
Voy a comenzar confesando, ahora que estamos en la más estricta intimidad, uno de mis vicios: Miguel de Unamuno.
No sé si les ocurrirá igual a sus otros admiradores, pero yo me enganché a Unamuno por sus novelas. La tía Tula, Abel Sánchez, La novela de don Sandalio, jugador de ajedrez, y las más conocidas, San Manuel Bueno, mártir y Niebla fueron algunos de mis libros de adolescencia. De ahí, es fácil llegar a Del sentimiento trágico de la vida o En torno al casticismo, o acabar dando con De Fuerteventura a París, para conocer al Unamuno poeta.
¿A qué viene todo esto? Pues a que hace poco se han celebrado en Gran Canaria unas jornadas en torno a Unamuno y a que, en el marco de esas jornadas se presentó un libro que se titula Las agonías insulares de Miguel de Unamuno, que es, ni más ni menos, una edición anotada de sus textos sobre Canarias. La edición está al cuidado de Bruno Pérez Alemán, un filólogo y poeta bastante joven que, debe de ser, en Canarias, una de las personas que más sabe sobre este imprescindible filósofo y escritor vasco.
¿Qué nos encontramos en Las agonías insulares de Miguel de Unamuno? En primer lugar (tras unas “Palabras liminares” de ese maestro que es, para toda mi generación, Eugenio Padorno), un esclarecedor estudio acerca de la relación de Unamuno con Canarias. Como es bien sabido, Unamuno conoció un exilio de unos meses en Fuerteventura en 1924. No tan conocido es el hecho de que ya hubiera estado en 1910 en Gran Canaria, recorriendo sus municipios, interviniendo en actos públicos donde pronunció tres conferencias y trabando amistad, entre otros, con Alonso Quesada, de quien prologaría El lino de los sueños. Este estudio lo firma Bruno Pérez y viene a ser, creo, un resumen, asequible para el lector medio, de sus trabajos sobre don Miguel. Y después nos encontramos de todo: artículos, poemas, cartas, entrevistas, discursos, reflexiones. Absolutamente hasta la última palabra que el rector de Salamanca escribió en Canarias o sobre Canarias. Hay, incluso, un apéndice que incorpora dos textos inéditos, uno de ellos un diario que Unamuno ocultó por si le registraban mientras estaba confinado. No me negarás que la cosa tiene morbo…
Yo acabo de terminar de leer este libro y todavía estoy fascinado. No sólo porque brilla, como siempre, la inteligencia de Unamuno, su forma de jugar con las palabras (recuerda su “venceréis, pero no convenceréis”), su ironía y su pesimismo lúcido, sino porque en su forma de hablar a la sociedad insular de aquella época, vemos que esta se hallaba aquejada de algunos males que no parecen estar tan lejanos: el aislamiento, el riesgo de empobrecimiento espiritual si sólo nos preocupamos por el comercio y el turismo, la pérdida de tiempo en cuestiones localistas, como el pleito insular y los puertos francos (muy polémicas en 1910), mientras se pierden de vista los verdaderos problemas de la política, como la defensa a ultranza de la legalidad, el equilibrio y la justicia social.
Para botón, una muestra, así que reproduzco un pequeño fragmento en el que Unamuno se refiere a las quejas derivadas de polémicas relacionadas con el pleito insular y los puertos francos (si piensas que ya no se habla de estas cosas, que hemos progresado mucho, deberías echar un vistazo a los editoriales de la prensa insular):
Desde que llegué aquí (…), estoy oyendo hablar del problema local. Perdonad que un forastero un poco rudo, os diga que yo no he visto hasta ahora en ese problema sino querellas domésticas, luchas por distinciones, algo de vanidad colectiva, escapes del “aplatanamiento” y rencillas kabileñas. No dudo de la justicia de una porción de reclamaciones; pero muchas veces, en vez de acusar a la lentitud burocrática, no estaría de más mirar si no es peor la lentitud del propio espíritu. He oído quejarse de que hay hijos ilustres de esta tierra que se van y no vuelven. Yo comprendo, porque cuando voy a la mía, me apena ver las rencillas domésticas a que viven entregados.
También os quejáis de la política. Pero, ¿es que puede llamarse política a dar vueltas y más vueltas a una cosa y buscar en la Península abogados a quienes dais como honorarios un acta? Eso no es política. Nunca se ha llamado químico a un buhonero de drogas.
No reduzcáis vuestros ideales a la pequeñez de estas Islas; henchidlos con la grandeza del mar, que es el que debe brisar vuestros ensueños.
“Discurso de los juegos florales”, pronunciado en el Teatro Pérez Galdós el 25-VI-1910.
Para forofos de Miguel de Unamuno, para amantes de la buena literatura y para aficionados a la Historia. Pero, también, para todo aquel que quiera averiguar cómo veía este observador implacable a la sociedad canaria de entonces, que no era demasiado distinta a la nuestra. Quizá, viéndolos con sus ojos, entendamos mejor algunos de esos problemas de los que hablamos todos los días.
Las agonías insulares de Miguel de Unamuno, edición de Bruno Pérez Alemán, en Anroart Ediciones. 435 páginas para disfrutarlas, pero también para pensarlas.
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