Al principio

El 26 de noviembre de 2008, colgué en este blog una entrada titulada Lugares comunes: Al principio, en la que reflexionaba acerca de la importancia del comienzo de relatos, novelas, obras teatrales y ensayos, y ofrecía una breve selección de algunos de mis preferidos. Casi el mismo día, los visitantes comenzaron a introducir comentarios aportando, a su vez, comienzos de libros preferidos por ellos. Alcanzados los 123 comentarios en menos de una semana, y un número de propuestas de comienzos que sobrepasa largamente el centenar, he decidido abrir una página estable para que los lectores puedan disfrutar de esta antología de grandes comienzos, elaborada gracias a la colaboración  entusiasta de Dulce, Lunática, Eduardo González Ascanio, Carlos de la Fe, Maite, Javier Doreste, Toñi Ramos, Alcala1400, Atiarcar, Ella, Filobiblión, Sor Maravillas, Pino, Santiago Gil, Jonay y Trini.

De esta lista sólo fueron suprimidos dos poemas (que sobrepasaban los límites de la propuesta) y algunas citas que no correspondían a comienzos. El interesado puede acudir a la entrada original para consultar la totalidad de los comentarios.

La selección:

Al despertar Gregorio Samsa una mañana, tras un sueño intranquilo, encontróse en su cama convertido en un horrible insecto. Franz Kafka. La metamorfosis.

 Desde detrás de la hilera de arbustos que rodeaba el manantial, Popeye contempló al hombre que bebía. Una senda apenas marcada llevaba desde el camino hasta el manantial. Popeye había visto cómo el forastero –delgado y alto, sin sombrero, con unos gastados pantalones grises de franela y una chaqueta de tweed cruzada sobre el brazo- avanzaba por la senda y se arrodillaba a beber. William Faulkner. Santuario.  

Nadie lo vio desembarcar en la unánime noche, nadie vio la canoa de bambú sumiéndose en el fango sagrado, pero a los pocos días nadie ignoraba que el hombre taciturno venía del Sur y que su patria era una de las infinitas aldeas que están aguas arriba, donde el idioma zend no está contaminado de griego y donde es infrecuente la lepra. Jorge Luis Borges. Las ruinas circulares.  

Estaba casado con una mujer lo arbitrariamente hermosa para que, a pesar de su juventud insultante, fuera superior a su juventud su hermosura. Ella se masturbaba cotidianamente sobre él, mientras besaba el retrato de un muchacho de suave bigote oscuro. Agustín Espinosa. Crimen.

Tantas cosas que empiezan y acaso acaban como un juego, supongo que te hizo gracia encontrar el dibujo al lado del tuyo, lo atribuiste a una casualidad o a un capricho y sólo la segunda vez te diste cuenta de que era intencionado y entonces lo miraste despacio, incluso volviste más tarde para mirarlo de nuevo, tomando las precauciones de siempre: la calle en su momento más solitario, ningún carro celular en las esquinas próximas, acercarse con indiferencia y nunca mirar los grafitti de frente sino desde la otra acera o en diagonal, fingiendo interés por la vidriera de al lado, yéndote enseguida. Julio Cortázar. Grafitti.

La señora Dalloway dijo que ella misma se encargaría de comprar las flores. Virginia Woolf. La señora Dalloway.

Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en su padre lo llevó a conocer el hielo. Gabriel García Márquez. Cien años de soledad.

No hay más que un problema filosófico verdaderamente serio: el suicidio. Albert Camus. Lo absurdo y el suicidio.

En la ciudad había dos mudos, y siempre estaban juntos. Cada mañana a primera hora salían de la casa en que vivían y, cogidos del brazo, bajaban por la calle en dirección al trabajo. Los dos amigos eran muy diferentes. Carson McCullers. El corazón es un cazador solitario.

Vine a Comala porque me dijeron que acá vivía mi padre, un tal Pedro Páramo. Mi madre me lo dijo. Y yo le prometí que vendría a verlo en cuanto ella muriera. Le apreté sus manos en señal de que lo haría; pues ella estaba por morirse y yo en un plan de prometerlo todo. Juan Rulfo. Pedro Páramo

¡Es cierto! Siempre he sido nervioso, muy nervioso, terriblemente nervioso. ¿Pero por qué afirman ustedes que estoy loco? La enfermedad había agudizado mis sentidos, en ves de destruirlos o embotarlos. Oía todo lo que puede oírse en la tierra y en el cielo. Muchas cosas oí en el infierno. Edgar Allan Poe. El corazón delator

Vine a Madrid para matar a un hombre a quien no había visto nunca. Me dijeron su nombre, el auténtico, y también algunos de los nombres falsos que había usado a lo largo de su vida secreta…Antonio Muñoz Molina. Beltenebros

 Hace una quincena o un mes que mi mujer de ahora eligió vivir en otro país. No hubo reproches ni quejas. Ella es dueña de su estómago y de su vagina. Juan Carlos Onetti. Cuando ya no importe.   

