Domingos

28 06 2009

Celia le telefonea cada domingo desde hace ya meses. Siempre a las cuatro de la tarde, cuando el barrio comienza a despertar tímidamente de su siesta mansurrona. Tiene una voz adolescente y risueña, con momentos de duda o timidez. Le pregunta como está y le habla de cómo está ella misma. Le cuenta que acaba de llegar de dar un paseo por la avenida de la playa o que pasó el sábado por la noche con un nuevo novio que no acaba de convencerla. Luego salta de un tema a otro con elasticidad de contorsionista. Polanski, Hermann Hesse y Magritte conviven en ella con la ductibilidad del cobre, la composición química de la atmósfera secundaria o los peligros de las grasas saturadas. Él la escucha con placer, le da las réplicas, sugiere nuevos temas cuando, sorprendentemente, la conversación tiende a la languidez. Casi siempre acaba hablando de lo mismo: de lo sola que se siente, de la tentación que la asalta en ocasiones de coger el coche y presentarse a la puerta de su casa, de la manera en que se imagina entre sus brazos, desatando una pasión contenida hace tanto. Entonces él propone que se vean de una vez por todas, que prueben a encontrarse. Algún día lo haré, concluye Celia. Algún día me presentaré ahí y nos enfrentaremos a la verdad. Algún día. Puede que pronto. A lo mejor lo hago esta semana.

Siempre la misma cantinela. Y siempre el mismo resultado: el Cuídate mucho, mi amor, hasta el domingo, justo antes de colgar.

Él, entre otras muchas cosas, se pregunta si se atreverá algún día a dar ese paso, si realmente se acercará hasta su casa (él no podría, porque no sabe dónde vive ella) y mostrará, de una vez su rostro. También se pregunta cuándo se conocieron, cuándo se vieron por primera vez. Al principio, Celia solía aludir a vagos encuentros en inauguraciones de exposiciones o a una copa tras una mesa redonda o a amigos comunes que los habían presentado.

Esas son algunas de tantas preguntas. Tantas preguntas que se hace y le haría si no temiera que dejase de llamar, ahuyentada por su insistencia. Porque, aunque al principio pasó de la extrañeza a la inquietud hasta llegar a la costumbre, aunque pensó que estaba loca o que se trataba de alguna antigua amante que quería burlarse de él, ahora no sería capaz de pasar el domingo sin sus llamadas desde número oculto, sin su conversación dispersa, sin sus posibilidades de encuentros que jamás se realizarán, estaría perdido entre las tinieblas de la soledad.

Por eso los domingos está siempre a esa hora en casa. Por eso no se separa del teléfono hasta que llama. Por eso después de cortar, se arregla y sale a recorrer la ciudad vacía y adormilada, donde, quién sabe, quizá se cruce con Celia.

 





El blog de Factoría de Ficciones

25 06 2009

El pasado martes, 23 de junio tuvo lugar la última sesión de la primera edición de Factoría de Ficciones. Casi todos los textos escritos por los participantes están colgados ya en el blog, aunque quedan pendientes de corrección y publicación los últimos trabajos.

Si te apetece pasarte por allí y leer esos cuentos, la puerta está abierta.

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Factoría de Ficciones es un taller teórico-práctico en torno al cuento literario, que tiene lugar principalmente en la Biblioteca Pública del Estado de Las Palmas de Gran Canaria, además de (en su versión intensiva y de forma puntual) otros ámbitos, como la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria, el Centro Penitenciario de Salto del Negro (dentro del proyecto Leer es Libertar) y algunos IES.

La dinámica del taller remite sólo lejanamente a marcos teóricos. En Factoría de Ficciones preferimos analizar el fenómeno. Así, leemos y analizamos cuentos y, tras desmenuzarlos, extraemos de ellos las técnicas con las que, posteriormente, los participantes elaboran textos a partir de las propuestas que surgen a lo largo del taller. De esta manera, al mismo tiempo que adquieren una bibliografía adecuada sobre la disciplina, reflexionan acerca de los engranajes de la maquinaria narrativa y la ponen en marcha.

Los textos que puedes leer en el blog de la Factoría son algunos de los elaborados a partir de esas propuestas.

El taller comienza con una mirada al cuento tradicional y sus recursos, como contraposición al cuento literario, y con la escritura de un cuento de aquel estilo, que luego es reescrito desde una perspectiva contemporánea, confiriendo mayor importancia a la fijación textual, cambiando puntos de vista, tiempos verbales, etc.

