Año Nuevo del Vendedor de Humo (Para un Catecismo Neoliberalista)

31 12 2009

Año nuevo que estás en la puerta,

aprovechadas sean tus crisis,

maximizado sea tu tiempo.

Despliéguese tu devenir

tanto en las bolsas como en los templos.

El ERE nuestro de cada día

dánosle hoy.

Perdónanos los intereses de nuestras deudas,

así como nosotros esperamos por los pagos de las instituciones.

No nos dejes caer en la deflación

y líbranos de pagar.

Amén.





Miopía

31 12 2009

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Me reprendes porque duermo con las gafas puestas. Inútil sería decirte que lo hago para no perderme ni un solo detalle de tu rostro cuando apareces en mis sueños.





Rodari

26 12 2009

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Estamos metidos de lleno en la Navidad y los más chicos están por ahí, pululando por la casa. Así que para hoy me he acordado de ellos (o más bien de sus padres, sus abuelos y sus tíos) y te traigo a un autor que, si no lo coneces ya, puede ser un gran descubrimiento. Te hablo de Gianni Rodari, quien, junto con Roald Dahl es, quizá, el principal autor infantil del siglo XX. Rodari era un maestro italiano, fallecido en 1980, que nos ha dejado un estupendo legado de cuentos humorísticos, con una absoluta tendencia al absurdo y bastante irónicos con el poder y los privilegiados. Para empezar, podríamos leer un librito muy breve, titulado Los negocios del señor Gato, en el que se cuentan las andanzas de un gato que quiere hacerse rico y monta una tienda de venta de ratones en lata. El problema es que, tras anunciar la novedosa mercancía, resulta que los ratones no están dispuestos a dejarse meter en la lata y va a tener que llegar a un acuerdo con ellos. Este libro está editado por Anaya, con ilustraciones muy divertidas de Montse Ginesta. Si te gusta y te quedas con ganas de más, también es muy asequible un libro editado por Editorial Juventud, con unas ilustraciones muy sencillas, pero lindas. Se trata de Cuentos por teléfono. ¿Por qué se titula así? Pues porque se trata de una serie de cuentos breves y muy divertidos que un viajante de comercio le cuenta por teléfono cada noche a su hija. Aquí hay más de sesenta cuentos muy rápidos en los que te encontrarás con casas hechas de helado, hombres de mantequilla, ascensores que suben hasta las estrellas y ratones que comen gatos. Pequeños prodigios de la imaginación que puedes contar por teléfono aunque no tengas tarifa plana. Pero, como son cuentos muy breves y muy jugosos, te ventilarás el libro enseguida. Así que, si todavía quieres más Rodari, cosa que suele ocurrir, hay otro librito delicioso: Cuentos para jugar, en el que conocerás a un Pinocho que se dedica a mentir como un bellaco, para cortarse la nariz y comerciar con la madera, a un millonario que se construye una mansión con billetes y monedas, o a un flautista de Hammelin que tiene que librar a una ciudad de una invasión, no de ratas, sino de coches. Es, además, un cuento interactivo: cada cuento tiene tres finales alternativos y el lector tiene que elegir uno de ellos.

Por último, un libro de Rodari para los padres. Bueno, para los padres, los maestros y, en general, cualquier persona que ande cerca de los niños y quiera fomentar su imaginación. Se trata de Gramática de la fantasía, el libro en el que Rodari recogió su experiencia de cuarenta años creando cuentos con niños en el aula y que explica algunas técnicas estupendas, contadas de una manera muy sencilla y agradable.

Rodari fue conocido en su tiempo como un hombre esencialmente bueno. Utiliza el humor para hacer reflexionar a sus lectores acerca de cosas importantes: la libertad, la solidaridad, el desapego de lo material, lo enriquecidos que salimos siempre del trato con los demás. Yo he comprobado que el encuentro con Rodari es siempre beneficioso. Así que no pierdas la oportunidad de apagar un rato el ordenador o la consola y jugar con tus hijos, tus nietos o tus sobrinos compartiendo estas historias que nos propone Gianni Rodari. Ya verás como vale la pena.