Esta carta, amiga mía, será muy larga. He leído con frecuencia que las palabras traicionan al pensamiento, pero me parece que las palabras escritas lo traicionan todavía más. Marguerite Yourcenar. Alexis, o el Tratado del inútil combate.

 Anoche soñé que volvía a Manderley, Daphne du Maurier.

Emily Brönte. Cumbres borrascosas.

En un lugar de la Mancha de cuyo nombre no quiero acordarme… Miguel de Cervantes. Don Quijote de La Mancha 

Llamadme Ismael.

Herman Melville. Moby Dick. 

Estás empezando a leer la nueva novela de Italo Calvino, Si una noche de invierno un viajero. Italo Calvino. Si una noche de invierno un viajero.  

Mi vida es como si me golpeasen con ella. Fernando Pessoa. Libro del desasosiego.

No debía hacer nada de mal gusto, advirtió al anciano Eguchi la mujer de la posada. No debía poner el dedo en la boca de la muchacha dormida ni intentar nada parecido. Yasunari Kawabata. La casa de las bellas durmientes.

Quisiera no haber visto del hombre, la primera vez que entró en el almacén, nada más que las manos; lentas, intimidadas y torpes, moviéndose sin fe, largas y todavía sin tostar, disculpándose por su actuacción desinteresada. Juan Carlos Onetti. Los adioses

Una mañana se levantó y fue a buscar al amigo, al otro lado de la valla. Pero el amigo no estaba, y, cuando volvió, le dijo la madre: El amigo se murió. Ana María Matute. El niño al que se le murió el amigo.

Cuando yo tenía seis años vi una vez una lámina magnífica en un libro sobre el Bosque Virgen que se llamaba “Historias Vividas”. Representaba una sepiente boa que se tragaba a una fiera. He aquí la copia del dibujo. Antoine de Saint-Exupéry. El Principito

El mar está gris y tranquilo, y cae una lluvia fina, triste. Cuando lo vi esta mañana, me despedí del verano y saludé al otoño, al número cuarenta de mis otoños, que al fin ha llegado, inexorable. E inexorablemente traerá consigo aquel día, cuya fecha a veces recito en voz baja, con una sensación de recogimiento y terror íntimo… Thomas Mann: La muerte. Ojalá mi padre o mi madre, o mejor dicho ambos, hubieran sido más conscientes, mientras los dos se afanaban por igual en el cumplimiento de sus obligaciones, de lo que se traían entre manos cuando me engendraron; si hubieran tenido debidamente presente cuántas cosas dependían de lo que estaban haciendo en aquel momento… Laurence Sterne. Tristam Shandy. 

Llueve mansamente y sin parar, llueve sin ganas pero con una infinita paciencia, como toda la vida, llueve sobre la tierra que es del mismo color que el cielo, entre blando verde y blando gris ceniciento, y la raya del monte lleva ya mucho tiempo borrada. Camilo José Cela. Mazurca para dos muertos.

Empezó por una equivocación.

Estabamos en navidades y me enteré por el borracho que vivía calle arriba, y que lo hacía todos los años, que contrataban a cualquiera que se presentase, así que fui y lo siguiente que supe fue que tenía una saca de cuero a mis espaldas y que me dedicaba a pasear a mis anchas. Charles Bukoswski. Cartero.

Yo, señor, no soy malo, aunque no me faltarían motivos para serlo. Los mismos cueros tenemos todos los mortales al nacer y sin embargo, cuando vamos creciendo, el destino se complace en variarnos como si fuésemos de cera y en destinarnos por sendas diferrentes al mismo fin: la muerte. Camilo José Cela. La familia de Pascual Duarte.

 Me llamo Boffer Bings. Nací de padres decentes en las más humildes condiciones. Mi padre era fabricante de aceite de perro, y mi madre tenía un pequeño taller en la parte de atrás de la iglesia local, donde se deshacía de los bebés no deseados. Ambrose Bierce. Aceite de perro 

Menos rara, aunque sin duda más ejemplar -dijo entonces el otro-, es la historia de Mr. Percy Taylor, cazador de cabezas en la selva amazónica. Augusto Monterroso. Obras completas (y otros cuentos).

Tome en sus brazos a la mujer amada y extiéndala con un rodillo sobre la cama, después de amasarla perfectamente con besos y caricias. No deje parte alguna sin humedecer, palpar ni olfatear. Colóquela en decúbito prono (ventral), para que no pueda meter las manos y arañarlo. Incorpórese con ella cuando esté a punto de caramelo… Juan José Arreola. Para entrar en el jardín.

¿Encontraría a la maga? Julio Cortázar. Rayuela.

