Desde este lado del muro: Convertini y Los que duermen en el polvo

17 02 2018

Ya sabíamos que Alfaguara siempre ha tenido buen ojo. Pero su mirada ha caído en los últimos tiempos sobre autores muy interesantes y muy poco conocidos en España. Acaba de publicar, por ejemplo, Que de lejos parecen moscas, de Kike Ferrari, que había pasado sorprendentemente desapercibida entre nosotros con la salvedad de alguna valiente y minoritaria edición digital (Ferrari es de esos autores a los que no hay que perder la pista: instintivo, rabioso y con una experiencia vital y lectora que enriquece sus textos y que ya podría tener más de un distinguido perpetrador de novelas) y, hace unos meses, hizo lo propio con Los que duermen en el polvo, de Horacio Convertini, que a primera vista (esa vista que se posa sobre las contraportadas o las sinopsis de las plataformas digitales) es una distopía con zombis (en realidad, infectados) pero que, en realidad, es muchísimo más.

convertini

Los que duermen en el polvo. Horacio Convertini. Madrid, Alfaguara, 171 páginas.

Como a Ferrari, a Convertini lo conozco de hace un tiempo y lo había leído en ediciones argentinas. De hecho, me hizo el honor de invitarme a prologar (junto a Paco Camarasa y Jorge Valdano) la edición española de El último milagro, una estupenda novela negra con toques Sci–Fi ambientada en el mundo del fútbol. Así que también sabía que Convertini es un escritor rápido, inteligente, capaz de interesarte en cosas a las que normalmente eres refractario porque consigue, a través de sus ficciones, hacerse preguntas importantes sobre la forma del mundo y el lugar que ocupan los seres humanos en él.

Y sí: Los que duermen en el polvo es, prima facie, una distopía con infectados. Esta vez, la infección ha estallado en Argentina y con ayuda de la comunidad internacional (que no desea que traspase sus fronteras) ese país ha trasladado su gobierno a Patagonia y establecido en la capital una zona de cuarentena cuyo límite es un muro alzado en el barrio de Pompeya. Al otro lado del muro están los infectados, zombificados caníbales que hay que contener a toda costa. A este, una guarnición dirigida por el Lele Figueroa, animal político que ve en esa situación de excepción una oportunidad para medrar. Junto a él, el ultrarreligioso Kadijevich, «un lobo desvariado por el amor a la patria», y el protagonista y narrador, Jorge, que ha acompañado al Lele, su incierto amigo de la universidad porque Pompeya había sido su barrio, porque él ya lo ha perdido todo, porque ya poco le queda por hacer.

Como en una novela de Dino Buzzati, Convertini establece una desasosegante alegoría a partir de la técnica de la postergación (los personajes saben desde el principio que habrá un ataque final, que todo se irá a la mierda, pero no saben cuándo será y la espera los enfrentará a sí mismos, convirtiendo a cada uno en su propio enemigo) y traza un mapa del dolor y la crueldad, no exento de un humor negrísimo, un erotismo sabiamente dosificado y un suspense alimentado por una trama criminal que aviva las llamas de la culpa y la pérdida que desde el inicio consumen al protagonista. Al mismo tiempo (una alegoría jamás tiene una lectura unívoca) habla sobre la compasión y la corrupción, sobre el amor y la pérdida, sobre los prejuicios heteropatriarcales y el complejo del macho en la era de la liberación de la mujer, sobre la manipulación de las masas y el origen del totalitarismo, sobre la degradación y la pérdida de la belleza.

Admiro la capacidad de Convertini para tocar, en una novela tan breve, tantos asuntos y tan inteligentemente, pasando de uno a otro o haciéndolos convivir sin brusquedad ni aspavientos, construyendo un texto que permite tantas lecturas como lectores pueda llegar a tener.

Los que duermen en el polvo es, sí, una distopía, una novela de infectados, una novela de suspense y una novela sobre el dolor. Pero, sobre todo, opino que es una lúcida pesadilla, un espejo que nos muestra una imagen de nosotros mismos que quizá no nos agrade, pero que se parece más a cómo somos realmente que a como pretendemos ser. Tras leerla, uno (triste, fatalmente) acaba entendiendo que ese muro de Pompeya está ahí, cada día: a un lado, hay manipuladores, corruptos y fascistas que ocultan sus oscuras maniobras bajo la máscara del eufemismo; al otro, infectados inconscientes que sobreviven por inercia y acompañan con sus gruñidos los compases de un tango que los primeros emiten por megafonía para entretenerlos y, de paso, divertirse a su costa. Y esta novela nos lleva, al fin, a preguntarnos de qué lado del muro estamos: si escribimos la letra del tango o la remedamos con un aullido.