Gramática de la fantasía, Barcelona, Booket, 265 páginas.

Cuentos por teléfono, Barcelona, Editorial Juventud, 143 páginas.

Cuentos para jugar, Madrid, Alfaguara, 163 páginas.

Los negocios del señor Gato, Madrid, Anaya, 80 páginas.





Homotextualidad: “España, aparta de mí estos premios”, de Fernando Iwasaki

26 12 2009

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Mis amigos lo saben: soy generalmente refractario a las novedades editoriales, a no ser que se trate de reediciones de clásicos. Poco de lo que se edita hoy día atrae realmente mi atención. Será que en este país se publica una media de setenta y cuatro mil libros al año y que yo no empecé a devorar textos hasta los doce y aún me queda mucho Dostoievski y mucho Víctor Hugo y mucho Galdós por leer y que lo que se edita en los últimos años (incluyendo a los autores que antes me emocionaban) suele dejarme en la boca el mismo sabor a “está bien pero me lo podía haber ahorrado” que te dejan las comedias norteamericanas que ves un domingo de resaca y que olvidarás antes de llegar a casa. Por eso, cuando me encuentro con un buen libro escrito por un autor que aún respira, hago una fiesta, lo recomiendo a todo el mundo, no paro de citarlo y de comprarlo para regalo. Me empeño en que todos lo lean y me convierto en un pesado recalcitrante que no deja de decir: “No te lo pierdas. De verdad, vale la pena”. Mis amigos también saben eso, y por eso optan por leerse el libro en cuestión para que les deje tranquilos o por dejar de frecuentarme durante unas semanas hasta que se me pase.

¿A qué viene todo esto? A que he encontrado un libro que merece ser leído: España, aparta de mí estos premios, de Fernando Iwasaki. Como su apellido te habrá hecho sospechar ya, Iwasaki es peruano.  Y sí, el libro va de premios. Y no, no es una parodia de César Vallejo (que aún quedan cosas sagradas, oiga) aunque sí que contiene mucho de sátira. Te explico: Iwasaki parte del hecho de que “gracias al tumulto de premios desperdigados por toda la geografía española, cientos de escritores latinoamericanos y no pocos aborígenes (en este caso españoles), pueden comer caliente, llegar a fin de mes e incluso comprarse un ordenador nuevo. Sin embargo, a nadie le gusta que salgan del armario esos cuentos premiados, precisamente porque son homotextuales. Es decir, el mismo texto refrito varias bases según las veces y viceversa”.

Ahí está explicado todo el secreto de este libro delicioso. Y, sin embargo, Cortázar ya te contó que en algún lugar hay un basural repleto de explicaciones, ya que no suelen servir de mucho. Es mejor que leas esos siete cuentos divertidísimos que son el mismo: el de un japonés (o japonesa, en el caso de un concurso convocado por un colectivo feminista) que ha vivido en España muchos años sin saber que la guerra que libraba (la civil o cualquier otra) hace tiempo que ha terminado, y salta, de pronto, a la vida pública sorprendiendo a todos y poniendo de moda todo lo que suene lejanamente a japonés, “como el manga, el kabuki, el karate y el flamenco”.  Desde un brigadista internacional a una lanzadora de cuchillos, pasando por el cocinero kamikaze del general Moscardó o un delirante tablado flamenco, todos los aislados y empecinados japoneses de estos cuentos aparecen de pronto como una excepción en la realidad española (ya de por sí bastante excepcional), para mostrárnosla en su lado más lúcidamente absurdo. De hecho, incluso el texto de las mismas bases y las actas del Jurado de los premios que esos cuentos obtienen te hacen desternillarte de risa. De verdadera antología es la del Premio de Relatos “Héroes de Toledo”, convocado por un ayuntamiento en el que gobiernan en coalición Izquierda Unida Los Verdes y Falange Auténtica. Todo un ejemplo de la más evidente esquizofrenia española. Iwasaki ya nos lo advierte en el prólogo: “Hay dos Españas y sólo es posible escribir para una de las dos”. Su elección es clara y rotunda, porque siempre escribe “para la España que sabe reírse de sí misma”.