Una vez metidos de lleno en el género, las propuestas aluden a los aspectos que mayor dificultad pueden presentar a quienes desean aumentar su eficacia cuando se enfrentan a un terreno tan resbaladizo como el relato breve: los comienzos, los finales, las personas gramaticales, el ritmo narrativo, el manejo de la intensidad, la elaboración de argumentos verosímiles, el tiempo y modo verbales, la escritura de diálogos y monólogos.

Estos asuntos continúan estando presentes en los muchos ejercicios de estilo posteriores, a partir de juegos literarios como el binomio fantástico, el Logo-Rallye, la literatura definicional, el S+7, la escritura de cuentos fantásticos originados en la literalidad de frases hechas y proverbios, la elaboración de cuentos disfrazados de recetas de cocina, de manual de instrucciones, de prospectos médicos o de noticias…

Además, prestamos especial atención a las muñecas rusas o cajas chinas y a la evolución más reciente del género: el microrrelato, tan popular como incomprendido.

¿Por qué publicar estos textos en un blog? Pues, sencillamente, porque creo que los textos sólo son escritura hasta que la mirada del lector decide convertirlos en literatura y porque saltar a la arena es lo único que puede convertirte en un buen gladiador.

Posteriormente, aparecerá un volumen con una selección de textos escritos por los participantes en Factoría de Ficciones, pero un blog es una forma ideal de llegar al público, evitando talar arbolitos sin necesidad y sometiendo el propio trabajo a la crítica de los lectores, tan útil como necesaria.

Factoría de Ficciones en la Biblioteca Pública del Estado volverá a tener lugar, en su segunda edición, a partir del 13 de octubre. Si te interesa y deseas apuntarte, la inscripción se abrirá, probablemente, a mediados de septiembre. En esos días, convendrá que estés pendiente de los comunicados de la Biblioteca o de este blog, ya que, aunque la matrícula es gratuita, el número de plazas es limitado.





El asesino

25 06 2009

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El viejo murió hace tiempo, pero no lo sabe.

Murió el día en que yo decidí que lo hiciera. Es solo cuestión de llevar a cabo una acción física. Por lo demás, el viejo está muerto. Lleva muerto casi dos años. Yo mismo lo asesiné, un sábado de octubre, a medianoche, cuando tomé mi determinación. Justo en ese instante, el viejo murió a mis manos. Desde entonces, su cadáver anda, habla, come, duerme y defeca por mera inercia. Está muerto, aunque él no lo sepa. Es mi voluntad lo único que le permite continuar haciéndolo. Hasta el día en que tenga una buena oportunidad o haya tiempo o, simplemente, me apetezca cumplir con el mero trámite de hacerlo oficial.

Podría entrar ahora mismo en el cuarto de al lado, donde el viejo duerme y hundirle el cráneo a martillazos. O asfixiarlo con esa segunda almohada que siempre se empeña en pedirme. Podría, también, sorprenderlo en la bañera y sumergirle la cabeza bajo el agua, empujar por las escaleras su cuerpo decrépito e inútil, darle un empujón cuando se encuentre en el balcón regando sus malditos geranios.

Pero hoy no lo haré. Me siento perezoso. Como me he sentido los dos últimos años. Justo desde aquel sábado de octubre en que murió mi madre y yo asesiné al viejo. Como me sentiré, seguramente, mañana. Esa pereza mía (la misma que me mantiene aquí, atado al viejo) es lo único que le permite continuar paseando entre nosotros como si estuviera vivo. Pero sé que no lo está. Que lo maté hace ya tiempo. Que su inmunda presencia de perro sarnoso no es más que una impostura, una mala costumbre, un simulacro.

Puede, incluso, que antes de que yo tenga uno de mis días laboriosos (uno de esos días en que me levanto con ganas de hacer cosas y lijo, por ejemplo, las sillas del comedor para volver a barnizarlas) y pueda hacer efectivo ese hecho que hace ya tanto que ocurrió, el viejo suelte un último gargajo mientras babea sobre su sopa o se duerma para no despertar jamás o, sencillamente, caiga fulminado por un infarto repentino. Eso no cambiará nada. Seré yo quien habrá acabado con él. Yo, su hijo. Yo, su asesino.





Ceremonias

24 06 2009

Éramos amantes. Ella venía en las tardes de los días de diario, con la excusa de la devolución o el préstamo de un libro, un disco, una película en deuvedé, ya que casualmente me pillaba de paso, ya que visité a una amiga que vive cerca y aproveché, ya que suspendieron la conferencia o, simplemente, en el último momento me arrepentí y no entré, porque tenía pinta de ser todo un rollo macabeo.

Solía traer pequeños obsequios: dulces caseros, manos de plátanos, ciruelas en julio, flores cogidas cerca de su casa del campo, de las cuales ninguno de los dos conocía el nombre y que yo ponía en un jarrón en el que se iban secando poco a poco.