El despertar, mucho más que una novela zombi

23 03 2013

Cuando se habla de Elio Quiroga se piensa, eminentemente, en cine, en Fotos, en La hora fría, en No-Do. Ayer mismo, Quiroga inauguró, en la Galería Manuel Ojeda, Cartelera, su primera exposición pictórica, compuesta por quince obras de técnica mixta inspiradas en carteles de proyectos cinematográficos que nunca llegaron (o aún no han llegado) a la gran pantalla.

Sin embargo, hablar de Elio Quiroga no solo es hablar de cine, porque él ya había publicado dos libros de poemas, Mar de hombres (Ediciones Funámbula) y Ática (Nuevas Escrituras Canarias). Lo que pasa es que luego se nos torció y se nos fue para el cine, aunque no dejó de escribir ensayo. De hecho, en 2004 obtuvo el accésit del Premio Everis con La materia de los sueños, publicado por Ediciones Deusto. Y el año pasado volvió al mal camino de la letra impresa con esta novela que te traigo hoy, El despertar, que se presenta como una novela zombi pero es bastante más que eso (y que no deberías perderte si te gustaron películas como Bienvenidos a Zombieland, Zombies Party y Juan de los muertos).

El despertar, de Elio Quiroga-Rodríguez, Barcelona, Timun Mas, 253 páginas.

El despertar, de Elio Quiroga-Rodríguez, Barcelona, Timun Mas, 253 páginas.

La cosa va de una epidemia zombi que llegó a la Tierra a bordo de un meteorito y tras extenderse rápidamente por todo el planeta, se estabilizó. Quiroga nos presenta un nuevo mundo en el que, tras la alarma inicial, los no-muertos son tratados como personas con una enfermedad crónica que, convenientemente controlados y medicados, no solo pueden convivir perfectamente con los vivos, sino que constituyen un importante nicho de mercado para las multinacionales farmacéuticas, cosméticas, alimentarias y de ocio. Un cliente que no muere y tiene un hambre irreprimible, necesita constantemente afeites para disimular los rigores de la muerte resulta perfecto. Por otro lado, el sistema tampoco deja escapar la ocasión de sacar partido de sus cualidades productivas: los zombis son soldados perfectos y mano de obra muy barata y efectiva para la industria.

En este contexto, es en el que Amelia, una mera ama de casa, es infectada y tiene que aprender a vivir su no-vida como zombi. Y, curiosamente, como reza en la sinopsis, justo cuando se convierte en no-muerta es cuando Amelia comienza realmente a vivir, a crecer como persona.

Al principio, los logros son pequeños: se librará de un marido egoísta y manipulador y se liará con su médico, un sujeto muy peculiar a quien le ponen las zombis (luego vamos a averiguar que es una parafilia bastante habitual en este mundo parcialmente zombificado), y pronto se va a ver en medio de una trama de trata de mujeres no-muertas, tráfico de linfa, la nueva sustancia prohibida. Pero luego dará pasos de gigante, hasta convertirse en una auténtica heroína.

El universo zombi está tan poblado de películas, libros y cómics que resulta difícil ser eficaz a la hora de atraer y mantener la atención al lector. Y, sin embargo, Quiroga lo consigue. En mi opinión, por dos motivos: el primero, que emprende la tarea asumiendo toda una tradición y teniendo claro, como lo tenían los grandes de la ciencia ficción, que la novela distópica no habla del futuro, sino del presente. Y, segundo (y más importante), porque, al contrario de muchos de los autores de novelas sobre zombis actuales, Elio sí que sabe escribir y contar historias.

Lo que construye gracias a estas dos cualidades es mucho más que una novela de zombis. Se da mucha maña para releer varios géneros que maneja desde la tradición y la ironía, combinando muy bien el terror, la sátira, la parodia, el Sci-Fi, la novela de aventuras, el género negro, la novela de educación sentimental, y hasta la novela social de manera muy equilibrada. Muy gore, muy ácida, pero también muy inteligente y reflexiva en algunos momentos, no nos da sorpresas al final, sino que nos sorprende a la vuelta de cada página, porque su argumento presenta numerosos giros y abunda en breves digresiones que plantean subtramas divertidísimas, como la del primer presidente zombi-gay de los Estados Unidos o la del crecimiento de la industria porno-zombie.

Yo debo confesar que me lo he pasado como un niño chico con esta novela rápida, contada con rapidez voltaireana, y que me recuerda a autores tan dispares como Stepehen King, Stanislav Lem o John Wyndham. Y la originalidad está ahí, en releer toda esa tradición y crear algo completamente nuevo, epatante y divertidísimo, donde la carcajada, el escalofrío y la reflexión se mezclan en un argumento dominado por una intriga novelesca que fluye incesantemente.

(Si quieres escuchar el podcast de la sección, solo has de hacer clic aquí. Esta vez no vino Fortunata, porque está haciendo ayuno de cuaresma, pero sí que estuvieron Francisco Melo Junior y Verónica Iglesias, y el propio Elio Quiroga, además de, espontáneamente, el gran Emilio González Déniz. También tuvimos una visita muy especial: Cintu, el perezoso Cliffhanger).








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