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Como también saben mis amigos, soy un lector hedonista. Así que podría recomendar este libro porque está tremendamente bien escrito, porque es inteligente, porque es ácido, porque está plagado de guiños literarios, porque te hace pensar sobre la arquitectura de la ficción, ya que la deconstruye con acierto, porque es una estupenda parodia y una acertadísima sátira de la literatura hispana contemporánea y su aparato editorial. Pero no te lo recomendaré por nada de esto. Sólo lo haré porque te garantiza al menos tres carcajadas por página. Eso es más de lo que pueden ofrecer la mayoría de los libros de gente que respira.

Te aseguro que, después de disfrutar de este libro, te lanzarás sobre “todo lo que suene lejanamente” a Iwasaki. Palabra de hedonista.

España, aparta de mí estos premios, de Fernando Iwasaki, Madrid, Páginas de Espuma, 160 páginas.





La piel de Judas (Un cuento no navideño)

23 12 2009

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Por supuesto, tú mismo lo dijiste, no era fácil, pero aun así me pediste que procurara hacerlo. Claro que no me resultaba sencillo, y menos a dos días de Navidad: después de tantos años, de tantos favores, de haber sido precisamente yo quien te colocó donde ahora estás, no era fácil meterme en tu piel, cuando eras precisamente tú quien me incluía en eso que hoy llaman expediente de regulación de empleo y que es, en román paladino, la patada en el culo de toda la vida. Sin embargo, en cuanto salí de tu despacho me hice el firme propósito de intentarlo. Al fin y al cabo, como repetiste una y otra vez, fuiste mi pupilo todos estos años, yo te enseñé todo lo que sabes, yo te convertí en el hombre que eres. Tantas copas, tantas cenas, tantos fines de semana de cacería solos tú y yo, allá arriba, en esos montes cuya sombra se perfila contra el cielo estrellado. Incluso apadriné a tu hija y luché con los de arriba por defenderte cuando corriste el riesgo de pasar por lo que ahora estoy pasando yo. Sí, fuiste capaz de recordarme incluso aquello, cuando salvé tu empleo arriesgando el mío, cosa que no has sido capaz de hacer tú. Lo has edulcorado con la idea de poder gozar de la jubilación teniendo todavía edad para disfrutar de la vida; con las horas que podré dedicar a Lola y a los nietos; con la posibilidad de hacer ese viaje a Egipto con el que ella soñó siempre. Y quizá tuvieras razón. Eso fue lo que pensé: quizá tenga razón y todo esto sea bueno para mí. E, inmediatamente: tengo que intentar ponerme en su pellejo.  Para eso, lo primero era lo primero. Por eso volví atrás y te propuse que cenáramos juntos, para celebrarlo. Mientras recogías tus cosas, te mostraste algo sorprendido, ¿lo recuerdas? Te sorprendiste y me dijiste que ya organizaríamos algo por todo lo alto con el resto de la oficina. Sólo cediste cuando repuse que no, que prefería algo discreto y que eras el único amigo verdadero que me quedaba ya en la empresa.

Un rato más tarde nos dirigíamos en mi coche al restaurante de las afueras que yo había descubierto recientemente, ese al que nunca llegamos, y tú procurabas darme conversación mientras yo recordaba un cuento de Edgar Allan Poe que transcurría en una noche de Carnaval. Navidad, Carnaval, qué más daba. Me decía a mí mismo que nuestra amistad no podía ser una simple mascarada, que debía de haber existido algún momento en el que me apreciaste sinceramente. Aunque ya no importaba, en estos instantes en que la noche se iba cerrando sobre nosotros y las viviendas escaseaban a los lados de la carretera. Poco después fue cuando le ocurrió algo al motor y hube de parar en el arcén, en la carretera que bordeaba un barranco oscuro como conciencia de obispo. Te dije que no sería nada, pero vaya sí lo era, pensé en el momento en que abría el maletero para sacar herramientas y el chaleco reflectante. Cuando volví sin ellos, tú, inclinado ante el capó abierto te extrañaste un poco. Te lo noté en la cara. Te preguntaste por qué volvía sin el maletín de herramientas y sin el chaleco, pero no tuviste tiempo de expresar tu estupor, porque para ese entonces yo ya había hundido en tu garganta el cuchillo de montería. Y ahora estás aquí, en el patio de esta misma casa donde tantos fines de semana pasaron juntas tu familia y la mía, colgado del mismo gancho donde desollamos más de un jabalí, sanguinolento y ridículo como ellos, mientras yo intento vestirme de ti, meterme en tu piel que aún conserva cierta elasticidad, ponerme, de una vez por todas, en tu pellejo.