Dijo que bailaría conmigo si le traía rosas rojas -exclamó el joven estudiante-, pero no hay rosa rojas en mi jardín. Oscar Wilde. El ruiseñor y la rosa.

Era domingo. Chance estaba en el jardín. Se movía con lentitud, arrastrando la manguera verde de uno a otro sendero mientras observaba atentamente el fluir del agua. Fue regando con delicadez cada planta, cada flor, cada rama del jardín. Las plantas eran como las personas: tenían necesidad de cuidados para vivir, para sobreponerse a las enfermedades, y para morir en paz. Jerzy Kosinski. Desde el jardín.

Amanecía y el nuevo sol pintaba de oro las ondas de un mar tranquilo. Un pesquero chapoteaba a un kilómetro de la costa cuando, de pronto, rasgó el aire la voz llamando a la bandada de la comida y una multitud de mil gaviotas se aglomeró para regatear y luchar por cada pizca de comida. Comenzaba otro día de ajetreo. Richard Bach. Juan Salvador Gaviota.

 Mi caso no es único: tengo miedo de morir y me desgarra estar en el mundo. No he trabajado, no he estudiado. He llorado, he gritado. Las lágrimas y los lamentos me han llevado mucho tiempo. La tortura del tiempo perdido en cuanto reflexiono en ello. El pasado no alimenta. Me iré como he llegado: intacta y cargada de los defectos que me han torturado. Las virtudes, las cualidades, el valor, la meditación, la cultura. De brazos cruzados, me he destrozado ante esas palabras. Violette Leduc. La bastarda. 

Dominando la ciudad, sobre una alta columna, se alzaba la estatua del Príncipe Feliz. Estaba sobredorada con láminas delagadas de oro fino, por ojos tenía dos brillantes zafiros, y ardía un gran rubí en la empuñadura de su espada. Oscar Wilde. El Príncipe Feliz.

2 de noviembre

He sido cordialmente invitado a formar parte del realismo visceral. Por supuesto, he aceptado. No hubo ceremonia de iniciación. Mejor así. Roberto Bolaño. Los detectives salvajes.  

Parece que los gitanos y gitanas solamente nacieron en el mundo para ser ladrones; nacen de padres ladrones, críanse con ladrones, estudian para ladrones y, finalmente, salen con ser ladrones corrientes y molientes a todo ruedo; y la gana del hurtar y el hurtar son en ellos como accidentes inseparables, que no se quitan sino con la muerte. Miguel de Cervantes. La Gitanilla.

El hombre era tan alto y tan flaco que parecía siempre de perfil. Mario Vargas Llosa. La guerra del fin del mundo.

Un día, su amante lleva a O a dar un paseo por un lugar al que nunca van, el parque Montsouris y el parque Monceau. Junto a un ángulo del parque, en la esquina de una calle en la que no hay estación de taxis, después de pasear por el parque y de haberse sentado al borde del césped, ven un coche con contador, parecido a un taxi.

-Sube -le dice él.

Ella sube al taxi…Pauline Réage. Historia de O.

Americo Bonasera estaba sentado en la sala 3 de lo Criminal de la Corte de Nueva York. Esperaba justicia. Quería que los hombres que tan cruelmente habían herido a su hija, y que, además, habían tratado de deshonrarla, pagaran sus culpas. Mario Puzo. El padrino.

Quiero averiguar si en el orden civil puede haber alguna regla de administración legítima y segura, tomando a los hombres tal como son, y las leyes tal como pueden ser: trataré de unir siempre en esta indagación lo que el derecho permite con lo que prescribe el interés, a fin de que la justicia y la utilidad no se hallen separadas. Jean-Jaques Rousseau. Del Contrato social.

 ¿Qué es un hombre rebelde? Un hombre que dice no. Pero si niega, no renuncia: es también un hombre que dice sí, desde su primer movimiento. Un esclavo, que ha recibido órdenes toda su vida, de pronto juzga inaceptable un nuevo mandato. ¿Cuál es el contenido de este <>? Albert Camus. El hombre rebelde. 

Lo que no le dijimos nunca a nadie fue que nosotras también hacíamos cositas debajo del camión. Guillermo Cabrera Infante. Tres tristes tigres.

La idea del eterno retorno es misteriosa y con ella Nietzsche dejó perplejos a los demás filósofos: ¡pensar que alguna vez haya de repetirse todo tal como lo hemos vivido ya, y que incluso esa repetición haya de repetirse hasta el infinito! ¿Qué quiere decir ese mito demencial? Milan Kundera. La insoportable levedad del ser.

Era inevitable: el olor de las almendras amargas le recordaba siempre el destino de los amores contrariados. Gabriel García Márquez. El amor en los tiempos del Cólera.

