín de cuadernos cuyas páginas frecuentaba cada día.

Constituyen una miscelánea de artículos, aforismos, textos teatrales, apuntes para stand up, cartas, poemas y apuntes de viaje realizados en algunas de las muchas ciudades que recorrió, viajero incesante, a lo largo y ancho del mundo, agrupadas por el editor por géneros, pero también por temáticas y líneas de fuerza. Es el de Forment un trabajo que adivino esforzado y, en mi opinión, digno de elogio.

Por supuesto, en este libro está el Rubianes polémico, el que no tenía pelos en la lengua y se mojaba por todos llamando hijos de puta a los hijos de puta aunque ello le granjeara odios y le cerrara puertas. El Rubianes de un humorismo salvaje y una lucidez entre lo canalla y el dandismo (entre Juan Madrid y Oscar Wilde, para entendernos) capaz de sacar los colores a cualquier defensor del correctismo. Pero también se descubre (sobre todo en sus poemas y sus cartas) al hombre sensible, el pesimista amante de la vida, el que escribía poemas de amor a ciudades exóticas y expresaba su pasión a amantes sin nombre.

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Tú ya sabías quién era Rubianes. El actor que comenzó en Dagoll Dagom y luego se convirtió en un francotirador que daba patadas en la cabeza del burgués en espectáculos como Pay–Pay, La pasión de Cristo o Solamente Rubianes, haciéndonos gozar en televisión con su encarnación de Makinavaja (hubo en cine otro Maki, pero para mí, el único Maki era Rubianes) y formando parte de esa película bella y triste que fue El crimen del Cine Oriente. El tipo valiente que se enfrentó a una tormenta mediática cuando dijo que España se la sudaba por delante y por detrás (pensamiento que todos callamos pero a más de uno se le ocurre cuando quienes contribuyen a que su pueblo pase hambre y frío esgrimen esa “unidad de España” agitando la bandera, esos patriotas que lo darían todo por España menos el pastizal que esconden en Suiza), y que expuso así a la picota su Lorca eran todos. El mismo que, por defender la memoria histórica, fue acusado en un tribunal de vulnerar el derecho al honor de Julián Lanzarote, alcalde de Salamanca, acusación que le siguió más allá de la muerte.

Ahora sabrás quién era el otro Rubianes, el que había detrás de esa imagen pública, el que formaba parte de esta y acaso la sustentaba y llenaba de contenido.

Uno y otro nos dejaron hace cinco años. Hoy, cuando tanta falta nos hacen tíos tan deslenguados y tan justos y tan valerosos como él, regresa en estos textos que no pudo publicar en vida, para continuar incomodando a la España más rancia, la que es fea, católica y sentimental; para hacernos recapacitar sobre lo que consideramos valioso en esta sociedad cada vez más anestesiada; para denunciar a los fachas, a los necios, a los siervos del poder fáctico, a los injustos, a aquellos que no gastan tacos en su vocabulario porque ya nos insultan a todos cada día con sus acciones.

Entre esos textos, los dedicados a los dirigentes de entonces (tan poco diferentes de los actuales), son de esos que no tienen desperdicio, de los que se leen con una carcajada y un asentimiento, que continúan, por desgracia, teniendo vigencia. Hoy, cuando se ha sabido que un senador (otro más) tenía un pastizal sin declarar en un banco suizo, y la noticia comparte portadas con la polémica sobre la absurda muerte de quince inmigrantes en Ceuta, la tienen más que nunca. Hasta la última coma.








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