Imaginad una mañana de finales de noviembre…

18 12 2009

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La vida ya es bastante mala cuando tienes que prescindir de las cosas que te gustan a ti; pero, demontres, lo que más me enfurece es no poder regalar aquello que les gusta a los otros.

Truman Capote: Un recuerdo navideño.

Parece que el espíritu navideño se impone. Así que, como no soy muy aficionado a enviar felicitaciones, aprovecho la ocasión para traerte un regalito de Papá Noel y así quedo como un caballero. Esta vez quiero hablarte de Tres cuentos, un librito en el que la editorial Anagrama reúne tres relatos de Truman Capote, aparecidos antes en otros volúmenes y que tienen como nexo común estar inspirados en la propia infancia de este controvertido narrador y periodista, que estuvo muy marcada por el aislamiento y el sentimiento de abandono. Te explico: tras el divorcio de sus padres, Capote fue enviado por su madre a casa de unas tías lejanas, en un pueblecito del Sur de Estados Unidos (donde, por cierto, tendría como vecina a Harper Lee. Para saber más, lee su Mata un ruiseñor y fíjate bien en el personaje de Dill Harry). Luego pasaría a vivir con su padre, quien no tardaría en enviarlo a colegios militares para sacudírselo de encima. Esta infancia marcaría muchas de las obras de Capote (Otras voces, otros ámbitos o El arpa de hierba son claramente autobiográficas).

En Tres cuentos podemos leer Una navidad y El invitado de acción de gracias, en los que se narran, respectivamente, el reencuentro del protagonista con un padre al que no conocía y un desagradable episodio que le ocurre, cuando ese mismo padre se empeña en que invite a cenar a un compañero de clase que no para de martirizarle en el colegio.

Pero, de este libro, mi cuento favorito es, sin duda, el primero, titulado Un recuerdo navideño, que ya figuraba en Desayuno en Tiffany’s. En él se cuenta cómo viven la Navidad un niño de siete años, acogido en casa de unos parientes lejanos, y uno de esos parientes, una anciana solterona, con cierto retraso mental, que es la bondad y la ingenuidad personificadas. Pese a estar excluidos del discurso, pese a que nadie les preste atención salvo para reprenderles, pese a la pobreza, la anciana y el niño se las arreglan para ser felices, para vivir la fiesta navideña ya desde finales de noviembre, cuando comienzan a elaborar tartas que envían a completos desconocidos, como un viajante de comercio que un día pasó por allí o el propio Presidente Roosevelt. Es una historia aparentemente sencilla, contada en presente y apelando a la complicidad del lector, como si el relato se estuviera construyendo ante sus ojos y con su colaboración, en la que se habla de amistad, de lealtad y de cómo hallar belleza en las cosas más pequeñas. Un cuento inolvidable, de esos que se te quedan en el corazón para siempre. El propio Cortázar lo citaba como cuento inolvidable.

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Truman Capote es muy recordado por A sangre fría, pero, quienes conocen su obra, saben que ese es su libro más atípico. Vale la pena acercarse a ese otro Capote, el que nos habla acerca de los olvidados, los desclasados, las personas aparentemente sin importancia, que se las arreglan para encontrar la grandeza entre las cosas simples y también el que nos muestra con maestría cómo sucede uno de los hechos más cruciales de la existencia: la pérdida de la inocencia. Esto le inscribe en una tradición muy sureña que le hermana con Carson McCullers. Y qué forma mejor de iniciar el acercamiento  que estos Tres cuentos, ahora, en estos días en que quizá tienes un ratito libre. Después, si quieres seguir, puedes pedirte para Reyes Otras voces, otros ámbitos o sus Cuentos completos. Si te has portado bien, te mereces libros tan buenos como esos.