Yo hacía café y lo acompañábamos de sus dulces o de unas galletas y conversábamos sobre su trabajo y el mío, sobre proyectos imposibles y películas que había que ver, hasta que cierto brillo en nuestros ojos acompañaba a ciertos silencios y determinadas sonrisas se prolongaban, convirtiendo nuestros labios en fauces de predador hambriento.

Entonces hacíamos el amor. Mientras a través de la ventana llegaba el ruido de los chicos del barrio jugando a la pelota, mientras los vecinos llegaban a casa o comenzaban a preguntarse qué harían de cenar, nosotros hacíamos el amor. Ajenos a la ciudad y al tedio, hacíamos el amor, con mis manos esculpiendo su cuerpo, con su boca dibujando el mío. El calor se convertía en sudor, en asfixia, en ardor insoportable que, sin embargo, buscábamos con avidez de enajenados. Hacíamos el amor, nos hacíamos el amor, nos deshacíamos en el amor. Sin preguntas, sin cortesías, sin concesiones. Con hedonismo feroz, con lasciva ternura, con acritud de palabra sucia susurrada al oído por labios pintados para la castidad.

En la noche cerrada, prendíamos cigarrillos, nos paseábamos desnudos por el dormitorio, nos descubríamos lunares y marcas, volvíamos a conversar sobre su trabajo o el mío, sobre películas que había que ver, sobre proyectos que ahora sí parecían posibles, cuando el deseo saciado hacía que nos temblaran las piernas y que el aire nos doliera en los pulmones.

Cuando la conversación comenzaba a languidecer, había algún gesto tierno, un beso, una caricia, una mano recorriendo la piel de un torso, unos dedos jugando con un sexo al mismo tiempo que la brisa de la noche penetraba en la habitación.

A esa hora, ella recordaba que debía irse. Desde la cama, la observaba recoger del suelo sus prendas, ponérselas con eficiencia, dirigirse al baño para arreglarse un poco.

Luego se marchaba para encontrarse con un marido que acababa de llegar a su casa y de quien nunca supe mucho más que el nombre y el oficio.

No sé exactamente cuándo ni cómo terminó aquello. Simplemente, dejó de venir a visitarme, dejamos de ser amantes.

Quizá abandonó a su marido. O abandonó la infidelidad. O ni una cosa ni la otra y, en este mismo instante, hace el amor con otro hombre solitario a quien ha obsequiado unos plátanos, una flor sin nombre conocido, unas ciruelas, ahora que es julio.

No lo lamento. No experimento nostalgia. Después de aquello, he amado mucho. Me han amado mucho.

Sin embargo, si me preguntaran por la felicidad, sin dudarlo un solo momento, hablaría de aquellos atardeceres de diario en que nos amábamos con un ansia tan egoísta como sincera, mientras afuera la ciudad seguía con su monótono devenir, ajena a ese dormitorio donde se desplegaban las ceremonias del deseo. 





Visita al CEIP Bañaderos

20 06 2009

Les dejo un enlace entrañable, con el blog de la Biblioteca del CEIP Bañaderos, donde estuve de visita con Noelia Liria para charlar con los alumnos de Tercer Ciclo de Primaria acerca de La princesa cautiva.

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Fue un encuentro muy agradable y el reportaje fotográfico es muy bonito, música de Tchaikovski incluida.

Espero que lo disfruten. Yo, por mi parte, me lo guardo para la Egoteca.  





Cuidado del vocabulario

20 06 2009

palabras

En cierto país hubo hace tiempo una mujer que acariciaba palabras.

Cuando aprendía una nueva, o recordaba alguna a la que amaba particularmente (esto último ocurría con mayor frecuencia), le pasaba los dedos por el lomo a la palabra elegida, iniciando una caricia interminable. Entonces, sus manos eran alas de pajarillo, lenguas de cachorritos de San Bernardo, sábanas recién lavadas tendidas hacia la brisa del poniente.

La inasible ternura que le producían hacía que sus manos no bastaran; así, las acariciaba con los ojos, con los labios, con la lengua, con los pies, con los lóbulos de las orejas, con la punta de la nariz, con su piel toda, hecha puro temblor.

Las palabras correspondían a su buen trato y se quedaban allí, flotando en torno a ella, con estremecimiento de letras y armonía de sonidos, hasta que les volvía a tocar su turno de caricias.

Y la mujer no hacía distingos. Amaba tanto a la palabra oso, pequeña, mimosa, reversible, como a la palabra ignominia, que no le sonaba tanto a iniquidad como a ignota, y traía, por tanto, a su mente, novelas de marinerías y aventuras que habían dado color a su infancia.

