Esta semana no te traigo una novela ni un libro de cuentos ni poesía. Te traigo ensayo, y ensayo del bueno: un texto muy breve, escrito con lucidez y con honestidad, de esos que, en el fondo, se limitan a decir cosas que muchos pensamos pero que no hemos verbalizado adecuadamente. Para el título, prepárate, porque voy a meter un esperrido: ¡Indignaos! Así se titula, ¡Indignaos! (¡Indígnense!, en canario), este opúsculo de apenas sesenta páginas que desde que se editó en España en febrero de este año no deja de reimprimirse y que además circula por ahí en versión digital, reenviado casi cada día por miles de personas. Ya el año pasado, cuando se publicó en Francia, se convirtió casi enseguida en un best seller y ha dado lugar a un fenómeno que está recorriendo Europa como la pólvora.
¿Qué es lo que dice este libro para despertar tanto interés? Pues, poco más o menos, nos viene a decir que vivimos en un mundo en el que la dictadura de los mercados financieros amenaza la paz y la democracia y que los responsables políticos, económicos, intelectuales y el conjunto de la sociedad no pueden claudicar ni dejarse impresionar por esa dictadura. Y, por último, lo más importante, que la indiferencia es la peor de las actitudes, que todos y cada uno de los individuos que formamos la sociedad debemos comenzar por indignarnos, porque la indignación es el primer paso para la resistencia y la resistencia es la que cambia los estados de cosas.

¡Indignaos!, de Stéphane Hessel, Barcelona, Destino, 60 páginas.
Pero no es tan importante lo que dice, sino quién lo dice. Porque este libro lo firma Stéphane Hessel, que viene a ser un señor de 93, miembro de la Resistencia Francesa, superviviente del campo de Buchenwald y ponente (el único ponente vivo) de la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948. Hessel, nacido en Berlin en el seno de una familia judía que se estableció luego en París, abandona sus estudios en la Escuela Normal para incorporarse a la Resistencia. Detenido por la Gestapo, se salva de la horca porque asume la identidad de un preso francés que había muerto de tifus en el campo de concentración. Hacia el final de la guerra, logra fugarse, se incorpora al Ministerio de Asuntos Exteriores y, como diplomático, es asignado en 1946 a las Naciones Unidas.
Y, claro, este hombre, que fue alumno de Merleau-Ponty y condiscípulo de Sartre, que se jugó el pellejo por la libertad, que participó en la reconstrucción de la República Francesa, cuyo sistema propugnaba “una organización racional de la economía, que garantice la subordinación de los intereses particulares al interés general, libre de la dictadura profesional instaurada a imagen de los Estados fascistas”, mira ahora al mundo, empezando por su propio país y constata que, ahora que se ha generado mucha más riqueza que en la posguerra, cosas como la Seguridad Social y la educación pública se miran desde criterios de rentabilidad económica; que los grandes capitales están en manos privadas; que la diferencia entre ricos y pobres se ha acentuado desde el fin de la guerra; que la prensa pierde independencia y que, para colmo, los que somos más jóvenes no hacemos absolutamente nada y asumimos con indiferencia todos estos males.
Así que, finalmente, nos dice, así, con exclamaciones, que nos indignemos, que ese es el primer paso para cambiar las cosas. Que luego ya veremos adónde vamos y que, en cualquier caso, el camino habrá de ser pacífico. Pero, sobre todo, que si su generación se jugó literalmente el pellejo para construir una sociedad más justa, nosotros tenemos la obligación moral de recuperarla.
Y, de hecho, parece que ya la gente le va haciendo caso. Desde que apareciera ¡Indignaos!, en diciembre del año pasado en Francia, se han comenzado a organizar movimientos por toda Europa. En España, cientos de colectivos y ONGs han firmado un manifiesto, que puede leerse en www.democraciarealya.es y ayer mismo, a las seis de la tarde, decenas de miles de personas se manifestaron en casi todas las capitales españolas gritando, entre otras cosas, que “no hay pan para tantos chorizos”.
Así que, fíjate, un libro no podrá cambiar el mundo, pero a veces sí que puede revolver conciencias y hacer que nos paremos a reflexionar sobre cómo es ese mundo que habitamos (y hacemos) todos juntos. Por lo tanto, haz tu parte y tómate media horita para leer ¡Indignaos!, de Stéphane Hessel. Después, que cada uno piense lo que le parezca, pero vale la pena acercarse y leer las palabras de este señor nonagenario que nos da una toda una lección de juventud.
PS: En Nueva York, este fin de semana, fue detenido Dominique Strauss Kahn, director gerente del Fondo Monetario Internacional, acusado de intentar hacerle a una empleada de hotel lo que el FMI ya nos hace a todos cada día. ¿Y si presentáramos todos una demanda colectiva?
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