Tres cuentos, de Truman Capote, Barcelona, Anagrama, 120 páginas.





Aminatou ha vencido

18 12 2009

Decía, creo, Farabundo Martí que el tiempo está a favor de los pequeños. A veces basta un mes de coherencia y compromiso para hacer que tiemblen los cimientos del caos institucionalizado. Ya lo sabrás por los medios: Aminatou Haidar ha llegado a casa. No ha claudicado. Le han devuelto su pasaporte. No se ha dejado doblegar. Ha ganado esa complicada partida de ajedrez en la que se ha apostado la salud.

No solo eso. Ha conseguido que, por una vez, Europa se tome en serio la situación en el Sahara Occidental.

Yo, que soy un pesimista irredento, estoy sorprendido y feliz de haberme equivocado, pues pensaba que esto acabaría mal, con la muerte o la claudicación. Pero Haidar ha vencido. Ha demostrado lo que un solo individuo puede conseguir diciendo, simplemente: «No». Y siendo consecuente con esa negativa.

Pero ahora es momento de no olvidar lo que allí ocurre. Ya que hemos recordado el problema, ¿por qué no pensar un poco más en él?





Donde les duela

11 12 2009

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Hablemos claro: al gobierno de Marruecos le da exactamente igual que Aminatou Haidar muera o no. Tiene enemigos poderosos, que lo protegen SIEMPRE. A los gobiernos occidentales puede que les moleste algo más, que incluso puedan llegar a lamentarlo sinceramente. Pero jamás se atreverán a enfrentarse directamente a Marruecos, ya que el poder de esos amigos de Marruecos, que al mismo tiempo lo son suyos, le permite cualquier barbaridad. Ya se sabe que las resoluciones de la ONU únicamente se cumplen dependiendo de a quién y a qué zonas del planeta afecten. También es bien sabido que la defensa de los derechos humanos es cosa del rojerío, de descamisados utopistas y culturetas de salón que no entendemos el funcionamiento de las cosas, los desinformados que pretendemos poner puertas al campo, como gustan tanto de decir los economistas. (Hablando de la defensa de los derechos humanos: en cuanto a ese prestigioso premio por la defensa de la paz, otorgado a un señor que esperábamos que hiciera mucho, pero aún no ha hecho, en la práctica, absolutamente nada, ni siquiera voy a comentarlo; no sé qué prestigio puede tener un galardón que hace años ya fue concedido a individuos como Henry Kissinger o Shimon Peres).

Sea como fuere, ningún gobierno europeo podrá hacer nada efectivo para solucionar esta situación. Ellos no están ahí para hacer justicia, para luchar por los derechos humanos o para defender la soberanía de un pueblo que habita en campos de refugiados, sino para cuidar de que los intereses de sus empresarios no peligren y de que la dinámica de mínima moralidad de la real politik continúe cumpliéndose sin sobresaltos.

Yo, como persona privada, puedo hacer bien poco. Puedo firmar manifiestos, participar en concentraciones para presionar a mi gobierno (que, igual que los anteriores gobiernos españoles y los que están por venir, tiene las manos atadas y la obligación de asentir con obediencia a las chulerías de patio de colegio del vecino de al lado). Sin embargo, eso no creo que le esté molestando o doliendo a ninguno de los que pueden decidir en este asunto.

Algo frustrado, he pensado en la posible eficacia de estos mecanismos de protesta. Al reflexionar sobre sus límites, he concluido que no es eso lo único que puedo hacer. Puedo, por ejemplo, negarme a consumir productos importados de ese país. Puedo, además, negarme a gastar mi dinero dentro de sus fronteras en una de esas escapadas turísticas que gustan tanto a muchos españoles. Por supuesto, el hecho de que yo deje de tomar unos tomates o de ir a Casablanca, al Rif o a Marrakech de vacaciones, no mermará demasiado la economía marroquí. Pero ¿y si muchos otros ciudadanos de Canarias, España y el resto de la Unión Europea hicieran lo mismo?