No obstante, tenía sus debilidades: lamía la palabra mirada, se derretía al entrar en contacto con la palabra  amante, revoloteaba en un paraíso azul cuando recordaba la palabra libélula, mientras que la palabra orgasmo la nimbaba de una turbación dulcemente acre, conduciéndola a la caricia de la palabra delicuescencia, la palabra éxtasis, la palabra lubricidad.

Las personas serias, las personas razonables, las que son como Dios manda o como hay que ser, le hacían notar los peligros de su democrática dulzura. Cuidado, le decían, las palabras son armas. Es preciso ponerlas en cuarentena, entre paréntesis. Entrecomillarlas. Taxonomizarlas. Agruparlas. Clasificarlas. Las caricias son, en primer término, arbitrarias; en segundo, inútiles; en último, dependiendo de la ocasión, podrían llegar a constituir un hábito peligroso, porque las palabras pueden estar cargadas de falsedad, de ira, de rencor, de los más insospechados venenos.

Pero la acariciadora de palabras respondía que no hay palabra mal dicha, sino mal comprendida, y persistía en sus costumbres. Alguna vez, incluso, cuando el plenilunio la llevaba a añorar querencias, las palabras se metían en su cama y le merodeaban la epidermis, sintiéndose privilegiadas y arrancándole suspiros de delicia.

La inagotable acariciadora llegó al final de su vida, que fue larga y feliz, acompañada por sus amadas, a las que había otorgado una pasión tan exclusiva como constante.

La hallaron en su lecho, sonriente y plácida, totalmente cubierta de un amable manto confuso de letras y sílabas. Dos acentos sellaban la comisura de sus labios. Una diéresis le cosquilleaba en la punta de la nariz. Un punto esperaba a su letra i convertido en lunar de su barbilla.

Nadie entendió (nadie ha entendido aún; acaso nunca nadie lo hará) que, al acariciar a las palabras, esta mujer única acariciaba las cosas que aquéllas designaban; que al acariciar a las palabras, estaba, en realidad, acariciando al mundo.





Taller Vidas Cruzadas

15 06 2009

escribir

Internos del Centro Penitenciario de Salto del Negro y alumnos de Diversificación Curricular del IES Josefina de la Torre han participado en estos días en un taller conjunto que surgió a partir de la iniciativa y el trabajo voluntario de dos profesoras (Inma y Elia) y un funcionario de prisiones (Roberto).

La idea era tan sencilla como atractiva: reunir a los dos colectivos implicados, hacerles participar en una sesión intensiva sobre la escritura en primera persona a partir de recuerdos de la infancia, agruparlos por parejas mixtas para permitirles que se conocieran un poco a lo largo de una conversación y, finalmente, proponerles que elaboraran cada uno un texto poniéndose en el lugar del otro.

Internos e internas de diferentes edades y procedencias escribiendo como si se tratara de chicos y chicas de edades de espectro menos amplio pero igual diversidad geográfica y, sobre todo, biográfica. Alumnos y alumnas de secundaria viendo la vida a través de los ojos de aquellos adultos, compartiendo sus recuerdos, sus ilusiones, su memoria.

A lo largo de casi un mes, han trabajado en firme para que sus textos fueran cada vez mejores. Ahora ya puedes leerlos en el blog de Vidas Cruzadas. Además, si sientes curiosidad, podrás enterarte de cómo surgió y se desarrolló este proyecto, averiguar algo más sobre todos y cada uno de los participantes, leer algún otro texto que escribieron más allá de lo que se les proponía. Te aseguro que, como poco, te llevarás alguna sorpresa.

En Vidas Cruzadas, aparte de quienes tomamos las riendas en un principio,  han colaborado muchas personas más, que han aportado su generosa ayuda, como Ismael González y Gonzalo Berzosa. A ellos y a quienes no nombro, aprovecho para expresarles mi agradecimiento en nombre de todo el grupo.

Por mi parte, puedo asegurar que nunca había aprendido tanto en tan poco tiempo.





Atardeceres de Ítaca

13 06 2009

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No podría negarlo: ningún vino más dulce que el de Ítaca, ninguna compañía mejor que la de Telémaco, ningún vientre más cálido que el de Penélope. Sin embargo, algunos atardeceres, Ulises da en contemplar el mar y, en silencio, añora las cóncavas grutas de Calipso.