REGLAMENTOS

Todos los días la hora de levantarse será a las diez de la mañana. En tal momento los cuatro jodedores que no hayan estado de servicio la noche anterior visitarán a los amigos, llevando cada uno de ellos un muchachito; pasarán sucesivamente de una habitación a otra.

Actuarán de acuerdo con las órdenes y deseos de los amigos, pero al principio los muchachitos que llevarán con ellos sólo servirán de acompañamiento, porque queda decidido y acordado que las ocho virginidades de los coños de las muchachas no serán violadas hasta el mes de diciembre, y las de sus culos, así como las de los culos de los ocho muchachos, lo serán a lo largo de el mes de enero, y eso con el fin de acrecentar la voluptuosidad mediante el hostigamiento de un deseo inflamado sin cesar y nunca satisfecho, estado que debe necesariamente conducir a un cierto furor lúbrico que los amigos se esfuerzan en provocar como una de las situaciones más deliciosas de la lubricidad. Marqués de Sade. Las 120 jornadas de Sodoma.

¡Cuál gritan esos malditos!

¡Pero mal rayo me parta

si, en concluyendo la carta,

no pagan caros sus gritos!

José Zorrilla. Don Juan Tenorio.

Eduardo -así llamamos a un barón acaudalado en sus mejores años- había pasado en su vivero la hora más hermosa de una tarde abrileña, injertnado púas frescas en los troncos jóvenes. Acababa de concluir su trabajo. Metió las herramientas cuidadosamente en su funda, y estaba contemplando gozosamente su labor cuando llegó el jardinero, regocijándose por la diligencia con que el señor tomaba parte en sus tareas. Johann W. Goethe. Las afinidades electivas.

Querido Marco:

He ido esta mañana a vera mi médico Hermógenes, que acaba de regresar a la Villa después de un largo viaje por Asia. El examen debía hacerse en ayunas; habíamos convenido encontrarnos en las primeras horas del día. Me tendí sobre un lecho luego de despojarme del manto y de la túnica. Te evito detalles que te resultarían desagradables como a mí mismo, y la descripción del cuerpo de un hombre que envejece y se prepara para morir de una hidropesía de corazón… Marquerite Yourcenar. Memorias de Adriano.  

Canta, Oh, Musa, la cólera aciaga de Aquiles Pélida,

que a los hombres de Acaya causó innumerables desgracias

y dio al Hades las almas de muchos intrépidos héroes

cuyos perros sirvieron de presa a los perros y pájaros de los cielos… Homero. Ilíada.

Me habían descrito al hombre. Un hombre bajo, débil, pequeño. Un hombre con ojos de ratón, ojos negros, diminutos como cabezas de alfileres, brillantes bajo unos párpados nerviosos. Rafael Arozarena. Mararía.

El reino del otro mundo.

El verdadero imperio de las mujeres.

Si va a torturar a sus esclavos en su habitación después de medianoche, por favor, limite sus gritos.

Aquella noche, compré un tigre. Bastante adiestrado, bastante cariñoso.

-Tengo un gato en mi casa y lo echo mucho de menos. Así que hazme el gatito. Ronronea-le ordené a mi tigre.

“Lo siento, Señora, no puedo, no soy un gato, soy un tigre”, respondió el tigre, con aire serio.

Aun así, se pegó a mis piernas y empezó a frotarse. Sé que quería agradarme.

Valérie Tasso. El otro lado del sexo.

A eso del mediodía me arrojaron del camión de heno. James M. Cain. El cartero siempre llama dos veces.

Las primeras investigaciones revelaron que el antiguo Mirador que servía de dormitorio a Alejandra fue cerrado con llave desde dentro por la propia Alejandra. Luego (aunque, lógicamente, no se puede precisar el tiempo transcurrido) mató a su padre de cuatro balazos con una pistola calibre 32, echó nafta y prendió fuego. Ernesto Sábato. Sobre héroes y tumbas.

Extramuros la luna se detuvo. Más allá del camino real quedó inmóvil sobre la ciudad, encima de sus torres y murallas, dominando los prados empinados donde cada semana se alzaban las fugaces tiendas del mercado. Jesús Fernández Santos. Extramuros.

A LA SEÑORA CONDESA NATALIA DE MANERVILLE

Me rindo a tus deseos. El privilegio de la mujer a quien amamos más de lo que ella nos ama, consiste en hacernos perder constantemente el juicio. Para no ver arrugada su frente, y por disipar la enojada expresión de sus labios, que la menor contrariedad entristece, franqueamos milagrosamente las distancias, somos capaces de derramar toda nuestra sangre y despreciamos el porvenir.

¿Deseas conocer la historia de mi vida? Balzac. El lirio del valle.

Vendedor: ¡Almanaques, almanaques, almanaques nuevos! ¡Calendarios nuevos! ¿Un almanaque señor?

Transeúnte: ¿Son para el año nuevo?