Pensando en cifras (para que los economistas no me llamen idiota): el sector agrícola es el más importante de ese país. En 2007, según la primera fuente que he consultado, visitaron Marruecos 7 500 000 de turistas, en su mayor parte ciudadanos europeos. Para 2010, la previsión es de 10 millones. ¿Sería la misma la postura de ese gobierno si peligraran esos diez millones de visitantes, esto es, de clientes?

Por otro lado, también me estoy pensando dejar de consumir productos de empresas que a su vez exportan productos a Marruecos, o manufacturan allá.  Sé que es difícil enterarse de estos detalles, pero a veces se trata simplemente de leer las etiquetas de los productos.

Lo lamentaré por el pueblo marroquí, que no tiene toda la culpa de los gobernantes que tienen. Pero más siento el estado actual de cosas por el pueblo del Sahara.

Al fin, me he decidido. Hagan otros lo que quieran o puedan. Por mi parte, he elaborado una consigna mental que voy a repetirme a mí mismo siempre que sea necesario:

Mientras Sahara sea marroquí, de Marruecos, ni el hachís.





Internacional

11 12 2009

Eso es lo que suele decirse de los jugadores de fútbol que son fichados por algún equipo de otro país. Uno suele oír que Fulanito ha sido tres veces internacional, mientras que Zutanito lo ha sido seis. Yo pienso que cuando se es internacional una vez, se es internacional para siempre. En fin. La cosa es  que parezca venir a cuento esta primicia: por primera vez, soy internacional. Ya tengo en las manos un ejemplar de Las fauces de Amial, editado por Progreso Editorial, de México, en su colección Piel de Gallina. Responsable del asunto: Arianna Squilloni. Considerable embellecedora del resultado: Cecilia Varela.

Portada de Cecilia Varela para Las fauces de Amial

Portada de Cecilia Varela para Las fauces de Amial

Las fauces de Amial es una novela de espantos (o de terror, o de miedo, o, simplemente, «malrrollera») que transcurre en la conocida ciudad de Circe en 1920, durante una serie de desapariciones de niños, coincidentes con la llegada de Amial Cedrón, enigmática repostera que inaugura la confitería Cabello de Ángel. Por ahora, solo es posible adquirir el libro en México (defenderé mi ejemplar con uñas y dientes), pero pronto daré noticias de una posible edición española.

Y sí, estoy muy contento, sobre todo por lo bien acompañado que he estado preparando este trabajo y porque el resultado huele a lomo de ángel.





La buena convivencia

11 12 2009

Los espíritus han habitado siempre esta casa en la que vivo. Hasta ahora, gozábamos de una simbiosis conveniente para ambas partes. Era una especie de pacto tácito, pero jamás vulnerado: ellos no se manifestaban jamás en mi presencia, sino cuando yo salía o en las raras ocasiones en que podía permitirme viajar. A cambio, yo les procuraba alimento. Como es bien sabido, los fantasmas se alimentan de las cosas más repugnantes: el dolor, la decepción, el remordimiento, la nostalgia, la melancolía, la vergüenza. Cualquier jirón de miseria les resulta nutritivo.

Pero ahora soy feliz y hace tiempo que ayunan. El hambre les enoja y por eso ese frío repentino que inquieta el descansillo o la niebla blanda y hedienta que se arrastra por el corredor chirriando al rozar contra las baldosas.

Cualquier otro hubiera optado por mudarse. No obstante, algo en mi carácter suele tender al empecinamiento. Así que aquí estoy, aguantando los quejidos provenientes del interior del armario, las luces que se encienden o apagan solas, los portazos intempestivos, el llanto de ese bebé tras la puerta del trastero, hasta que se hagan a la idea y decidan ser ellos quienes emigren o el nuevo estado de cosas se imponga de manera definitiva y mueran, finalmente, de inanición.