Amaneceres de Ítaca

13 06 2009

penelope

Por supuesto que se siente feliz. El retorno de su amado fue durante años su mayor anhelo. Él trajo de nuevo el orden a Ítaca. Ahuyentó a  los arrogantes pretendientes. Impuso respeto en su casa.  Pero, en ocasiones, cuando la Aurora de rosáceos dedos invade el cielo, Penélope se demora en el lecho, experimentando ciertas dudas acerca del futuro junto a ese cuerpo cansado que reposa junto a ella y que ya no es el mismo del héroe vigoroso de antaño. Entonces, aunque jamás lo confesaría, se pregunta qué habrá sido de aquellos altivos galanes que gozaban en su patio.





Retornos

13 06 2009

Me despierta la voz de mi madre, pronunciando palabras como “café”, “desayuno”, “enfriar” y “tarde”. Abro los ojos y la veo, anciana y activa, con su ropa de andar por casa, mostrando una de esas sonrisas presurosas de tantas mañanas de mi adolescencia.

Cuando se va, miro a mi alrededor y reconozco mi habitación en la antigua casa familiar, con mi cartel de Novecento y los muebles que en los años ochenta ya se habían quedado viejos. Del día anterior, recuerdo la última discusión a gritos, los insultos que Susana me escupió, los que yo le devolví, sus gritos horadando el atardecer, antes de marcharse dando un portazo, el horroroso silencio que invadió el apartamento mientras yo me refugiaba en el balcón con la tentación de arrojarme al vacío, pensando, quizá absurdamente, que en caso de no hacerlo, no sería más que un muerto en vida, una especie de zombi deambulando por una existencia que no le pertenece.

Y ahora estoy aquí, en casa de mi familia. He pasado la noche en mi cuarto de soltero, en esta cama a cuyo borde estoy ahora sentado, buscando las pantuflas de toda la vida, sabiendo que no puede ser, que este calzado en el que se están introduciendo mis pies no puede estar aquí, ya que hace décadas que acabó en el cubo de la basura.

En la cocina, tomo un sándwich de jamón con un café con leche, mientras miro a mi madre fregar la loza del desayuno de mi padre, que ha salido hace un rato a comprar el periódico y estirar las piernas. Volverá a media mañana y lo leerá en el jardín. Ella, sin dejar sus tareas (ha acabado de fregar y seca el poyo, pone en remojo unas verduras, vuelve a meter la leche en la nevera), habla de los precios del mercado de Buenavista, del trabajo nuevo de mi hermana, del estirón que ha dado mi sobrino, de la hinchazón de sus piernas.

Yo la escucho, incrédulo, con la certeza que nada de esto puede estar ocurriendo. El mercado de Buenavista lleva cerrado más de diez años. Mi hermana no ha cambiado de empleo en quince. Mi sobrino dejó de crecer hace tiempo, está casado y tiene hijos. Y las piernas de mi madre no pueden estar hinchadas, por la sencilla razón que mi madre murió en 1993. De hecho, mi hermana y yo decidimos vender la casa tras la muerte de mi padre, que la sobrevivió pocos años más. Así que es imposible que yo esté ahí, desayunando y escuchando hablar a mi madre. Y, sin embargo, vaya si es posible, vaya si estoy aquí en este mismo instante. Sé que es posible porque me lo dicen mis sentidos, porque el café con leche está dulce y caliente, porque el sándwich tiene el sabor cremoso y salado del pan tostado a la plancha, tal y como siempre me ha gustado, porque la voz de mi madre no cesa de hacerse oír, hablando de cosas que pasaron hace años como si estuvieran teniendo lugar en estos días. 

Regreso a mi habitación, me visto con las ropas que llevaba el día anterior (estaban ahí, hechas un ovillo, sobre la cómoda) y me quedo junto a la ventana, contemplando el jardín donde buganvillas y geranios despliegan la colorida fertilidad que enorgullece a mi madre. Me pregunto cómo puede estar ocurriendo esta abominación que, estoy seguro, no es un sueño.

Y, justo cuando me lo pregunto, siento que no estoy solo. Me vuelvo y veo, en el vano de la puerta, la figura pequeña y serena de mi madre, que me observa en silencio, con una leve sonrisa en la que se mezclan la conmiseración y la ternura. Sé que ella sabe lo que ocurre. Y yo comienzo a entenderlo, gracias a ella. La interrogo con la mirada y, ampliando su sonrisa, asiente. Después me dice que estoy muy flaco, pero que ella se encargará de solucionar eso. Antes de marcharse, agrega que hoy preparará estofado con especias de carne al toro, como a mí me gusta. Mientras sus pasos se alejan por el corredor, me pregunto dónde estará Susana y, casi instantáneamente, me respondo que no importa. Recuerdo que es domingo, buen día para proponer a mi padre que vayamos a pescar.