Vendedor: Sí, señor.

Transeúnte: ¿Crees que tendremos un año nuevo feliz?

Vendedor: Sí, caballero, sí, por supuesto.

Transeúnte: ¿Como el año que acaba de pasasr?

Vendedor: Más, más todavía.

Transeúnte: ¿Como el anterior?.

Vendedor: Más todavía, caballero.

Transéunte: ¿Como cuál, entonces? ¿No te gustaría que el año nuevo fuera como alguno de estos últimos años?

Vendedor: No, señor, eso no me gustaría…

Giacomo Leopardi. Diálogo entre un vendedor de almanaques y un transeúnte.

Escribo esto bajo una fuerte tensión mental, ya que cuando llegue la noche habré dejado de existir.

H.P. Lovecraft. Dagón.

A principios del 1880, pese a tener fundadas dudas acerca de la conveniencia de perpetuar esa raza que posee la aprobación del Señor y la reprobación de los hombres, Hedvig Volkbein -vienesa de gran vigor y belleza militar, en un lecho con dosel de intenso y espectacular carmesí, con las alas bifurcadas en la cenefa y edredón de plumas con el escudo de los Volkbein fastuosamente bordado en oro viejo- dio a luz, a los cuarenta y cinco años, a su único hijo, siete días dspués del anunciado por su médico para el parto. Djuna Barnes. El bosque de la noche.

 Nací a las cuatro de la mañana el 9 de enero de 1908, en un cuarto con muebles barnizados de blanco que daba al boulevard Raspail. En las fotos de familia tomadas el verano siguiente se ven unas señoras jóvenes con vestidos largos, con sombreros empenachados de plumas de avestruz, señores con sombreros de paja y panamás que le sonríen a un bebé: son mis padres, mis abuelos, tíos, tías, y soy yo. Simone de Beauvoir. Memorias de una joven formal.  

Esta historia de amor -por curiosa cincidencia, como diría doña Arminda- comenzó el mismo día diáfano, de sol primaveral, en el que el hacendado Jesuíno Mendoça mató, a tiros de revólver, a doña Sinhazinda Mendoça, su esposa, y exponente de la sociedad local, morena tirando a gorda, muy dada a las fiestas de iglesia… Jorge Amado. Gabriela, clavo y canela.

Al principio creó Dios los cielos y la tierra. Y la tierra estaba desordenada y vacía, y las tinieblas estaban sobre la faz del abismo, y el Espíritu de Dios se movía sobre la faz de las aguas. Génesis.

Hay momentos en que nuestras acciones -el ir de aquí para allá, el hacer esto o aquello se desenvuelven de modo tan fácil y libre que nos parece como si todo pudiera ser de otro modo. En otros momentos, en cambio, todo aparece como rígido e inmutable, como si nada fuera libre o fácil y hasta nuestra respiración parece determinada por poderes extraños y por un destino fatal. Hermann Hesse. La Ruta Interior. En el siglo XVIII vivió en Francia uno de los hombres más geniales y abominables de una época en que no escasearon los hombres abominables y geniales. Aquí relataremos su historia. Se llamaba Jean-Baptiste Grenouille y si su nombre, a diferencia del de otros monstruos geniales como De Sade, Saint-Just, Fouché, Napoleón, etcétera, ha caído como en el olvido, no se debe en modo alguno a que Grenouille fuera a la zaga de estos hombres celebres y tenebrosos en altanería, desprecio por sus semejantes, inmoralidad, en una palabra, impiedad, sino a que su genio y su única ambición se limitaban a un terreno que no deja huellas en la historia: el efímero mundo de los olores. Patrick Süskind. El Perfume.

Lolita, luz de mi vida, fuego de mis entrañas. Pecado mío, alma mía. Lo-li-ta: la punta de la lengua emprende un viaje de tres pasos desde el borde del paladar para apoyarse, en el tercero, en el borde los dientes. Lo.li.ta. Vladimir Nabokov. Lolita.

 Nunca tuve suerte con las mujeres, soporto con resignación una penosa joroba, todos mis familiares más cercanos han muerto, soy un pobre solitario que trabaja en una oficina pavorosa. Por lo demás, soy feliz. Enrique Vila-Matas. Bartleby y compañía. 

¿Es posible vivir en la desesperación y no desear la muerte? Alberto Moravia.1934.

Hoy ha muerto mamá. O quizá ayer. No lo sé. Recibí un telegrama del asilo: “Falleció su madre. Entierro mañana. Sentidas condolencias.” pero no quiere decir nada. Quizá haya sido ayer. Albert Camus. El extranjero.

