Llega el último día del año y se supone que hay que hacer balance de los libros leídos, de las cosas aprendidas, de los autores disfrutados. Al menos, así lo hacen otros amigos que sigo, como Bosque o Espelt. A mí me cuesta recordar incluso lo que he leído este mes. Soy lector caótico, pero, aparte de esto, suelo estar leyendo varias cosas sobre la misma época y leo (y releo) muchos textos breves. En las últimas semanas, por ejemplo, sobre la mesa hubo cuentos de Bierce, Mansfield, Capote, Mujica Lainez, Arreola y Saki, entre otros. Por hacer un recuento, si hay que hacerlo, se podría rebuscar entre los Re-cuentos de este blog, donde están algunos de los libros que he ido recomendando semanalmente en radio. Pero seguro que algo se quedaría atrás en el inventario, pues no estarían incluidos los libros que me decepcionan, que me parecen flojos, ni aquellos que ni siquiera consigo acabar de leer. De esos no suelo hablar demasiado, porque, ¿para que hablar de un libro si no es para hacer proselitismo? Ya existen bastantes motivos para no leer y no seré yo quien contribuya a aumentar esa lista.
Y, por otro lado, aunque se acaba (para los occidentales) un año, no siento que finalice realmente nada: el tiempo continúa fluyendo hacia atrás, minuto a minuto, imparable.
Pero como hay que hacer algún tipo de balance (parece que es lo que toca), mencionaré algunos libros que me sorprendieron y lo haré de forma desordenada. Por ejemplo, comenzaré por el final: hace un par de días leí de una sentada El narrador y otros ensayos, una recopilación de textos de Juan Manuel García Ramos, de la cual precisamente el que da título al libro, me parece agudísimo. También fue el año de descubrir a Olga Orozco, con sus Últimos poemas y a Nicanor Parra, con los Poemas para combatir la calvicie, que una buena amiga puso ante estos ojos miopes. Y de dejarme llevar por el consejo de otro amigo y permitir que Milorad Pavic me deslumbrara con su inclasificable Diccionario jázaro. Y de visitar, de una vez por todas, el inmueble en el que se desarrolla La vida instrucciones de uso, de Perec, visita que tanto había postergado. Pero, para descubrimientos, El color de la magia, una novela de Terry Pratchett que inicia la saga del Mundodisco. Este último (y desternillante), me ha venido de la mano de quien está ahí cada día, soportándome las neuras. Hacía tiempo que me lo había recomendado y yo (idiota de mí) no me había acercado a Pratchett hasta ahora.
Seguro que ha habido muchos más libros importantes para mí este año. Y seguro que me he olvidado de ellos (no porque no sean importantes, sino porque soy desordenado y no hago fichas, o, sencillamente, porque hoy tengo la cabeza ocupada con otras cosas), cometiendo así una injusticia con sus autores, vivos o muertos, con quienes me disculpo desde aquí y ahora. Pero lo dicho hasta aquí sirve para ilustrar la siguiente reflexión: el mejor modo de llegar a los libros, es a través de tus amigos y de la gente a la que quieres. A mí no me han faltado este año y sé que no me faltarán el siguiente, aunque yo sea un descastado que no llama o no responde a los correos de los amigos, y aunque a veces no repare en los consejos de las personas a las que más quiero porque ando atolondrado trabajando o, sobre todo, leyendo.
Eso es lo que te deseo para este año. No dinero (no se puede pedir imposibles y el dinero en cantidades industriales es algo tan imposible como mezquino); no salud (eso, por mucho que digan los médicos, muchas veces no depende de uno mismo) sino que tengas a tu alrededor amigos que te recomienden libros y a una pareja que te soporte como a mí la mía y que, encima, te aconseje bien.