Yo, señor, soy de Segovia. Mi padre se llamó Clemente Pablo, natural del mismo pueblo; Dios lo tenga en el cielo. Fue, tal como dicen, de oficio barbero; aunque eran tan altos sus pensamientos, que se corría de que le llamasen así, diciendo que él era tundidor de mejillas y sastre de barbas. Dicen que era de muy buena cepa, y, según él bebía, es cosa para creer. Quevedo. El Buscón.

En 1913, cuando Anthony Patch cumplió los veinticinco, habían transcurrido ya dos desde que la ironía -el Espíritu Santo de estos últimos tiempos- tuvo a bien descender, al menos teóricamente, sobre él. F. Scott Fitzgerald. Hermosos y malditos.

En primer lugar está el problema del arranque, es decir, de cómo ir desde donde estamos ahora, y ahora mismo todavía no estamos en ninguna parte, hasta la orilla opuesta. Sólo es cuestión de cruzar, de tender un puente. La gente soluciona problemas así todos los días. J. M. Coetzee. Elizabeth Costello.

Una habitación. Se oye un disco, la Segunda Sinfonía de Brahms. Alguien la tararea. Vuelven unos pasos que se alejaban. Alguien abre una botella y se sirve una cerveza.

Un momento… ya viene…¡Ahora! ¿Lo oye? ¡Ya! ¡Ahora! ¿Lo oye? Pronto volverá, el mismo pasaje; espere un momento.

¡Ahora! ¿Lo oye? Me refiero a los bajos. A los contrabajos…

Levanta el brazo del tocadiscos. Fin de la música. Patrick Süskind. El contrabajo.

Cuando llegué a la treintena, pasé por unos años en los cuales todo lo que tocaba se convertía en fracaso. Mi matrimonio terminó en divorcio, mi trabajo de escritor se hundía y estaba abrumado por problemas de dinero. No me refiero simplemente a una escasez ocasional, ni a tener que apretarme el cinturón de cuando en cuando, sino a una falta de dinero continua, opresiva, casi agobiante, que me envenenaba el alma y me mantenía en un inacabable estado de pánico. Paul Auster. A salto de mata (crónica de un fracaso precoz).

En un tugurio de barrio londinense, en un lugar heteróclito de lo más sucio, en el sótano, Dirty estaba ebria. Lo estaba hasta el último grado, yo estaba cerca de ella… Georges Bataille. El azul del cielo. A las cinco de la mañana, como siempre, resonó el toque de diana: un golpe dado con un martillo en un carril de la barraca central. Alexandr Solschenizyn. Un día en la vida de Iván Denisovich. 

Sostiene Pereira que le conoció un día de verano. Antonio Tabucchi. Sostiene Pereira.

Querido Bosie:

Después de una larga e infructuosa espera, me he decidido a escribirte, y ello tanto en tu interés como en el mío, pues me repugna el pensar que he pasado en la cárcel dos años sin haber recibido de ti una sola línea, una noticia cualquiera: que nada he sabido de ti, fuera de aquello que había de serme doloroso. Oscar Wilde. De profundis.

Conocí a Dean poco después de que mi mujer y yo no separásemos.Acababa de pasar una grave enfermedad de la que no me molestaré en hablar, exceptuando que tenía algo que ver con la casi insoportable separación y con mi sensación de que todo había muerto. J. Kerouac. En el camino.

Alicia empezaba a estar harta de seguir tanto rato sentada en la orilla, junto a su hermana, sin hacer nada. Lewis Carroll. Alicia en el país de las maravillas.

No me preguntes cómo me volví loco. Ocurrió así: Un día, mucho antes de que nacieran los dioses, desperté de un profundo sueño y descubrí que se habían robado todas mis máscaras, las siete máscaras que había modelado y usado en mis siete vidas.

Hui sin máscara por las atestadas calles gritando:¡ladrones! ¡ladrones! ¡malditos ladrones! Gibran Khalil Gibran. El loco.

Sería yo la más presuntuosa de las mujeres si diera por supuesto que vos, el más alto y más solicitado talento de nuestra época, puede aún guardar un leve recuerdo de mí. Fernando Sabater. El jardín de las dudas. 

Todo es provisional: el amor, el arte, el planeta Tierra, vosotros, yo. La muerte es algo tan ineludiblemente que pilla a todo el mundo por sorpresa. ¿Cómo saber si este día no será el último? Creemos tener tiempo. Y luego, de repente, ya está, nos ahogamos, fin del tiempo reglamentario. La muerte es la única cita que no está anotada en nuestra agenda.

Todo se compra: el amor, el arte, el planeta Tierra, vosotros, yo. Escribo este libro para que me echen del trabajo. Si me fuese, me quedaría sin indemnización. Necesito serrar la rama sobre la que se asienta mi comodidad. Mi libertad se llama subsidio de desempleo. Prefiero ser despedido por una empresa que por la vida. PORQUE TENGO MIEDO. Frédéric Beigbeder. 11,99€.

Edna bajaba por la calle con su bolsa de la compra, cuando pasó a la altura del automóvil. había algo escrito en la ventanilla lateral:

SE BUSCA UNA MUJER . Charles Bukowski. Se busca una mujer.. 

¡Alumbra, lumbre de alumbre, Luzbel de piedralumbre! Como zumbido de oídos persistía el rumor de las campanas a la oración, maldoblestar de la luz en la sombra, de la sombra en la luz. ¡Alumbra, lumbre de alumbre, Luzbel de piedralumbre, sobre la podredumbre! Miguel Ángel Asturias. El Señor Presidente.

 Constituía un placer especial ver las cosas consumida, ver los objetos ennegrecidos y cambiados. Con la punta de bronce del solplete en sus puños, con aquella gigangesca serpiente escupiendo su petróleo venenoso sobre el mundo, la sangre le latía en la cabeza y sus manos eran las de un fantástico director tocando todas las sinfonías del fuego y de las llamas para destruir los guiñapos y ruinas de la Historia. Cons su casco simbólico en que aparecía grabado el número 451 bien plantado sbore su impasible cabeza y sus ojos convertidos en un llama anaranjada ante le pensamiento de lo que iba a ocurrir, encendió el deflagrador y la casa quedó rodeada por un fuego devorador que inflamó el cielo del atardecer con colores rojos, amarillos y negros. El hombre avanzó entre un enjambre de luciérnagas, Quería, por encima de todo, como en el antiguo juego, empujar un malvavisco hacia la hoguera, en tanto que los libros, semejantes a palomas aleteantes, morían en el porche y el jardín de la casa; en tanto que los libros se elevaban convertidos en torbellinos incandescentes y eran aventados por un aire que el incendio ennegrecía. Ray Bradbury. Fahrenheit 451.  

Tras unas breves vacaciones en la montaña, R., el famoso novelista, llegó a Viena a primera hora de la mañana, compró un periódico en la estación y, al fijarse en la fecha, recordó que era su cumpleaños. “¡Cuarenta y uno!”, pensó súbitamente. No era feliz ni desgraciado al comprobarlo. Tomó un taxi y tarareando, hojeó el periódico mientras se dirgía a su casa.

El criado le informó de las vistias y llamadas telefónicas habidas en su ausencia. Un montón de cartas le esperaba encima de una bandeja. Mirándolo con indiferencia, abrió una o dos interesado por sus remitententes, pero dejó de lado, por le momento, un abultado sobre escrito con letra desconocida para él. Stefan Zweig. Carta de una desconocida.  

Majestuoso, el orondo Buck Mulligan llegó por el hueco de la escalera, portando un cuenco lleno de espuma sobre el que un espejo y una navaja de afei­tar se cruzaban. Un batín amarillo, desatado, se ondulaba de­licadamente a su espalda en el aire apacible de la mañana. Elevó el cuenco y entonó:

-Introibo ad altare Dei.

Se detuvo, escudriñó la escalera oscura, sinuosa y llamó rudamente:

-¡Sube, Kinch! ¡Sube, desgraciado jesuita! James Joyce. Ulises.

En la pequeña pensión de la Riviera, donde entonces, diez años antes de la guerra, me hospedaba, estalló en nuestra mesa una violenta discución que, exacerbando súbitamente los ánimos, amenazó con degenerar en furiosa reyerta.

Stefan Zweig. Veinticuatro horas en la vida de una mujer.

Emilia y Antonio habían prometido reunirse conmigo. yo había llegado a basora el día convenido y ya habían transcurrido prácticamente dos semanas sin que ellos dieran señales de vida. Dolores Campos-Herrero. Basora.

Se puso el sol. Tras el breve crepúsculo vino tranquila y oscura la noche, en cuyo negro seno murieron poco a poco los últimos rumores de la tierra soñolienta, y el viajero siguió adelante en su camino, apresurando su paso a medida que avanzaba el de la noche… Benito Perez Galdós. Marianela.

Querido Ulises:

Deseo que mis palabras te lleguen vivas. Han sido dictadas por el empuje del siroco y escritas con la tierra bermeja de la Saguiá-El-Hamra. Lo que de ellas se desprende es tan real que merecería ser fantástico. Y es que la más elevada imaginación empequeñecería si durante un leve trozo de reloj palpase la crueldad, la miseria y el olvido que los seres humanos son capaces de ocasionar a su propia especie. Emilio Gózalez Déniz. El llano amarillo.

Bastará decir que soy Juan Pablo Castel, el pintor que mató a María Iribarne; supongo que el proceso está en el recuerdo de todos y que no se necesitan mayores explicaciones sobre mi persona.

Aunque ni el diablo sabe qué es lo que ha de recordar la gente, ni por qué. En realidad, siempre he pensado que no hay memoria colectiva, lo que quizá sea una forma de defensa de la especie humana. La frase “todo tiempo pasado fue mejor” no indica que antes no sucedieran menos cosas malas, sino que – felizmente- la gente las echa en el olvido. Ernesto Sábato. El Túnel.

Es una verdad reconocida por todo el mundo que un soltero dueño de una gran fortuna siente un día u otro la necesidad de una mujer. Jane Austen. Orgullo y Prejuicio.

Dada la hora que es creo que se me ha acabado la semana, así que me viene un comienzo que a mi me viene a la mente más veces de las que desearía.

Era lunes y como todos los lunes el alma me pesaba ahí mismo, abajo del saquito de los cojones. Lorenzo Silva. La flaqueza del bolchevique.

Lo mejor que le puede pasar a un croasán, es que lo unten con mantequilla. Pablo Tusset. Lo mejor que le puede pasar a un croasán.

Querido Alec: Que no hayas destruido esta carta al reconocer mi letra en el sobre prueba que la curiosidad es más poderosa que el odio. O que tu odio necesita carne fresca. Amos Oz. La caja negra. 

Caminan lentamente sobre un lecho de confeti y serpentinas, una noche estrellada de septiembre, a lo largo de la desierta calle adornada con un techo de guirnaldas, papeles de colores y farolillos rotos: última noche de Fiesta Mayor (el confeti del adiós, el vals de las velas) en un barrio popular y suburbano, las cuatro de la madrugada, todo ha terminado. Juan Marsé. Últimas tardes con Teresa.

Sueño con la primera cereza del verano. Se la doy y ella se la lleva a la boca, me mira con ojos cálidos, de pecado, mientras hace suya la carne. De repente, me besa y me la devuelve con la boca. Y yo me quedo tocado para siempre, el hueso de la cereza todo el día rodando en el teclado de los dientes como una nota musical silvestre.

Por la noche: “Tengo algo para ti, amor”.

Dejo en su boca el hueso de la primera cereza. Manuel Rivas. ¿Qué me quieres amor?

 14 East 95th St.New York City5 octubre 1949 Marks & Co.84, Cahring Cross RoadLondres, W.C.2

Inglaterra

Señores:

Su anuncio en la Saturday Review of Literatura dice que están ustedes especializados en libros agotados. La expresión “libreros anticuarios” me asusta un poco. Porque asocio “antiguo” a “caro”. Digamos que soy una escritora pobre amante de libros antiguos y que los que deseo son imposibles de encontrar aquí salvo en ediciones raras y carísimas, o bien en ejemplares de segunda mano en Barnes & Noble que, además de mugrientos, suelen estar llenos de anotaciones escolares.

Les adjunto una lista de mis necesidades más apremiantes. Si disponen ustedes de ejemplares limpios de segunda mano de algunos libros de esa lista, y a un precio que no rebase los 5 dólares por unidad, ¿tendrán la amabilidad de considerar la presente como un pedido en firme y enviármelos?

Dándoles de antemano las gracias, les saluda

Helene Hanff

(Srta.) Helene Hanff

 Helene Hanff. 84, Charing Cross Road.

Hasta aquí. El resto en tu biblioteca. Esto no es más que el principio.

3 responses

4 12 2008
Ceremonias » Blog Archive » Lugares comunes: Al principio

[…] Hay muchos comienzos, tantos como libros. Incluso hay comienzos magníficos de libros que luego no están tan bien ejecutados. También hay libros estupendos que no empiezan tan bien (Ulises, de James Joyce, pido perdón a los puristas, es un ejemplo de ello). Sin embargo, nunca ha dejado de impresionarme la habilidad de quien logra sumergirnos en la trama desde las primeras líneas. Aquí van algunos ejemplos elegidos casi al azar. Seguro que conoces la mayoría. En caso contrario, dime si resistirás la tentación de zambullirte en esos textos tras leer estos arranques. Me salto algunos eminentes, como El Quijote, e incluyo indistintamente cuentos, novelas y ensayos. Ahí van:  […]

4 06 2009
Rafael Lorenzo

Como verás, mi URL tiene poco que ver con la literatura, aunque la incluyo por deformación profesional, ya que los putos funcionarios tenemos la tendencia de rellenar todo lo que se nos ponga por delante. De todos modos te escribo para rogarte que consideres la posibilidad -observa el lenguaje de «funcionario», otra vez- de incluir entre tus principios el primer párrafo de «Los girasoles ciegos», para mí de lo mejorcito que he leído en muchos años. Pura sinfonía. Saludos, genio.

9 10 2009
Armando

Sonó el teléfono y supo que la iban a matar. Lo supo con tanta certeza que se quedó inmóvil, la cuchilla en alto, el cabello pegado a la cara entre el vapor del agua caliente que goteaba en los azulejos. Bip-bip. La Reina del Sur. Arturo Pérez Revert

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